El síndrome del impostor
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Ayer mi jefe y yo tuvimos una reunión. Mi periodo de prueba en la editorial había terminado y teníamos que evaluar mi trabajo y decidir si sería una buena asistente editorial. Estaba tan convencida de que la respuesta iba a ser negativa que el sí (!!!!!!!) me cogió total y absolutamente por sorpresa.
Es extraño porque hasta hace poco tiempo no diría que sufro del síndrome del impostor porque nunca he creído que soy lo suficientemente buena incluso para eso, lo que es, como, un síntoma bastante grande de que sufres realmente el síndrome del impostor.
El síndrome del impostor, en las personas creativas, es esa idea inamovible de que nuestro talento es solo el 1% de nuestro éxito. Aunque es cierto que la suerte y el privilegio son factores en ese éxito, catalogarlos como el único motivo por el que hemos sido publicados, por el que vendemos libros, por el que nos sigue la gente en redes… es tóxico. Muy, muy tóxico, y no debemos dejar que su nombre se convierta en una expresión de moda más. El síndrome del impostor es, en muchos casos, un síntoma de un desorden mental más grande, y no debemos caer en la tentación de tomarlo como un aspecto normal y predecible de la vida de una persona creativa porque la creatividad y la tortura mental no deberían ir de la mano.
La idea de que Van Gogh no habría sido Van Gogh si no hubiese sufrido depresión clínica (en lugar de imaginar en todo el potencial que Van Gogh habría podido desplegar si no sufriese una enfermedad mental debilitante y, en muchos casos, mortífera) es uno de los grandes demonios de la creatividad y, creo, uno de los factores por el cual el síndrome del impostor no se toma lo suficientemente en serio.
Hace un par de días escribí un hilo en Twitter sobre cómo mi obsesión con leer las reseñas sobre mis libros me empujó a episodios de ansiedad y un bloqueo que me impidió terminar una novela durante más de un año. El síndrome del impostor también forma parte de esto.
El síndrome del impostor es pensar que la próxima vez que publicarás te pondrás en ridículo porque, evidentemente, lo que escribes apesta y todo el mundo menos tú se da cuenta de ello. El síndrome del impostor es estar convencido de que todos piensan que no te mereces las oportunidades que has recibido. El síndrome del impostor es la incapacidad de premiarte o decir cosas positivas sobre tu trabajo en voz alta porque estás seguro de que nadie compartirá tu opinión. El síndrome del impostor es creer que todas las opiniones positivas sobre tu trabajo surgen de un lugar de lástima y que todas las opiniones negativas sobre tu trabajo son las únicas verdaderas. El síndrome del impostor es sentir ansiedad cuando te piden consejo porque jamás te permitirás creer que has llegado donde has llegado debido a tu propio trabajo.
He aprendido a darle una patada a esa vocecita que me dice que no soy suficiente, en su mayor parte, pero, para ser sincera, todavía sigo tomando el “no” como respuesta por defecto y todavía sigo sorprendiéndome cuando mi trabajo es visto como “bueno”.
En la revisión de mi mes de prueba dije algo que creo que es muy cierto sobre cómo yo, y muchas otras personas creativas, percibimos nuestro trabajo: soy tan consciente del espacio entre lo que quiero hacer y lo que realmente hago que me paralizo porque soy incapaz de funcionar si no alcanzo la perfección.
Estoy aprendiendo a que ese espacio vacío, esa nada que veo tan inmensa e imposible, me motive en lugar de asustarme. Estoy aprendiendo a ver posibilidades en ese vacío, promesas en ese vacío, lecciones que no es necesario aprender castigándote a ti mismo.
Lo que mi jefe me contestó es también muy cierto y algo que todos deberíamos recordarnos de vez en cuando: lo que es perfección para ti no es perfección para mí y no es perfección para la persona al otro lado de la habitación. El trabajo que te parece vergonzoso puede ser perfecto para otra persona, y el trabajo que te parece perfecto puede estar carente de muchos elementos para otro.
Lo que me está ayudando a separarme de esas dudas y esa inseguridad es precisamente eso: separarme. Saber cuándo terminar una sesión de trabajo y salir a la calle, a respirar; saber cuándo mi cerebro necesita un descanso; saber apreciar la creatividad de otros sin compararme o sin sentir la necesidad de ir corriendo a trabajar en mi propia creatividad.
En definitiva, ser más amable conmigo misma.