Verdades como puños. «Deseo», de elfriede jelinek
Verdades como puños.
Reseña de “Deseo”, de Elfriede Jelinek.
La mujer ha sido sustraída a la nada, y es marcada de nuevo día a día con el matasellos del hombre. Está perdida. El hombre vuelca sobre él las palas excavadoras de las piernas de ella. De la mesa caen varios objetos que pertenecen al niño, y chocan suavemente con la alfombra. El hombre es todavía de los que saben apreciar la música clásica. Con un brazo, se tiende hacia delante y pone en marcha una cadena estereofónica. Resuena, la mujer se deja hacer, y vivan los mortales del sueldo y el trabajo, pero, ¿no es cierto?, la música forma parte de esto. El director sujeta a la mujer con su peso. Para sujetar a los trabajadores, que gustan de cambiar del trabajo al descanso, basta con su firma, no tiene que poner el cuerpo encima. Y su aguijón nunca duerme en sus testículos. Pero en su pecho duermen los amigos con los que antaño iba al burdel. A la mujer se le promete un vestido nuevo mientras el hombre se quita el abrigo y la chaqueta. Lucha con el alcohol, la corbata se ha convertido en soga. ¡Llegados a este punto, quisiera vestirlo de nuevo con palabras! Antes, la cadena de música ha sido puesta en marcha con un golpe bajo, ahora la música del plato cobra ímpetu, y mueve al director algo más rápido. Mangas de sonido saltan hacia adelante para intervenir, ¡un director tiene que sacar su rabo al mundo! Su placer debe perdurar hasta que se vea el suelo y los pobres, a los que se ha vaciado de amor, sean descarrilados y tengan que ir a la oficina de empleo. Todo debe ser eterno y además poder ser repetido con frecuencia.
Se cumplen veinte años de la primera edición de esta novela en español. Fue en el 2004 cuando Elfriede Jelinek fue galardonada con el Premio Nobel, y entonces, como ha ocurrido este año con Han Kang, se escucharon muchas voces “muy alteradas” por la consecución de dicho premio. Entonces, como este año, se le minusvaloró y se le etiquetó de todas las maneras habidas y por haber —casi siempre tratando de arrinconarla y disminuir su posible nicho de lectores— de una manera y con unas formas que no son casuales, que persiguen un objeto y que se nutren de un desprecio por todas las literaturas que exploran el sometimiento de las mujeres a los dictámenes y a las violencias de los hombres. No es que nazcan esas críticas por una visión distinta en literatura (todos tenemos nuestros propios gustos y todos podemos ser virulentos en la defensa de nuestros postulados estéticos), sino que la mayor parte de la crítica literaria y de los youtubers y de los opinadores de literatura que tenemos en nuestro país son muy ortodoxos; en realidad, unos imbéciles que no son capaces ni de ser mínimamente objetivos sobre la calidad literaria o no de un libro. Ponen por delante sus ideologías y desde ella juzgan el mundo. No leen cualquier libro desde la objetividad que toda creación seria merece, sino desde las jaulas de lo que desean que leamos los demás. Aparte, son incapaces de leer algo que les saque mucho de su zona de confort. No desean que una creación les perturbe, sino que les reafirme. Y esto es un gran error, puesto que los ritmos internos de las creaciones artísticas siempre han avanzado por los sobrecogimientos y socavones que han provocado. El arte tiene que ser rebelde e incómodo, o por lo menos tener cierta autonomía de indisciplina social. Un escritor con visos de llegar lejos tiene que estar preparado para el linchamiento público, no para estar malgastando sus energías en las genuflexiones y esclavitudes que generan los aplausos.
A Elfriede Jelinek, el caso que hoy nos ocupa, nada de esto le importó ni en su propio país. Sus libros supusieron un escándalo. Este de Deseo que hoy reseñamos fue vilipendiado desde todos los ángulos porque se atrevió a tocar algo que no suele ser muy común: los abusos y violaciones dentro de un matrimonio, y no precisamente en los arrabales o en el lumpen, sino en la clase dirigente y empresarial austriaca. Toda la violencia sexual que soporta la mujer en este libro es también violencia económica y no puede desligarse una de la otra, si bien Jelinek va dejando pinceladas por aquí y por allá que en los pobres esto no cambia mucho: el decorado del abuso en todo caso, por lo que es algo estructural e incrustado en la sociedad. << ¡Nos tienen como reses y todavía nos preocupa progresar!>> exclama en una frase.
Tenemos a un director, Hermann, y a su mujer. El director tiene una fábrica de papel con el que da trabajo al pueblo. También hay un niño que va a proseguir los actos de dominación y abuso sobre las mujeres en el futuro, por lo que esta semilla de violencia se va a seguir trasmitiendo generación en generación. De hecho, Gerti, la mujer, inicia una relación con un joven y vuelven a aparecer el mismo modus operandi, las mismas violencias y el mismo clima de dominación. El mismo desprecio hacia la autonomía vital, mental y sexual de las mujeres.
