Anoche: Arcade Fire
Post originalmente publicado en ruyxoconostle.wordpress.com el 29 de marzo de 2014.

He llorado en dos conciertos solamente, y uno de ellos fue anoche en el Vive Latino con Arcade Fire. Las lágrimas se escurrieron en “Neighborhood #1 (Tunnels)”, a la que siguió “No Cars Go”. Toda la energía de una banda que llevas diez años siguiendo y que nunca habías visto en vivo conectándose con una parte extraña y un poco escondida de tus emociones. Para mí, ese es el significado de los conciertos. Por eso, cuando veo a una banda de la que no soy fan, me concentro en los fans. De eso se trata. Si no nos conectamos, estamos solos. Si estamos solos, estamos muertos. La música en un espectáculo masivo que nos hace sentir lo opuesto, nos hace sentir increíblemente vivos. Quizá porque estamos increíblemente conectados.
Pero ese es el momento. Cuando baja la emoción y sales del lugar y caminas y te subes al taxi o al camión y vuelves a tu casa y a tu vida, algo de eso queda adentro de ti. Es una energía que te transforma. Los mejores conciertos de mi vida, al final, han sido experiencias que me han hecho una mejor persona. Estoy pensando en cuando vi acompañado de mi hermano a U2 en el Zoo TV Tour en el Texas Stadium en Irving, Texas, en 1992 –yo tenía solo 19 años y pensé: “Lo mío es el rock”. No quería dedicarme a tocar o ser vocalista de una banda, lo estaba pensando más en el sentido joseagustinesco de la palabra. El rock como esa energia de juventud que es potente y creativa y que parece no tener fin. Ver a Pixies en 2010 en el Corona Capital derrochando ese poder en el escenario, me hizo cuestionarme qué tanto estaba yo dedicando mi tiempo a las cosas que verdaderamente me hacían feliz. Luego de ese concierto logré escribir y publicar dos novelas más.
Pero además de la energía entre el arte de la banda y el individuo, está la energía colectiva. El año pasado fui a Lollapalooza y sentí justo esto: la vibra de la música y la gente, una danza de energía anónima que es infinitamente más grande que uno. Es la vida misma.
Ahora no hablo ya de rock porque la música popular ha cambiado y lo que antes llamábamos “rock” ha sido engullido por docenas de géneros que son más complejos y ricos y que han cambiado por completo el ecosistema músicos vs fans. Pero es la misma energía. Ayer Arcade Fire la desplegó con sudor y tonterías en el escenario. Win Butler en su papel de clásico frontman y Régine Chassagne (su esposa, 36 años), quien primero salió con un sarape estilo la bandera de México meets la Virgen de Guadalupe, como una loquita bailando en el escenario o tocando la batería o la marimba. Y Richard Parry, quien iba disfrazado con un saco rojo y corbata de moño, ofreciendo su agradecimiento al público con un “we’re honoured”. Uff. Cerraron con “Wake Up”, un himno de la banda que logra la peor de las subversividades: el título de la canción sugiere una idea cristiana y el coro es una especie de gospel, pero la letra no tiene referencias cristianas, es más bien universal, habla sobre la inocencia y la urgencia de cruzar el umbral de la infancia a la edad adulta sin perder el mojo vital: “Children wake up / Hold your mistake up /Before they turn the Summer into dust”. Y a la vez, no pude dejar de pensar que miles de idiotas estábamos llorando o al borde de las lágrimas alzando las manos como si aquello fuera una misa y le estuviéramos cantando al Creador. Cuando todo acabó, mucha gente estaba llorando, abrazándose, felicitándose por haber compartido ese momento juntos. Pocas bandas provocan eso. Arcade Fire provoca eso.
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