nunca podré recomponerte totalmente, fragmento de 'dicen que los dormidos'









Fragmento de "Dicen que los dormidos", mi última novelita.






Nunca
habré podido recomponerte enteramente


juntarte,
pegarte, y articularte como se supone.


Gritos
de mula, quejas de cerdo y obscenas carcajadas


provienen
de tus grandes labios.


Peor
que en un corral.





The colossus, Sylvia Plath





Un viernes de septiembre sales de tu apartamento en Villa
Blanca, en chancletas y en una de las mil polos negras que tienes para buscar a
Laurita en su trabajo, y me dejas en tu casa frente al televisor inmenso, con
la esperanza de que cuando regreses yo ya haya vencido a uno de los dieciséis bosses del juego de playstation que
compraste apenas unos días antes. Vas en el Lancer .8 que adquiriste en tu
segunda semana de trabajo. Es negro, y aún está brillaíto. En algún momento entre tu salida del expreso y tu entrada en la Piñero te detiene un semáforo en
rojo. Eres el primero en llegar. Estás en el carril del medio. En cuestión de
segundos, dos carros ocupan los espacios vacíos. Uno es un Honda Civic, como el
que habías visto en el dealer, pero que estaba fuera de tu presupuesto. El
otro, un Volvo tinto como el que tenía papi cuando éramos chiquitos. Parpadeas
y ya tienen cientos detrás. Odias esa avenida. Subes la música del radio, que
tú mismo instalaste, y miras la hora. Por el tapón, vas cinco minutos tarde.
Laurita ya tiene que estar frente a la tienda esperando, bajo una sombrilla por
la llovizna que comienza. Ya antes te ha dicho que a la hora del cierre (las
cinco), a la jefa de la tienda le gusta cerrar y salir corriendo. En Villa
Blanca, yo descubro que tengo que hacer que el muñeco del videojuego escale una
de las piernas del coloso, para darle en el punto débil y poder vencerlo. Justo
cuando cambia la luz, en el carro que tienes a la izquierda se bajan las
ventanas del conductor y el pasajero trasero y se asoma un par de manos. Las ignoras,
aunque te parece raro, y cuando colocas el pie en el acelerador, te das cuenta
que las manos no están vacías. Una persona a veinte carros de distancia escucha
la balacera que estalla como si de año nuevo se tratase, y por un momento se
dice que quizás fue una ristra de petardos. El Civic desaparece, y aunque
tienes dos rotos en tu costado, tres en tu brazo y uno que cruzó tu oreja
izquierda y te dio en la cabeza, tu pie pisa el acelerador y emprendes contra
el Volvo, quebrándole la pierna a la señora mayor que lo conduce. Detienes el
tráfico por el resto de la tarde. 




Aunque te empiezas a morir, lo dejarás a
mitad.

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Published on September 30, 2012 13:29
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