Pedro Cayuqueo's Blog, page 5
January 5, 2018
El ministro perfecto
Candidatos al gabinete hay muchos. Pero más allá de quienes finalmente resulten elegidos, hay un cierto perfil de personas que calza mejor que otros. Y esto tiene que ver con las competencias personales, pero también con algo fundamental: aquellos que pueden y saben tratar con Piñera. El Presidente electo es una persona particular, en su forma de ser y trabajar. Amoldarse a ello no es fácil, pero ya conocemos algunas pistas.
-24×7: El primer atributo de cualquiera que aspira a ser ministro es estar dispuesto a trabajar mucho y a un ritmo frenético. Piñera es exigente en esto, porque él hace lo mismo. Hay que ser capaz de seguirle el ritmo.
-Siempre listo: No le gustan los intermediaros. Llama directo y en cualquier momento para saber de alguna materia. Hay que estar pendiente y preparado para aquello.
-Sea prolijo: Lee y estudia cada detalle de cada papel que llega a su escritorio, subrayando todo aquello que le llama a atención, pero también los errores. Esto último lo irrita mucho. Por eso, hay que ser muy prolijo al momento de pasarle un papel. Revisar cien veces que todo cuadre, parece ser la fórmula.
-Vaya al grano: Piñera tiene poca paciencia con los discursos para la galería. Lo suyo es ir al grano, ojalá a los números. Si no hay datos, o se es poco preciso, la cosa no anda bien.
-Diga que no sabe: Pese a ser muy exigente, acepta que alguien le diga directamente que no tiene la respuesta precisa. Pero es un error pretender pasarse de listo. Tiene una capacidad única para detectar cuando alguien está improvisando. Entonces, hay que ser humilde y reconocer cuando no se sabe algo. Pero, eso sí, hay que volver rápido con la respuesta.
-No sea grave: No hay que esperar de Piñera mucha formalidad. El protocolo no es lo suyo. Por eso, no hay que enojarse si, por ejemplo, se olvidar de saludar. Sabemos también que le gustan las bromas, no siempre adecuadas, pero no hay que ser grave. Es un error tomárselo a la personal. Personas muy sensibles a aquello lo pueden pasar mal.
-Capaz de influir: Muchas veces da la impresión de estar distraído, pero no es así. Siempre está atento y puede cambiar de opinión sin problema o acoger una buena idea. Un buen ministro debe ser capaz de detectar aquello. Saber leer cuando se abre una oportunidad de influir.
-Leal pero sincero: Pese a la seguridad que proyecta, Piñera acepta las críticas. No el fuego amigo, ese que se hace por la prensa. Pero, a puertas cerradas, es sorprendentemente abierto para recibir comentarios de todo tipo.
-Resuelva los problemas: Le gusta estar informado, pero valora la iniciativa, los que resuelven las cosas. Le gusta la obediencia, pero no los yes men.
-No al turismo aventura: No hay espacio para aquellos que van de pasada al gobierno, a vivir la experiencia. Lo que busca ahora el Presidente es gente que se quiera proyectar en la política.
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La izquierda: ¿Vanguardia o retaguardia?
Afirmé en una columna anterior que “la izquierda no puede morir”. Un país sin izquierda se hace más injusto y menos dinámico y exigente. Surgida de la Revolución Francesa la izquierda tiene a su haber aportes mayores a la humanidad. En Chile las contribuciones de la izquierda son variadas y macizas. Sin las luchas libradas por las izquierdas y sus principales líderes la democracia sería más enclenque, la estructura productiva más precaria, la educación todavía más elitista, la cultura más estrecha y las artes más insignificantes.
La izquierda no morirá. La pregunta no es si sobrevivirá o si está condenada a desaparecer. El punto es otro: ¿Qué papel puede jugar en el mundo del siglo 21? ¿Será una vanguardia empujada por las nuevas tendencias o un destacamento de retaguardia concentrado en la defensa de sus víctimas?
Históricamente, la izquierda buscó situarse en posiciones de vanguardia. Así la pensó Marx. Su norte era la construcción de una sociedad cualitativamente superior en la cual desaparecerían la explotación, la alienación, las penurias y las desigualdades. El actor decisivo de esta transformación sería la clase obrera iluminada por la conciencia histórica de ser el sujeto principal de esta revolución.
