Capítulo 11 - PFQMG

11 Cómo aprendí que no eras lo peor que me podría pasar
Rita


De acuerdo, hay que llamar las cosas por su nombre: resulta que la "suite de lujo" en el motel, es simplemente una engañosa forma para etiquetar a su única habitación limpia y con una mano de pintura fresca. Ésta es diferente a las otras habitaciones que vamos pasando y que casi se consideraría como ruinas más antiguas que las mismas pirámides de Egipto (y no estoy exagerando).

Nuestra suite es del tamaño de una caja de zapatos, con una sola y diminuta cama y con un mini refrigerador lleno de bebidas energéticas y barras de cereal que ya casi alcanzan su fecha de caducidad.

El colchón de la cama es duro como cemento y hay una sola ventana en todo el dormitorio.

El aire acondicionado no parece funcionar muy bien que digamos y, cuando lo enciendo, una espesa nube de polvo flota por unos instantes antes que un ruido de motor ahogado le siga.

Observo todo con gesto horrorizado, pensando en lo mejor que me sentiría estando en el campamento, en lugar de estar encerrada con Key en una habitación en donde seguramente ocurrieron un sinfín de asesinatos.

—¿Quieres darte un baño primero o...? —Key se detiene de hablar, sus ojos repentinamente observan lo que hay debajo de la cama.

Yo también sigo su ejemplo y me inclino más cerca para ver lo que él mira.

—¿Qué ocurre? —susurro lentamente.

Él frunce el ceño y se acerca más para ver algo que se esconde bajo la cama.

—¿Qué estás...? ¡Santo cielo, ¿eso es una rata?! —comienzo a gritar con fuerza y me lanzo a los brazos de Key mientras mis gritos rompen la barrera del sonido.

—¡Rita, cállate que atraes a la rata!

—¡Aaahh! —me pego a su cuerpo como si fuera una garrapata, y mis gritos aumentan.

—No... puedo... cargarte... Rita...

Pero no lo escucho una vez que la rata gris decide salir de su escondite y corre hacia la esquina más cercana.

Inmediatamente mis pies suben más arriba del torso de Key y mis pechos están restregándose en su cara.

—¡Haz que se vaya! —grito histérica—. Key, la rata. ¡Sácala, sácala!

Pero entonces la rata hace un movimiento inesperado y se acerca hacia nosotros, deteniéndose prudentemente a unos buenos cincuenta centímetros.

—¡Aaaahhh!

Empiezo a escalar otra vez por el cuerpo de Key.

—Rita... ¡Basta! —grita él. Inconscientemente mis dedos agarran su cabello claro y comienzo a jalarlo con brutalidad.

Key pierde el equilibrio, lanzando una maldición, cayendo al suelo conmigo todavía en sus brazos. Esta es la segunda vez en la noche que ambos terminamos en el suelo.

Estoy segura que ahora estoy gritándole en el oído, pero no me importa. Jamás me llevé con una rata... Las madres y las ratas son la epidemia para mí.

Escucho a Key rogando para que me calle, pero lo único que mi cuerpo siente es a la rata, parada a poca distancia de nosotros. Eso es hasta que se va la luz en la habitación y todo queda a oscuras.

Entonces ahí es cuando el pánico comienza y los gritos verdaderos empiezan.

—¡Keeeeeeeeeeeeeeeeeeeey! —sollozo—. La rata, la rata…

—¡Rita... aleja tu rodilla de ahí! —gruñe él en la oscuridad. Hay algo peludo que está trepando por mi pierna y no puedo evitar tratar de aferrarme a él en todo lo que pueda.

—Odio las ratas —murmuro/sollozo al mismo tiempo.

—Rita —la voz de Key suena cerca de mi oído, casi al borde de perder la paciencia—. Tu rodilla está... masacrando mis partes privadas. Suelta...

—Oh, perdón, lo siento. Pero la rata...

—La rata seguro ya se escondió con todos tus gritos. Ahora levántate y mueve tu rodilla con cuidado y lentitud… y por todos los cielos: deja de gritar como si te estuviera torturando.

