PFQMG - Cap. 13-Parte 1
13
Cómo coincidimos en casi todo
Rita
Mis huesos de la rodilla duelen cada vez que camino o intento subir un escalón. Mi cuerpo ya no puede más y el cansancio se ha apoderado de mí.
Tengo el rostro cubierto de lodo, y tres mosquitos picaron mi cuello y mi espalda. Ahora mi apodo es la Jorobada de Notre Dame porque cojeo y me encorvo (gracias a la picadura) al mismo tiempo.
Las actividades familiares me han masticado y luego escupido, todo en uno.
Esta mañana comenzamos con ejercicios y rutinas sencillas, lo típico en campamentos: carrera en sacos de papa, carrera de cuál es el miembro más lento del equipo (osea yo), competencia con la soga y qué equipo logra salir intacto sin ni una gota de lodo en el rostro (obviamente yo no).
Jugamos al tobogán, que básicamente consiste en pasar arrastrado por debajo de las piernas de tu equipo hasta ocupar el primer lugar en la fila, vi un par de cosas que no debí ver y en definitiva algunas chicas deberían usar ropa interior cuando usen faldas... (O no usar faldas en un campamento) pero en general fue bastante bueno porque ganamos en esa competencia.
Luego vino la guerra de globos de agua, en donde Key terminó lanzándome a la piscina y en donde golpeé a su madre accidentalmente con un globo cargado. A ella le pareció divertido, a mí me dio una vergüenza infinita.
Ahora es casi de noche y mi camiseta no se ha secado del todo. Mi grupo, el azul, se dirige hacia la última actividad por este día: la fogata y la competencia de cuentos de terror.
Nos dieron unos minutos para refrescarnos y cambiarnos antes de presentarnos, pero Lucca, el chico afeminado del grupo y que viste de neón, quiere que empleemos ese tiempo para repasar nuestras tácticas para poder ganar ya que somos uno de los equipos que entró en la semifinal de la competencia.
Muevo los pies como un zombi, recordando las cuatro veces que me caí sin nada de decoro sobre la tierra. Key se pasó todo el día riéndose de mis desgracias.
—Atención, azules. Atención —llama Lucca, su ropa poderosamente neón me daña la vista y la paz mental—. Los que sepan historias de terror por favor levanten la mano para escucharla; tú no, Pam, cuentas la misma historia de las monjas fantasma cada año. ¿Alguien más?
Pam, a mi lado, frunce el ceño.
—Ridículo afeminado machista —murmura con un mohín.
A pesar de que todos los músculos de mi cuerpo están atrofiados, todavía me sorprendo de poder usar los de la cara para sonreírle a Pam con simpatía.
—Yo no he escuchado el de las monjas —la animo.
—No hagas que lo cuente —dice Elena detrás de nosotras. Ella también está empapada y cubierta de suciedad... además de la habitual suciedad en su alma—. Es tan aburrida que piensan comprarle los derechos de autor para convertirlo en sedante para caballos. Seguro los mata de sueño.
—Pero bien que te orinaste del miedo cuando lo conté por primera vez —sisea Pam en respuesta.
—Eres una vulgar, Pamdora. Nadie encontró tu historia terrorífica, mucho menos yo. Deja de decir soeces. Ese día tomé mucho líquido.
—¿Vulgar? ¿Soeces? —resopla Pam, llamando la atención de casi todo el grupo menos de Lucca que continúa hablando como si le prestáramos atención—. Escúchate, cualquiera pensaría que te volviste culta; si tan sólo supieran que la semana pasada comías chuletas como si fueran cuestión de vida o muerte, dejando únicamente los huesos del pobre animal en el plato, verían tu fachada de "culta" destruida.
—No empieces conmigo...
—¡Orden, chicas, orden! —dice Lucca desde algún lado cuando nota que ya no es el centro de atención—. Basta ya, mujeres. No peleen más. Mejor díganme sugerencias de historias de terror.
Ambas se dan miradas de advertencia pero luego apartan la vista.
Pam levanta la mano.
—¿Qué dije sobre las monjas fantasma? —la regaña Lucca.
—¡Juro que esta vez no era ese el que quería contar! Esta vez quería hablar sobre el de la chica perdida en un parque. Es una niña sin ojos...
—Eso es asqueroso —dice Elena examinando sus uñas y luego resoplando—; yo tengo una de un pirata sexy con problemas de autocontrol.
—Son cuentos de terror, no eróticos —dice Pam de inmediato.
—Prefiero el de los tres cochinitos —ruedo los ojos y me cruzo de brazos.
—Tú, Jorobi, no puedes opinar —hace mofa del nuevo apodo que, precisamente, me dieron ella y Marie.
—¿Y si contamos ese de los vampiros? —nos interrumpe otra voz. Es una de las primas de la familia.
Todos resoplamos al mismo tiempo.
—Estamos arruinados —grita Lucca. Se agarra el pelo de la cabeza y comienza a tirar de él—. ¿Nadie tiene nada?
