Once maneras de sentirse solo
Once maneras de sentirse solo. Richard Yates. Trad. Luis Murillo Fort. Barcelona: RBA, 2010.
Those Mad PeopleDurante el primer episodio de Mad Men (Matthew Weiner, 2007) su protagonista, el creativo publicitario Don Draper se desliza de una situación a otra a lo largo de una jornada laboral, siempre rodeado de colegas, amantes, desconocidos y familia, hasta que en los últimos minutos descubrimos que se encuentra profunda e irremediablemente solo y que necesitamos —como espectadores muy con la causa de su devenir— ver las nueve temporadas que componen la serie hasta el final.
Para entender a Don Draper hay que entender o, al menos, observar por la mirilla que nos ofrecen esos 92 episodios, lo que sucede en los Estados Unidos entre 1960 y 1970. Es muy probable que, aun así, al final de la serie continuemos sin entenderlo, pero nos habremos identificado con él en algún momento, seguro y eso es siempre de agradecer.
Los once relatos que componen Once maneras de sentirse solo se escribieron entre 1960 y 1961 y se publicaron al año siguiente de la primera novela del autor, Revolutionary Road. En principio, todos ellos plantean las experiencias de hombres, mujeres y niños a quienes algo los aísla de la sociedad neoyorkina que los rodea pero, por supuesto que hay mucho más en cada uno y cada lector lo interpretará a su manera.
Supongo que para poder comprenderlos también hay que ponerse en el ambiente de esa sociedad que se describe en Mad Men.
Uno de los aspectos más originales es la forma de titular cada relato: «¿Dolor? Ninguno» por ejemplo, entra en las reflexiones de una mujer con un marido enfermo y unos amigos un poco entrometidos; «Divertirse con un desconocido» asume el punto de vista de unos niños cuya profesora es un tanto rancia y trata de inculcarles principios poco habituales pero yo aplaudo con emoción «Construcción», el último de todos, no sólo porque plantea una magnífica metáfora sobre el trabajo del escritor a la hora de disponer los cimientos y levantar su texto «ladrillo a ladrillo» hasta poder añadirle ventanas, sino porque nos introduce en la vida de uno a quien, un buen día, un taxista ofrece dinero por ser su ghost writer algo delirante y posible a la vez.
Algo comprensible.


