POAW - Capítulo 15

Disculpen cualquier error ortográfico o de lo que sea... no me dio tiempo de revisarlo bien. Perdonen la demora y ojala disfruten!



Capítulo 15No existen las coincidencias


Las nauseas me tenían hecha un nudo. 
Adam debía detener el auto cada quince minutos porque yo no soportaba llegar tan lejos sin antes no haber vaciado mi mareado estómago.
Me sentía mal y la mitad del viaje sorpresa que preparó me la pasé durmiendo... y vomitando. El recorrido duraba unas tres horas en total, aunque con cada parada que tenía que hacer, gracias a mí, tardamos cinco horas en llegar a nuestro destino.
Adam lucía preocupado y no dejaba de tocarme la frente o el estómago para comprobar mis síntomas. Finalmente mis malestares cesaron una hora antes de ver el lugar al que me traía, y de notar la orilla de una hermosa playa frente a mí, mientras entrabamos a un estacionamiento privado de un hermosísimo hotel al que conocía solo gracias a una revista de turismo.
—¡Nuestra luna de miel es en la playa! —grité emocionada.
Como no escuché ninguna respuesta de él, me giré desde mi asiento y lo descubrí examinando mi vientre hinchado a través del espejo retrovisor; su mandíbula estaba tensa y había sudor en su frente.
—Adam... ya me siento mejor.
—Estás pálida —musitó, preocupado.
Sonreí para tranquilizarlo.
—Se me pasaron el mareo y las náuseas. Estoy bien, lo juro. Además mira —señalé un pequeño letrero que indicaba que había un zoológico en el recinto y que el lugar se especializaba en criar tortugas marinas que, según la foto del anuncio, jugaban amigablemente con los niños y era permitido tocarlas—. Yo también quiero jugar con las tortugas.
—No.
—¿No?
—No.
—Pero... ¿por qué?
—Son peligrosas.
—¿Las tortugas son peligrosas?
—Exacto. Y recuerda que estás embarazada; no voy a permitir que te sometas a riesgos innecesarios.
—Miden lo mismo que mi pie. No van a mutar y atacar Tokio, ¿lo sabes?
Pude ver que una pequeña sonrisa se asomaba por la comisura de sus labios.
—Pueden transmitir enfermedades. Es peligroso para tu condición. 
—Adam...
—Estuviste vomitando durante casi todo el viaje, definitivamente estoy loco, en primer lugar por no llevarte de regreso a casa y a que te examine un doctor, y en segundo porque sigo exponiéndote a esta locura.
—Si así te sientes más tranquilo podemos buscar un doctor local...
Suspiró, pasando incontrolablemente sus manos por el volante del auto.
—Lo haremos —afirmó—, pero mientras tanto nada de animales y potenciales actividades peligrosas. Debimos haber esperado para tener una luna de miel más segura.
—¿Te das cuenta que me hiciste sentarme en el asiento de atrás del vehículo? Esta luna de miel se ha vuelto segura desde que me obligaste a memorizar todo un folleto de embarazos con alto riesgo.
—Nena... el folleto de seguridad para el bebé lo indica de esa forma.
Él se apresuró a buscar el dichoso folleto en la guantera del auto.
Rodé los ojos mientras Adam se volvía paranoico. Me había enseñado ese folleto al menos unas trescientas veces. ¡Hizo que me lo aprendiera de memoria, cada nota al pie y cada apéndice!
—Parte 4.a, "de no nacidos y viajes en carretera" —citó—: la madre embarazada, y a cierta fecha de concebir, debe evitar, ante todo, ir en la parte delantera del auto en caso de accidentes y choques al viajar en carretera…
—No me digas —murmuré de mala gana mientras miraba por la ventana. El hotel era realmente bonito y tenía su encanto colonial. Era apenas el final de la tarde pero las luces del exterior estaban todas encendidas y poco a poco fui reconociendo el lugar. Había restaurantes a orillas de la playa y el olor de la comida se percibió hasta mi nariz, y como mi estómago se la pasó haciéndome sufrir todo el camino, al parecer ahora se le daba por tener hambre. Me podría comer, sin ningún problema, un burrito de pollo del tamaño de un camello.
Estaba tan concentrada en mis fantasías culinarias que dejé de escuchar a Adam, por lo que ahora me miraba con una sonrisa de suficiencia en los labios.
—¿Qué? —pregunté.
—¿Tienes hambre?
—Sí, ¿es muy obvio?
—Tu estomago está haciendo ruidos extraños de ballena.
—Seguramente se está comiendo a sí mismo... Deja de darme sermones del folleto y por favor lléname de comida.
No dijo nada más pero guardó el folleto de nuevo a su lugar y buscó un sitio para aparcarnos; finalmente apagó el vehículo en el puesto más cercano a la entrada del hermoso hotel.
—No comas nada pesado… y déjame abrirte la puerta.
Resoplé ruidosamente y me crucé de brazos.
—Claro —murmuré enojada— como activaste el seguro contra niños en la puerta... ahora solo abre por fuera.
Resoplé de nuevo.
—Y no sabes cuánto lo lamenta el protector de mi cámara. Si la puerta no hubiera tenido seguro no habrías vomitado sobre el pobre.
—¡Pensé que era una de esas bolsas ecológicas!
—¡Decía "aquí va la cámara"! Nadie lo hubiera confundido. 
—Pues yo lo confundí. ¿Contento? Perdón por vomitar en el estuche de tu cámara.