De nuevo algo toca mi tobillo, siento una cola restregándose por mi pantorrilla y... grito por millonésima vez; subo mis rodillas a la altura de mi pecho, o más bien del pecho de Key.

—Au... —Murmura él como si le hubiera sacado el aire—. Ahhh, creo que me dejaste estéril.

Su voz suena aguda, no deja de sollozar al igual que yo. En un arrebato me empuja fuera de su cuerpo y me hace rodar de lado.

Entro en pánico y me pongo de pie rápidamente, corriendo a lo que creo que es la cama. En mi camino resbalo con algo y caigo de cabeza al suelo.

Sin importar cuánto me duele el golpe, vuelvo a ponerme de pie y esta vez uso mis manos para palpar las cosas que tengo frente a mí y que no puedo ver en la oscuridad.

Encuentro finalmente la cama e inmediatamente abrazo mis rodillas.

—¿Key? —llamo una vez que mis niveles de adrenalina bajan y no se escucha un tan solo sonido en todo el lugar— ¿Key dónde estás? Ya no te escucho llorando.

Repentinamente oigo cómo él se aclara la garganta y pequeños sonidos de protesta salen de sus labios.

—Yo no estaba llorando —gruñe finalmente.

—Te acabo de escuchar. Sí llorabas.

—No, yo no lloro. La única vez que lloré fue en el kinder, cuando creí que mis padres me dejaban ahí para siempre.

—Bien. ¿Te subes conmigo a la cama? La rata puede trepar fácilmente y… tengo miedo.

—¿Y para qué me quieres en la cama? Yo no puedo ahuyentar tus temores.

—Entonces pretende que por esta noche sí puedes; además creo que las sábanas huelen a orina de gato y acabo de tocar algo pegajoso que puede ser pupú de ratón.

—Asco. No gracias, yo no subo. Después de ese golpe, seguro y me quedo sin descendencia.

—Por favor. No me hagas suplicar; voy a entrar en pánico si no me dices que lo que estoy tocando es simple champú derramado en la cama.

Lo escucho suspirar mientras hace el intento de levantarse del suelo. Sofoca un grito de dolor cuando se pone de pie y luego se estira

—Bien. Sigue hablando, para guiarme por tu voz —dice.

—Oww, eso sonó romántico.

—Estoy rodando los ojos.

—Y yo estoy sacando la lengua.

—Subiendo mi tercer dedo

—¿Tu tercer…? A ver: uno, dos, tre… ¡Eres un grosero! Ahora estoy cruzando los brazos y haciendo pucheros.

—Y yo vuelvo a rodar mis ojos… ¡Ah!

—¿Qué? ¿La rata? ¿Sigue ahí? ¿La mataste?

—No, tropecé con una lata de soda. Dime una cosa, Rita Fiorella Day: ¿por qué te convertiste en esta persona que... ? —escucho cómo arrastra sus pies y casi de inmediato, la orilla de la cama baja— ¿... carga su propia navaja y tiene gas pimienta en el bolso? ¿Te ocurrió algo? ¿Qué te hizo no creer en el amor y temer a las ratas?

Resoplo cuando noto lo poco sutil que suena para que yo deje de pensar en la misteriosa sustancia que tanteo con mis dedos.

—¿Qué te hace pensar que no creo en el amor? Lo hago, creo en el amor. Pero no creo en los hombres... Saben qué palabras decir para que te enamores y luego abandonarte.

—Odio sonar trillado pero... no todos somos iguales.

—Tal vez no sean iguales pero todos tienen los mismos instintos de cazador y fueron hechos con los mismos huesos.

—¿Y cuáles serían esos instintos?

—No quiero hablar de instintos. Quiero hablar sobre el pupú de ratón en mi mano. No me atrevo a oler nada…

—Bien. Espera ahí, todo está muy oscuro… voy a encender esto…

Y antes que pueda preguntarle acerca de lo que se supone que va a encender, la pantalla de un celular ilumina toda la habitación.

Él apunta con el aparato hacia mi cara y baja hacia mi mano derecha.

Me pide que la extienda y observa atentamente la sustancia café que está untada en mis dedos. Todavía sigo con la boca abierta y con los ojos igual de exagerados.

