Capitán Jenny - Capítulo 2


DOS



Nicholas Russell guiñó disimuladamente un ojo a la damita que salió a su encuentro. Conocía a la joven y había pasado con ella momentos muy interesantes, pero ahora debía fingir. Isabel le esperaba y todos conocían su animadversión a que sus damas de compañía mantuvieran relaciones con sus consejeros sin su explícito permiso.

Las puertas del salón le cedieron el paso y él se irguió avanzando decidido hacia el trono. Cualquiera que no conociese bien a Isabel podía pensar que su piel tratada con aceites, demasiado pálida para su gusto, era la de una mujer enfermiza. Nada más lejos de la realidad porque la soberana que gobernaba Inglaterra con mano firme gozaba de una salud de hierro.

Nicholas frenó sus pasos frente a ella y miró directamente a los ojos de su reina. Pocos se atrevían a hacerlo ya que conocían el levantisco talante de Isabel y la dama podía tomarlo como un gesto de osadía. Pero Russell era osado por naturaleza, ella lo sabía y no se extrañó que no se inclinara con la acostumbrada reverencia. A un gesto de su mano, las jóvenes que estaban en la sala fueron saliendo. Isabel llamó la atención de una de ellas diciendo:

-Brunilda. Cuando finalice esta reunión quiero ver a lord Berton.

La joven hizo una genuflexión y desapareció cerrando a sus espaldas. Entonces Isabel se fijó en la sonrisa que bailaba en los labios del recién llegado y elevó sus despobladas cejas.

-¿No vais a saludarme?

Nicholas puso entonces rodilla al suelo inclinándose ante ella.

-Majestad.

Tenía una voz templada, sedosa, terriblemente varonil. Era un hombre demasiado atractivo, se dijo Isabel. Su cabello oscuro hacía que destacaran aún más sus ojos grises.

-Y ahora, contadme qué es lo gracioso, conde de Leyssen.

Nicholas se irguió frunciendo el ceño.

-¿Perdón, mi señora?

-Vuestra sonrisa de hace un instante. Parecíais divertido.

-No es nada, Majestad.

-Entonces, decidme… ¿por qué no borráis ese gesto estúpido de vuestro rostro, Nicholas?

Él se quedó repentinamente serio. Y su atractivo fue mayor, haciendo gemir interiormente a la reina. Isabel había rebasado ya la barrera de los cincuenta años, pero no por eso dejaba de ser una admiradora del sexo opuesto. Le gustaba rodearse de belleza, tal vez asumiendo que carecía de ella.

-Y bien… -insistió.

-Es por el modo en que habéis llamado a vuestra dama de compañía, Majestad –confesó él-. Odia el nombre de Brunilda. Prefiere Nilda, mi señora.

Isabel entrecerró los ojos.

-Y vos, ¿cómo lo sabéis? -Nicholas se maldijo mentalmente. El comentario era suficiente como para alertarla-. ¿Os habéis encamado con ella?

-Majestad, yo…

-¡Silencio! –su voz áspera atronó en el salón.

Él se puso tenso, pero no por eso desvió la mirada de la mujer que tenía el poder y, por tanto, su vida en sus manos. Esperó una nueva explosión de ella, pero tras un inacabable momento, la risa divertida de la soberana le permitió volver a respirar con normalidad. Isabel se levantó, bajó las escaleras, se acercó a él y pasó sus dedos entre el lustroso cabello de su consejero. Sus ojos chispeaban como los de una jovencita. Luego le dio la espalda e hizo un gesto para que la siguiese hasta la sala continua, donde solía recibir a sus visitas más íntimas. Russell así lo hizo, cerrando la puerta tras de sí.

-Imagino –la escuchó decir-, que si yo tuviese veinte años menos, también intentaría conquistar a un hombre como vos.

-Majestad, estáis tan hermosa como…

-No insultéis mi inteligencia, conde de Leyssen –cortó ella-. ¿Creéis acaso que no tengo espejos en mis aposentos?

La repentina sonrisa masculina hizo galopar el corazón de Isabel. Ciertamente, pensó la soberana, de tener unos cuantos años menos aquel hombre no se la hubiese escapado.

-No he querido decir que seáis una jovencita quinceañera, Majestad, pero seguís siendo hermosa...

-¡Nicholas! -recriminó.

-… en sabiduría, en amor a vuestro pueblo, en justicia –acabó él-. Atributos mucho más importantes que la belleza física, perecedera en todo humano, mi señora.

Isabel no reprimió una carcajada.

-Podría mandar que os azotasen. O acaso ordenar que apliquen hierros candentes en vuestro pecho. Tal vez, hasta darme el gusto de ver rodar vuestra cabeza. Pero no puedo condenaros por mentiroso porque no lo sois, más bien resultáis encantador.

-Viniendo de vos, Majestad, es un halago.

-¡Por Dios! –volvió a reír ella- ¿Os dais cuenta que acabáis de llamarme algo así como… hostil?

-Conocéis mejor que nadie vuestros defectos y vuestras virtudes. ¿Por qué queréis que yo las enumere? ¿Tratáis de confundirme, señora?

Con un suspiro, Isabel tomó asiento y le indicó que hiciera otro tanto.

-Os necesito para una empresa importante, Nicholas.

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Published on January 15, 2013 15:01
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Reseña. Rivales de día, amantes de noche

Nieves Hidalgo
Preciosa la que ha hecho Lady Isabella de Promesas de amor.

https://florecilladecereza.blogspot.c...
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