Jhereg: Intriga en el Castillo Negro
En 1983 se presentó en sociedad un nuevo autor de fantasía, Steven Brust, con su primera novela, «Jhereg» (subtitulada para su edición en español como «Intriga en el Castillo Negro»), que presentó igualmente a uno de los grandes personajes del género: Vlad (Vladimir) Taltos.
Su originalidad estribaba en que en una época donde predominaban los calcos de Tolkien, Brust bebía más de otras tradiciones paralelas, enraizadas en la espada y brujería, pero con una fuerte tendencia hacia la hibridación de géneros (es decir, añadiéndole elementos de ciencia ficción y novela negra), a la estela de su modelo y mentor Roger Zelazny. La acción nos traslada al corazón del Imperio Dragaerano, donde Vlad, pese a ser meramente humano (oriental), es miembro de una de las diecisiete grandes casas, la de Jhereg (la única que acepta a casi cualquiera que pueda pagarlo), entregado al no tan noble oficio del asesinato por encargo.
Gracias a su dominio tanto de la magia dragaerana como de la brujería oriental, Taltos se ha convertido en uno de los más reputados especialistas en su oficio, e incluso ha ascendido hasta el rango de la nobleza menor de su casa y desempeña otras labores, como servicios de seguridad para uno de los grandes señores Dragón. En esas, recibe el encargo más importante de su vida: 65.000 imperiales por acabar de forma definitiva con un ladrón que se ha llevado nueve millones de las arcas de la casa. El problema añadido es que el contrato ha de cumplirse en un tiempo limitado, antes de que se corra la voz de que es posible robar impunemente a los Jheregs.
Así pues, Taltos tiene que emplear todos sus recursos (que incluyen a su jhereg familiar, Loiosh, así como un ayudante dragaerano, Kragar, un antiguo Dragón expulsado de su casa que posee entre otras la habilidad de pasar siempre desapercibido por completo) para resolver el encargo, en el más puro estilo de la novela detectivesca. Encargo que se complica cuando descubre que Mellar, el ladrón, ha logrado asilo en el Castillo Negro de su amigo (y patrón) Morrolan (un señor Dragón), con un estricto código de honor que prohíbe el asesinato de ningún huésped. Violentar esta norma no solo tendría consecuencias funestas para Vlad, sino que podría desencadenar un nueva y devastadora guerra Dragón-Jhereng. El problema es que si él no lleva a cabo el trabajo, hay otros muchos que no tendrían tantos escrúpulos, así que la novela se convierte en una cuenta atrás para conseguir lo imposible.
«Jhereg» no es la primera novela de fantasía en seguir las convenciones de la ficción detectivesca o criminal. En 1964, por ejemplo, Randall Garret ya había creado a Lord Darcy, protagonista de la finalista del Hugo «Too many magicians» (1966) y el modelo del antihéroe ya estaba bien asentado en la espada y brujería a través de la obra de Howard o, sobre todo, Fritz Leiber y su saga de Fafhrd y el Ratonero Gris. En 1983, sin embargo, el centrarse de tal modo en una personalidad criminal estaba lejos de constituir el auténtico subgénero en el que ha devenido durante las últimas décadas (desde al menos la trilogía del Vatídico, en la segunda mitad de los años noventa).
Incluso sin contar con esa cualidad pionera, el escenario que plantea Brust es sugerente, con un empleo de la magia (y la brujería) que rara vez constituye un elemento tan ubicuo y cotidiano en otras sagas de fantasía y una historia previa que se remonta a cientos de miles de años en el pasado (teniendo en cuenta además que los dragaeranos, prescindiendo de accidentes, naturales o premeditados, podrían llegar a vivir todo ese lapso). Incluso la muerte puede llegar a ser reversible bajo ciertas condiciones, lo que implica toda una serie de reglas estrictas que tienen que establecerse, no ya para fundamentar la coherencia interna imprescindible en cualquier obra de ficción, sino por satisfacer los requisitos aún más elevados del género criminal (porque nada rompe con más seguridad el pacto de la ficción que un giro argumental sacado de la manga).
Recapitulando, «Jhereg» tenía que presentar a varios personajes; todo un escenario nuevo con su historia, política, fauna, economía y metafísica; las reglas no ya de un sistema mágico, sino dos, coincidentes pero no entremezclados; y, por supuesto las dificultades específicas del asesinato a realizar (que entroncan con todo lo demás). Todo ello, por cierto, en poco más de doscientas páginas. En otras palabras, para su novela debut Steven Brust no solo debía tener muy claros los conceptos que pensaba manejar, sino que además tenía que controlar el flujo de información para que todos los giros estuvieran bien sustentados, sin llegar en ningún momento a saturar con descargas de información. Y lo consigue, vaya que sí. Con nota.
De modo que la serie de Vlad Taltos (y la carrera de Steven Brust) arrancó con fuerza… y sigue adelante cuarenta y un años después, con diecisiete novelas publicadas de un total previsto de diecinueve (una por cada una de las grandes casas, además de una dedicada a «Taltos» y un epílogo que llevará por título «El último contrato»). Para nada casualmente, «Jhereg» está compuesta por diecisiete capítulos (titulados con aforismos), más un prólogo y un epílogo. En español solo se han publicado los tres primeros, todos ellos en la colección Fantasy de Martínez Roca (los otros dos son: «Yendi: Duelo de rufianes» y «Teckla: Revuelta en Adrilankha»).
Steven Brust ha publicado otras siete novelas ambientada en el Imperio Dragaerano. Por un lado está la independiente «Brokendown Palace» (1986), y por otro los Romances de Khraaven, ambientados unos mil años antes que la novelas de Vlad Taltos e inspirados en la obra de Alexandre Dumas (la trilogía de D’Artagnan y en «El Conde de Montecristo»), de los que se ha traducido el primero, «La guardia Fénix», de 1991 (con un estilo más recargado y, en mi opinión, una excesiva similitud con su modelo, «Los tres mosqueteros», que la hacen muy decepcionante).
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