—Déjame ver… —murmura mientras acerca mi mano a su nariz—. Mmm… tal como temía: es pupú de ratón.

Yo sigo en trance, sin poder ver otra cosa que no sea él.

—¿Rita? —pregunta cuando ve que no me inmuto con sus palabras—. ¿Estás bien? Solo bromeaba. Es chocolate derretido, el que ponen de cortesía bajo la almohada.

Levanta su celular y alumbra directamente mi rostro cuando nota mi carencia de cualquier reacción.

—¿Ri… ?

—¿Tenías contigo un celular todo el tiempo?

Él abre exageradamente sus ojos y se queda observando el aparato.

—Santa mierda…

—No. La mierda no puede ser santa. O es mierda o no es nada —enderezo mi postura y gateo sobre la cama para acercarme a él—. Ahora aclárame una cosa: ¿no dijiste que habías dejado tu teléfono en el autobús? ¿Qué hacía entonces en tu bolsillo?

—Bueno… Da la casualidad…

Sigo gateando hasta detenerme a una buena distancia entre su cuerpo y el mío.

—Y no es por falta de batería porque puedo ver que perfectamente está cargado —lo acuso, mi voz comienza a sonar aguda y mi respiración se está descontrolando, poco a poco la furia va en aumento—. Así que habla o juro que te dejo sin herencia familiar.

Veo hacia su entrepierna para probar mi punto.

Él traga saliva y levanta ambas manos a la altura de su cabeza.

—Ya va, estás actuando como maniaca. Es solo que… se me olvidó que lo tenía guardado. Se supone que en el campamento los teléfonos son prohibidos, lo llevaba en secreto.

—¿En secreto? ¿Quieres saber otro secreto? —me apresuro a llevar una mano entre mis pechos, bajo la blusa, y rebusco cerca del elástico de mi brasier; entonces levanto triunfalmente mi navaja de enchape rojo para que Key la observe. Ésta se abre automáticamente en el aire mostrando una cuchilla afilada de siete centímetros—. Yo también tengo mis secretos.

Él se levanta como resorte fuera de la cama, luciendo más asustado que nunca.

—Rita. Calma.

—Dime, ¿por qué no pudiste llamar a tus hermanas con tú teléfono? Tuvimos que hacer todo un show para que la chica de la tienda nos prestara el de ella… ¡La besaste incluso! ¿Por qué, Key? ¿Por qué?

—No es lo que parece.

—¿Y por qué rayos me trajiste a un motel de los Mil Asesinatos si bien podías haberte ahorrado todo esto? ¿Qué querías hacerme? ¡Violador!

—¿Violador? —tuvo el descaro de reírse en voz alta—. Dijiste que no habías traído tu navaja… Aquí la mentirosa eres tú.

—Ay por favor. No podía confiar en decirte que estaba equipada. Soy una chica, se supone que “soy un mar de secretos”, jodido imbécil. Además, no intentes comparar el esconder una pequeña navaja con esconder un teléfono celular. Así que habla ahora y dime por qué me trajiste a este lugar y no decidiste llamar en primer lugar a una de tus hermanas.

—Hay una simple explicación, y lo hice por ti.

—¿Por mí? Me deseas, ¿no es cierto? ¡Me trajiste a este sitio para violarme! Pero te lo advierto desde ahora: te jodiste, ¡te jodiste si creías que podías hacerlo! Soy una luchadora por naturaleza y antes de que logres tumbarme boca abajo primero te corto las…

—¡No intento violarte, tú, loca desquiciada! —grita él—. Es más, tú intentaste violarme a mí primero.

—¿Cómo? —sueno incrédula.

—Claro, intentabas violarme ahí en el suelo —señala el lugar en específico—. “Oh, Key. La rata, Key” —imita con voz falsa y aguda—, “atrápame en tus fuertes brazos, Key”

—¿Qué? ¿Yo?

—Sí, tú. Pero claro, todo era parte de tu actuación para seducirme. Qué bien fingiste cuando trepabas por mi cuerpo.

—¡No estaba actuando! Le tengo fobia a las ratas.

