Erasmo Cachay's Blog: sobre la vida de un escritor - Posts Tagged "pregunta"
HOTEL
Cuando crucé el pórtico del Hotel Best-Plaza ella ya me estaba esperando. Crucé la puerta giratoria sintiendo una agitación en mi pecho. Traté de tranquilizar mi cuerpo, controlando las ganas de correr hacía ella que tenía. Cuando ella me vio, se puso de pie y percibí un pequeño temblor en sus piernas. Yo conocía esa mirada: ella no solo reconoció mi control, sino que luchaba a la misma vez contra la misma sensación.
— Me da mucho gusto volver a verte —dijo Andrea.
— A mí también —respondí.
Andrea había visitado la ciudad donde nos conocimos y de donde se había marchado por trabajo. Andrea solo se quedaba esa noche. Mucho había pasado desde la última vez que la había visto. Andrea había cambiado de corte de pelo, se vestía más seria, su rostro tenía un trazo de tristeza (aunque siempre tuvo una mirada melancólica) y a la misma vez volvió a sonreír cuando le di un beso en la mejilla. ¿Por qué no pudimos ver felices entonces? La última vez que nos vimos había sido diferente, ella llorando y yo soportando aquel cosquilleo de garganta para no hacer lo mismo. El adiós en el aeropuerto, la mano saludando el vació. Ella afianzándose a mi cuello diciendo “no me quiero ir” y yo abrazándola como tantas veces lo había hecho en la calle o en la cama. Yo solo tenía que decir “Quédate”. No lo hice.
El lobby del hotel era pequeño. Andrea y yo nos sentamos en el único sillón que había. Le pregunté si quería tomar algo “Lo de siempre” respondió. Yo pedí dos Gin Tonic, su bebida favorita. Tenerla tan cerca y tan lejos era extraño. Su cuerpo, su rostro, sus piernas cruzadas. Y ese olor dulce que se impregnaba en mi piel. ¿Por qué me ha llamado? Pero el tiempo había pasado. Cuando empezamos nuestra relación, no quisimos darnos cuenta que después de toda la historia y la cultura si importan. Hablamos un idioma que no era el nuestro, viviendo en un país ajeno y aunque quisimos cerrar los ojos, entre risas y felicidad, la realidad nos volvió al suelo de los hechos. Yo la había querido tanto, que aquella noche, en la que ella era solo un reflejo en la pantalla de la computadora, acabando todas nuestras opciones y yo preso de mi incertidumbre de joven y de mi inexperiencia, dije que lo mejor era terminar. Ella solo dijo “Adiós” y cortó. Ella no supo cómo pase aquella noche y yo jamás sabré cuantas lagrimas ella derramó. Pero el dolor de un corazón se puede sentir en el aire cuando las palabras vuelan en el ambiente. No supe nada más de ella por un tiempo. Quisimos ser modernos, siguiendo como amigos como si nada hubiera pasado, pero aquel experimento moderno termino mal hasta que nos hicimos daño y dejamos de hablar definitivamente. Pero jamás la pude olvidar. ¿Y ella? No supe nada hasta el día de ayer cuando me llamo “Estoy en la ciudad por trabajo, solo un día, ¿tienes ganas de vernos?” “Tú di cuando” se escapó de mis labios. Cancelé la cita con mi novia e incluso le mentí diciéndole que saldría con amigos. No me sentí bien haciéndolo, pero no pude evitarlo.
— Estoy comprometida —me dijo, ensenándome el anillo en su dedo.
— Te felicito ¿lo conozco? —respondí yo.
— No —respondió Andrea —. Cuando terminamos, empecé a salir con él. Nos casamos en tres meses.
— Me alegro por ti —dije —creo que mereces ser feliz.
— ¿Tienes novia? —pregunto ella. El mesero se acercó, dejo los dos vasos sobre la mesa y se marchó. Las puertas giratorias se abría y cerraban, como los pensamientos de mi mente. En el fondo había una suave música de cámara, a lo lejos se escuchaban las copas del restaurante y las risas de alguna celebración. Y todo se oscureció.