—Jorobi es de los barrios pobres, preguntémosle a ella; seguro ahí ocurre algo de terror a diario —dice Elena en voz alta. Todos voltean a verme a mí.
En estos momentos prefiero ser llamada Patchie a Jorobi.
Estúpida alergia a los mosquitos. Estúpida Elena. Estúpido campamento. Estúpido Key... Y estúpidas ratas que dan miedo con sus hocicos peludos.
—No me sé nada. No me gustan las historias de terror —digo en un susurro—. Y ya deja de meterte conmigo Elena o mañana terminarás usando tus extensiones en las axilas porque arrancaré tu cabello mientras duermes.
—Mafiosa vulgar —murmura ella en mi dirección.
Ruedo los ojos y me cruzo de brazos.
Lucca está casi deprimido, sudado y sucio así como el resto del grupo, malhumorado y derrotado porque tenemos la victoria cerca pero no podemos obtenerla.
—Muy bien —grita él después de unos minutos—. Ya que vamos a perder por culpa de una tonta historia... al menos hagámoslo en mejores condiciones que estas —se huele la axila y arruga el rostro—. Todos regresen a sus cabañas a darse una ducha. Pam, prepárate, contaremos tu historia de las monjas.
—Pero tenía otra... y juro que hay romance y escenas eróticas.
—Grandioso —interrumpe él, sonando sarcástico—. Ahora se reirán de nosotros.
—¡Juro que la historia es aterradora! No me hagas ponerle tu nombre al protagonista que muere primero, colgado de la ingle y con la lengua salida.
Lucca rueda los ojos y nos despide con un gesto teatral de su mano; todos nos movemos en dirección a nuestras cabañas.
Antes que pueda avanzar muy lejos, alguien me toma del brazo y me aparta del grupo. Pam observa el movimiento y ve de manera extraña al dueño de la mano aún sobre mi brazo. Es Gabriel.
—¿Qué quieres? —sueno cortante. Quito mi brazo de un tirón para que me suelte—. No vuelvas a poner tus sucias manos en mí.
—Me gustaría que habláramos.
Mira discretamente a Pam y luego a mí. Sus ojos de diferentes colores, y la principal razón de enamorarme de él en un comienzo, ahora lucen preocupados y me dan lástima.
Doy un suspiro y asiento con la cabeza en dirección a la hermana mayor de Key.
—Hablaré un rato con él, estoy bien. Si se quiere sobrepasar le aprieto las bolas hasta que le queden moradas.
Pam se ríe y se va detrás del grupo, dejándome sola con Gabriel quien me aparta poco a poco hacia un lado de la habitación.
—Habla ahora, animal.
Él se sorprende por mi uso de la palabra y se recuesta ligeramente sobre la pared.
—Esto... Rita, no quiero que intervengas en mi trabajo.
—¿Yo? ¿De qué manera estoy interviniendo?
—Llevo años trabajando en este lugar, los Miller me pagan bien y soy bueno en lo que hago...
—¿Y tu punto es?
Gabriel observa la punta de sus zapatos, como si allí se encontraran todas las respuestas del universo.
—Mi punto es —alza la cabeza y me ve directo a los ojos—, si todavía estás enojada por lo que ocurrió hace años atrás, contigo y con Bianca...
—Detente ahora —lo interrumpo—. No quiero seguir recordando la vez que embarazaste a la que era mi mejor amiga.
—Bien, ¡pero no quiero que te desquites conmigo! Soy un padre ahora y tengo que llevar dinero a la casa. Y hoy, por tu culpa, me hablaron de un posible despido por todo lo que ocurrió ayer y tu novio golpeándome salvajemente.
—Eso te lo ganaste tú.
—¡No es cierto! Lo sufrí porque tú no pudiste parar de comportarte como una perra desquiciada porque se nota a leguas que no has podido olvidar lo que pasó. Supéralo de una vez, es hora de seguir y dejarme en paz. Si tan solo no hubieras actuado como una necesitada de amor, tal vez nunca hubiera recurrido a Bianca. Ahora por tu culpa mi trabajo cuelga de un hilo.
Siento cómo la rabia se va apoderando de mi sangre con lentitud; con aspecto intimidante me acerco cada vez más a su rostro, hablando con voz firme y clara:
—¿Quieres que supere el hecho de haberte encontrado follando a mi "mejor amiga" en el baño de mi casa, mientras yo estaba enferma y pensaba que estaba muriendo, a dos habitaciones de distancia? Eres un cerdo de polla pequeña que te crees superior porque lograste engañarme durante meses, haciéndome pensar que me querías, ¡prometiendo casarte conmigo y regalándome un estúpido anillo de plástico como símbolo de que pronto lo sustituirías por uno de verdad! ¿Te sentiste poderoso mientras me humillabas? ¿Disfrutaste joder con las dos? Porque yo disfruté el divino castigo del destino cuando la dejaste embarazada y días después también te dio infección urinaria y comenzaste a desarrollar ladillas en las bolas que, viéndote solamente esta tarde cuando te rascabas con insistencia, asumo que todavía tienes.