Sin embargo, contrariamente a lo que sostuvo Marx en este punto (no en otros donde sus elaboraciones mantienen actualidad), el desarrollo de las fuerzas productivas condujo a una “sociedad post industrial” en la cual la clase obrera disminuye tanto cuantitativamente por la reducción de sus efectivos, como cualitativamente por la atomización inducida por las nuevas dinámicas de los procesos productivos. La revolución se queda sin sujeto y la izquierda sumida en la orfandad. Este proceso se ha vivido con gran intensidad en Chile. El proletariado industrial es una fracción cada vez más pequeña de la fuerza laboral y la reorganización productiva ha llevado a una fragmentación creciente de los colectivos de trabajo.
La nueva estructura social chilena tiene como característica preponderante la multiplicación de nuevos sectores medios que surgen de los servicios y no de la industria, con escasa organización y una concepción esencialmente individualista de la vida y del progreso. Son los emergentes o los famosos C3 de las encuestas.
La izquierda puede sobrevivir representando los intereses de los sectores que van quedando al margen de los procesos de modernización. No son pocos, pero no son portadores de un nuevo proyecto. Sus luchas son legítimas, sus angustias más que comprensibles pero no por eso sus intereses dejan de ser corporativos. Su defensa tiene, inevitablemente, el sello conservador propio de las luchas de retaguardia.
La democracia, la economía de mercado y la globalización son las realidades inescapables del mundo contemporáneo. En ellas tiene que poder desenvolverse una izquierda con vocación de mayoría. Sin dejar de lado la protección de los más desvalidos, para ser grande, la izquierda debe ser capaz de situarse en la vanguardia. Esto implica asumir plenamente la innovación, el progreso tecnológico y la creatividad como los grandes vectores para la construcción de una sociedad integrada, una economía sustentable y una política radicalmente democrática.
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Fin a la delación compensada
La delación compensada consiste en eximir de toda sanción a aquel miembro de una colusión que se delate primero ante la Fiscalía Nacional Económica (FNE) y le proporcione antecedentes suficientes para formar un requerimiento ante el Tribunal de Defensa de Libre Competencia (TDLC). ¿Es un mecanismo intrínsecamente injusto? Ciertamente hay diversas visiones, pero más allá de que unos u otros tengan razón, no es la pregunta que debiéramos estar haciéndonos como sociedad.
El asunto en cuestión debería ser: ¿Queremos detectar las colusiones en Chile para eliminarlas y sancionarlas? Y acá, la respuesta es -sin lugar a dudas- unánimemente afirmativa. Entonces, pareciera que sí necesitamos la delación compensada, en cuanto es el mecanismo más eficiente para desmantelar carteles.
La evidencia empírica es contundente: por ejemplo, de los 11 casos de colusión sancionados en la Unión Europea en 2017, todos se descubrieron gracias a la delación compensada.
Sin embargo, para que este mecanismo funcione debemos eximir al que se delata primero y aporta antecedentes de toda sanción pecuniaria y de presidio. No así, eximir del pago de indemnización a consumidores o afectados por la colusión.
En Chile, la delación compensada se creó el 2009 mediante el artículo 39 bis. Entre el 2009 y el 2016 la ley de libre competencia no contemplaba una sanción de presidio para casos de colusión, por lo cual, quien se delataba primero, se le eximía de toda multa.
Sin embargo, la demanda penal por parte del Ministerio Público en contra de las farmacias, en virtud de una figura penal escasamente utilizada y muy compleja, aniquiló la delación compensada. La razón es simple: nadie, en su sano juicio, se va a delatar si sabe que aunque se eximirá de la multa, los mismos antecedentes que entregue, serán utilizados para arriesgar una pena de cárcel. Por ello, los casos en Chile con delación compensada se cuentan con los dedos de una mano.
Por otra parte, en agosto de 2016 se introdujo la pena de presidio de hasta 10 años y un día, junto con presidio efectivo de un año, para casos de colusión. El legislador se enfrentó a la pregunta de cómo diseñar la delación compensada para que fuese efectiva. La respuesta fue entregar la acción de colusión penal exclusivamente a la FNE. No fue el mejor formato, en cuanto la acción exclusiva de la FNE debiera haberse extendido a toda responsabilidad penal emanada de los hechos.
