Crítica: YO, DANIEL BLAKE

Conmovedora, reveladora, reinvindicativa, social... hay tantos adjetivos para presentaros esta película que cualquiera podría quedarse corto. Ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes, trata sobre la lucha contra el sistema y el estado del bienestar. Tan real y cruda como la vida misma. Esta semana hemos visto: YO, DANIEL BLAKE.

A Daniel Blake (Dave Johns) le ha dado un infarto y por eso no puede trabajar. A pesar de eso, no ha recibido los puntos necesarios para optar a un subsidio por discapacidad, de manera que ha de pedir el subsidio por desempleo, aunque este le obliga a buscar trabajo cuando el médico le impide hacerlo. De esa manera, se encuentra sin ingresos, sin poder trabajar y con el sistema en su contra, pues el hombre ya tiene una edad y todo lo relacionado con internet le va grande. Un carpintero experimentado con toda una vida a sus espaldas se ve al borde del abismo.
El director británico Ken Loach y el guionista Paul Laverty reflejan con brillantez la situación de desesperación, no solo de su protagonista, sino también de otra familia vecina de Daniel: una mujer (Hayley Squires) con dos hijos que se verá abocada a trabajar y realizar actos que en la vida hubiera imaginado para poder sacarlos adelante. El sistema de bienestar no ayuda a esas personas al borde del precipicio y se revela como una farsa burocrática digna de la más alta indignación. Algo que, obviamente, sentirá el espectador conforme avanza la cinta.
Ambos actores están a un gran nivel, sobre todo ella, la parte más desgarradora de la historiaEs evidente que Ken Loach ha mostrado una imagen poco amable del sistema, en tanto en cuanto los funcionaros (no todos, claro) se muestra apáticos, poco amables y, en general, ajenos al sufrimiento ajeno. Algo que enerva, todavía más si cabe, a los protagonistas, pues todo el mundo está en su contra y el sistema sigue ahogándolos. Daniel, un carpintero con cerca de 60 años, se ve obligado a buscar trabajo para no perder el subsidio por desempleo, pero a su vez no puede trabajar porque los médicos no se lo permiten. Es decir, puede quedarse en la calle por un hecho burocrático inadmisible que se demora gracias a la rapidez de un sistema cuadriculado y poco humano.
La realidad tiñe a YO, DANIEL BLAKE de hechos sin medias tintas. Una humanidad que rezuman ambos protagonistas, que se encuentran precisamente en el lugar donde el Estado ha de ayudarlos. Ambos se entienden, se protegen y ayudan, sobre todo el carpintero al ver la casa en la que viven. Sin luz y con el frío que hace en Inglaterra. Ambas vidas golpeadas por la mala fortuna y experiencias duras que, sin embargo, no anulan la capacidad de lucha de los protagonistas. La supervivencia del ser humano actual se reduce a una burocracia inoperante, un error en la democracia y una evidente violación de los derechos humanos.
Yo soy Daniel Blake y exijo mis derechos como ciudadano. Brutal mensaje a la burocraciaEn definitiva, YO, DANIEL BLAKE es una película directa, clara, dura y que no busca emocionar, puesto que emociona por sí sola, sin artificios y con modestia, directa al corazón y una crítica feroz a la sociedad de hoy día, a la democracia y al supuesto estado del bienestar. No va a ser un taquillazo, pero es una de las que más removerán conciencias. Ni se os ocurra perdérosla.
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Published on November 10, 2016 12:44
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