Ahora Gabriel luce pálido mientras yo respiro con dificultad, desahogándome y sacando todo lo que tengo dentro y ha estado matándome por dentro. Soy vagamente consciente que él se alterna entre mirarme a los ojos y mirar por sobre mi hombro de vez en cuando.
—Ah, y otra cosa —digo antes de dar por terminada la conversación—. Hoy por la tarde entré con Key a tu cabaña mientras tú patrullabas en otro lado, y escupí en tu agua... y Key orinó en tu shampoo, en tu jugo de manzana, en tu cama y sobre tus almohadas. Como no me pude resistir, metí tu cepillo de dientes en el retrete y luego Key lo orinó también, junto con ese ridículo protector que usas en los dientes.
Respiro hondo y noto por primera vez que a nuestras espaldas tenemos público porque los murmullos no se hacen esperar. Al parecer mi grupo decidió no irse después de todo.
Gabriel no está muy contento que digamos, pero sobre todo parece asqueado... y peligrosamente verde, como si quisiera... ¡Y acaba de vomitar cerca de mis pies!
Key, que es uno de los espectadores, se apresura a venir a mi lado y apartarme de la segunda tanda de vómito de Gabriel.
Esto no es lindo.
—Tú... —dice Gabriel, quien me señala cuando logra contenerse de seguir vomitando—. Pequeña perra maliciosa, oh cielos, me siento enfermo del estómago. ¡No puedo creer que pusieras a ese tipo a orinar sobre mis...!
Gabriel está verdaderamente furioso, resoplando y viéndome como si me fuera a matar. Para mi sorpresa, Key le lanza un golpe directo a la nariz que lo hace tropezar.
Miro hacia Key, directo a sus ojos, con la boca abierta.
—¿Lo golpeaste? ¿Por qué? —pregunto atónita.
—Vamos, Rita. ¡El tipo lo hizo en tu baño!
Key me toma del brazo y me obliga a pasar en medio de la pequeña multitud que hemos reunido... una vez más. Dejamos a Gabriel atrás, con todo y sus quejas y lamentos.
Una vez que estamos algo alejados del lugar, salgo de mi conmoción y parpadeo mucho en dirección a mi vaquero... ¡No! ¡No es mi vaquero! Es el vaquero de alguien más.
—¿Entonces escuchaste todo lo que dije?
—Cada palabra —asiente con la cabeza—. Incluso las mil orinadas que se supone di sobre toda la cabaña de ese tipo. ¿Es que acaso me imaginaste como un perro marcando territorio? Seguro y tu ex pensó que tengo incontinencia y no puedo controlar mi llave —señala su entrepierna.
Parpadeo una última vez y comienzo a reírme con fuerza.
Key es muy guapo… y sabe manejar bien mi lengua rápida y fluida, junto con todas mis excentricidades.
—Lo siento —me disculpo entre risas—. No se me ocurría qué otra cosa hacer. Pero tienes que admitir que la idea es brillante.
Me paro más erguida y la idea ya no me suena tan descabellada como antes.
—¡Eso es! —grito—. Key, ¿no te gustaría...?
—No, no, no. Ya sé lo que quieres y la respuesta es no.
—Vamos, di que sí. Hagámoslo esta noche... Entremos en la habitación de Gabriel y orinemos sus cosas. Él seguramente va a botar y sustituir todo esta tarde, nunca sabrá que esta noche orinaremos sus cosas de verdad. Es el momento perfecto para entrar a hurtadillas y cumplir con la venganza.
—Rita, ¿sabes la cantidad de líquido que me va a requerir tomar para hacer eso? Es la idea más descabellada que te he escuchado decir.
—No lo sé y no me importa. Creo que deberíamos empezar a hidratarte para preparar tu vejiga, eso es todo lo que pasa por mi mente en estos momentos.
—No, no, no, no. ¿Estás loca? ¿Quién no te dice que él decida irse y empacar sus cosas justo ahora?
—No creo que lo haga. Me pidió que no le provocara más deslices en el trabajo porque lo ocupa. Gabriel va a arrodillarse para que no lo echen, estoy segura.
Key suspira y noto su resolución viniéndose abajo poco a poco.
—¿Con eso quedaría saldado mi trato de venganza por los ex? —pregunta.
—Estaría en deuda contigo si me ayudas a hacer eso.
—Es que... No lo sé.
—Vamos, no seas así. Ayúdame y yo te ayudo, ¿recuerdas? Si tú saltas, yo salto.
—¿Esa última frase no era de Titanic?
—Probablemente. ¿Entonces? Prometo dejar que me beses.
—¿Y qué te ha hecho pensar que quiero besarte? Tú eras la que quería abusar de mí en el motel. Probablemente ni siquiera había una rata en la habitación y decidiste falsificarla para encontrar una excusa para deshonrar mi virtud.
Elevo una ceja y llevo ambas manos a mis caderas.
