Capitán Jenny - Capítulo 52

CINCUENTA Y DOS



Nick pasó una noche agitada. Dando vueltas y más vueltas en la cama, recordó machaconamente la última frase de su madre antes de retirarse a sus habitaciones: <>. Sí, también él creía a Jenny capaz de enfrentársele de forma tan directa al descubrir que había estado engañándola. Que le jurase o no que se había enamorado de ella, iba a servir de poco, porque en ella primaba, ante todo, la honestidad y él no había jugado limpio.

Bajó a desayunar con el único apetito de volver a verla. En el comedor se encontraba únicamente su madre. Le dio los buenos días y ella, sin responder, apenas alzó la cabeza para recibir su beso. Se veía a la lengua, por sus ojeras, que tampoco había pasado buena noche y que aún estaba enfurruñada. Ocupó un lugar en la mesa, sin ganas de entrar en otra confrontación verbal y aguardaron ambos, en el más absoluto silencio, la llegada del tercer comensal.

Jenny bajó apenas unos minutos después.

Y a Nicholas se le atragantó el aire en los pulmones.

¡Se la habían cambiado! ¡Completamente!

¿Dónde estaba la mujer que él había conocido sobre la cubierta del Melody Sea? Lo que tenía ante él era un espejismo que lucía un vestido blanco de escote cuadrado adornado con pedrería. La prenda se ceñía a su estrecha cintura y las mangas, abullonadas y acuchilladas, permitían admirar la seda del jubón en tono verde, como sus ojos. Llevaba su oscuro cabello recogido por una toca y la pequeña gorguera rizada, casi transparente, que acariciaba su nuca, era una delicia que parecía haber sido creada solo para ella. Russell nunca había visto algo tan hermoso y deseable.

-¡Nick! –exclamó al verlo, con la intención de correr hacia él. Pero se reprimió de inmediato porque había estado en un tris de dejarse las narices con el ruedo del vestido cuando bajó las escaleras. Cruzó las manos sobre las amplias faldas, observando descaradamente, sin diplomacia alguna, lo soberbio que estaba Nick vestido como un verdadero caballero. Se dio cuenta de que había permanecido demasiado tiempo mirándole, carraspeó y saludó:

-Buenos días.

A su pesar, lady Ariadne asintió sin disimular su agrado. Jennifer parecía una dama. Pero no se engañaba: solo lo parecía.

-Acompáñanos a la mesa, querida –le pidió-. Nicholas ha venido para interesarse por tus adelantos. Al parecer, no podía esperar- le echó una mirada resentida.

Summers se apresuró a retirarle la silla y Jenny se lo agradeció con otra sonrisa tensa. Era cierto que, una vez que la criada de lady Ariadne había acabado de vestirla y peinarla, se había encontrado primorosa, pero empezaba a marearse. Respiró hondo, tomó la servilleta y se la puso sobre las rodillas.

-Estás preciosa, Jenny –alabó Nick. Ella volvió a inspirar con ansia, un poco pálida-. ¿Te encuentras bien?

¡Qué diablos iba a encontrarse bien! La parte superior del vestido le comprimía sus pechos y se entallaba de tal forma en la cintura que apenas podía meter aire en los pulmones. Acostumbrada como estaba a utilizar pantalones y camisas de corte masculino, encontrarse embutida en aquella coraza le estaba resultando un suplicio. ¡Jamás se podría acostumbrar a esa indumentaria! A pesar de todo, asintió.

Summers, consciente de una incomodidad de la que no parecían apercibirse ni la condesa viuda ni su hijo, le sirvió el desayuno y abandonó el comedor para dejarles privacidad.

-No creo que pueda comer nada.

-Y eso ¿por qué? –se interesó la condesa.

-Porque me estoy ahogando, milady.

Nick arqueó una ceja y luego, comprendiendo lo que le pasaba, estalló en carcajadas.

-Acabarás por habituarte a estos vestidos, cariño.

-Si no muero en el intento –gruñó, mirando con verdadero apetito la variada exposición de alimentos que ella no iba a poder degustar.

-Respira despacio –aconsejó lady Ariadne-. Toma aire de poco en poco.

-Ahora entiendo la causa por la que muchas damas se desmayen –gimió, llevándose la mano al pecho. Pero hizo lo que la otra le indicaba y, al cabo de un minuto, empezó a sentirse mejor.

Nick volvió a reír y ella le lanzó una muda advertencia que le hizo enmudecer.

La charla en la que se enfrascaron la condesa viuda y Nicholas, la incómodo. Porque la una daba cuenta detallada de todos y cada uno de los cuidados a los que la habían sometido y el otro asentía constantemente, satisfecho, dedicándola toda su atención a la dama, sin pedirle a ella que interviniera en la conversación y, peor aún, sin dedicarle una sola mirada. Se encontraba desplazada. Lady Ariadne estaba acaparando a Nick y ella deseaba quedarse con él a solas para decirle lo guapo que le encontraba y comérselo a besos.

Tampoco dejó de darse cuenta de la familiaridad con la que aquellos dos se trataban, lo cómodo que Nick parecía encontrarse allí, como si fuese su lugar habitual. Eso la hacía que pensar porque, aunque él no hubiese sido siempre un buscavidas, tampoco acababa de comprender su verdadera relación con una mujer como la condesa, por mucho que dijese conocerlo desde la cuna. Había algo extraño entre esos dos. Algo inexplicable que no alcanzaba a comprender, pero que se propuso descubrir.


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Published on March 27, 2013 16:01
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Reseña. Rivales de día, amantes de noche

Nieves Hidalgo
Preciosa la que ha hecho Lady Isabella de Promesas de amor.

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