—A mí no deberías pedirme perdón... a la cámara sí. La dejaste sola y desprotegida.
Me ayudó a abrir mi puerta y yo me cercioré de quitar el estúpido seguro.
Tomé la mano de Adam para apoyarme en él mientras bajaba, e inmediatamente lo lamenté cuando di el primer paso.
Me detuve en seco.
—¿Qué está mal? —preguntó Adam—. Anna...
—Es que... no puedo verme los pies.
Sonreí y abracé mi estómago. Mis niñas estaban creciendo cada vez más grandes.
Adam suspiró a mi lado.
—Casi me da un mini infarto. Pensé que dirías que romperías fuentes.
—¿Qué? Todavía faltan unas semanas para eso, no seas exagerado. Vamos, muero de hambre.
—Bien. Solo no vayas a olvidar las fotos, no las he visto.
Apuntó hacia el vehículo, justo a la par de mi asiento en donde había estado distrayéndome en el camino viendo las fotografías de nuestra boda de hace tres días.
—Uuuh, tienes que ver las imágenes que tomó esa chica, la fotógrafa, cuando hiciste tu baile; definitivamente ella estaba enamorada de ti porque hay diez tomas, únicas y exclusivas, de tu trasero.
—Todas aman un buen trasero.
—Pero solo yo tengo permitido tocar este, ¿entendido?
—Sí, señora. Soy de su propiedad, no lo olvide —me guiñó un ojo y comenzó a bajar nuestras maletas.
Justo en ese momento el viento levantó mi vestido veraniego de color amarillo, unos centímetros más allá de mis muslos. Adam procuró devolverlo a su lugar, no sin antes recorrer con sus manos mis pantorrillas y apretar mi trasero.
—Seee —murmuro cerca de mi oído—, todos aman un buen trasero.
Le dio otro buen apretón seguido de una palmadita y luego me ajustó el vestido.
—Ujum... supongo que ahora estoy disculpada con la cámara, ¿verdad?
Él tomó el mentado aparato, y sin pensarlo, apuntó en mi dirección para tomar una foto.
Como era de modelo instantáneo, la fotografía salió disparada un segundo después.
Adam la observó antes de mostrármela.
—La cámara te perdona —dijo, sonriente.
Yo le regresé la sonrisa y me apresuré a su lado para ver la imagen y de paso agarrar las otras que se desperdigaban por todo el asiento. Pronto nos movimos para registrar nuestra habitación.


Según el folleto informativo que tomé en el área de recepción, el hotel contaba con un spa de lujo y con una piscina techada apta para todo público. Hablaban de paseos por la playa y hacían referencia del zoológico que noté desde que leí aquel cartel.
Había otras actividades de alto riesgo, y tuve que pasarlas de lado porque no eran cosas aptas para una chica embarazada.
Una pelirroja parecida a Evelyn nos saludó en el vestíbulo y aceptó gustosamente la tarjeta de crédito de mi esposo.
Nos ofreció una infinidad de servicios y, al final, nos dio la llave de la suite “luna de miel”.
Un chico en traje de botones nos ayudó con las maletas mientras Adam me sujetaba de la cintura y le daba besitos a mi cuello cuando subimos por el elevador.
—¿Quieres cenar en nuestra habitación o quieres comer algo afuera? ¿A orillas de la playa?
—Mmm… ambas cosas suenan tentadoras, pero digo que comamos en nuestro cuarto. Hoy no tengo ganas de compartirte con nadie. Además, te daré permiso de masajear mis pies.
—De acuerdo… y yo te daré permiso de poner acondicionador a mi cabello —le dio otro besito a mi cuello y no disimuló para nada su gruñido de molestia mientras el pobre botones trataba de hacernos salir del elevador.
Cuando finalmente nos movimos, tomamos el corto pasillo a la izquierda, hasta detenernos rápidamente frente a la última de las tres únicas puertas que había en ese pasillo. El botones se apresuró a dejar nuestras cosas en el suelo y Adam se aseguró de darle una buena propina antes de irse.
Me estrechó en sus brazos luego de asegurar la puerta y de darme un buen apretón.
—Muy bien Sra. Walker, pida lo que quiera en servicio a la habitación mientras yo me doy un baño. Luego quiero ver las fotos de la boda. No me dejaste tocarlas en todo el día.
—Es que salgo fea en varias.
—Más fea de lo que salió Marie con todo ese lustre azul… no lo creo.
Ambos reímos al recordar ese momento: cuando lancé el ramo de flores y mi prima lo ganó. Lastimosamente había olvidado por completo el pastelito azul que Evelyn colocó en el centro; todo el lustre fue a parar a la cara de Marie cuando el ramo se estrelló de frente.
—Y no más feo que el enano que tenías por compañero cuando se ganó el liguero y casi se desmaya —siguió diciendo Adam—. ¿Cuál era su nombre? ¿Gonzalo? ¿Augusto?
—Gustavo. Por cierto, a mi papá se le bajó el azúcar cuando metiste la cabeza bajo el vestido, intentando sacar la liga.
Ambos sabíamos que hizo más que intentar quitar la pequeña liga de encaje con los dientes. Su nariz se había frotado contra una zona que no debería frotarse cuando estabas en público. Frente a mucha gente. Frente a tus padres. Frente a menores de edad.
Lo bueno fue que papá sobrevivió y no se dio cuenta de lo que sucedía.
—El suegro no me dijo nada.
