un accidente es cuando una palma cede, fragmento de 'dicen que los dormidos'.






[Fragmento de "Dicen que los dormidos", mi última novelita. Para el párrafo inicial de la novela, cliquea acá.]




La mañana siguiente estás leyendo el periódico en la sala.
Preparo café y me siento a tu lado. Pienso cómo comenzar una conversación
casual cuando me dices que lo que te ocurrió no fue un accidente. Bebo de mi
café. Te pregunto a qué te refieres. Me dices que un accidente es alguien que
se duerme en el volante. Un accidente es cuando una palma cede y destruye un
automóvil. Lo que te pasó a ti no fue un accidente. Tiro de mis hombros. Cambio
el tema. Te pregunto si has llamado a tu viejo jefe. Me fijo que tienes una
marca justo donde el cuello se hace trapecio. Ahora tiras tú de tus hombros.
Respondes con un “no sé”. Te pregunto a qué hora se fue Laurita. Vuelves a
tirar de tus hombros. Quiero preguntarte cómo la pasaron. Quiero preguntarte
qué pensaste. Quiero preguntarte si se sintió como una primera vez, si
estuviste nervioso, si les gustó. Solías contarme esas cosas, en otros tiempos.
No obstante, lo que me dices, al mismo tiempo que le echas un poco de azúcar al
café no tiene nada que ver con esto, me dices, “me acabo de acordar de un
sueño”.




–Lo tuve anoche, también –dices, y te llevas los dedos a las
sienes. –Pero se siente como un sueño viejo. Algo que llevo teniendo por años.




Me cuentas que en tu sueño nunca para de llover. Que en tu
sueño eres parte de una caravana de barcos. Llamarlos barcos es decir
demasiado, aclaras, son más como las sobras de barcos que la han pasado muy
mal. Largas planchas de madera ojereada, con una cabaña como de playa
construida en la parte posterior. La madera está podrida. Las termitas que le
crecen son pegajosas. Pequeños insectos que echan pelos, de ojos redondos y
rojos. Cuando las aplastas se deshacen en una sustancia que apesta a almidón y
que arde. Hay días en los que los sueños constan simplemente de intentar
mantenerte libres de las termitas. Si se te pegan, te confunden con la madera y
comienzan a escarbar y a escarbar. Has visto personas con las piernas marcadas
con túneles, repletos de termitas hinchadas. Hay que estar atento siempre,
dices. No, no es una caravana, te corriges. Más como un archipiélago. Todos los
barcos están conectados por debajo del lodo. Porque navegan un mar de lodo. De
un fango que si te toca, te traga. Es como si la tierra entera se hubiese
deshecho en lodo y sólo quedásemos los tripulantes de los barcos. No nos
conocemos. De hecho, sólo he visto al hombre que fue carcomido por las
termitas. Y cuando lo hice, ya había perdido la cordura. Sus piernas salpicaban
pus. Su cara era como un borrón. No puedo recordarle ni ojos, ni boca, y no sé
si es por las terminas, o porque así es el sueño. No nos hablamos no porque no
querramos, dices. A lo lejos puedes ver otras personas en las mismas tareas.
Sacando con cubos de metal el lodo que se le entra a los barcos, casi tan
rápido como si fuese agua, por los boquetes que dejan los insectos. Es casi
como la película de la mujer en las dunas, me explicas, pero no me es familiar
la referencia.




Te detienes y bebes de tu café. Quiero que sigas.




–¿Salgo yo en el sueño? –te pregunto, sin querer hacerlo.

–Sí –me respondes.




Me dices que estoy dormido dentro de la cabaña que está en
el barco. Me dices que no es una coma, sino un dormir demasiado profundo, tan y
tan profundo que en el sueño no te atreves a mirarme por miedo a hundirte tú
también en ese sopor. Me dices que en el sueño ya ni intentas hablarme. Me
dices que sientes que te ahogas no porque realmente el barco está hundiéndose,
o porque se te hace imposible dormir, sino también porque no tienes tiempo
suficiente para mantener el barco a flote, para mantener tu cuerpo a flote, y,
al mismo tiempo, mantenerme alimentado, mantenerme libre de termitas. Me dices
que en el sueño ya has tenido que abrirme pequeñas heridas, con una vieja
navaja, para sacarme las termitas que se me han entrado por los talones. Me
dices que en el sueño temes que yo despierte antes de que me sanen los pies. Me
dices que a veces, en el sueño, no sabes si quieres que yo me despierte, o que
siga durmiendo. No sabes si valga la pena. Por más que trabajas, a veces te
frustras. A veces, sientes que no puedes más. Si uno de los barcos zozobra,
todos lo hacen. Por eso nadie puede abandonar su cargo. Sabes esto casi por
naturaleza. Como si hubieses nacido en aquel lugar. Lo más que temes, sin
embargo, es que ya estén hundiéndose y no lo sepas. Que ya alguien haya
zozobrado en uno de los primeros barcos, ya perdidos en el horizonte, o en uno
de los últimos, demasiado atrás para ser visto. Dices que apesta, también. Que
todo el lugar huele a podrido. Como si dentro de cada barco hubiese un animal
muerto. A veces piensas que todos ustedes son los animales muertos, que
simplemente no lo saben. Me dices que no sabes si se trata de un sueño o una
pesadilla realmente, porque mientras lo tienes, sientes que es lo único que
hay.




Te pregunto si soñabas esto durante la coma. Me respondes
que quizás sí. Que quizás todo el tiempo durante la coma estuviste en ese
lugar. Me dices que quizás por eso conoces todas las reglas. Te refieres al
sueño así, como un “lugar”. Quizás por eso las dos veces que has tenido el
sueño desde que regresaste sientes que te faltó algo que hacer la última vez.
Lo que no sabes es si el tiempo sigue mientras no duermes. Te digo que te
relajes. Pero no te digo que yo tengo el mismo sueño.

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Published on September 30, 2012 13:32
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