LEE un fragmento de La luna en la puerta
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Desde que tengo memoria, en la familia se nos ha dado bien desaparecer. Por orden cronológico: el abuelo, papá y tú. ¿La desaparición más inusual? La tuya. Te fuiste como los magos: en medio de una cortina de humo.
Medianoche. Una pequeña explosión. Por lo demás, supongo que te fuiste en silencio. Nunca fuiste una persona que hablase demasiado, a fin de cuentas. Recuerdo que, cuando éramos pequeños, nos repartimos un par de cosas (lo más importante: a mí me tocaron las palabras y, a ti, las imágenes).
Apuesto que pensaste mucho en la fecha (el 23 de septiembre) y la hora (las once, cuando mamá todavía estaba en la tienda, papá abasteciendo sus reservas de alcohol y yo en aquella fiesta).
Aquí en Santa Ana nadie se apunta a sí mismo con una pistola. Nadie habla de los muertos, tampoco, si no es para rezar por ellos en la iglesia, y nadie abandona el barrio si no es con los pies por delante.
No sé. En realidad, solo quiero pedirte perdón por coger tu chaqueta sin permiso. A veces robo cosas que no necesito. Es fácil. A veces veo una puerta abierta, me cuelo en la habitación de otra persona y cojo el primer objeto pequeño que puedo alcanzar. No me preguntes por qué. No sé por qué.
Perdóname por haber cogido la chaqueta, en primer lugar, y por no haberte escuchado. Ante todo eso. Perdóname por no haberte escuchado cuando, al fin, me pediste que lo hiciera. Perdóname, también, por no haberte creído. Me dijiste que abandonarías Santa Ana y yo solo supe poner los ojos en blanco.
No sé cómo es la vida fuera del barrio (si la gente piensa en los muertos o si puede simplemente irseo cosas así), pero la vida en aquí sin ti es la misma que la vida aquí contigo, y eso es tan terriblemente frustrante que me hace querer gritar.
Supongo que aquí nadie (ni yo ni mamá ni papá) te conocía de verdad: el Saulo que creía en las supersticiones y en los milagros, el Saulo que se escondía en las iglesias y en las bibliotecas, el Saulo que se suicidó.
Para nosotros siempre fuiste el Saulo que iba a Irse porque eras demasiado inteligente. Y, bueno, no nos equivocamos: te fuiste, solo que no de la manera en la que todos esperábamos.
Con cariño y remordimiento,
Judith Salazar
¿Quieres saber cómo continúa? Podéis leer los dos primeros capítulos de La luna en la puerta aquí.