Adam se encogió de hombros mientras procedía a quitarse los zapatos.
—Sabes que te odia y que apenas te tolera.
—Creo que se va a acostumbrar. No te preocupes, nena. Todos terminan amándome tarde o temprano.
Después de decir esto se quitó la camisa, dejando ver cada pedacito de ese delicioso cuerpo; su pecho tatuado, su brazo marcado con tinta.
Me sonrió como un sinvergüenza porque sabía que yo no podía dejar de verlo.
—¿No tenías hambre, preciosa?
—¿Quién?
—Tú, ¿no dijiste que serías capaz de comerte un burrito de pollo del tamaño de un camello?
—¿Qué? Yo no dije eso… en voz alta —me sonrojé.
—Claro que sí lo hiciste. Te escuché a la perfección. Ahora… ¿dónde conseguiremos un burrito de ese tamaño?
Me lanzó su camiseta echa una bola y yo se la regresé con la misma velocidad.
Él rió en voz alta y continuó desabrochándose los pantalones.
—¿Entonces? ¿Prefieres comer o quieres acompañarme con una ducha? Encantado pido servicio al cuarto y pregunto si tienen burritos de pollo…
—¡Basta! No estaba siendo literal cuando lo mencioné.
—De acuerdo… —bajó la vista a sus dedos que seguían con la ardua labor de abrir la bragueta de su pantalón. Pero por alguna razón todavía no se los quitaba.
Empezó a mover sus caderas de forma seductora y casi se me doblan las rodillas al notar su concentración en dicho movimiento.
—No puedo bajar esto, se quedó trabado a mitad de camino. ¿Quieres ayudarme? —preguntó.
Yo aún no decía nada y parecía que tampoco hacía ningún movimiento.
Adam seguía intentando bajar el cierre mientras yo admiraba su concentración.
Un mechón de su cabello negro se detuvo en su frente y se pegó allí gracias a una gota de sudor.
—¿Nena? —él alzó la vista y, sin poder evitarlo, notó mis ojos bizcos.
—¿Eh? —parpadeé varias veces intentando concentrarme, pero no podía apartar la mirada sobre sus dedos.
—Anna, ¿quieres ayudarme o me tengo que duchar con todo y los pantalones puestos?
Al fin regresé a mis cinco sentidos y me ruboricé al ver su sonrisa de sujeto arrogante.
—Lo siento —murmuré y corrí a ayudarlo.
No sentía las manos y mis dedos parecían dedos de pollo. Para tranquilizarme, Adam besó mi frente y con sus brazos rodeó mi barriga.
—¿Por qué estás nerviosa, nena?
—Créeme, no son nervios.
—¿Entonces qué es? Tus dedos están temblando.
Me mordí el labio e hice un mohín.
—Es que…
—Te escucho.
—Es que… si no me controlo soy capaz de saltarte encima y… seguro que me aprovecho de ti durante toda la noche.
Se rió en mi cuello, dejando besitos húmedos en mi clavícula.
—No le veo el problema a eso.
—No lo entiendes —respiré hondo y me olvidé de sus pantalones para besar su pecho—. Tengo deseos de esposarte a la pata de la cama para poder aprovecharme cuantas veces yo quiera y a la hora que me apetezca.
Él rió en voz alta.
—Tengo toda una pequeña pervertida.
—Es tu culpa, me has convertido en esto.
—Bien. Entonces aprovecha y toma lo que quieras.
Extendió sus brazos y me sonrió con malicia.
—¿Estás loco? Obviamente no soy de las que esposan a sus maridos…
—Pero sí de las que se aprovechan. Así que ven, hazme tuyo, Sra. Walker.
Se rió un poco más, seguramente pensando en que yo bromeaba. Pero no. Yo no lo hacía.
—Eres muy guapo —dije para mi pesar, alimentando su ego aún más de lo que era alimentado—. Deberías temer porque quiera secuestrarte.
—Temo porque no quieras hacerlo —contrarrestó.
Entonces sin pensarlo demasiado me lancé a sus brazos y lo tomé de la nuca para bajar su cabeza y que sus labios estuvieran a la altura de los míos.
Lo besé con fuerzas y presioné mi barriga contra su estómago plano.
—¡Ou! Mi pequeña pervertida hablaba en serio —murmuró.
Le zampé un beso en la boca para evitar que siguiera hablando.
Pronto su lengua se asomó y comenzó a jugar con la mía.
Ni siquiera me había dado cuenta cuando mis pies dejaron de tocar el suelo y se encontraban alrededor de sus caderas, moviéndose con voluntad propia. ¡Por Dios! Yo parecía un animal en celo.
—Anna… espera ahí —me detuvo, rechazando mi boca cuando fue en busca de la suya—, recuerda lo que dice el libro para embarazos…
—No es momento para pensar en libros.
—Hace solo unas horas todavía te encontrabas mal.
—Me dijiste que me aprovechara. Pues bien, esta soy yo aprovechándome.
Lo agarré de la nuca y volví a aplastar mis labios contra los suyos, pero fue inútil ya que volvió a apartarme en cuestión de segundos.
—Recuerda no ser muy agresiva. Es peligroso que hagas…
—Cosas arriesgadas, ya lo sé.
Busqué una vez más sus labios pero me apartó.
—Escúchame —susurró—. Iremos lento pero seguro.
Resoplé horriblemente.
—Adam, estás matando el momento.
—¿Sabes qué olvidé? El folleto en el auto, así puedo comprobar las actividades que sí se pueden realizar…
Rodé los ojos y me bajé de sus caderas.