Bajo estas circunstancias, la querella por estafa del Consejo de Defensa del Estado (CDE) en contra de los laboratorios demandados por colusión -incluido el que inició la causa mediante delación compensada- viene a condenar a muerte a la delación compensada. Y si bien la causa de los laboratorios se rige por la ley del 2009, igualmente la acción del CDE evidencia la falta de predictibilidad y transparencia del sistema. Además, el CDE podría haber cumplido su función de mejor forma haciéndose parte en la causa de libre competencia y -de obtener sentencia condenatoria- pidiendo perjuicios para el Estado. Esta vía es, sin duda, más expedita y no duplica el uso de recursos públicos.
Estados Unidos atravesó por un problema similar desde 1978 hasta agosto de 1993, cuando se reformó la delación compensada para que todos los directores, ejecutivos y trabajadores de una empresa que se delataba primera, estuvieran exentos de responsabilidad penal. Como resultado, se incrementó en 20 veces el número de delaciones compensadas.
En Chile, el fenómeno de la “silla vacía” que levanta sospechas entre empresas que se coluden (porque una no llegó a la reunión), no va a tener como resultado que el resto se ponga nervioso y vaya a delatar la colusión. Las otras empresas estarán bastante seguras que más bien la “silla vacía” corresponde a un taco o enfermedad. Claramente nadie se arriesgará a delatarse sabiendo que el CDE, el Ministerio Público u otro, puede perseguirlo penalmente aunque se delate. Qué “tranquilidad”.
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Una acción que no perjudica la delación
La querella presentada por el Consejo de Defensa del Estado (CDE) hace unos días en contra de ejecutivos de laboratorios que participaron en un cartel de insumos médicos, no mata la delación compensada. En los últimos años, numerosos carteles han sido descubiertos por la delación compensada, en mercados en los que no se sospechaba la existencia de colusión. La delación persigue la deserción de uno o más miembros del cartel, a los que se les ofrece la reducción o exención de la pena, si confiesan el ilícito y aportan pruebas que permitan condenar al resto de los miembros. Esta herramienta es necesaria por la dificultad de probar un acuerdo entre rivales, el que es normalmente secreto. El mecanismo opera creando un incentivo alto para confesar (exención o rebaja de multa, e incluso, recompensas) ante un costo por ser descubierto (multa o cárcel). Con esto, el delator traiciona al cartel y no “muere en la rueda”. En Chile, hay incertidumbre para el delator porque si no es el primero, solo obtiene una rebaja de la multa; y si se prueba que organizó el cartel y coaccionó a otros miembros, pierde el beneficio y es multado. Pero también se han descubierto carteles por otros medios: testigos, presunciones y documentos obtenidos en allanamientos. El caso Farmacias demostró que incluso una conciliación, ya iniciado el juicio, permitía aportar pruebas para probar un cartel.
La reforma legal del año 2016 criminalizó la colusión. Coherentemente, se dispuso que solo el primer delator estaría exento de responsabilidad penal, pero exclusivamente respecto del delito de colusión. Por lo mismo, el tratamiento es distinto para hechos ocurridos antes de esa ley (como es el caso en cuestión), de los ocurridos después.
En el primer caso, el delito de colusión del 2016 no estaba vigente. Tampoco lo estaba la eximente penal para el primer delator. Consecuencia de esto es que el laboratorio delator, y sus ejecutivos, no estaban libres de toda pena, sino que solo de la multa que puede imponer el Tribunal de Defensa de la Libre Competencia. La querella del CDE contra los ejecutivos por delitos como la estafa u otros análogos, era una situación previsible. Esto porque el legislador del 2016 creó un nuevo delito, pero no modificó ni derogó otros, como la adulteración fraudulenta de precios (que se utilizó para formalizar a ejecutivos de laboratorios en 2011), el fraude en subastas públicas o la estafa. La decisión fue consciente, ya que se propuso originalmente que la colusión penal estuviera en el mismo párrafo del Código Penal que esos ilícitos, pero fue rechazado.
Para el caso de hechos ocurridos después de la modificación del 2016, la situación es distinta. Al estar vigente una nueva ley que tipifica como delito la colusión, se aplicará a la delación las normas generales contenidas en el Código Penal. Al primer delator se le aplicará la ley más favorable, respetándose el beneficio de la exención. Pero el primer delator tampoco tiene inmunidad general frente al Código Penal, porque la exención no cubre delitos producto de las amenazas o de la violencia que pueda haber entre miembros del cartel para monitorear y vigilar el acuerdo ilegal. Por otro lado, la ley vigente no establece la exención de responsabilidad penal para delatores posteriores.
