Los Babilónicos - de la Loza


En el 1997 cuando vivía en Nueva York, me llegó una carta de Ganso. A Ganso lo habíamos conocido Diane y yo cuando pasamos el verano de 1995 en Guadalajara. Lo conocimos caminando por las calles vestido con pantalones y camisa de cuero negro y con rastas rubias que le llegaban casi hasta la cintura. El tipo era una visión de rebeldía, un chileno trasplantado a México, fiel al sueño de Bolívar y al rock en español. Juntos caminamos por todo Guadalajara y juntos le tiramos piedras al carro que nos dió un tortazo y nos tumbó al piso y se fue a la fuga (por suerte el único daño que nos hizo fue el susto). Nos quedamos en su apartamentito un par de días, y al irnos yo le di mi dirección en Houston y no volví a oír de él hasta ese día que el correo de Houston me reenvió la carta que el había mandado a mi vieja dirección.

Cuando nos fuimos de Guadalajara, yo le regalé a Ganso, entre otras chucherías, un casete de Los Babilónicos que tenía. En la carta que acababa de recibir, el me decía que se lo había prestado a unos amigos que estaban sacando un magazín de música rock y querían llamarme para hacerme una entrevista y hablar sobre Los Babilónicos.

Los Babilónicos era la banda que habíamos formado Enrique, Cesar y yo allá por el 1982 en la escuela superior, la Academia Santa Teresita. Desde la primera vez que oí los discos de los Beatles de mi mamá, había quedado hipnotizado con la música rock, y cuando llegué a noveno grado, decidí que quería tocar batería. En verdad la batería es el motor de la música rock sin la cual no se mueve su locomotora. Yo tenía una batería de juguete que alguien me había regalado, pero estaba ya media destruida. Pues conseguí una ruta de periódico y trabajé todo un verano repartiendo el San Juan Star por el barrio desde la King's Court hasta la Elena y con el dinero que me gané me compré una batería Yamaha blanca con todos los hierros. Entonces me fui a coger clases de música a Villa Piano en la Ponce de León, detrás de la Universidad de Sagrado Corazón. Por otro lado, mi abuelo Pachu me ofreció el uso de un cuartito que había al lado del garaje. Me ayudó a forrarlo con cartones de huevos para que afuera no se oyera el escándalo que iba a formar, y ahí tuve mi cuartito de música. Me pasé horas allí metido oyendo música con los audífonos y tocando la batería hasta que se me explotaban las ampollas en las manos y no podía más.

Mientras tanto, un día en la escuela, la maestra tuvo que salir del salón por no sé qué razón. Cesar y yo aprovechamos y empezamos a tocar los pupitres como si fueran tambores, cuando de momento, Enrique empieza a cantar con una voz de tenor que nos dejó a todos deslumbrados. Y encima de eso estaba improvisando unas letras muy buenas. La cosa tuvo tanto éxito que empezamos a hacerlo en cualquier momento que encontrábamos y eventualmente decidimos juntarnos en el cuartito de música en casa a ver qué pasaba.

Ya para ese entonces yo también había aprendido un poco de guitarra. En casa había una guitarra con una cuerda que mi tío había dejado atrás. Con esa única cuerda empecé a aprender a tocar. Por meses estuve tocando solo con una cuerda, aprendiendo la linea del bajo de la canción 25 or 6 to 4 de la banda Chicago. Hasta que por fin me di cuenta que necesitaba el resto de las cuerdas. Fui a Villa Piano, compré un set completo de cuerdas y se las puse. Entonces fui a la escuela y le pedí a Carlos, a quien una vez había oído tocar Stairway to Heaven, que por favor me enseñara a tocar esa canción. Carlos, muy generoso, accedió, y allí nos sentamos durante muchas meriendas hasta que por fin aprendí la canción, Después de eso pude empezar a aprender por mi cuenta oyendo a otros tocar.

En el cuartito de mi casa, Enrique, Cesar y yo empezamos a practicar. Aunque yo lo que sabía era solo un par de acordes en la guitarra, era el único que podía tocarla. Así que Cesar usaba mi batería, Enrique cantaba y yo tocaba la guitarra. Ahí le pusimos música a varias de las canciones que habíamos escrito en la escuela y escribimos un par más. Un día decidimos hacer una grabación. Héctor tenía una cocolera que grababa casetes así que lo llamamos a que viniera a hacer de productor. Ese día estaba jangueando Osvaldo y tambien sale haciendo una aparición especial en la grabación.