—No me hagas desear de verdad tener unas esposas de metal.
—No te puedo exponer, nena. Tendremos que comportarnos. Soy todo tuyo pero solo si procuramos hacerlo con cuidado.
Y como si estuviera recalcando un punto, una de las gemelas decidió patear en ese momento. Pateó tan fuerte que hasta Adam pudo ver cómo saltó el costado derecho de mi estómago.
Inmediatamente mi espalda comenzó a doler.
Tal vez no fue buena idea lanzarme de esa forma a los brazos de Adam, como si yo tuviera quince y… como si no estuviera cargando el peso de dos personitas en mi estómago.
—¡Ves! A eso me refiero. Tenemos que ir con cuidado —dijo—, con calma.
Suspiré resignada porque él tenía razón.
Cada día se volvía insoportable cargar el peso de los bebés y mis pies hinchados pagaban la cuenta.
Mi cuerpo ya no soportaba que estuviera demasiadas horas de pie, o movimientos bruscos e inesperados.
—Bien, acepto. Pero por favor ya deja de hablar y pasemos a la otra parte en donde me quitas la ropa.
—Eso está mejor.
Pegó su frente contra la mía y comenzó a levantar mi vestido hasta llegar a la cintura.
Se detuvo en cuanto vio mi ropa interior y acarició el borde de mis braguitas.
—Creo que estas no las vamos a necesitar.
Y dicho eso procedió a quitármelas con lentitud, deslizándolas por mis piernas.
Nop. No las necesitamos.
Sus manos subieron y vagaron por donde les dio la gana; sujetando especialmente mi trasero y ahuecándolo entre sus dedos. Sus labios descendieron a mi pecho para dejar más besitos húmedos y para pellizcar mi cuello.
Me hizo levantar las manos para sacar el vestido, y como no llevaba sujetador, se le facilitó el trabajo de llevar uno de mis pechos a su boca.
Mi busto estaba creciendo en gran tamaño y Adam parecía apreciar su sensibilidad y su buen ajuste entre las palmas de su mano.
Me hizo jadear cuando mordió demasiado fuerte entre mi carne.
—Lo siento —murmuró—­, se me olvida que hay que controlarnos. Es más difícil de lo que creía.
Su boca siguió lamiendo mis pechos mientras yo echaba la cabeza hacia atrás. Noté vagamente que nos habíamos trasladado a la cama, Adam quedó sentado y yo me encontraba sobre su regazo.
No quería perder ningún segundo así que me apresuré a acomodarme entre sus piernas, pero así como cuando lo besaba, me tomó de las caderas y me prohibió avanzar más.
—Nena, cuidado, ante todo. Recuérdalo.
—Tú y tus cuidados. Por favor, solo déjame disfrutar por un momento.
Negó con la cabeza y sujetó con fuerza mis caderas rebeldes que querían presionarse contra las suyas.
—Espera, Anna…
Pero me moví un poco más para que el sudor de mi cuerpo me ayudara a hacerle resbalar las manos. No funcionó y me frustré inquietamente.
—Con cuidado y lentitud. No te vayas a lastimar. Si te empiezas a sentir mal inmediatamente paramos.
—De acuerdo —murmuré de mala gana—. Iremos lento.






Claro que odié el modo “lento” al que me obligó Adam.
Lo detestaba.
Era tan frustrante que muchas veces quise llorar. Pero si lloraba sabía que él se detendría sin más razón, pensando que me encontraba adolorida o sufriendo.
Después de una lenta sesión caliente en la cama (y otra en el baño), finalmente pudimos pedir servicio a la habitación y quedarnos desnudos sobre las sábanas de tela suave, comiendo pasta a la carbonara, ñoquis aderezados con crema de yogurt y alimentándonos con bolitas de queso y pesto muy deliciosas. Incluso pidió una pizza de frutas para el postre. 
El tema era todo italiano, por lo visto.
—Y este eres tú en traje. Te ves muy apuesto —murmuré pasándole la foto en donde él aparecía junto a Key en la recepción. Chupé uno de mis dedos cuando la salsa de los ñoquis goteó en mis manos.
Había fotos de la ceremonia regadas sobre el colchón; también los platos de comida se acumulaban sobre las almohadas y un poco de salsa caía en las brillantes sábanas. A veces Adam me alimentaba, a veces lo alimentaba yo.
Miramos las fotos de cuando decíamos los votos, o cuando Adam me ponía el anillo y me enseñaba el suyo. Claro, fueron tomadas desde el proyector gigante que mandaron a instalar ese mismo día, improvisadamente, pero la calidad era efectiva y precisa.
Incluso había una muy clara de su dedo tatuado y de la leyenda en su “anillo”. Propiedad de Anna.
—Ah, aquí está nuestro primer baile —dijo Adam, levantando la fotografía de cuando bailó para mí y para el resto de los presentes—. Me veo muy sexi con sombrero. Debería dejarme crecer la barba y usar uno.
Su mandíbula se apoyaba en mi hombro desnudo y de vez en cuando daba pequeños besitos a mi cuello, ojeando las imágenes que yo iba pasando.
—¿Ves? ¿Qué te dije de tu trasero? Esa chica tomó cerca de veinte fotos mientras bailabas.
—¿Solo veinte? Yo esperaba unas cincuenta, como mínimo.
—¡Y esto! La foto más fea de todas —ni siquiera quería pasarle dicha imagen para que la viera, pero él se apresuró a quitármela.
