Pedro Cayuqueo's Blog, page 197
April 16, 2017
Todo bien controlado
EL SENADO aprobó por unanimidad la nueva ley de tenencia responsable de mascotas. Queda el pronunciamiento de la Cámara de Diputados, pero quién se opone a algo tan importante. Es que en el imaginario desinformado de nuestro medio se trata de una ley que impedirá que vuelva suceder algo como lo acontecido con “Cholito” y, además, es una ley moderna: habrán microchips.
Los chilenos siempre se dejan llevar por imágenes simples y no reflexionan sobre el alcance de las cosas. Porque esta es una ley que cierra el puño del Estado para controlar la vida de los ciudadanos en algo tan cotidiano como las mascotas.
Está llena de sorpresas, pero lo más notable son los seis registros nacionales que crea: Registro Nacional de Mascotas o Animales de Compañía; Registro Nacional de Animales Potencialmente Peligrosos de la Especie Canina; Registro de Personas Jurídicas Sin fines de Lucro Promotoras de la Tenencia Responsable de Mascotas y Animales de Compañía; Registro de Criadores y Vendedores de Mascotas o Animales de Compañía; Registro de Criadores y Vendedores de Animales Potencialmente Peligrosos de la Especie Canina; y Registro de Centros de Mantención Temporal de Mascotas o Animales de Compañía. El sueño socialista que el Estado lo controle y registre todo, y en esto los animalistas son socios estratégicos.
Sucede que toda mascota deberá estar inscrita en un registro nacional que llevará el Ministerio del Interior y Seguridad Pública; ahí se les asignará un número de identificación (“RUT”). Mascotas son los “animales domésticos, cualquiera sea su especie, que sean mantenidos por las personas para fines de compañía o seguridad”. No solo perros y gatos, sino también cualquier otro que esté con usted en su casa, como conejos o loros, pues le hacen compañía. Habrá -por cierto- un reglamento que detalle todo. Éste tendrá que hacerse cargo de cómo y cuándo se inscriben, qué sucede cuando mueren o si se transfieren a un tercero. ¿Con qué fin existe este registro? Muy simple, controlarlo todo. Y usted sabe dónde parte un registro pero no dónde termina. Pues es obvio que el reglamento no puede aceptar que se transfieran los gatitos a cualquiera, y entonces cae de maduro que habrá que poner requisitos y pedir papeles. También acreditar el nacimiento o por qué se murió la mascota, y huelga algún certificado al efecto. Infinita burocracia y gastos de su parte.
Le cuento, además, que criador “es el propietario de la hembra al momento del parto”; y que un “domicilio particular” también se considera un criadero. Con ello la obligación de estar en otro de los registros y también de dar atención veterinaria a la madre y los cachorros, etc. Y no sigo, por falta de espacio, nada más.
Bueno, tratándose de socialistas, nada de esto debe extrañar. Pero si se pregunta dónde están los parlamentarios de centroderecha, que debieran ser contrarios a las regulaciones y controles que ahoguen la libertad de las personas, no lo haga: guarde mejor su buen ánimo para reunir los papeles que le exigirán por tener una simple mascota o cada vez que se mude casa con o sin ella. Porque las penas previstas por no acatar esta ley pionera en el mundo, no son menores.
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La vida continúa
COMO recordaba en una entrevista esta semana, en la oficina del timonel del partido Socialista hay una foto de Allende, Lagos y Bachelet; tres figuras cuyos semblantes, además, aparecen en la credencial que ese mismo partido ahora otorga con motivo del refichaje. ¿Por qué una amplia mayoría del Comité Central terminó por inclinarse hacia una figura ajena a la tradición histórica de la izquierda?
Se me ocurren algunas explicaciones, aunque ninguna justificación.
La primera, apunta a confirmar que nuestra política está convertida en un concurso de popularidad, donde el debate público se ha transformado en una suerte de casting, cuyo único y sagrado rector son los números y tendencias que nos arrojan las encuestas. Y aunque para muchos esto pudiera ser lo fundamental, cuando no lo único, se trata de un evidente síntoma del deterioro y la falta de coherencia para los progresistas; es decir, para quienes tienen la convicción de que a través del esfuerzo colectivo es posible alterar la realidad y no resignarse a ella, cual destino natural e ineludible.