Lo señalo con mi navaja.

—Apuesto a que las luces se fueron por tu culpa —continúo—. ¿Por qué me trajiste aquí?

—Oh, claro, cúlpame de todo. La culpable eres tú. Si no hubieras aceptado el trato con mi hermana nada de esto hubiera pasado.

Me congelo en mi lugar. Abro la boca para insultarlo pero me ahogo en las palabras.

—¿Tú…? ¿Qué…? ¿Cómo?

—Lo sé. ¡Sé tu plan y el de mi hermana! Ella te iba a pagar por seducirme, lo que me parece ridículo por cierto, y tú aceptaste.

—Eso era entre tu hermana y yo.

—Pero tenía todo que ver conmigo.

La luz de celular se apaga, dejándonos de nuevo a oscuras. Key toca la pantalla con el dedo y continúa alumbrando en mi dirección, aun temeroso por mi navaja.

Finalmente suspiro y bajo la mano que sostiene a Phillip.

—Lo siento —digo luego de un largo suspiro tranquilizador—. Yo no quería hacerlo pero no tuve otra opción. Ocupo el dinero y me pareció sencillo el trabajo… Pero espera, eso no explica el por qué me trajiste a este sitio de mala calidad.

—Te traje porque… porque quería probar que yo podría enamorarte primero.

—¿Que tú qué?

—Quería darte una bonita lección: Key no es un muñeco Ken, aunque el nombre suene parecido, con el que pueden jugar fácilmente. Mia lo intentó una vez, no quiero volver a pasar por la misma jodida cosa de nuevo. Tengo un límite aunque cueste creerlo. Quería volver a intentar la relación con Mia, pero me di cuenta que hacerlo solo es pérdida de tiempo.

—Woa. Alto ahí, vaquero, ¿querías enamorarme? —resoplo—. Es más probable que el mundo se congele primero.

Él me da una mirada ofendida.

—¿Estás apostando conmigo?

—Oh, Key, Key, Key. Yo soy una hábil apostadora; no te recomiendo meterte en aguas peligrosas.

—Estás apostando —afirma—. Bien.

—¿Y para enamorarme tenías que traerme a este sitio? Empezaste con el pie equivocado, vaquero. Lee un poco más, así sabrás lo que le gusta o no a una chica. Y un motel de mala muerte con el nombre “Cama de Fuego” no es precisamente el lugar más romántico para quebrar la voluntad de alguien y seducirlo.

—El motel no estaba dentro de los planes… pero me declaro culpable con lo del autobús. Yo ordené que se fueran.

—¿Tú ordenaste eso? —empiezo a apretar mis puños con fuerza—. ¿Te atreviste a hacer eso? ¡Eres un imbécil!

—Quería hacer una jugada. Tal vez funcionó después de todo.

—¿Funcionó? ¡Estás loco si crees que estás a un paso más de “seducirme” primero? Estás muy lejos de eso. Ahora vas a tener que sacarme de aquí.

—Bien, bien. Viendo que las cosas se arruinaron… y que la habitación me da escalofríos, entonces sí, nos iremos.

—Fabuloso. Pero vas a tener que llevarme en brazos porque ni loca piso el mismo suelo que está pisando esa asquerosa rata.

La luz de su celular se apaga de nuevo, pero esta vez lo deja de esa forma. Lo escucho moverse en mi dirección.

—Antes que nada —dice de repente—, guarda esa navaja. Casi haces que me orine en mis pantalones al sacarla. Te veías muy desquiciada.

—Y ahora soy yo la que está rodando los ojos.

—Te saco la lengua.

—Te muestro mi tercer dedo.

—Já, ni siquiera sabías cuál era el tercero hasta que lo contaste.

Se acerca a la cama y empieza a tantear en la oscuridad al igual que yo lo estoy haciendo. Doy con su cuello y él acomoda mis brazos y baja sus manos por mis hombros y por mi espalda hasta quedar en mi cintura.

—Tienes una bonita cintura —lo oigo carraspear cerca de mi oído.

Sé que no puede verme pero de igual forma aparto la mirada de su dirección.

—Gracias —carraspeo también.