Solo la vio y comenzó a reír.
—¡Devuélvemela! Es injusto.
—Te capturó justo cuando ponías los ojos bizcos —se rió aun más alto—. Es hermosa. Yo me quedo con esta.
La llevó fuera de mi vista, poniéndola sobre lo que parecía la mesita de noche.
—Tú tienes las mejores fotos —me quejé viendo una de mis favoritas: Adam sujetando un bebé venado.
—No es cierto. Mira qué guapa te ves aquí, luciendo tan embarazada.
Me señaló la imagen.
Era cierto. Me miraba irreconocible en mi hermoso vestido de novia, con mis seis meses y medio de embarazo, estaba radiante.
—La verdad es que Evelyn superó mis expectativas.
Ella se había despedido de nosotros a la mañana siguiente. No sin antes asegurarle que tendría una participación en la organización y decoración del baby shower. Ella misma me advirtió que no dejara pasar más tiempo para decirle a Adam sobre las gemelas; al menos tenía que hacerlo porque le debía la plena confianza que él me estaba mostrando.
Quería (en serio que quería con todas mis fuerzas) enseñarle las imágenes que la Dra. Bagda me había dado en las últimas revisiones, pero mamá (a quien se las había encomendado para cuidarlas) las perdió.
Me aseguró que las tenía bien guardadas en su bolso; pero que después, cuando se las había pedido esa misma noche, ya no las encontraba. Ella me juró que solo se descuidó un momento en el baño, cuando le pidió a alguien sostenerle el bolso, pero nunca notó que ya no las tenía consigo.
Mi pregunta era: ¿por qué alguien las podía querer? ¿y para qué?
Ahora más que nunca tenía miedo de decirle a Adam sobre el secreto que estuve guardando tan estúpidamente desde el principio. Tal vez esto era una señal para que no le dijera nada.
Era una tonta por no confesarle antes.
—¿Ya no quieres más comida? —me susurró Adam cuando notó que no tocaba los alimentos.
—No, quiero decir sí. Quiero más comida, gracias.
Llevó una pequeña albóndiga a mi boca y la mastiqué con gusto.
—Estás muy pensativa. ¿Sucede algo?
—Solo divagando.
Se puso a alimentarme con más pasta y a darme besitos robados en el cuello.
Como mi espalda me estaba matando, cambié de posición y me senté de lado, para tenerlo cara a cara.
—Si te digo un secreto, ¿no te vas a enojar?
—¿Por qué me enojaría?
—Porque es algo he estado escondiendo desde hace… meses.
—Mmm… no me digas, ¿estás embarazada?
—Sí, ¿cómo lo supiste? —respondí sarcásticamente.
—Porque puedo leerte el pensamiento.
Me guiñó un ojo mientras alcanzaba una rebanada de la pizza de frutas.
Logré agarrar una uva verde antes que se llevara el trozo a la boca.
—¿Qué es, entonces?
—Oh, sí. Es que… yo… —me ahogué con la uva y comencé a toser. Inmediatamente Adam me dio palmaditas en la espalda para que se me pasara—. Yo… —tosí de nuevo y me aclaré la garganta cuando la uva finalmente pasó—, la doctora Bagda me dijo el sexo del bebé.
—¿Qué? ¿En serio?
Su mano se paralizó mientras intentaba tocar mi espalda.
—No te lo dije antes porque no quiero que te desilusiones si no es lo que querías… Además hay otra cosa.
—¿Qué es? ¿Es niño o niña? No, espera. No quiero saberlo. Aunque… ¿hicimos bien en comprarle una cama/cuna de color blanco?
Asentí con la cabeza.
—El blanco es neutral. Claro que no hubiera importado… más cuando son niñas.
—¿Entonces qué es?
—¿Quieres saberlo?
Asintió con la cabeza, de repente interesado en mi estómago.
—Ya te lo dije. Son… Es niña.
Una de mis hijas probablemente iba a odiarme por negarla.
La reacción de Adam fue épica: se quedó inmóvil como estatua y su boca se abrió ligeramente. Parecía como si lo hubiera golpeado hasta dejarlo en blanco.
Ni siquiera parpadeaba.
Me recordaba a los pescados exhibidos en los supermercados: tiesos, con los ojos bien abiertos y la boca sin expresión.
—¿Estás bien? —pregunté después de unos segundos en los que pensé que le había dado catalepsia.
Él no respondió, pero para mi buena suerte comenzó a parpadear.
Me acomodé en la cama durante unos segundos, esperando que regresara en sí, y finalmente lo escuché tragando.
—Estoy jodido —dijo después de un rato.
—¿Y por qué crees eso? —dije, ofendida. Mi corazón latió demasiado rápido.
—Tres chicas viviendo bajo el mismo techo. Me volveré loco. Debería ir cotizando el precio de armas de alto calibre, o empezar a ejercitar más los brazos para echar músculos y dar miedo a cualquier hijo de puta que se atreva a ver a alguna de mis chicas —se pasó una mano por el cabello y la cara—. Tal vez me convenga asociarme a un club de boxeo… especialmente cuando tú ayudes a alguna de las otras dos, Nicole y mi hija, a huir con algún patán sin futuro que quiera tomar sus virginidades…
Al decir esto último su cara se ensombreció y su labio se enrolló en un extraño mohín.