—Si tú no me ayudas, me encargaré de escupir en tus alimentos… ni siquiera lo vas a notar. Y créeme, tengo experiencia haciéndolo.
Él duda un momento, viendo en todas direcciones antes de suspirar mientras me lanza una mirada enfática.
—Está bien, trato hecho. Pero... ¿Puedo besarte ahora?
—De acuerdo.
—¿Beso con lengua?
—Ni se te ocurra.
—¿Puedo tocarte?
—Sólo si no quieres conservar todos tus dedos en su lugar.
—De acuerdo, bien. Tranquila mi pequeña Patchie-con-navaja-y-gas-de-pimienta-incluido.
—¡Oye! No soy tú Patchie.
—Claro que lo eres, ahora bésame, me lo debes.
Él hizo el intento de acercarse para besarme pero yo me alejé.
—Lo siento vaquero, pero eso pasará después que me ayudes.
—Eso me parece hacer trampa.
—A mí me parece ser inteligente.
Y lo digo en más de un sentido porque sé que si beso a Key en estos momentos probablemente le quiera dar cinco hijos después y eso no puede pasar. Y sé que no va a pasar porque yo soy Rita Day, y Rita Day nunca se queda con el chico al final de la historia. Mi experiencia me precede.
Key
Un litro de agua, dos tragos de Jagermeister, un vaso de jugo de naranja y luego una cerveza seguida de otros seis vasos de agua.
Eso toma para que mi vejiga sienta deseos de liberar todo ese líquido acumulado.
—¿En qué cabaña averiguaste que se hospedaba? —pregunto, moviéndome de un lugar a otro. Rita se encuentra ocupada viendo su teléfono celular, consultando por quinta vez la dirección de la cabaña de Gabriel.
Todavía sigo impactado por enterarme de qué manera tan cruel le fue infiel a Rita. Así que en parte no me arrepiento por lo que vamos a hacer a continuación.
—Adam dice que la quinta cabaña a la izquierda —dice Rita, escribiéndose mensajes con mi mejor amigo.
De alguna extraña manera no me gusta eso. Rita y Adam jamás harían buena pareja.
De pronto la escucho resoplar de la risa, viendo todavía a su teléfono.
—¿De qué te ries? —pregunto cautelosamente.
—Presiento que a Adam le gusta mi mejor amiga.
—¿Por qué lo dices?
—Porque me acaba de preguntar, de una forma nada discreta, cuál es la música favorita de ella.
Comienzo a reírme.
—Dile que ya tiene novia, que piense en ella.
Rita hace una mueca.
—Si quisiera que tu amigo pensara en una bolsa para excremento, claro que le diría que piense en Marie. Pero la verdad es que valdría la pena ayudarlo a conectar con mi amiga con tal de ver la cara de la anaranjada esa cuando Adam la deje por Anna.
Sonríe a la pantalla de su teléfono.
—¿Podemos ya entrar en la cabaña? No aguanto la necesidad de ir al baño.
—¡Oh claro! Vamos caminando por aquella dirección.
Señala a la izquierda y comenzamos a movernos.
Cada dos segundos lanza una risita maliciosa, tecleando en su teléfono.
—Te vas a caer si no miras por dónde vas —le reclamo algo enojado.
—Para eso te tengo, para que seas mis ojos cuando yo no pueda ver.
—¿Qué tanto escribes con Adam?
—Le dije que a Anna le gustaba toda la música de ese grupo musical nuevo, Patitos al Agua.
—¿Hay un grupo musical llamado Patitos al Agua?
—Claro. Si no hay entonces alguien debería crearlo.
—Adam no es tan tonto como para caer en eso.
—Pues tuvo que comprobarlo en internet —se sostiene el estómago para soltar una gran carcajada mientras mira su celular—. Me está reclamando porque dice que no encontró nada.
—Eso es porque eres terrible escogiendo nombres de bandas falsas. Y ya en serio… ¿estamos cerca de la cabaña de tu ex? Tengo necesidades.
—Esta es… esa es la cabaña de Gabriel —dice Rita deteniéndose frente a la construcción en madera—. Vamos, es hora de vengarme del hijo de fruta.
—¿Hijo de fruta? Suenas de primer grado.
—Y tú suenas a punto de estallar. ¡Ve, libera tu vejiga sobre todo lo que encuentres de Gabriel!
Comienzo a dar pasos en dirección a la entrada pero noto que Rita no me sigue.
—¿Y tú que vas a hacer? ¿No vas a entrar, Patchie?
—Oh, claro. Sólo estoy ajustando el video de mi cámara. Quiero que esto quede para la posteridad.
—¿Te dije antes que estabas desquiciada? Porque de verdad, lo estás.
—Oye, los desquiciados somos los mejores. Tenemos un amplio sentido de la creatividad. Ahora ve que tenemos un gran trabajo que hacer esta noche.
Después de eso entro en la cabaña, dispuesto a saldar mi deuda con ella y ansioso por lo que viene después.
Rita
Mis huesos de la rodilla duelen cada vez que camino o intento subir un escalón. Mi cuerpo ya no puede más y el cansancio se ha apoderado de mí.
