El Parásito
A El Parásito entré con dudas y por fortuna tuve el acierto de seguir. A mis 13 años, recuerdo haber creído dominar el viaje astral. Pesadillas en las que mi cuerpo quedaba inerte mientras mi espíritu se elevaba al techo absorbido por una luz sorda. Semidormido, temía desprenderme por completo y no poder volver a mi cuerpo físico. A veces también llegué a soñar tragedias en clave premonitoria.
"¿Acaso ella había tenido lo que Diana denominaba vislumbre psíquico?"
Estos vislumbres los recordé leyendo la obra de Ramsey Campbell. Con “El Parásito”, el autor no se conforma con el relato convencional de terror; se aventura en una exploración profunda del alma humana. La trama se despliega en torno a Rose, cuya vida se ve trastocada por la irrupción de una entidad oscura en su infancia luego de invocarla en un juego de Ouija. Este parásito, tanto literal como simbólico, se instala en su existencia y desencadena fenómenos inexplicables que desdibujan la línea entre lo real y lo onírico.
"Rose tenía que admitir la identidad de la criatura muerta que se había refugiado en su cuerpo. El conocimiento carcomió lo poco que quedaba de su sensación de identidad. El parásito era Peter Grace."
“El Parásito” se convierte en un relato inquietante sobre la fragilidad de la cordura, donde el terror actúa como un espejo que refleja las ansiedades más profundas de la condición humana. También se aborda el tema de la posesión del cuerpo, pero ya no por un ente demoníaco o extraterrestre, sino por el alma en pena de un brujo nazi que anhela la inmortalidad. En un panorama en el que el horror a menudo patina en espectáculos visuales vacíos, Campbell reivindica el relato clásico y la palabra escrita como los vehículos insustituibles para transmitir la esencia del miedo.