Es cierto que un programa de delación compensada requiere que haya incentivos para confesar, y reducir la incertidumbre. Para dicho fin, los empresarios deben tener la mayor certeza de que obtendrán el beneficio de la clemencia al solicitarlo. En este escenario, sí veremos nuevas delaciones, pese a la querella del CDE contra ejecutivos de laboratorios. Ésta no matará la delación, pero tampoco la hará más fuerte.
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La caldera iraní
Sabemos desde hace mucho tiempo, pero especialmente desde 2009, que una parte importante de la clase media iraní aborrece la teocracia medieval de la que es víctima. Aquel año, en respuesta al fraude electoral masivo a propósito de la reelección de Mahmud Ahmadinejad, cientos de miles de personas, entre ellas muchos jóvenes, se lanzaron a las calles. La violencia de Estado sofocó a sangre y fuego la protesta pero no la ira.
Ahora, esa ira ha vuelto a estallar en las calles y la respuesta del régimen no es menos bárbara. Aunque la economía ha mejorado desde que Barack Obama levantó las sanciones contra Irán a comienzos de 2016, el destino de gran parte de los ingresos fiscales es el armamentismo, fruto de la competencia entre Teherán y Riad por mandar en el mundo musulmán y del imperialismo iraní en varios países. En parte por eso y en parte porque las ventas de petróleo, que han mejorado el PIB pero no la situación del empleo, se destinan al imperialismo, las protestas han vuelto a poblar las calles de gritos contra los ayatolás.
Esto abre para Donald Trump una oportunidad dorada. Prometió reiteradamente romper el pacto nuclear firmado por su antecesor con Irán mediante el cual Teherán limita su programa atómico a cambio del levantamiento de las sanciones. Pero hasta ahora no lo ha hecho. La Casa Blanca y el Congreso se han pasado la pelota de un lado al otro sin tomar una decisión final. Ahora, después de dudar unos días, Trump ha arremetido contra el gobierno de Hasan Rouhani por la represión contra las manifestaciones, calculando -con acierto- que Teherán iba a contestarle culpándolo de provocar los disturbios. Trump actúa así como agente provocador de su propia política exterior, acaso para poder cumplir esa promesa.
De ser así, 2018 arrancaría con una duplicación del gran contencioso internacional de 2017. Me refiero, por supuesto, al conflicto entre Trump y Corea del Norte, que alcanzó el año pasado niveles de alta tensión y puso a Corea del Sur y a Japón en estado de alarma extrema. Roto, en la hipótesis mencionada, el pacto entre Estados Unidos e Irán, el régimen de Teherán, que ya tiene contactos con Corea del Norte desde hace cierto tiempo en relación con el programa nuclear, no perdería tiempo y acentuaría esa relación, sabiendo las consecuencias internas que tendría para Estados Unidos.
Un sector de la opinión pública estadounidense, que de por sí juzga a Trump irresponsable y temerario en política exterior, vería en esto la confirmación de que su falta de sofisticación y su impulsiva tendencia a ver el mundo como el patio de un colegio de chicos pendencieros puede arrastrar al país -al planeta- a una conflagración. Todo esto lo saben bien tanto Teherán como Pyongyang, que nunca han perdido la ocasión de jugar con la situación interna de los Presidentes norteamericanos con los que se han enfrentado. Siendo 2018 un año electoral en Estados Unidos por las legislativas de mitad de mandato programadas para noviembre, cualquier agravamiento de las relaciones con esos dos enemigos puede ser bien utilizado por el Partido Demócrata y los críticos de Trump para hacerle pagar al republicano un alto costo en las urnas.
Esto también lo saben algunos aliados del Presidente que dependen de que no decaiga excesivamente la popularidad de la Casa Blanca para su propia reelección. Por tanto, no sería de extrañar que ya se estén produciendo presiones intensas del Partido Republicano para evitar que la Casa Blanca rompa el pacto nuclear en medio de este enfrentamiento entre Trump y los bárbaros de Teherán.