Tengo el rostro cubierto de lodo, y tres mosquitos picaron mi cuello y mi espalda. Ahora mi apodo es la Jorobada de Notre Dame porque cojeo y me encorvo (gracias a la picadura) al mismo tiempo.
Las actividades familiares me han masticado y luego escupido, todo en uno.
Esta mañana comenzamos con ejercicios y rutinas sencillas, lo típico en campamentos: carrera en sacos de papa, carrera de cuál es el miembro más lento del equipo (osea yo), competencia con la soga y qué equipo logra salir intacto sin ni una gota de lodo en el rostro (obviamente yo no).
Jugamos al tobogán, que básicamente consiste en pasar arrastrado por debajo de las piernas de tu equipo hasta ocupar el primer lugar en la fila, vi un par de cosas que no debí ver y en definitiva algunas chicas deberían usar ropa interior cuando usen faldas... (O no usar faldas en un campamento) pero en general fue bastante bueno porque ganamos en esa competencia.
Luego vino la guerra de globos de agua, en donde Key terminó lanzándome a la piscina y en donde golpeé a su madre accidentalmente con un globo cargado. A ella le pareció divertido, a mí me dio una vergüenza infinita.
Ahora es casi de noche y mi camiseta no se ha secado del todo. Mi grupo, el azul, se dirige hacia la última actividad por este día: la fogata y la competencia de cuentos de terror.
Nos dieron unos minutos para refrescarnos y cambiarnos antes de presentarnos, pero Lucca, el chico afeminado del grupo y que viste de neón, quiere que empleemos ese tiempo para repasar nuestras tácticas para poder ganar ya que somos uno de los equipos que entró en la semifinal de la competencia.
Muevo los pies como un zombi, recordando las cuatro veces que me caí sin nada de decoro sobre la tierra. Key se pasó todo el día riéndose de mis desgracias.
—Atención, azules. Atención —llama Lucca, su ropa poderosamente neón me daña la vista y la paz mental—. Los que sepan historias de terror por favor levanten la mano para escucharla; tú no, Pam, cuentas la misma historia de las monjas fantasma cada año. ¿Alguien más?
Pam, a mi lado, frunce el ceño.
—Ridículo afeminado machista —murmura con un mohín.
A pesar de que todos los músculos de mi cuerpo están atrofiados, todavía me sorprendo de poder usar los de la cara para sonreírle a Pam con simpatía.
—Yo no he escuchado el de las monjas —la animo.
—No hagas que lo cuente —dice Elena detrás de nosotras. Ella también está empapada y cubierta de suciedad... además de la habitual suciedad en su alma—. Es tan aburrida que piensan comprarle los derechos de autor para convertirlo en sedante para caballos. Seguro los mata de sueño.
—Pero bien que te orinaste del miedo cuando lo conté por primera vez —sisea Pam en respuesta.
—Eres una vulgar, Pamdora. Nadie encontró tu historia terrorífica, mucho menos yo. Deja de decir soeces. Ese día tomé mucho líquido.
—¿Vulgar? ¿Soeces? —resopla Pam, llamando la atención de casi todo el grupo menos de Lucca que continúa hablando como si le prestáramos atención—. Escúchate, cualquiera pensaría que te volviste culta; si tan sólo supieran que la semana pasada comías chuletas como si fueran cuestión de vida o muerte, dejando únicamente los huesos del pobre animal en el plato, verían tu fachada de "culta" destruida.
—No empieces conmigo...
—¡Orden, chicas, orden! —dice Lucca desde algún lado cuando nota que ya no es el centro de atención—. Basta ya, mujeres. No peleen más. Mejor díganme sugerencias de historias de terror.
Ambas se dan miradas de advertencia pero luego apartan la vista.
Pam levanta la mano.
—¿Qué dije sobre las monjas fantasma? —la regaña Lucca.
—¡Juro que esta vez no era ese el que quería contar! Esta vez quería hablar sobre el de la chica perdida en un parque. Es una niña sin ojos...
—Eso es asqueroso —dice Elena examinando sus uñas y luego resoplando—; yo tengo una de un pirata sexy con problemas de autocontrol.
—Son cuentos de terror, no eróticos —dice Pam de inmediato.
—Prefiero el de los tres cochinitos —ruedo los ojos y me cruzo de brazos.
—Tú, Jorobi, no puedes opinar —hace mofa del nuevo apodo que, precisamente, me dieron ella y Marie.
—¿Y si contamos ese de los vampiros? —nos interrumpe otra voz. Es una de las primas de la familia.
Todos resoplamos al mismo tiempo.
—Estamos arruinados —grita Lucca. Se agarra el pelo de la cabeza y comienza a tirar de él—. ¿Nadie tiene nada?
—Jorobi es de los barrios pobres, preguntémosle a ella; seguro ahí ocurre algo de terror a diario —dice Elena en voz alta. Todos voltean a verme a mí.
