FONTANARROSA. LO QUE SE DICE UN ÍDOLO: QUE LO PARIÓ!

Los tres cortos de Semblanzas deportivas, por sí solos, garpan toda la película. Lo que hizo Pablo Rodríguez Jáuregui es perfecto. Desde todo punto de vista, el estético, el dramático, el narrativo, el emotivo, el futbolero. Con todo eso, el mérito mayor está en la elección de un estilo limitado de animación, que lo pone en el escalón justo de la historieta en movimiento. El luminoso contraste entre blancos y negros, salpicados por un color aplicado en las gotas justas, la grafía del trazo, el nervio de la línea, el peso visual de los espacios. La identidad del Negro Fontanarrosa vive (y vibra) en esos minutos de intensidad abrumadora, de belleza formal que hace honor a la obra y al hombre. Olvídense de Boogie y del Martín Fierro, el verdadero Fontanarrosa animado está aquí. Y con eso están garantizadas las carcajadas y los lagrimones.

El resto, que viene de yapa, no está nada mal. Quedó algo desparejo, tal vez por la cantidad de manos involucradas (seis directores para seis relatos, contando a las tres Semblanzas como uno). El abordaje, siempre respetuoso, busca replicar los efectos que el dibujo y la palabra de Fontanarrosa imprimieron en el papel y el corazón de un pueblo. Humor inteligente, con los pies en el barrio y la cabeza en el parnaso de las artes. El estilo de Fontanarrosa siempre fue accesible; y eso puede ser malinterpretado como fácil. Nada que ver. El cruce de géneros, la observación detallada, la exploración de lenguajes, la fusión de patrones narrativos, las rupturas de una linealidad aparente que resignifica todo lo que toca, todo lo que habla. El maridaje (nunca la burda mezcla) entre la alta cultura y la baja cultura, la capacidad de hacer popular aquello que se presupone (falsamente) elitista.

Todos los cuentos con actores cumplen con estos cometidos, que quede claro. Pero hay uno solo que los dignifica. Y la razón tiene nombre y apellido: Dady Brieva. Lo suyo es apoteótico. Su máscara está en el registro exacto que el arte de Fontanarrosa requiere y exige. En el punto de equilibrio entre lo ordinario y lo extraordinario. En el matiz sutil que le permite abordar los manierismos teatrales desde una gestualidad casi circense. En el tono que usa para transitar los modismos del coloquial decir como si estuviera recitando Shakespeare. Su representación, fuertemente apoyada en una exageración que se cuida de no caer en la sobreactuación, es un enorme jardín de senderos que confluyen en ese rosarino universal que pintó (y pinta) nuestra aldea como nadie.
Semblanzas y Dady, el mejor homenaje a un grande. Que lo parió!
Fernando Ariel García
Published on July 19, 2017 14:09
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