07/ 03: FRED THE CLOWN

Aún así, Langridge me volvió a sorprender, a dejarme atónito, con su desmesurado talento para el guión, el dibujo y la narrativa gráfica. Además de las patéticas pantomimas del payaso Fred (algunas acompañadas por textos en rima, sumamente ingeniosos), hay pasajes del libro en los que el neozelandés se dedica a homenajear a los grandes próceres de la historieta, a los pioneros, y lo hace a través de una mímica PERFECTA de sus estilos. Así, de la mano de Langridge reviven aunque sea para un puñadito de viñetas los maestros Richard Outcault, Frederick Burr Opper, Winsor McCay, George Herriman, Cliff Sterrett, Billy DeBeck, Chic Young y hasta dibujantes más cercanos en el tiempo, como Walt Kelly, el Dr. Seuss, Jack Kirby o Robert Crumb.
Las historias de Fred pueden ser intimistas o alocadas, más volcadas a la peripecia o incluso más introspectivas, y todas combinan dos elementos: la comicidad y el regusto tristón, la certeza de que todo lo que sucede le sucede a un pobre tipo, a un auténtico subnormal que nunca va a ser feliz. La pésima leche que despliega Langridge a la hora de hacer humor subraya aún más este costado trágico de Fred, y por supuesto se lo toma para la chacota. El ritmo increíble que le pone el autor a las secuencias más aventureras hace que se destaquen aún más sus escenas pachorras, en las que se impone un ritmo mucho más tranqui. Claramente, el neozelandés tiene un control milimétrico del tempo de relato, que le permite incluso salir bien parado de experimentos limados como el de la página en la que el pececito se cae de la pecera en la terraza y Fred lo ataja en la vereda, una cátedra absoluta, que debería usarse en las escuelas para explicar el infinito potencial de la historieta.
En el estilo de los clásicos o en el suyo propio, Langridge no para un minuto de tirar magia. Su claroscuro es impresionante y está complementado a veces con grises aplicados en el photoshop y a veces con un laburo fastuoso de texturas y crosshatchings en los que se ven horas y horas de rotring (no creo que sea plumín) en cada puta viñeta. En todos los casos el nivel del dibujo está totalmente fuera de escala y nos muestra a un historietista definitivamente quintaesencial (de nuevo la palabrita que tanto altera a un par de nabos) en su mejor momento, subido irreversiblemente al Olimpo de los mejores dibujantes de la historia de este medio.
No quiero seguir babeándome. Simplemente subrayar que este es un libro IDEAL para engancharte con Roger Langridge si aún no lo hiciste, porque tiene humor, aventuras, poesía, romance, mala leche, delirio, homenajes grossísimos a los pioneros del comic y –lo más importante- personajes, guiones y dibujos del mega-carajo. Fundamental es poco. Y sí, claro, tengo más libros del ídolo neozelandés para reseñar en los próximos meses.
Published on March 07, 2014 11:05
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