En estos momentos prefiero ser llamada Patchie a Jorobi.
Estúpida alergia a los mosquitos. Estúpida Elena. Estúpido campamento. Estúpido Key... Y estúpidas ratas que dan miedo con sus hocicos peludos.
—No me sé nada. No me gustan las historias de terror —digo en un susurro—. Y ya deja de meterte conmigo Elena o mañana terminarás usando tus extensiones en las axilas porque arrancaré tu cabello mientras duermes.
—Mafiosa vulgar —murmura ella en mi dirección.
Ruedo los ojos y me cruzo de brazos.
Lucca está casi deprimido, sudado y sucio así como el resto del grupo, malhumorado y derrotado porque tenemos la victoria cerca pero no podemos obtenerla.
—Muy bien —grita él después de unos minutos—. Ya que vamos a perder por culpa de una tonta historia... al menos hagámoslo en mejores condiciones que estas —se huele la axila y arruga el rostro—. Todos regresen a sus cabañas a darse una ducha. Pam, prepárate, contaremos tu historia de las monjas.
—Pero tenía otra... y juro que hay romance y escenas eróticas.
—Grandioso —interrumpe él, sonando sarcástico—. Ahora se reirán de nosotros.
—¡Juro que la historia es aterradora! No me hagas ponerle tu nombre al protagonista que muere primero, colgado de la ingle y con la lengua salida.
Lucca rueda los ojos y nos despide con un gesto teatral de su mano; todos nos movemos en dirección a nuestras cabañas.
Antes que pueda avanzar muy lejos, alguien me toma del brazo y me aparta del grupo. Pam observa el movimiento y ve de manera extraña al dueño de la mano aún sobre mi brazo. Es Gabriel.
—¿Qué quieres? —sueno cortante. Quito mi brazo de un tirón para que me suelte—. No vuelvas a poner tus sucias manos en mí.
—Me gustaría que habláramos.
Mira discretamente a Pam y luego a mí. Sus ojos de diferentes colores, y la principal razón de enamorarme de él en un comienzo, ahora lucen preocupados y me dan lástima.
Doy un suspiro y asiento con la cabeza en dirección a la hermana mayor de Key.
—Hablaré un rato con él, estoy bien. Si se quiere sobrepasar le aprieto las bolas hasta que le queden moradas.
Pam se ríe y se va detrás del grupo, dejándome sola con Gabriel quien me aparta poco a poco hacia un lado de la habitación.
—Habla ahora, animal.
Él se sorprende por mi uso de la palabra y se recuesta ligeramente sobre la pared.
—Esto... Rita, no quiero que intervengas en mi trabajo.
—¿Yo? ¿De qué manera estoy interviniendo?
—Llevo años trabajando en este lugar, los Miller me pagan bien y soy bueno en lo que hago...
—¿Y tu punto es?
Gabriel observa la punta de sus zapatos, como si allí se encontraran todas las respuestas del universo.
—Mi punto es —alza la cabeza y me ve directo a los ojos—, si todavía estás enojada por lo que ocurrió hace años atrás, contigo y con Bianca...
—Detente ahora —lo interrumpo—. No quiero seguir recordando la vez que embarazaste a la que era mi mejor amiga.
—Bien, ¡pero no quiero que te desquites conmigo! Soy un padre ahora y tengo que llevar dinero a la casa. Y hoy, por tu culpa, me hablaron de un posible despido por todo lo que ocurrió ayer y tu novio golpeándome salvajemente.
—Eso te lo ganaste tú.
—¡No es cierto! Lo sufrí porque tú no pudiste parar de comportarte como una perra desquiciada porque se nota a leguas que no has podido olvidar lo que pasó. Supéralo de una vez, es hora de seguir y dejarme en paz. Si tan solo no hubieras actuado como una necesitada de amor, tal vez nunca hubiera recurrido a Bianca. Ahora por tu culpa mi trabajo cuelga de un hilo.
Siento cómo la rabia se va apoderando de mi sangre con lentitud; con aspecto intimidante me acerco cada vez más a su rostro, hablando con voz firme y clara:
—¿Quieres que supere el hecho de haberte encontrado follando a mi "mejor amiga" en el baño de mi casa, mientras yo estaba enferma y pensaba que estaba muriendo, a dos habitaciones de distancia? Eres un cerdo de polla pequeña que te crees superior porque lograste engañarme durante meses, haciéndome pensar que me querías, ¡prometiendo casarte conmigo y regalándome un estúpido anillo de plástico como símbolo de que pronto lo sustituirías por uno de verdad! ¿Te sentiste poderoso mientras me humillabas? ¿Disfrutaste joder con las dos? Porque yo disfruté el divino castigo del destino cuando la dejaste embarazada y días después también te dio infección urinaria y comenzaste a desarrollar ladillas en las bolas que, viéndote solamente esta tarde cuando te rascabas con insistencia, asumo que todavía tienes.