No hay un hacer el amor en este libro. Todo es abuso y violencia. Todo está escrito para que sintamos asco, por lo que no es un libro sencillo de leer y para muchas personas resultará muy desagradable. Frases cortas y llenas de elipsis; metáforas sexuales en segmentos narrativos que avanzan plenos de violencia. A mi parecer, uno de los grandes logros de Jelinek es toda la crueldad y la repugnancia que provoca la lectura de esos pasajes en los que de forma reiterada y constante se abusa de Gerti. Son durísimos. No se anda con remilgos, y pese a esa crueldad y violencia tiene un lirismo salvaje y una construcción metafórica que revelan mucha calidad literaria. En todos los libros suyos que he leído hay una gran exigencia al lector, que no es sino un boomerang de la propia exigencia que la escritora se ha impuesto. Su prosa trata siempre de no quedarse en la superficie, de ahondar y llegar hasta las causas de las distintas violencias que se producen en nuestras sociedades, ya sean familiares, matrimoniales o económicas. No es nada sencillo leerla, pero tampoco es sencillo escribir así y tener tanto arrojo. Los escritores que de verdad permanecen son los que escriben con sangre sus textos y se lanzan a abrir las puertas de los abismos en cada página que ofrecen al mundo; el resto serán pasto del paso del tiempo y solo sirven para alimentar sus egos. Los escuchas hablar y lo primero que uno se pregunta en qué feria de las vanidades los han rifado, porque son todos calcados, hasta parecen cortados por un mismo patrón. Hasta sus libros son iguales. No hay diferencia, salvo el nombre de la novela y el nombre del escritor; pero hasta en eso parecen los mismos: no hay búsqueda, no hay sorpresa, no hay riesgo, no hay edificio lingüístico alguno, no hay retos, no hay nada más que vacío y hueco entretenimiento. “Literatura Netflix” se podría llamar.
Esta novela, pues, desagradará a la mayoría de los que se acerquen a leerla, pero la verdad es que hay más oficio detrás que en la mayoría de los libros que solemos frecuentar.
Recuerdo que cuando lo leí por primera vez, en 2004, justo nada más ganar el Premio Nobel, me sentí horrorizado. Hoy veinte años después vuelvo a horrorizarme. Eso tiene su parte buena y es que parece que todavía mantengo la suficiente humanidad para seguir escandalizándome por cualquier tipo de abuso. El libro no ha perdido vigencia y tristemente así hay que señalarlo. La dificultad que supone su lectura no es algo que me limite. De vez en cuando hay que elegir libros cuya lectura suponen un reto porque eso es lo que más nos hace crecer como lectores. Con paciencia se puede leer todo, y no pasa nada porque la dificultad de un libro nos obligue a una lectura lenta y reflexiva. La sociedad que ejemplifica sigue siendo la misma y una gran parte de los hombres siguen viendo el cuerpo de las mujeres cual un mero objeto a capricho; un autoservicio del que disponer cada vez que se desee. No es algo que sea fruto aleatorio de unos individuos con el corazón maligno y el egoísmo por bandera, es algo que nos atañe a todos queramos o no queramos verlo, y que vive incrustado en casi todos los ámbitos del mundo en que vivimos.
La mujer dice que el niño también tiene que comer. Su marido no escucha, hojea fugazmente su diccionario de bolsillo. La casa le pertenece, su palabra ya ha llegado allí y es considerada. Separa el sexo de su mujer, para ver si también allí se ha escrito legible. Penetra con la lengua, un día volvió a casa con ese arte como llovido del cielo. Un dios se regocija. Y pronto volverá a estar en la oficina y a bromear con su secretaria. ¡Tiene que exhibirse a sí mismo! Ensaya posiciones siempre nuevas, en las que, con pasos poderosos, lanza su carreta a las serenas aguas de su esposa y comienza a bracear como un poseso. No necesita aletas, nunca se pondría un trozo de plástico sobre su cabecita roja solo para seguir estando sano. Su mujer lleva mucho más tiempo sana. Se dobla sobre él, grita cuando de su bien equipada bellota brota toda una manada de inquietas semillas. Qué pasa. Tan fuerte solo puede crujir con el hielo alguien que no tiene qué preocuparse por su posición en la vida.
Hay también una constante en la literatura austriaca y es la denuncia y el resquemor hacia su país. Tiene que ver con tristes episodios del pasado, con las dos guerras mundiales, el nazismo, sus crímenes, su implantación y defensa por muchos austriacos, y con el profundo aburguesamiento de determinadas capas de la sociedad. Muy diferentes autores coinciden en esta crítica constante que avanza desde los últimos años del imperio Austrohúngaro hasta nuestros días: Karl Kraus, Joseph Roth, Stefan Zweig, Ingeborg Bachmann, Thomas Bernhand, Peter Handke, la propia Elfriede Jelinek, Joseph Winkler, etcétera. Los escritores austriacos podrían definirse como ese breve aforismo de René Char que decía: Mi respiración es agresiva de nacimiento. Todos parecen estar enrabietados, hartos, ser hijos del agobio. Estas formas casi se han convertido en una seña de identidad de todo el arte literario austriaco, pero hunden sus raíces en todas las violencias que explotaron en el siglo XX y que, de alguna manera, siguen latientes.
Jelinek es hija de esa tradición literaria, pero a su manera es también libre porque es una escritora indomable que huye de las tiranías que provocan los encorsetamientos. En mi opinión es una francotiradora que me recuerda cada vez que la leo (y releo) que este mundo sigue siendo una cosa muy salvaje y difícil de soportar; aunque a veces uno vive tan enfrascado en su pequeño paraíso artificial de lecturas y seres queridos que no somos conscientes de todas las violencias que conviven a nuestro alrededor.
Recientemente la editorial Temporal ha editado su “Declaración de persona física”, que según puedo leer narra una persecución fiscal de la que fue objeto y que al final quedó en nada. Conociendo a Jelinek será otra obra dura y despiadada y con verdades como puños.
Hasta otra.