Key me recoge de la cama con mucha facilidad y me carga en sus brazos.

—Mi teléfono está en el bolsillo, ¿podrías buscarlo para iluminar la puerta? —dice.

Mis dedos están temblando mientras intento llegar hasta la parte trasera de sus pantalones.

Doy con el aparato e inmediatamente lo enciendo para iluminar a nuestro alrededor.

—Oh, y hagas lo que hagas no mires el suelo —dice él.

—¿Por qué?

Mis ojos se dirigen inmediatamente al suelo.

—Porque ahí sigue la rata, comiéndose tus frituras.

—¡Sácame de aquí, rápido!

—Tranquila, Patchie, te prometo que saldrás ilesa de esta habitación.

—Agg, te detesto.

—Y… dime, si tanto me detestas, ¿por qué me hiciste acompañarte al baño si supuestamente traes tu navaja? ¿No será que simplemente me querías a tu lado?

—No te emociones. Intentaba obligarte a pasar tiempo conmigo; al menos así he visto que las parejas comienzan a enamorarse.

—Pues eres muy convincente Rita Day, mucho. ¿Entonces es verdad que le temes a las ratas o solo es otra estrategia?

—¡Con las ratas no bromeo! De todas formas recuerda que el corazón es un mar de secretos… no puedo revelarte todo.

—De acuerdo, solo no vuelvas a gritar de esa forma tan espantosa.

—Bien. Lamento lo de tu herencia familiar… y por haberte acusado de violación.

—Disculpas aceptadas.

—Ahora… ¿dónde se supone que vamos?





****


El amigo guapo de Key, Adam, nos llega a traer en un Jeep de último modelo. Milagrosamente no está pegado a la garrapata naranja de Marie o sino yo seguro ocasionaría un descontrol en el auto.

Adam se ríe de ambos cuando observa que es Key el que me carga en brazos.

—¿Puedo preguntar qué pasó? —dice él, baja el volumen de la canción que suena en la radio y nos mira de pies a cabeza.

—Se me arruinó mi zapato —respondo encogiéndome de hombros—. Además tu amigo es un idiota que hizo que casi me diera un ataque de pánico dentro del motel ese.

—Le tiene miedo a una rata —se bufa Key—. Ella, que puede castrar a un hombre con los ojos vendados, le da miedo una rata.

—Todo gran elefante tiene sus pequeños temores. Déjame en paz —ataco.

—Veo que tu plan de seducción no funcionó —dice Adam—. Te dije.

—Es mejor que te mantengas en silencio, Walker.

—Esperen —digo de mal humor—, ¿tú ya sabías las intensiones de Key?

Adam se encoge de hombros casualmente.

—Por supuesto. Es mi amigo, me lo cuenta todo.

—Ow, qué linda pareja. ¿Seguro que ustedes no son novios? ­—bromeo un poco mientras Key me empuja en la parte trasera del vehículo sin techo.

Adam se ríe y pone en marcha el Jeep, subiendo el volumen de la radio nuevamente. Key simplemente se gira desde su asiento para verme.

Una vez en la oscura carretera mi corto cabello se mueve a merced del viento, algunos mechones entrando en mi nariz y haciéndome cosquillas en el cuello.

Pronto llegamos al lugar destinado al campamente, aunque llamarlo así sería un insulto.

Esto no es un campamento. Es un jodido complejo de cabañas de lujo.

Estas eran algunas de las ventajas de salir con un chico con dinero: podías llegar a conocer interesantes lugares.

Desventajas: su familia te mira con sospecha y con desconfianza. Principalmente cierta tía de carácter fuerte a la que le encanta humillarte en público.

—¿De dónde vienen? —pregunta la mujer, la “tía Morgan”, es la primera en recibirnos con los brazos cruzados —. Tienen el cabello revuelto y están sudados y sucios.

La tía Morgan no ha dejado de vernos de los pies a la cabeza. Los padres de Key también se encuentran observándonos, solo que sus miradas no son de odio y hostilidad sino más bien de simpatía y curiosidad. Y, oh, son tan jóvenes que siento envidia de poder llegar a una edad madura luciendo ese cuerpo y ese rostro con pocas arrugas.

