Qué difícil es ser dios
Los hermanos Arkadi y Borís Strugatski fueron los más importantes autores de ciencia ficción rusos de la etapa soviética. Arkadi fue el que trabajó toda su vida en cuestiones literarias, inicialmente como intérprete de inglés y japonés para el ejército y más tarde como editor, traductor y escritor a tiempo completo desde 1955. A partir de 1958, inició una intensa colaboración son su hermano menor, recientemente graduado como astrónomo, profesión que abandonó en 1966 para dedicarse también a la literatura. La asociación se mantuvo hasta la muerte de Arkadi (que publicó tres novelas de forma individual, pero bajo seudónimo) en 1991, con apenas un par de novelas posteriores de Borís en solitario (publicadas bajo seudónimo).
En 1964 publicaron su octava novela (incluyendo novelas cortas), «Qué difícil es ser dios» («Трудно быть богом»), que no solo supuso un éxito en la U.R.S.S., sino que les abrió definitivamente el mercado internacional, gracias a su traducción al inglés en 1973 (aunque no fue su primera publicación en los EE.UU., sí que fue la que impulsó la publicación ulterior de casi toda su obra conjunta).
La novela sigue las andanzas de Don Rumata, un aristócrata en el reino medieval de Arkanar. Aunque superficialmente su comportamiento no difiere mucho del exhibido por el resto de los nobles (que dedican sus vidas al alcohol, las mujeres y las pendencias), secretamente se siente asqueado ante la brutalidad de su entorno. Deplora, en especial, los manejos de Don Reba, el consejero del rey y auténtico poder no tan en la sombra, que ha iniciado una campaña de persecución contra artistas e intelectuales y comanda su propia fuerza de represión, los grises.
Dentro de la medida de sus posibilidades, Don Rumata trata de corregir las peores injusticias de su mundo, pero la suya es una fuerza minúscula en comparación con la avasalladora inercia de la historia, así que va acumulando impotencia a medida que todo se degrada a su alrededor, convirtiéndolo en un testigo impotente. La situación, sin embargo, está a punto de empeorar, porque poco a poco los planes secretos de Reba van acercándose a su culminación, y la hecatombe resultante pondrá a prueba los principios más fundamentales de Rumata.
Para proseguir con el análisis, me temo que debo adelantar revelaciones que en el libro se dosifican con mucho cuidado. Dudo a que estas alturas haya muchos en la ignorancia (sobre todo porque durante años se levantaba la liebre en las propias sinopsis), pero por si acaso, avisados estáis.
La cuestión es que el auténtico nombre de Don Rumata es Antón y no es de Estor, como hace creer a sus convecinos, sino de mucho más lejos, de la Tierra, una Tierra ultraavanzada (perteneciente el Universo del Mediodía en el que se inscriben muchas de las novelas de los hermanos Strugatski) que ha enviado a ese remoto mundo medieval a varios agentes del Instituto para Investigaciones Históricas, cuya misión es observar, registrar e impulsar el cambio social de los nativos, aunque con rigurosas limitaciones que les impiden desvelar su auténtica naturaleza (y con los lógicos escrúpulos de una educación más ilustrada).
La tragedia de Don Rumata/Antón consiste en constatar que, en contra de sus modelos teóricos, la situación de Arkanar parece ir a peor, sin importar cuánto se esfuerce por enderezarla o los recursos que dedique a salvar a los perseguidos. Aun peor, sus propias convicciones morales se ven desafiadas por el papel que se ve obligado a interpretar y poco a poco va notando cómo la personalidad de Don Rumata aflora con naturalidad, en respuesta al envilecimiento que percibe a su alrededor.
Esa es solo la primera capa interpretativa de la novela (en la que se queda la adaptación cinematográfica de 1989, «El poder de un dios»). Por debajo, corre una feroz crítica social en contra del totalitarismo (de cualquier signo), hábilmente disfrazada como antifascista para esquivar la censura soviética. Porque sí, mucha de la imaginería evoca el nazismo; desde los grises (que se equiparan a las SS) hasta la noche de las espadas largas (por la noche de los cuchillos largos); mientras que el ideal que aspiran a instaurar los terrestres, y que triunfó en la Tierra, es el socialista revolucionario. Tras esa pantalla, sin embargo, lo que están describiendo es un sistema represivo como el impuesto durante el stalinismo por la NKVD (el nombre original de Don Reba era Rebia, acróstico de Beria, aunque Yefrémov los convenció de cambiarlo para hacerlo menos evidente), como reacción al final del deshielo de Jrushchov y el recrudecimiento de la censura y la persecución política en la U.R.S.S. (por entonces centrada en una persecución contra… en fin, artistas e intelectuales).
En el prólogo de la novela, Antón y unos amigos están jugando en un bosque cuando se encuentran con una carretera abandonada con una señal de prohibido el paso. La describen como anisótropa, porque solo permite avanzar en una dirección, como supuestamente hace la historia (según la doctrina marxista). Antón, sin embargo, siente curiosidad y avanza por esa carretera en la dirección prohibida y encuentra, según confiesa a sus amigos, el esqueleto de una fascista empuñando una ametralladora.
A partir de ahí, una posible interpretación de «Qué difícil es ser dios» sería que el fascismo es una etapa en el devenir histórico, hacia la que se dirige Arkanar como paso previo e ineludible antes de poder abrazar el comunismo. Teniendo en cuenta el contexto histórico, sin embargo, también puede interpretarse como una advertencia de que la historia no es un camino anisótropo y de que cualquier sociedad, dirigida por los gobernantes inadecuados (contra los que se despachan a gusto los Strugatski), puede caer en la involución… como sugieren que estaba sucediendo en su patria.
Se trata de una involución que acaba atrapando en sus oscuras corrientes hasta a Don Rumata, aunque los Strugatski, como buenos humanistas, no pueden evitar concluir, en el epílogo, con una leve nota de esperanza hacia la redención.
Al parecer, la confianza de los autores en la falta de imaginación de los censores estaba justificada, porque no sufrieron represalia alguna por ese mensaje escondido (aunque sí hubo acusaciones de abstraccionismo, surrealismo y pornografía… justo las tendencias que había denunciado dos años antes Jrushchov en su visita a una exposición de arte, lo que marcó el cambio de sus políticas culturales e inspiró a su vez la transformación de la novela en desarrollo, desde una aventura medieval a la obra de ciencia ficción que acabo de analizar… y que, por otra parte, me ha resultado bastante decepcionante desde una perspectiva estilística).
Otras opiniones:
De Javier Miró en Libros ProhibidosDe Francisco Martínez Hidalgo en FabulantesEn El Placer de la LecturaDe Andrés Barrero en Libros y LiteraturaDe Ignacio Illárregui en CDe Manuel Rodríguez Yagüe en Un Universo de Ciencia FicciónDe Santiago García Soláns en SagacómicDe Eloi Puig en La Biblioteca del KrakenOtra obras de los mismos autores reseñadas en Rescepto:
Pícnic junto al camino (1972)