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Foto de kummod
Lo de jugar a ser Dios fue después. Antes hubo que descubrir (un domingo por la tarde de mucha lluvia) que la estufa del salón se comunicaba con la que sus padres tenían en el piso de arriba. Luego, pequeños sustos cuando los mayores se van. Bastaba con subir la escalera muy despacio, sin que su hermano pequeño se enterara, y hacer algún ruido extraño por el tubo, quizás un ladrido de perro o algo así. Le hacía gracia escuchar los grititos ahí abajo, cronometrar lo rápido que se echa a llorar el nene.
Lo de Dios, ya digo, fue después. La idea se le ocurrió en catequesis y quiso probarla en cuanto papá y mamá volvieron a salir de casa. “Venimos en un par de horas”, dijeron. Más que suficiente. Otra vez a subir la escalera de puntillas y a acercarse a la rendija de la estufa con cuidado, que ese día está encendida.
– Robeeeeeeeeerto, soy Dios –dijo con voz cavernosa–. Acéeeeeeeeercate al fuego, acéeeeeeeeercate más.
Microrrelato enviado, sin mayor fortuna, al concurso de cuentos de terror de ‘Negra y criminal’, programón que me tiene enamoradito.
Published on July 15, 2016 12:36