Chica bi entra en Gay’s the word
[image error]Oh, me encantan las librerías que te hacen sentir como en casa. En mi caso son muchas (y, si no me hacen sentir como en casa el primer día, me apropio de ellas a base de entrar recurrentemente y llevarme a casa un par de libros).
Los espacios LGBT son algo especial. En los espacios LGBT lo natural es sentirse bienvenido. Conocemos muy bien, a fin de cuentas, la sensación de no ser bienvenidos en absoluto, de tener que vetar y esconder partes de nosotros para que no nos cuelguen el cartel de cerrado.
A las librerías LGBT se va un 20 o un 30% de las veces por los libros y un 80 o un 70% de las veces por el ambiente, por la compañía, por el respirar hondo al saber que estás entre iguales. La comunidad LGBT, en sitios así, es sin lugar a dudas una familia.
La librería Gay’s the word, a unos cinco minutos de King’s Cross, la regenta un señor mayor, de unos sesenta o sesenta y cinco años, con una de las miradas más amables que he visto jamás. Una mirada que ha presenciado la crisis del sida, la hipocresía de que la edad de consentimiento fuese mayor en parejas del mismo sexo, las décadas interminables en las que la lgbtfobia era incluso más rampante que ahora (y digo incluso más porque solo esta semana un hombre causó disturbios en el metro de Londres por gritar versos homófobos de la Biblia).
Este tipo de personas, que en algún momento se acostumbraron a convivir íntimamente con el miedo, poseen la particularidad mágica de saber identificar quién se siente perdido en medio de la multitud. Y, seamos sinceros, a estas alturas de la vida soy yo. Acabo de cumplir 23 años y estoy estudiando un posgrado para entrar en uno de los mercados más competitivos. Llevo un mes en Londres y, aunque estoy total e inequívocamente enamorada de la ciudad, echo de menos a mi familia y a mis amigos y a mi gente y a mi ciudad (¡Y a mis gatos y a mi perro!). Estoy tan perdida como se puede estar, pero en Gay’s the word me hacen sentir como en casa.
Quizá sea la manera de caminar, la mirada somnolienta, la mochila Kanken de exploradora, el acento o el hecho de que una librería LGBT es en cierto modo como un pueblo pequeño en el sentido de que todos conocen a todos y es fácil identificar a un forastero.
Pero te hacen sentir como en casa. Lo repito porque creo que es importante.
—Tenemos un club de lectura los miércoles —me dice el dependiente.
—Los miércoles, ¿eh? —repito mientras repaso mentalmente el horario de mi máster—. Pues creo que el miércoles puedo.
Y me explica todo lo que una chica bi en Gay’s the word debe saber: que hay gente de distintas edades; que no es necesario ir todas las semanas, sino simplemente a discutir los temas que más te interesen; que, naturalmente, no es todo hablar de libros y que hay café y pastas gratis para ir picando mientras conoces a gente nueva.
Y ya está. Magia. Ese es el lenguaje secreto de las librerías LGBt. Aquí estarás a salvo. Aquí estarás con los tuyos. Este, si quieres, podría ser tu sitio.
Oh, adoro Gay’s the word.