—Estás exagerando. ¡Y me ofendes! Yo jamás dejaría que nuestras hijas salieran con patanes sin futuro…
—Si descubro algo como eso… —me interrumpió. Seguramente ni siquiera escuchó alguna de las palabras que le dije— juro que mataré al desgraciado. Lo mato y no me importa nada. Veré si convenzo a tu padre de ayudarme a darle una paliza al hijo de pu…
—Adam —reí un poco—, tranquilízate. No está sucediendo en la actualidad; relájate.
Le toqué el brazo y esperé a que dejara de morderse el labio.
—Cierto —logró decir mientras suspiraba varias veces—. Tienes razón. De igual forma estoy jodido: tarde o temprano me convertiré en la única persona en este mundo que no quiero ser.
—¿En quién? ¿En tu padre?
—No, en el tuyo. Nena, ¡me pareceré a tu padre! Probablemente pierda el pelo cuando una de mis hijas empiece a tener citas… y eso es muy pronto. Nicole me dijo el otro día que conoció a un niño de su edad mientras la llevaba a clases de ballet. ¡Por eso insisto en educación en casa! Así evitan conocer “chicos” antes del tiempo adecuado. Y no digamos con la que viene en camino… quedaré calvo. Lo sé.
—Creo que estás teniendo un caso de ataque de pánico. Relájate. No pienses en eso. Además, Nicole algún día va a tener que casarse y criar hijos propios…
—¡MIERDA! —lanzó un puño contra la pared—. Soy un sucio irresponsable.
—¿Qué? ¿De qué estás hablando? ¿Seguimos hablando del mismo tema?
—Anna, nena, ¿estás bien conmigo? ¿Te sientes cómoda? Yo… yo no robé los años de tu juventud, ¿o sí?
—¿Por qué viene esa pregunta?
—Es que… no quiero ni pensar en lo que le haría al chico que embarazara a mi hija de corta edad. ¡Dios mío! Entiendo ahora a tu papá. ¡Entiendo a tu padre! Lo siguiente que pasará es que me volveré ciego como él y dejaré que se case con el patán que la embarazó. Soy un irresponsable…
—¿Quieres detenerte? Claro que no serás igual. Además yo estaré allí para apoyarte y gritarte cuando te estés pasando de sobre protector y celoso con nuestras hijas. Y serás un padre respetado y querido… deja ya el tema. No te pareces a papá en nada.
—Cierto. Mis tatuajes les darán miedo a la mayoría.
—Menos el de Bambi. Ese sí que los hará preguntarse si te lo hicieron como broma mientras estuviste en la cárcel; porque con tanto tatuaje de seguro creen que fuiste a una.
—Será mejor que lo crean.
Suspiró una vez más y sus ojos verdes miraron a los míos con adoración.
—Entonces… —susurró minutos después, acercándome a su cuerpo, ya más calmado. La comida siendo olvidada—: tendremos una niña —corrección: dos. Vamos Anna, abre la boca y dile—. Me gusta. El pequeño Noah lo dejaremos para después, porque te lo digo desde ahora, no pienso olvidarlo hasta que lo tengamos entre nosotros.
Asentí, presionando mi nariz con la suya, dejándole besitos esquimales.
—¿Y ya has pensado en el nombre? —preguntó después de un rato—. ¿Tienes alguno en mente?
Negué con la cabeza, dejando que sus manos acariciaran mi vientre y que sus dedos jugaran con mi ombligo salido.
No quería decirle que los nombres sería bueno pensarlos para que combinaran. Como todas buenas hermanas gemelas que serían.
—¿Qué te parece si le ponemos el tuyo? —respondió.
—¿Anna?
—Annabelle.
—Creo que solo generaría confusión. Y no es necesario que uses mi nombre. ¿Y por qué de repente usas mi nombre para todo?
—Porque yo quiero que lo lleve; ¿qué tal si llegamos a un acuerdo y le ponemos Belle? Así ya hay en casa una Anna y una Belle.
—¿Belle? ¿Le quieres poner así? —esperé a que asintiera con la cabeza—. Bien, no me disgusta del todo. Belle Walker. Habrá que pensarlo.
Al menos una de las gemelas ya tenía posible nombre.
Adam me sonrió con gusto, inclinándose para darle besitos a mi barriga.
—Creo que ya era hora de llamarla por su nombre. Hola Belle…—susurró en mi estómago— tendrás que soportarme en medio de tus citas. Una cosita tan pequeña como tú no debería salir con chicos idiotas hasta tener, como mínimo, treinta.
Me reí en voz alta.
—¿No eran veintisiete?
—No, ya no. Treinta es el nuevo veintisiete.
—Si tú lo dices…
Una foto de la bonita y arreglada mesa de los regalos se pegó en mi brazo. Adam la notó a tiempo para quitarla y para seguir distrayendo su mente lejos del tema de una de nuestras hijas no nacidas: Belle.
Juntos miramos las locuras que capturó la joven fotógrafa y nos reímos al ver las poses de nuestros amigos y conocidos.
Las damas de honor se tomaron cientos de fotos; con y sin nosotros. En una de ellas, todas decidieron cargar a Adam y tratar de lanzarlo al lago artificial que se encontraba cerca de los jardines.
Los chicos por su parte se tomaron fotos con un cocodrilo de piedra que decoraba una de las entradas. También posaron junto a la estatua de un león y todos se pusieron de acuerdo en pegarse un bigote falso para la siguiente toma mientras llevaban puestos sus sombreros. 