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La sexualidad perversilla ante el horror
La primera novela de Pascual Brodsky rezuma madurez, coraje, temperancia y fuerza narrativa, cualidades que no son comunes en un debutante, por cierto, pero que son francamente exóticas dentro de aquel piño de novelistas chilenos menores de 40 años que han transformado sus autobiografías –de niños, de adolescentes, de jóvenes– en un cúmulo de libros prescindibles. Brodsky intuye, e intuye bien, que la linealidad suele ser un recurso pobre en este tipo de ejercicios confesionales o semi confesionales, de modo que Marcial, el protagonista, soluciona parte del dilema planteando un juego entre el yo y el él que no ha sido dispuesto para asombrar al lector impresionable, ni tampoco está, poniéndonos en el peor de los casos, destinado a confundir al lector bienintencionado. El autor pretende transmitir los matices de una sutileza oscurecida, que es la que se extiende con efectividad a lo largo de Años de fascinación: cautivar con calma, sin alardes ni rimbombancias, basándose en la consistencia de un relato que incluye el rostro brutal de la tortura, la infamia, el asesinato, la violación, y el vislumbre refrescante de la impudicia sexual.
No es difícil deducir desde el principio de la novela que Marcial es nieto de Carmelo Soria, el diplomático español que fue torturado y asesinado por agentes de la DINA en 1976. La historia de la madre activista, Isabel, es uno de los rieles por los que el muchacho descorre el velo de una intimidad dolorosa, sin duda, pero que no provoca en él los archiconocidos raptos de victimización. Por el contrario, Marcial e Isabel manifiestan un humor envidiable, y en un momento dado, echando mano del cinismo que abunda en situaciones diversas, el protagonista declara que a su alrededor, entre los adultos, ve a “personas que querían hacer justicia, o revolución al mismo tiempo que criar hijos, como si necesitaran a los críos para tomarle cariño a la vida, o para darle a la vida un pie forzado que organice. Los hijos como el pie forzado”.
De niño, vale agregar para completar el cuadro, el narrador fue un ser lleno de humanidad, como lo prueba esta frase sensible e inteligente: “Los domingos despertaban en Marcial el genuino deseo de no asistir nunca más al colegio, acumular anotaciones en el libro de clases, miles de suspensiones hasta ser expulsado y morir. Despertarse por la mañana era lo más difícil que conocía en la vida”.
El otro eje sentimental, o el otro riel, ya que veníamos con eso, lo constituye Sofía, la novia de Marcial, quien a los once años fue violada por una patrulla de carabineros mientras regresaba a casa de su clase de gimnasia. El amor entre los jóvenes es a ratos tortuoso, pero el rasgo más llamativo de la relación se va desarrollando pausadamente, a través del encomiable manejo de las emociones y los impulsos. Me refiero a cierta dinámica sexual perversilla, que es de lo mejorcito que se ha escrito en Chile sobre el tema en las últimas décadas. El círculo afectivo madre-hijo-novia se inflama con los celos de Sofía ante los comprensibles ímpetus de protección de Isabel tras los horrores vividos. “Yo empezaba a sentirme aplastado entre el útero pachamámico de Isabel y la Sofía eugenésica”, confiesa Marcial valiéndose del humor efectivo que lo define.
En Años de fascinación el autor aborda el escarnio de sí mismo con una soltura que alude al coraje que mencioné al principio. La niñez, los años escolares, la adolescencia, la presumible adultez, en fin, los diferentes estados de evolución personal jamás aparecen tiznados por las sombras vergonzantes de la autocompasión. Se diría que por momentos el protagonista es un observador pasivo de su propia existencia, algo que, lejos de quitarle fortaleza, le confiere al sujeto una exhalación de sabiduría que queda estupendamente reflejada en el gran desenlace de la novela, un episodio en donde sí se capta un posible sentido último de la palabra compasión.
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La segunda muerte
No solo su derrumbe en vida fue doloroso. Ya convertido en un icono póstumo y a pesar de las millonarias ventas que usualmente lo citaban con el macabro mérito de ser el artista muerto que más discos vendía, el legado de Elvis tampoco ha envejecido bien y por varias razones. La primera, la más evidente, porque finalmente terminó imponiéndose la caricatura al legado artístico y el personaje al gran músico que fue.
