EL ARO – CAPÍTULO FINAL: EL ANILLO SIN FIN

Hagamos algo de historia. Todo arranca en Japón en 1991. Kôji Suzuki publica la novela Ringu; y la idea de una maldición espectral impresa en la cinta de un videocasete, lo coloca en el número uno de los más vendidos y leídos de la isla. Siete años después llega la versión fílmica, que instala como icono del terror contemporáneo la famosa imagen de Sadako, esa chica descalza, en batón y con una larga melena negra que le cubre la cara. Ringu (la película) revienta todos los récords, dispara cinco secuelas y una precuela, una larga lista de mangas y hasta una serie de TV. Su máximo logro: Exportar al J-Horror al resto del mundo, logrando remakes en los EE.UU. y Corea del Sur.
Aquí en la Argentina, a la saga de Ringu (El anillo) se la difundió bajo el título genérico de La llamada. ¿Por qué cambiarla ahora por El aro? No lo sé. ¿Y por qué agregarle capítulo final al título de una película que, claramente, termina con una secuencia más abierta a la continuidad que al cierre? Vaya uno a saber. Lo cierto es que El aro – Capítulo final (Sadako a secas, en el original) recupera al director inicial de la saga, Hideo Nakata, para insuflar nuevos aires a una franquicia que se viene cayendo a pedazos.
Algo que, lamentablemente, no logra. Hay un principio muy prometedor, donde se instala una atmósfera de trágica incomodidad, de desamparo ante el avasallamiento del más allá, de entrega irredenta a los vaivenes de lo inexplicado y lo incomprensible. Un principio que aggiorna los disparadores narrativos con la incorporación del mundo de los youtubers, pero que al ir avanzando, cae en todos los clichés que no debería caer.
El problema más grande, sin embargo, radica en la melenuda que sale del aljibe antes de salir de la pantalla. Si bien es la marca registrada de la licencia y, como tal, debe estar dentro de cada instancia, ya no causa sorpresa. Y, mucho menos, miedo. A esta altura, su presencia es tan natural y neutra como la del Hombre-Araña balanceándose entre los tejados de Manhattan. Tiene que aparecer, obvio, pero con un contenido alrededor que justifique su representación, que ponga en valor su peso identitario, que la vuelva relevante para el espectador. Y eso no está. Si se bancan la canción J-Pop de los títulos de cierre, verán una escena mínima que no agrega nada, pero si llegaron hasta ahí… Fernando Ariel García
Published on December 28, 2019 05:20
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