Después, hicimos una caratula con una fotocopia de una foto que yo tenía del hotel Normandy, le pusimos A Naufragar, hicimos algunas copias y lo pasamos por ahí, y poco a poco crecimos en popularidad en la escuela. Todo culminó en el talent show del 1984 cuando tocamos en tarima por primera y única vez. Mi amigo Rafy, a quien yo había conocido en Villa Piano, y quien ya era un músico hecho, se nos unió para ese show con su bajo. Mientras tanto, Enrique se buscó un teclado Casio de baterías y tan pequeño que casi le cabía en la palma de la mano. Nos vestimos de pantalón azul y camisa blanca y tocamos nuestro hit Fuego y un par de canciones más como si el mundo estuviera en llamas. Recuerdo a Enrique brincando por todas partes y pasándose el teclado por el pelo como si fuera una peinilla haciendo sonidos psicodélicos, a Cesar entregao y a to flete en la batería, a Rafy sonreído de oreja a oreja como quien dice, con que locos me he juntado, y a las chicas de la escuela gritando como si fuéramos los Beatles. Fue un gran día.

La presentación terminó, nos graduamos, y yo me fui a Houston a la universidad. No sé ni por qué, pero me llevé varias copias del casete, y una de esas copias terminó en manos de Ganso en México y de él pasó a manos de los jóvenes que estaban empezando el tal magazín.

Cuando recibí la carta de Ganso, yo le escribí de vuelta y le mandé mi teléfono. Que me llamen cuando quieran, le dije. También le mandé un casete del segundo disco de Los Babilónicos, de la Loza, que habíamos grabado diez años después del primero. En este, Héctor tocó las congas como si fueran una batería, José Emilio y Ramón (hermano de Enrique) tocaron bajo, Enrique cantó y yo toqué la guitarra y grabamos cinco canciones y un par de loqueras. Y aunque lo habíamos grabado en el 1993, no lo terminamos hasta justo antes de yo recibir la carta de Ganso en el 1997. Así que le mandé uno con la carta y me olvide del asunto.

Imagínense mi sorpresa cuando casi un año más tarde, me llegó por correo una copia del magazín La Crema. El magazín lo perdí hace años en una de las mudanzas de un sitio a otro, y no he podido encontrar en ningún lugar prueba de que este magazín existiera. Tal vez lo soñé. Pero si fue un sueño, fue un sueño muy vivo. Lo leí varias veces y en sus páginas descubrí un mundo de música nueva.

El magazín tendría unas 30 páginas y estaba escrito a maquinilla e impreso en papel como de comic. En la portada tenía una foto en blanco y negro de Rubén Albarrán, el cantante de Café Tacuba, y abajo decía "¿Quién es?" Se refería al artículo principal escrito por Pepe LePerdido (todo el magazín estaba escrito por individuos con nombres obviamente inventados). El tal Pepe investigaba la identidad del cantante de Café Tacuba quien hasta ese entonces había usado un nombre diferente en cada producción del grupo. El Señor LePerdido aparentemente anduvo por todas las barras y recovecos de Guadalajara con esa foto de Albarrán investigando como si fuera un detective, y concluyó que el cantante de Café Tacuba era un producto de su propia imaginación.

Además de ese artículo, había varios artículos sobre grupos que jamás había oído. Había uno sobre Los Saicos (de Perú) de los cuales quedé enamorado sin haber oído ni una nota (serian varios años antes de que pudiera encontrar algunos de sus discos). También había un artículo sobre el grupo La Revolución de Emiliano Zapata que decía que tocaban rock en español en inglés (porque cantaban en inglés) y otro sobre el grupo Toncho Pilatos (el mejor nombre) que también era rock en español aunque no se les entendía en que idioma estaban cantando.

También había una entrevista con Julio Haro Gracia, de la banda El Personal, una reseña sobre un concierto de un grupo de ska llamado Oveja Negra, y varias reseñas de discos nuevos. Entre ellos uno de Cuca (El Cuarto de Cuca), uno de La Dosis (Radio Acapulco), otro de Garagilos (Historias Fuera de este Mundo) y para gran sorpresa mía, que casi me caigo de culo cuando lo vi, había una reseña de nuestro disco, del disco nuevo de Los Babilónicos, de la Loza.

Por suerte, en algún momento antes de perder el magazín yo hice una copia de la reseña, tal vez para mandársela a alguien, aunque creo que nunca la mandé. Pero gracias a esa copia estrujada, la puedo transcribir.

Ahí lo tienen. Pasaron diez años entre el primer casete y el segundo, y el año que viene van a ser veinte años desde que salió el segundo. Pero quien sabe, tal vez en el 2017...

Pero no se sienten a esperar. Aquí pueden oír los dos discos:


A Naufragar by Los Babilonicos
 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on March 11, 2016 08:38
No comments have been added yet.