Ahora Gabriel luce pálido mientras yo respiro con dificultad, desahogándome y sacando todo lo que tengo dentro y ha estado matándome por dentro. Soy vagamente consciente que él se alterna entre mirarme a los ojos y mirar por sobre mi hombro de vez en cuando.
—Ah, y otra cosa —digo antes de dar por terminada la conversación—. Hoy por la tarde entré con Key a tu cabaña mientras tú patrullabas en otro lado, y escupí en tu agua... y Key orinó en tu shampoo, en tu jugo de manzana, en tu cama y sobre tus almohadas. Como no me pude resistir, metí tu cepillo de dientes en el retrete y luego Key lo orinó también, junto con ese ridículo protector que usas en los dientes.
Respiro hondo y noto por primera vez que a nuestras espaldas tenemos público porque los murmullos no se hacen esperar. Al parecer mi grupo decidió no irse después de todo.
Gabriel no está muy contento que digamos, pero sobre todo parece asqueado... y peligrosamente verde, como si quisiera... ¡Y acaba de vomitar cerca de mis pies!
Key, que es uno de los espectadores, se apresura a venir a mi lado y apartarme de la segunda tanda de vómito de Gabriel.
Esto no es lindo.
—Tú... —dice Gabriel, quien me señala cuando logra contenerse de seguir vomitando—. Pequeña perra maliciosa, oh cielos, me siento enfermo del estómago. ¡No puedo creer que pusieras a ese tipo a orinar sobre mis...!
Gabriel está verdaderamente furioso, resoplando y viéndome como si me fuera a matar. Para mi sorpresa, Key le lanza un golpe directo a la nariz que lo hace tropezar.
Miro hacia Key, directo a sus ojos, con la boca abierta.
—¿Lo golpeaste? ¿Por qué? —pregunto atónita.
—Vamos, Rita. ¡El tipo lo hizo en tu baño!
Key me toma del brazo y me obliga a pasar en medio de la pequeña multitud que hemos reunido... una vez más. Dejamos a Gabriel atrás, con todo y sus quejas y lamentos.
Una vez que estamos algo alejados del lugar, salgo de mi conmoción y parpadeo mucho en dirección a mi vaquero... ¡No! ¡No es mi vaquero! Es el vaquero de alguien más.
—¿Entonces escuchaste todo lo que dije?
—Cada palabra —asiente con la cabeza—. Incluso las mil orinadas que se supone di sobre toda la cabaña de ese tipo. ¿Es que acaso me imaginaste como un perro marcando territorio? Seguro y tu ex pensó que tengo incontinencia y no puedo controlar mi llave —señala su entrepierna.
Parpadeo una última vez y comienzo a reírme con fuerza.
Key es muy guapo… y sabe manejar bien mi lengua rápida y fluida, junto con todas mis excentricidades.
—Lo siento —me disculpo entre risas—. No se me ocurría qué otra cosa hacer. Pero tienes que admitir que la idea es brillante.
Me paro más erguida y la idea ya no me suena tan descabellada como antes.
—¡Eso es! —grito—. Key, ¿no te gustaría...?
—No, no, no. Ya sé lo que quieres y la respuesta es no.
—Vamos, di que sí. Hagámoslo esta noche... Entremos en la habitación de Gabriel y orinemos sus cosas. Él seguramente va a botar y sustituir todo esta tarde, nunca sabrá que esta noche orinaremos sus cosas de verdad. Es el momento perfecto para entrar a hurtadillas y cumplir con la venganza.
—Rita, ¿sabes la cantidad de líquido que me va a requerir tomar para hacer eso? Es la idea más descabellada que te he escuchado decir.
—No lo sé y no me importa. Creo que deberíamos empezar a hidratarte para preparar tu vejiga, eso es todo lo que pasa por mi mente en estos momentos.
—No, no, no, no. ¿Estás loca? ¿Quién no te dice que él decida irse y empacar sus cosas justo ahora?
—No creo que lo haga. Me pidió que no le provocara más deslices en el trabajo porque lo ocupa. Gabriel va a arrodillarse para que no lo echen, estoy segura.
Key suspira y noto su resolución viniéndose abajo poco a poco.
—¿Con eso quedaría saldado mi trato de venganza por los ex? —pregunta.
—Estaría en deuda contigo si me ayudas a hacer eso.
—Es que... No lo sé.
—Vamos, no seas así. Ayúdame y yo te ayudo, ¿recuerdas? Si tú saltas, yo salto.
—¿Esa última frase no era de Titanic?
—Probablemente. ¿Entonces? Prometo dejar que me beses.
—¿Y qué te ha hecho pensar que quiero besarte? Tú eras la que quería abusar de mí en el motel. Probablemente ni siquiera había una rata en la habitación y decidiste falsificarla para encontrar una excusa para deshonrar mi virtud.
Elevo una ceja y llevo ambas manos a mis caderas.
—Si tú no me ayudas, me encargaré de escupir en tus alimentos… ni siquiera lo vas a notar. Y créeme, tengo experiencia haciéndolo.
Él duda un momento, viendo en todas direcciones antes de suspirar mientras me lanza una mirada enfática.