— Si —no quise mentir —llevamos doce meses ya.
— Me alegro por ti —dijo ella.
Los meses que pasamos juntos, fueron las más extraños, difíciles y felices de mí vidas. Nos conocimos en unas clases de baile cuando ni yo quería ir y ni ella quería estar. Peleamos mucho hasta que sin pensarlo, nos dimos cuenta que nos veíamos cada día, nos llamábamos a cada momento y salíamos casi siempre. Una noche en mi cuarto, echado sobre mi sofá negro, pensé todo lo que podía pasar. Sabía que era una locura. Pero me puse de pie, salí, corrí por las calles y llegue a su cuarto, me senté sobre el suelo y le dije lo que sentía “Será una locura” dijo ella y me extendió la mano y fue así como nosotros, las dos personas más lógicas que he conocido, se encontraron besándose, caminando, riendo, pensando en planes, haciendo al amor con pasión, no pensando que el mañana nos alcanzaría más rápido de lo que pensábamos. Y no paramos hasta aquella tarde en el aeropuerto cuando ella partió llorando y yo, con la tristeza de una verdad que no quería reconocer, no dije nada. Y ahora los dos estábamos frente a frente, en este Hotel. Sonriendo si reír, hablando sin abrir la boca, sintiéndonos sin tocarnos. De alguna manera sabíamos que cualquier camino que tomáramos, sería uno que traería tristeza a más de una persona. Andrea se puso de pie, me dijo que tenía que irse. Yo entendí lo que quiso decir. Nos dimos un beso en la mejilla y mirándonos quizás por última vez nos dijimos adiós.
Estaba yo en la puerta del Hotel, viendo las luces de la recepción, las voces, el sonido de los taxis, el ruido del murmullo y el silencio. Debí haber estado ahí minutos hasta que el conserje me preguntó “¿Está usted bien?” “No” respondí y corrí.
— ¿Qué haces? —dijo asombrada Andrea al abrirse la puerta del ascensor y ver mi cara frente a la de ella.
— Sera una locura. ¿Estas dispuesta? —dije y ella río mirandome con los mismos ojos de la primera vez que hicimos el amor.
— Me da mucho gusto volver a verte —dijo Andrea.
— A mí también —respondí.
Andrea había visitado la ciudad donde nos conocimos y de donde se había marchado por trabajo. Andrea solo se quedaba esa noche. Mucho había pasado desde la última vez que la había visto. Andrea había cambiado de corte de pelo, se vestía más seria, su rostro tenía un trazo de tristeza (aunque siempre tuvo una mirada melancólica) y a la misma vez volvió a sonreír cuando le di un beso en la mejilla. ¿Por qué no pudimos ver felices entonces? La última vez que nos vimos había sido diferente, ella llorando y yo soportando aquel cosquilleo de garganta para no hacer lo mismo. El adiós en el aeropuerto, la mano saludando el vació. Ella afianzándose a mi cuello diciendo “no me quiero ir” y yo abrazándola como tantas veces lo había hecho en la calle o en la cama. Yo solo tenía que decir “Quédate”. No lo hice.
