Kairo (2001)
Hay películas que te atrapan por lo que cuentan, otras por cómo te lo cuentan y algunas por introducir en tu mente imágenes que nunca podrás olvidar, por mucho que te empeñes. Y no me estoy refiriendo a imágenes que simplemente te producen asco o repulsión, como es tan frecuente en ciertas películas de terror que buscan “el más difícil todavía”. Me refiero a imágenes que te sugieren algo que no sabrías describir con precisión, pero que de cualquier forma te causa pavor. En el caso de Kairo, imágenes que te sugieren desesperación, soledad, una pesadilla hecha de materiales perfectamente mundanos.
Dicen que uno de los grandes males de la sociedad japonesa es la soledad. Una tasa de suicidios elevadísima o fenómenos como los de los hikikomori parecen respuestas extremas en una sociedad en la que existen graves problemas de comunicación entre las personas. Y una película como esta parece también inspirada por dichos problemas. Porque de lo que habla sobre todo Kairo es de incomunicación: una incomunicación y un aislamiento tan espantosos que muerte y vida se convierten en indistinguibles. Ambas son igual de tenebrosas, ninguna ofrece escapatoria.
El argumento de Kairo no es especialmente original. Se trata del fín del mundo. Y además ese fín del mundo se produce porque los muertos comienzan a regresar al mundo físico. Pero no estamos ante una película de zombis. Ni mucho menos. Aquí no hay gore, prácticamente no hay sangre. Estos muertos, que llegan a nuestro mundo a través de Internet, se limitan a vagar por las ciudades, tan solos como lo estuvieron cuando vivían. Y al mismo tiempo que los muertos vuelven, los vivos se desvanecen, como si una epidemia inexplicable les hiciera convertirse ellos también en fantasmas.
Entre medias unas cuantas imágenes inolvidables. Esas personas que se convierten en sombras, esas habitaciones selladas con cinta roja. Esas misteriosas páginas web que nos muestran un Más Allá mucho más temible que las clásicas visiones del Infierno, llenas de demonios que torturan a sus víctimas durante toda la eternidad. No hay que buscarle un significado a lo que sucede o preguntarse por qué sucede. Para disfrutar Kairo simplemente hay que dejarse llevar por esa tristeza sin límites que se extiende como una plaga por las esquinas de un Japón desolado.

Bienvenidos al fín del mundo
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