El primer recuerdo que salta a la memoria cuando se habla del “rey del rock”, un apodo en sí mismo anticuado, tiene que ver con sobrepeso, abuso de pastillas, ostracismo en una mansión habitada por guardaespaldas y la decadencia en Las Vegas. Pero también con ese perfil conservador y esa aparente falta de épica y de compromiso social o de consistencia creativa que marcó su carrera. Un perfil que en días que corren, sobre todo en los días que corren en Estados Unidos con Trump de Presidente, asoma como una omisión imperdonable que lo distancia de perfiles más conscientes como el de Dylan, que leyó mejor que nadie sus tiempos, o los Beatles, que fueron realmente libres musicalmente hablando, o el mismísimo Chuck Berry, con quien siempre se le intentó rivalizar en la búsqueda de la paternidad del género. Para decirlo en simple, ha quedado la sensación de que Elvis finalmente encarnaba a esa América tradicionalista, . Y aunque mucho de eso es cierto (por lo pronto Memphis forma parte del cinturón bíblico del país del norte), aquello también tiene mucho de lugar común.
Elvis pagó caro el costo de haber sido un pionero. Su explosiva y definitiva irrupción a mediados de los 50 se extinguió rápidamente frente a lo que propuso el mundo y la música ya entradas los 60. Y ahí Elvis, cuando pudo haberse sumado, se instaló en esa peligrosa comodidad de casinos y calmantes que le quitaría la vida. Sin embargo y respecto por ejemplo del tema racial, no está de más recordar que este hombre que se sacó fotos con Nixon fue un profundo admirador de la cultura negra y de su música al grabar s desconocidos intérpretes afroamericanos e incluso a partir de ese mito de que se haría teñido el pelo como admiración a la raza negra.
Visitar Graceland es visitar un museo de cera, un panteón estrafalario de chiches y recuerdos y en medio de una ciudad profundamente conservadora. Y ahí aparecen las convenciones de dobles y los coleccionistas y esos fanáticos que han empezado a envejecer sin haber heredado la admiración por este viejo héroe musical. La imposibilidad de reconstruir a Elvis desde su importancia artística, ha sido quizás su segunda muerte y la más dolorosa. La nueva muerte de un ídolo que ha brillado por las razones equivocadas.
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El año más global de Santiago
Un churrasco italiano y un chacarero del Lomit’s ocupan la pantalla completa del computador cuando vamos al artículo “La nueva ola de sangucherías de Santiago”. No se trata de una publicación local: es el diario The New York Times en su sección “Viajes” el que le dedica un largo texto a “la boyante escena gastronómica de la capital chilena”, según explican en el primer párrafo. En total, diez sangucherías destacadas.
Santiago lleva varios años en el ojo de los grandes medios de comunicación del mundo, pero el 2017 fue simplemente demoledor. Muy en línea con lo sucedido con Chile, ganador del Mejor Destino de Turismo Aventura de Sudamérica por los World Travel Awards, y el destino número uno en los Best In Travel 2018 de la guía de viajes Lonely Planet.
El país y su capital están hot. Y argumentos sobran. Sigamos. Desde principios del año pasado, National Geographic Traveller nos ha estado piropeando. En su “Cool List: 17 for 2017”, Santiago apareció en segundo lugar. Celebraban el inicio de los vuelos directos de British Airways a la capital, así como la reapertura del Palacio Cousiño y el desarrollo de hoteles en edificios patrimoniales, como el Magnolia en el centro de Santiago. Afortunadamente, siguen encantados con Santiago. Por eso, distinguieron a la capital en su reciente listado anual de 21 destinos a nivel mundial que los viajeros deben visitar este año, llamado “Best of the world”. ¿Qué recomiendan esta vez? Visitar barrios donde el arte urbano es protagonista, como Yungay, Bellavista y Brasil, así como el Museo a cielo abierto en San Miguel. Y para rematar, National Geographic publicó también el año pasado el artículo “Seis ciudades inesperadas para el amante de la comida”. ¿Cuál era la única de Sudamérica? Santiago, donde recomendaban desayunar en Colmado Café, almorzar en el Café del Museo Precolombino y comer en Bocanariz. Todos en el barrio Lastarria. Gracias, National Geographic, por favores concedidos.
Continuemos con el influyente diario británico The Guardian. A mediados de año publicó un completo artículo llamado “Guía de Santiago: qué ver, además de los mejores bares, restoranes y hoteles”. Partía el texto diciendo que la capital chilena está emergiendo de las sombras de sus vecinos sudamericanos con una vibrante escena gastronómica y su veloz dinámica de nuevos barrios. ¿Cuántos nuevos turistas vendrán a Santiago en el futuro sólo por este artículo? Tal vez miles.