El lobby del hotel era pequeño. Andrea y yo nos sentamos en el único sillón que había. Le pregunté si quería tomar algo “Lo de siempre” respondió. Yo pedí dos Gin Tonic, su bebida favorita. Tenerla tan cerca y tan lejos era extraño. Su cuerpo, su rostro, sus piernas cruzadas. Y ese olor dulce que se impregnaba en mi piel. ¿Por qué me ha llamado? Pero el tiempo había pasado. Cuando empezamos nuestra relación, no quisimos darnos cuenta que después de toda la historia y la cultura si importan. Hablamos un idioma que no era el nuestro, viviendo en un país ajeno y aunque quisimos cerrar los ojos, entre risas y felicidad, la realidad nos volvió al suelo de los hechos. Yo la había querido tanto, que aquella noche, en la que ella era solo un reflejo en la pantalla de la computadora, acabando todas nuestras opciones y yo preso de mi incertidumbre de joven y de mi inexperiencia, dije que lo mejor era terminar. Ella solo dijo “Adiós” y cortó. Ella no supo cómo pase aquella noche y yo jamás sabré cuantas lagrimas ella derramó. Pero el dolor de un corazón se puede sentir en el aire cuando las palabras vuelan en el ambiente. No supe nada más de ella por un tiempo. Quisimos ser modernos, siguiendo como amigos como si nada hubiera pasado, pero aquel experimento moderno termino mal hasta que nos hicimos daño y dejamos de hablar definitivamente. Pero jamás la pude olvidar. ¿Y ella? No supe nada hasta el día de ayer cuando me llamo “Estoy en la ciudad por trabajo, solo un día, ¿tienes ganas de vernos?” “Tú di cuando” se escapó de mis labios. Cancelé la cita con mi novia e incluso le mentí diciéndole que saldría con amigos. No me sentí bien haciéndolo, pero no pude evitarlo.
— Estoy comprometida —me dijo, ensenándome el anillo en su dedo.
— Te felicito ¿lo conozco? —respondí yo.
— No —respondió Andrea —. Cuando terminamos, empecé a salir con él. Nos casamos en tres meses.
— Me alegro por ti —dije —creo que mereces ser feliz.
— ¿Tienes novia? —pregunto ella. El mesero se acercó, dejo los dos vasos sobre la mesa y se marchó. Las puertas giratorias se abría y cerraban, como los pensamientos de mi mente. En el fondo había una suave música de cámara, a lo lejos se escuchaban las copas del restaurante y las risas de alguna celebración. Y todo se oscureció.
— Si —no quise mentir —llevamos doce meses ya.
— Me alegro por ti —dijo ella.
Los meses que pasamos juntos, fueron las más extraños, difíciles y felices de mí vidas. Nos conocimos en unas clases de baile cuando ni yo quería ir y ni ella quería estar. Peleamos mucho hasta que sin pensarlo, nos dimos cuenta que nos veíamos cada día, nos llamábamos a cada momento y salíamos casi siempre. Una noche en mi cuarto, echado sobre mi sofá negro, pensé todo lo que podía pasar. Sabía que era una locura. Pero me puse de pie, salí, corrí por las calles y llegue a su cuarto, me senté sobre el suelo y le dije lo que sentía “Será una locura” dijo ella y me extendió la mano y fue así como nosotros, las dos personas más lógicas que he conocido, se encontraron besándose, caminando, riendo, pensando en planes, haciendo al amor con pasión, no pensando que el mañana nos alcanzaría más rápido de lo que pensábamos. Y no paramos hasta aquella tarde en el aeropuerto cuando ella partió llorando y yo, con la tristeza de una verdad que no quería reconocer, no dije nada. Y ahora los dos estábamos frente a frente, en este Hotel. Sonriendo si reír, hablando sin abrir la boca, sintiéndonos sin tocarnos. De alguna manera sabíamos que cualquier camino que tomáramos, sería uno que traería tristeza a más de una persona. Andrea se puso de pie, me dijo que tenía que irse. Yo entendí lo que quiso decir. Nos dimos un beso en la mejilla y mirándonos quizás por última vez nos dijimos adiós.
Estaba yo en la puerta del Hotel, viendo las luces de la recepción, las voces, el sonido de los taxis, el ruido del murmullo y el silencio. Debí haber estado ahí minutos hasta que el conserje me preguntó “¿Está usted bien?” “No” respondí y corrí.
— ¿Qué haces? —dijo asombrada Andrea al abrirse la puerta del ascensor y ver mi cara frente a la de ella.
— Sera una locura. ¿Estas dispuesta? —dije y ella río mirandome con los mismos ojos de la primera vez que hicimos el amor.
Published on September 16, 2019 04:58
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Tags:
amor, cuento, geschichte, historia, kuz, pregunta, shor-story, story
sobre la vida de un escritor
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