Se encontraban, junto a estas, las fotografías de cuando Marie tenía la cara teñida en azul gracias al pastelito. Y en la siguiente se miraba a Gustavo, luciendo nervioso sin saber qué hacer con una liga entre dos de sus dedos.
Había otra de Adam entre mis piernas mientras quitaba el pedacito de encaje. Y otra más de cuando Nicole pasó al escenario a cantar una canción de su banda favorita, a petición del público. Esa noche escuchamos mucho de Selena y Justin.
Miramos también las imágenes que capturaron el momento en que mis padres lloraron juntos y luego se daban un beso. La abuela de Adam aparecía en muchas de ellas, repitiendo comida en el bufet y rellenando su vaso de vino.
Rita, Key, Mirna, Dulce, Mindy y Shio, todos mis amigos posaron en otra foto para salir en el kiosko con el techo lleno de flores. Había varias para distraerse.
—Dime… —saqué el tema mientras observábamos más fotografías juntos—: y si tenemos otra hija, ¿cómo le pondríamos?
—Mmmm —él apartó la foto para luego tomar otra de la pila de imágenes—. No lo sé. ¿Qué tal algo que rime con el nombre de nuestra Belle? ¿Elle?
—¿Elle?
—Sí. ¿No creerás que se irá a resentir porque las llamemos de forma parecida?
—No creo… aunque no tengo experiencia. Soy hija única, ¿recuerdas?
—De acuerdo. Oh, ¡lo tengo! ¿Qué te parece si la llamamos Bella? Belle y Bella… y Nicole… y Noah. Tendríamos dos B y dos N. Me gusta. Así como tú y yo: A y A. Habrá que trabajar en esa otra bebé también, pero para eso ya tendremos tiempo.
Me dio un largo beso en la boca.
—Me parece bien Bella. Suena a novela romántica de vampiros.
—Pero nuestra Bella será distinta. Yo me encargaría de matar al susodicho que quiera clavarle el diente; de eso estoy seguro.
Reí en voz alta, estirando el brazo para tomar una rebanada de pizza y llevarla a mi boca.
—Tal vez después decidamos cambiarle el nombre… no sé.­ Hay tantas protagonistas dentro de las páginas de mis libros que admiro. Pensaré en algunos.
Suspiré contenta. Tal vez los nombres fueran improvisados, pero me gustaban: Bella y Belle.
Sí, ya podía imaginármelas.
—Pero por ahora soy feliz con sólo una pequeña en camino —dijo Adam de repente, acariciando mi estómago—. No creo que podría aguantar con otra; me volvería loco antes de cumplir los treinta. Aunque hay una ridícula tradición en nuestra familia… La mayoría de bebés Walker vienen en parejas. Pero no te asustes, es solo un mito. ¿Te imaginas embarazada de gemelos? ¿Cuán ridículo sería? Pensaría que estamos de mala suerte. Sería el colmo si hubiera pasado.
Aparté la vista, herida por su comentario.
—No es tan malo —murmuré débilmente.
—Oh, sí es malo. Agradece que no nos pasó… ¡Mira esta! —chilló, distrayéndose del tema central cuando pasó a otra fotografía de él y yo besándonos.
Asentí vagamente con la cabeza. Todavía con la mente en el tema de los gemelos.
¿Por qué Adam pensaba que era ridículo?
Para mí no lo era.
Quería gritarle que sí, efectivamente sería padre de dos niñas. Pero por alguna razón me volví cobarde al verlo tan feliz.
Pasados unos minutos decidí mejor seguir pretendiendo que veía las fotografías, aunque en realidad no lograba sacar sus palabras de mi mente.
¿Por qué sería tan malo tener gemelos? De todas formas yo no había pensado en embarazarme al doble.
Perdí el apetito repentinamente cuando mi estómago dio un vuelco y me entraron ganas de vomitar.
Logré calmarme a tiempo antes que Adam notara mi reacción o sino me enviaría a casa y no podría darle de una manera discreta la noticia del embarazo.


A la mañana siguiente ya me encontraba mejor.
Incluso descorrí las cortinas de la gran pared de vidrio con vista espectacular hacia la playa, dejando que el sol entrara a la habitación e iluminara las paredes de color coral.
La noche anterior me encontraba tan cansada que después de ver todas las fotos, ya había cerrado automáticamente mis ojos. No pude seguir interrogando a Adam y su repentina fobia por los gemelos.
Además ya sabía que él sería un buen padre; no tendría que dudar que su comentario lo hizo, más bien, por su salud mental y para beneficio de no quedar calvo antes de los treinta.
Le daría una nueva oportunidad para reivindicarse.
—Hoy quiero nadar con las tortugas —le dije cuando apenas se levantaba. Sus ojos parecían desenfocados y sus piernas estaban todavía enredadas entre las sábanas.
Lo escuché bostezar por un rato y luego me sonrió con torpeza.
—¿Qué dijimos ayer de las tortugas? —preguntó con voz ronca.
—Que no van a mutar y a comerme viva. Vamos, levántate. Ya pedí el desayuno y esta mañana confirmé de qué tamaño eran. Tienen todo un estanque.
—Hoy estás madrugadora.
Me encogí de hombros.
Las bebés me patearon desde temprano, una de ellas fue más fuerte que la otra… además de insistente. Tuve que levantarme en contra de mi voluntad.
Reconocía que mi espalda me estaba matando, pero me encontraba entusiasmada con la idea de las tortugas. Siempre me gustaron.
—Vamos, abuelo, levántate.