—Está bien, trato hecho. Pero... ¿Puedo besarte ahora?
—De acuerdo.
—¿Beso con lengua?
—Ni se te ocurra.
—¿Puedo tocarte?
—Sólo si no quieres conservar todos tus dedos en su lugar.
—De acuerdo, bien. Tranquila mi pequeña Patchie-con-navaja-y-gas-de-pimienta-incluido.
—¡Oye! No soy tú Patchie.
—Claro que lo eres, ahora bésame, me lo debes.
Él hizo el intento de acercarse para besarme pero yo me alejé.
—Lo siento vaquero, pero eso pasará después que me ayudes.
—Eso me parece hacer trampa.
—A mí me parece ser inteligente.
Y lo digo en más de un sentido porque sé que si beso a Key en estos momentos probablemente le quiera dar cinco hijos después y eso no puede pasar. Y sé que no va a pasar porque yo soy Rita Day, y Rita Day nunca se queda con el chico al final de la historia. Mi experiencia me precede.
Key
Un litro de agua, dos tragos de Jagermeister, un vaso de jugo de naranja y luego una cerveza seguida de otros seis vasos de agua.
Eso toma para que mi vejiga sienta deseos de liberar todo ese líquido acumulado.
—¿En qué cabaña averiguaste que se hospedaba? —pregunto, moviéndome de un lugar a otro. Rita se encuentra ocupada viendo su teléfono celular, consultando por quinta vez la dirección de la cabaña de Gabriel.
Todavía sigo impactado por enterarme de qué manera tan cruel le fue infiel a Rita. Así que en parte no me arrepiento por lo que vamos a hacer a continuación.
—Adam dice que la quinta cabaña a la izquierda —dice Rita, escribiéndose mensajes con mi mejor amigo.
De alguna extraña manera no me gusta eso. Rita y Adam jamás harían buena pareja.
De pronto la escucho resoplar de la risa, viendo todavía a su teléfono.
—¿De qué te ries? —pregunto cautelosamente.
—Presiento que a Adam le gusta mi mejor amiga.
—¿Por qué lo dices?
—Porque me acaba de preguntar, de una forma nada discreta, cuál es la música favorita de ella.
Comienzo a reírme.
—Dile que ya tiene novia, que piense en ella.
Rita hace una mueca.
—Si quisiera que tu amigo pensara en una bolsa para excremento, claro que le diría que piense en Marie. Pero la verdad es que valdría la pena ayudarlo a conectar con mi amiga con tal de ver la cara de la anaranjada esa cuando Adam la deje por Anna.
Sonríe a la pantalla de su teléfono.
—¿Podemos ya entrar en la cabaña? No aguanto la necesidad de ir al baño.
—¡Oh claro! Vamos caminando por aquella dirección.
Señala a la izquierda y comenzamos a movernos.
Cada dos segundos lanza una risita maliciosa, tecleando en su teléfono.
—Te vas a caer si no miras por dónde vas —le reclamo algo enojado.
—Para eso te tengo, para que seas mis ojos cuando yo no pueda ver.
—¿Qué tanto escribes con Adam?
—Le dije que a Anna le gustaba toda la música de ese grupo musical nuevo, Patitos al Agua.
—¿Hay un grupo musical llamado Patitos al Agua?
—Claro. Si no hay entonces alguien debería crearlo.
—Adam no es tan tonto como para caer en eso.
—Pues tuvo que comprobarlo en internet —se sostiene el estómago para soltar una gran carcajada mientras mira su celular—. Me está reclamando porque dice que no encontró nada.
—Eso es porque eres terrible escogiendo nombres de bandas falsas. Y ya en serio… ¿estamos cerca de la cabaña de tu ex? Tengo necesidades.
—Esta es… esa es la cabaña de Gabriel —dice Rita deteniéndose frente a la construcción en madera—. Vamos, es hora de vengarme del hijo de fruta.
—¿Hijo de fruta? Suenas de primer grado.
—Y tú suenas a punto de estallar. ¡Ve, libera tu vejiga sobre todo lo que encuentres de Gabriel!
Comienzo a dar pasos en dirección a la entrada pero noto que Rita no me sigue.
—¿Y tú que vas a hacer? ¿No vas a entrar, Patchie?
—Oh, claro. Sólo estoy ajustando el video de mi cámara. Quiero que esto quede para la posteridad.
—¿Te dije antes que estabas desquiciada? Porque de verdad, lo estás.
—Oye, los desquiciados somos los mejores. Tenemos un amplio sentido de la creatividad. Ahora ve que tenemos un gran trabajo que hacer esta noche.
Después de eso entro en la cabaña, dispuesto a saldar mi deuda con ella y ansioso por lo que viene después.
Published on April 27, 2015 22:24
No comments have been added yet.
Lia Belikov's Blog
- Lia Belikov's profile
- 401 followers
Lia Belikov isn't a Goodreads Author
(yet),
but they
do have a blog,
so here are some recent posts imported from
their feed.