Volvamos a nuestro admirado The New York Times, que también se encariñó con esta ciudad, pues a su completo informe sobre sangucherías hay que sumar la crónica “36 horas en Santiago, Chile”. Entre un viernes y un domingo, el NYT sugiere partir almorzando en La Vega Central, pasear por los museos de Bellas Artes y de Arte Contemporáneo, aperitivo en Bocanariz (sí, de nuevo) y comida en el Restorán 040; el sábado comienza en el barrio Italia, luego se desvía al GAM, propone almorzar un rumano en la Fuente Alemana, en la tarde visitar el Museo de la Memoria y terminar la noche en Sarita Colonia; y el domingo, brunch en el Galindo, visita al Parque Metropolitano y almuerzo en Las Cabras. ¡Grandes panoramas! ¿Falta algo como guinda de la torta? ¿Qué tal un paseo peatonal de clase mundial? Pues lo tenemos. En la calle Bandera, desde hace unos días, tres cuadras seguidas y más de tres mil metros cuadrados de pintura forman uno de los murales realizados en suelo, en la calle, más grandes del continente. Un notable ejemplo de urbanismo táctico que ya ha sido aplaudido por líderes internacionales en el área, como Brent Toderian que, dicho sea de paso, también estuvo el 2017 en Santiago, así como también vino la super estrella en temas urbanos, Janette Sadik-Khan; el starchitect Daniel Libeskind y el director de la oficina de arquitectura más grande del mundo, Kap Malic. Sin duda, el 2017 fue cosmopolita, global y lleno de aplausos para Santiago.
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Se puede
Uno de los implicados en el caso del “papel tissue” apelará a la Corte Suprema. A propósito de esa noticia, varios medios han hecho un recuento de los casos más conocidos de colusión de los años recientes. Además del “papel tissue”, están la “guerra del plasma”, el “caso pollos”, y el “caso farmacias”, entre varios otros. La eficacia que han tenido la Fiscalía Nacional Económica (FNE) y el Tribunal de la Libre Competencia (TDLC) para investigar y sancionar estas malas prácticas en los últimos ocho años ha sido notable. ¿Y por qué? Porque la Ley 20.361, de septiembre de 2009, marca un antes y un después en esta área.
En efecto, esa ley facultó a la FNE a rebajar penas al implicado que aporte información eficaz para la investigación (delación compensada). Aunque esa figura ya existía en Chile para los casos de terrorismo y narcotráfico, es en la legislación económica donde ha llamado más la atención. En Chile siempre hubo fallas a la libre competencia y, me atrevería a decir, las de antes eran más gravosas y lesivas que las actuales (con mercados menos abiertos a la competencia externa). Pero es solo ahora que el Estado puede defender a la sociedad de los abusos de mercado.
El implicado que delata a sus socios es tan culpable como los otros. Entonces, ¿es justo que, siendo culpable, reciba una sanción menor? ¡Mala pregunta! Sin delación compensada es difícil, si no imposible, hacer justicia. La compensación, por lo tanto, implica renunciar a un grado de justicia para tener más justicia. Sin esa compensación se mantiene un principio (todos los igualmente culpables deben recibir las mismas penas) pero no hay justicia porque no se pueden construir pruebas. Como era antes.
El caso Odebrecht o “lava jato” es un buen ejemplo al respecto. La delación compensada permitió obtener una declaración en EE.UU. acerca de la red de corrupción en cerca de 10 países de la región, especialmente Brasil (Chile no fue mencionado). La delación compensada en Brasil permitió acceder a los detalles y nombres de los implicados, incluyendo expresidentes y presidentes en ejercicio. Lo mismo en Perú, Colombia y otros países. Se sabe que Odebrecht operó de manera profunda y extensa en Argentina, pero allí no existe la delación compensada. Hasta ahora no ha sido posible lograr un acuerdo con la justicia de ese país.¿Hay más justicia en Argentina o en Perú respecto al caso Odebrecht?
Volviendo a Chile, la delación compensada en los casos de libre competencia ha sido tremendamente eficaz. El ex fiscal nacional económico Enrique Vergara, y el actual, Felipe Irarrázabal, han hecho un manejo impecable de ese instrumento. Los fallos del TDLC han sido inexpugnables, con un 100% de eficacia en las apelaciones a la Corte Suprema. Qué orgullo me da cuando veo que en Chile sí se pueden hacer bien las cosas importantes.