Él se levantó de un salto, dejando caer la sábana al suelo y mostrándome una completa toma de su cuerpo desnudo. Desde temprano se notaba que se encontraba firme y dispuesto.
No pude evitar los pensamientos sucios que me atravesaron.
—Oh, oh. Ahí está de nuevo la mirada de pequeña pervertida. ¿Estás segura de que aun quieres que veamos a las tortugas o prefieres hacer algo de actividad física a cambio?
Parpadeé varias veces para concentrarme.
—Quiero…
—Piénsalo bien —dijo estirándose como gato.
No fue una decisión difícil, y a pesar de que ya me encontraba cambiada y lista, no me importó cuando Adam quitó de nuevo cada capa de mi ropa.
Y para mi malestar, volvimos a lo “lento pero seguro” que tanto me sacaba de quicio.


Unas horas más tarde, cerca del almuerzo, finalmente nos pusimos en marcha para ver el estanque de las tortugas.
Me encontraba entusiasmada mientras caminábamos tomados de la mano y dejaba que la brisa fresca ventilara mis pantorrillas descubiertas.
Había toda una fila de niños y padres esperando para pasar al hábitat marino. Tomé la mano de Adam aun más fuerte y me apresuré hasta colocarnos al frente.
—No entiendo por qué estás tan emocionada. Tranquila… no corras.
Mientras entrabamos, y Adam pagaba por lo boletos, observamos un acuario entero lleno de peces de colores. Al otro lado había un centro dedicado solo para los pingüinos.
Pero cuando me giré para llevar a Adam hacia la sección que tanto quería, me encontré con su sonrisa boba… y no precisamente me la dedicaba a mí sino a la chica rubia con un avanzado embarazo que se detuvo frente a nosotros.
—¡Rosie! —gritó Adam, se movió a abrazarla y a estrecharla con fuerza—. ¿Qué haces aquí, de todos los lugares?
Ella sonrió mostrando sus dientes completos.
—¡Adam! —dijo ella, echando sus manos detrás el cuello de él y dándole un enorme beso en la mejilla—. Vine de vacaciones, ¿qué tal estuvo tu boda? Lamento con toda el alma no haber podido asistir a pesar de que me invitaste personalmente.
Y como si yo me hubiera materializado de la nada, ella me notó con sorpresa en sus ojos, sonriendo con menos fuerza que cuando lo hizo con Adam.
—¡Ambar! —dijo a modo de saludo.
Apreté los dientes y me obligué a sonreír forzadamente.
—Es Anna —corrigió Adam. Al parecer no podía quitar esa estúpida sonrisa del rostro cuando lo dijo—. Tú siempre fuiste pésima con los nombres. No puedo creer esta coincidencia.
¿Coincidencia? Pffft… las coincidencias no existían.
—Perdón —se disculpó viéndome fijamente—. Adam tiene toda la razón, soy mala con los nombres.
Murmuré un hola vagamente, pero ella no lo escuchó porque fijó su atención en Adam.
—¿Y a dónde iban?
—Llevaba a la pequeña per… a Anna a ver a las tortugas.
Rosie abrió exageradamente la boca.
—Oh no, pero son enormes. Yo me llevé el susto de mi vida cuando una pegó su boca en mi mano.
Adam entrecerró los ojos en mi dirección.
—¿Ah, sí?
—Sí, son gigantes. Bien te podrías sentar en una de ellas pensando que es una piedra.
Bien. De acuerdo. No había sido totalmente sincera con él. Pero en mi defensa, hasta esa mañana lo descubrí.
—¿Y tú? ¿viniste con alguien? —preguntó Adam, cambiando de tema.
—Vine con Mia, mi hermana. ¿La recuerdas?
Él asintió con la cabeza.
—Justo iba al comedor del restaurante para verla. ¿Quieren venir?
—Íbamos a ver… —comencé a decir pero Adam me interrumpió.
—Claro. Vamos.
Le di una mirada sucia mientras intentaba tomar mi mano para llevarme afuera. Me negué y me paré en seco cuando me vio de manera mortal.
—Pero íbamos…
—Yo de verdad no lo recomiendo —dijo Rosie de manera teatral—, el olor del estanque hizo que me mareara. Creo que se me bajó hasta el azúcar.
Y no podría decir que mentía porque se miraba echa un asco.
Tenía ojeras bajo sus ojos y se encontraba tan pálida como un fantasma.
De pronto dio un traspié, y Adam inmediatamente la sujetó de la cintura.
Él me miró con una disculpa en sus ojos.
—Creo que tenemos que llevarla con su hermana. Después considero si es saludable para ti ver o no a las tortugas —dijo mientras dejaba que Rosie se apoyara en él.
Me crucé de brazos por un momento, odiando comportante de manera tan egoísta porque yo no sentía las ganas de ayudarla en lo más mínimo.
—Anna —llamó Adam cuando vio que no me movía—. Ve adelante por favor. No quiero que te pierdas.
Rosie me dio una sonrisa llena de simpatía, haciéndola lucir más amable de lo que mi mente aceptaba.
—Lamento de verdad arruinar su paseo —murmuró ella con voz débil.
—No es ningún problema. Tenemos ocho días para recorrer todos los lugares.
—¿Ocho días? ¡Qué coincidencia! Yo también me quedo por ese tiempo.
Resoplé audiblemente.
Como dije, las coincidencias no existían. De eso estaba segura.
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Published on August 19, 2014 20:11
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Lia Belikov
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