—Les di condones. Por favor díganme que los usaron —continúa la tía Morgan—. ¿Lo hicieron?

—¡Por supuesto que no! Escuche muy bien señora…

—Rita, ¿qué haces? —murmura Key en mi oído. Puedo decir que está muy enojado, pero lo que no sabe es que yo estoy más enojado que ella.

—Déjame hablar. Esta mujer no me conoce y no tiene idea de quién soy. Debería darle vergüenza ser tan boca suelta frente a niñas de doce años —señalo el grupo de chicas que husmean y nos observan al igual que los demás—. ¿Soy yo o usted tiene una pequeña obsesión con el sexo? No ha parado de mencionarlo desde que me vio con Key. Hola, alguien con un trauma aquí frente a mí.

Escucho risitas provenir desde el interior de una de las cabañas y eso me da valor para sacar todo lo que llevo dentro.

—Y otra cosa…

—¡¿Quién te crees?! —explota la mujer—. Tengo derecho a entremeterme en la vida de quien me dé la gana. ¡Keyton, di algo!

—No me provoque, señora… ¿Cómo? —me callo por un momento y observo a Key detrás de mí—, ¿tu nombre real es Keyton?

—Basta…. No comiences con las burlas —me acusa y yo trato de regresar a mi estado enojado pero es casi imposible.

—Sabía que no podías tener todo el paquete de chico bonito con dinero.

—¿Y si mi Key fuera feo? —se mete la horrible mujer—. ¿Qué pasaría entonces?

—Pues que sería feo y punto. ¿Qué otra cosa se imagina?

—Rita, ya es suficiente —me corta Key—. Todos tenemos una cruz en la familia.

—¡Pero no debería de ser así! Esta mujer es entrometida y… y­… —me quedo en silencio cuando veo un chico altísimo salir por la puerta principal. Tiene un rostro tremendamente bien parecido y unos ojos tan extraños, uno es de color azul y el otro es de color verde. Mandíbula cuadrada y un cabello tan oscuro como la noche que nos rodea. Está usando lo que parece un uniforme de camisa color verde musgo y pantaloncillos caqui.

Él me observa y de inmediato sus ojos se abren con sorpresa y algo de vergüenza.

—¿Rita? —pregunta casi con temor.

El tema de la tía Morgan ha sido olvidado y ahora todos los ojos están en mí. Me encuentro paralizada por un momento hasta que la rabia vuelve con fuerza, como un huracán.

—Gabriel —saludo secamente—. Muy lindo verte, claro, cuando no estás embarazando chicas y acostándote con mis amigas de la infancia.

—Oh, por favor… Eso fue hace siglos —él se calla abruptamente, notando la enorme cantidad de público que tenemos.

En un arrebato, me giro hacia Key y le señalo a Gabriel.

—Esta —digo con voz firme—, es la razón por la cual decidí dejar de creer en el amor. Esta clase de sinvergüenza es quién me provoca tener mi gas pimienta a tres centímetros de distancia con mi mano.

Y en otro arrebato, y sin necesidad de que alguien me lo pidiera, tomo a Key de la mano y me dirijo a Gabriel:

—Y este es mi novio. Supongo que estás trabajando para su familia y ya debes conocerlo. Por favor evítanos tener que ver tu cara por mucho tiempo.

Puedo ver que Gabriel luce perplejo cuando mira atentamente mi mano sobre la de Key, pero se queda sabiamente en silencio. Así como todos los presentes. Presentes a los que confesé ser novia de Key.

Ahora soy yo la avergonzada.

¿De verdad acabo de decir eso?

Sí, lo he dicho. Ahora la mamá de “Keyton” me observa con calidez y me sonríe con orgullo.

No quiero saber todavía en lo que me he metido. Solo sé que es un grave problema.
 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on July 14, 2014 20:30
No comments have been added yet.


Lia Belikov's Blog

Lia Belikov
Lia Belikov isn't a Goodreads Author (yet), but they do have a blog, so here are some recent posts imported from their feed.
Follow Lia Belikov's blog with rss.