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El acuerdo de París debe ser solo el comienzo
Con bombos y platillos, en diciembre de 2015 los 195 miembros de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático firmaron el Acuerdo de París. Es una genuina hazaña de colaboración internacional. Nunca antes tantos concordaron metas así de ambiciosas. El acuerdo establece medidas para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), así como medidas de adaptación y criterios de resiliencia de los ecosistemas. La aplicación tendrá lugar a partir de 2020, año en que finaliza la vigencia del Protocolo de Kioto, y establece la fijación de metas hasta 2030.
Son fabulosas noticias, sin duda, pero solo en su categoría. Me explico: el cambio climático es el problema ambiental más conocido y más mediático, pero es solo uno de muchos. La actividad humana genera impactos a todo nivel, en decenas de variables ambientales, algunas más importantes que otras.
Una manera simple de ver el dilema global en que nos encontramos la proveee el concepto de “huella ecológica”, de la que la “huella de carbono” es solo una parte. Cada año, una red global que estudia nuestro impacto sobre el planeta nos recuerda que estamos sobregirados en aproximadamente un 60%. Es decir, necesitamos 1,6 planetas para proveer los recursos y absober los residuos de nuestras actividades y consumos. El déficit, de manera similar a las emisiones de GEI, no se reparte en forma homogénea, pues mientras países como Estados Unidos, Arabia Saudita, Reino Unido y Japón poseen una huella ecológica del orden de cinco veces superior a las de su capital natural, otros aún poseen un superávit ambiental (por ejemplo, nuestros vecinos Brasil y Bolivia). En Chile actualmente exhibimos un déficit de 20% aproximadamente, bajo la media planetaria, pero al debe desde 2005.
A objeto de ofrecer una mirada más desagregada de nuestro desempeño ambiental, el Centro para la Resiliencia de Estocolmo ha propuesto nueve variables consideradas prioritarias, o límites planetarios. Estos son 1) capa de ozono estratosférica, 2) biodiversidad, 3) contaminación de nuevos productos químicos, 4) acidificación del océano, 5) consumo de agua dulce y el ciclo hidrológico global, 6) cambio en el uso del suelo, 7) ingreso de nitrógeno y fósforo a la biosfera y el océano, 8) carga de aerosoles atmosféricos, y 9), por supuesto, cambio climático. La lista se podría extender, pero estas son las esenciales.
Muchas de estas variables están interrelacionadas entre sí. El aumento de dióxido de carbono en la atmósfera, por ejemplo, ocasiona cambio climático y acidificación de los océanos, el cambio en el uso de suelo impacta en la diversidad, etcétera. Los esfuerzos en un frente, por lo tanto, suelen impactar el desarrollo de más de un indicador. Pero la lista es una manera comprensible de individualizar las áreas más relevantes donde concentrar la atención.
¿Y cómo estamos?
Nada de bien, por desgracia. Hemos sobrepasados nuestra cuota de incorporación de nitrógeno y fósforo a los ecosistemas. Lo mismo ocurre en el plano de la biodiversidad, como consecuencia de la pérdida de diversidad genética. En otras tres variables nos encontramos en la zona de riesgo. Tal es el caso del cambio climático, cambio de uso de suelo y acidificación del océano. Solo pisamos sobre seguro en el uso de agua dulce y en la capa de ozono. Respecto a las dos métricas restantes –aerosoles en la atmósfera y contaminación de nuevos productos químicos- la comunidad científica no ha logrado reunir suficiente evidencia para fijar un diagnóstico.
No sólo los científicos han alzado la voz. Desde el informe Brundtland, Nuestro Futuro Común (1987) hasta la encíclica Laudato si, del papa Francisco (2015), el mensaje ha sido consistente: en nuestra casa común todo está conectado, y no podemos resolver un problema ambiental sin tomar en cuenta también los otros.
Podemos sentarnos a discutir sobre la composición exacta de esa lista de nueve, pero una cosa es segura: el cambio climático es solo el representante más conspicuo de un patrón más global. Estamos tomando de la Tierra más de lo que ella puede dar. Mientras las naciones se desvelan para alcanzar sus metas para evitar el cambio climático, el nitrógeno y fósforo se están transformando en la próxima bomba de tiempo.
En La Ruta Natural creemos que el Acuerdo de París está bien inspirado: permisos transables, y que responden al historial de desarrollo de cada país miembro. Pero es incompleto. La próxima ronda (¿París + 10?), debemos comenzar a hablar de la inclusión de estos ilustres ausentes.
La entrada El acuerdo de París debe ser solo el comienzo aparece primero en La Tercera.
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