DIALOGANDO CON LAS NUBES VI
Hay mucha cola para entrar en el recinto del museo de la vida rural. Y no es porque ahora precisamente todos se interesen por la vida rural o los recitales de poesía, sino porque como se han establecido una serie de medidas de seguridad ante la pandemia de coronavirus que estamos viviendo en los últimos meses, están haciéndonos entrar con cuentagotas en el recinto, para controlar el aforo, obligados todos a usar mascarillas bajo pena de multa y a lavarnos las manos con hidrogeles abrasivos cada vez que entramos en cualquier establecimiento o edificio público.

Mi amigo y yo nos miramos con resignación mientras rebuscamos nuestras mascarillas y nos la ponemos sumisamente. Sabemos perfectamente que estamos llevando a cabo un acto de excesiva credulidad, que tal vez sirva de bien poco, si es que sirve de algo. Todas las informaciones al respecto son contradictorias y provocan demasiada confusión. Si acaso, sirve para evitar una multa y las malas miradas de los que creen firmemente que la mascarilla les protege. Tal vez es así y protege realmente. Tal vez no. No está claro. Y en el momento en que algo no está claro y genera debate la duda está servida. La duda, la desconfianza y el miedo. Ante la situación de pánico generada por esta pandemia, ahora por ahora es imposible ejercer el derecho a actuar libremente, siempre bajo la premisa del respeto por los demás. Pero, ¿qué ocurre cuando eres tú el que no se siente respetado? Te tienes que reprimir por miedo a la multa o a los malos rollos. Eso es lo único que está claro. Bien, me reprimo. Nos reprimimos mi amigo y yo. Nos ponemos las mascarillas. Pero no nos callaremos. Ya encontraremos la manera de expresar nuestra disconformidad con lo que está ocurriendo, aunque por ahora nos limitemos a susurrarla.
De pronto percibo como la señora que me sigue en la cola me roza la espalda con su hombro y ni parece percatarse de nada, tan absorbida está en la conversación que mantiene con sus acompañantes. La mayoría no mantienen las distancias y no sé si sentirme indignado o resignado ante la incongruencia de todo.
¿No es absurdo tener que ponerse una mascarilla por un tema de supuesta seguridad y en cambio nos obliguen a hacer cola, una cola en la que la gente no está respetando las distancias de seguridad impuestas por las autoridades?
Superada por fin la frontera de la recepción y con las manos empapadas en hidrogel, nos dirigimos mi amigo y yo a los jardines del recinto, donde está a punto de comenzar el recital de poesía.
Con los rostros semiocultos tras las mascarillas es difícil distinguir a un posible conocido de otro entre los asistentes. Se supone que hemos venido a abrirnos, a relacionarnos y hacer contactos. A algún conocido hemos podido identificar ya pero, todas las sillas de madera están ocupadas o reservadas. Hay poco espacio pues aquí sí que se están guardando distancias de seguridad entre los asientos.
Mi amigo y yo nos miramos y nos encogemos de hombros, para acabar sentandonos de mutuo acuerdo en lo que fuera una antigua cruz de término de piedra, ahora bellamente emplazada en el centro del jardín del museo de la vida rural, a modo de monumento a una época pretérita de la que apenas quedan ya vestigios. Mi amigo y yo volvemos a sonreírnos con complicidad, encantados de sentir la calidez de unas piedras centenarias y seguramente más que milenarias, bajo nuestros cuerpos.
Observo mi entorno mientras espero a que dé comienzo el recital de poesía pero, nada ni nadie acapara mi atención. Le doy vueltas al díptico amarillo anaranjado que nos han entregado en la entrada para acabar abriéndolo. Releo el nombre de los poetas y los cuatro datos acerca de sus trayectorias literarias.
Son dos poetas femeninas y tres poetas masculinos. Una paridad más o menos aceptable. Lo curioso es que de ellos se menciona que al margen de la literatura viven económicamente de la docencia, mientras que de ellas no se da ninguna pista clara acerca de la realidad de su sustento económico, al margen de algunas traducciones o algunos proyectos culturales varios, que imagino que tampoco darán mucho de sí. Porque ya se sabe que, de todas las creaciones artísticas la poesía se cuenta entre las más marginadas económicamente hablando, si no es la número uno de las marginadas y parece ser que si eres mujer y poeta, doblemente marginada…
Repentinamente hace acto de presencia sobre el escenario la presentadora de esta gala de la lírica para explicarnos que el primer poeta que debía deleitarnos con sus poemas, no nos acompañará hoy, debido precisamente al temor ante la pandemia, si no entiendo mal.
De todas formas, la presentadora se muestra satisfecha por el éxito de afluencia de público. Afirma que eso demuestra que no todos somos víctimas del miedo a la pandemia por igual y nos agradece que en pro de la cultura continuemos moviéndonos, pese a todo. Porque precisamente es la cultura la que debe alzarse sobre el miedo y la ignorancia. En eso me muestro totalmente deacuerdo, convertido ya en todo oídos, dispuesto a disfrutar.
Los primeros poemas los recita la misma presentadora del acto, en representación del poeta ausente y se me antojan bastante convencionales y rimbombantes. Rechina el exceso de rimas, tal vez. No me tocan ninguna fibra, la verdad y me distrae la llegada de un nuevo conocido que nos saluda mientras se sienta junto a nosotros, sobre la misma cruz de término que hemos convertido en un banco de piedra provisional.
Seguidamente sube al estrado la primera poeta, una mujer de aspecto desenfadado, entrada en años pero, embargada por una sorprendente energía juvenil que se multiplica justo al pronunciar sus primeras palabras, que nos aclaran las fuentes de su más reciente inspiración, la lectura de un libro del marqués de Sade, textos de Juan de la Cruz y poemas de Emily Dickinson. Una intertextualidad explosiva que estalla en sus primeros versos para expresar, sin complejos de ningún tipo, la verdad o las verdades que todos encerramos en nuestro interior y que tendemos a reprimir, unos más que otros. O unos con más éxito que otros.
Está claro que Dolors Miquel, la poeta estrella sin duda alguna ya para mí de este recital, no tiene pelos en la lengua, no reprime en su interior nada en absoluto y eso provoca toda mi admiración y no solo por el contenido de sus magníficos versos, sino también por toda su desenvoltura, que despierta en mí una creciente envidia que a duras penas puedo contener. Yo sería incapaz de recitar así, de expresarme con esa vehemencia, con esa pasión tan embargada de seguridad. Envidio esa seguridad en sí misma y esos versos tan llenos de luz, tan bestiales y transgresores. Una total sublimación erótico-mística, dirán algunos después. Yo no habría sabido expresarlo mejor.
Al acabar es aclamada mayoritariamente por el público con infatigables aplausos, pero también se oye alguna que otra muestra de indignación e incomprensión por parte de ciertos oyentes.
Continuará…
© Maite Mateos


