[image error]Paris – Muséum d’histoire naturelle. Por Pascal Subtil
Papá estuvo rápido y, en cuanto vio que se nos había colado un tigre en casa, cerró la puerta del pasillo. No era más que un cachorro, pero a lo tonto y a lo bobo se quedó con los dormitorios y el cuarto de baño. Por eso vivíamos todos apretujados en el salón, durmiendo por turnos en el único sofá. Lo peor era tener que bajar al bar para ir al baño, ducharse en el colegio, cortarse las uñas en el parque.
El plan de mamá era esperar. Con el paso del tiempo, pensaba ella, el tigre moriría de hambre porque en aquella parte de la casa no había comida. Sin embargo, las semanas iban cayendo y el bicho seguía coleando. Le sentíamos trastear al otro lado e incluso a veces intentaba abrir la puerta. Resultaba aterrador ver como la manija se movía, imaginar al animal colgado de pomo.
Por suerte no era más que una cría y aún era incapaz de accionar el pestillo. Pero iba ganando en peso y fuerza porque la manilla cada vez bajaba un poco más, como un minutero anunciando nuestra destrucción, una cuenta atrás. Dejamos de hablar entre nosotros, ya ni encendíamos la tele; cero distracciones. Solo mirábamos la puerta. Mirábamos la puerta y esperábamos.
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Published on February 12, 2017 21:00