La segunda, supone sumarse al coro que identifica al gobierno de Lagos como la fuente de todos los males que hoy nos aquejan, y a él como ícono del legado concertacionista. Tal reproche no es solo injusto sino superlativamente ignorante. Más allá de los muchos errores y cuestiones que nos incomodan o también avergüenzan, se trata de los gobiernos que más desarrollo y oportunidades le dieron a Chile, introduciendo una modernización sin precedentes, contribuyendo a mejorar objetivamente la vida de muchas personas, liberándolos de la miseria y la pobreza, como probablemente antes nos hubiera tomado cuatro o cinco generaciones. Todo eso, sin todavía ahondar en una transición política que en paz restableció nuestra democracia y libertad.
Mirado desde ahora, todavía habría muchos “compañeros” que podrían juzgar a Lagos como una figura del pasado, acusando su liderazgo de conservador y trasnochado. Pues bien, y contrario a lo que usualmente se afirma, quizás su mayor legado no estuvo en la infraestructura, la subordinación del poder militar o las relaciones internacionales, sino en una profunda transformación cultural, que dio paso a una ampliación de las libertades y sentido cívico, desafiando así las estrecheces del debate político; lo que permitió, entre otras cosas, que pudiera sucederlo la primera Presidenta mujer de nuestra historia, y además socialista.
La paradoja entonces, esencialmente digna y republicana, aunque no por eso menos triste, es que esa transformación liderada por Lagos, con una sustantiva modificación de los estándares y posibilidades ciudadanas, desencadenó años después una oleada revisionista y muy severa sobre su propio rol y figura. Y aunque tales reproches son legítimos, y muchos ciertos, pueden hacerse pues este tiempo y sus protagonistas están parados sobre sus hombros Presidente.
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La contienda se complica
LA SEMANA termina con 3 nuevos caídos en la contienda: Insulza, Atria y Lagos. Todos por cuenta del PS: insólito. Siguen pedaleando en la carrera; Piñera, F. Kast, Ossandón, J.A. Kast, N. Larraín, Parisi, MEO, Canelo, Mayol, Sánchez, Navarro, Goic, Guillier, se acaba de subir Rendón y falta alguno de Ciudadanos. Nada menos que 14 pre candidatos, y ya han caído unos 10. Aquí hay algo que debemos leer. Hay más de 30 partidos y varios en formación que competirán por el Congreso, lo que, en un sistema presidencial, hace prever un muy mal escenario de gobernabilidad para quien llegue a La Moneda. Empezarán a echar de menos al binominal, como ha ocurrido con el voto obligatorio.
MEO coquetea con el PC, la DC está escindida, no decide si irá a primarias o primera vuelta. El PS se desangra, el PPD ya no tiene candidato. El PR envalentonado haciendo advertencias para todos lados. En el Frente Amplio la candidata será Sánchez, pero es solo un saludo a la bandera, lo que abre el terreno al populismo y las promesas imposibles. Con todo, si la primera vuelta fuese hoy habría entre 6 y 8 candidatos, que a mi juicio serían Piñera por Chile Vamos, Guillier por la NM, MEO, Parisi, Sánchez, J.A. Kast, y un candidato de Ciudadanos. A mí no me sorprendería que Mesina entrara al ruedo.
Pero hay muchas incertidumbres para ese escenario que con toda probabilidad va a cambiar. 1. ¿Habrá finalmente primarias?, todo va en sentido contrario. 2. ¿Cuál será la participación en las primarias y la abstención final? 3. ¿Quiénes pasan las primarias si es que hay? 4. Si se quiebra o no, y cómo, la Nueva Mayoría, lo que tiene muy alta probabilidad, posiblemente ocurrirá en el momento de las listas parlamentarias. También si Ossandón tira el mantel, que también tiene mucha probabilidad. 5. ¿Cómo será la gestión del gobierno, ya pato cojo, sus cifras, sus errores o aciertos? Especialmente importante es la cifra del empleo y el crecimiento. 6. Si la DC va a primarias o a primera vuelta, lo que puede generar su escisión. 7. ¿Cómo será el tenor de las protestas este año y sus secuelas? Al parecer vienen muy bravas. 8. El desarrollo de los temas judiciales que afectan a la política y empresas, y si aparecen nuevas denuncias. 9. ¿Cuán “sucias” serán las campañas y todo lo que ello engendra? 10. El nivel de organización y coherencia que logre el Frente Amplio. Por cierto los eventos de poca probabilidad y alto impacto.
En mi opinión la creciente polarización del país, y las angustias de perder el poder llevarán más votantes a las urnas, lo que es interesante. La mayor parte de los candidatos son muy conocidos. MEO va ya a la tercera ronda, Piñera ya fue Presidente, Navarro se autoproclamó sin destino, Ossandón es de larga data en RN, Guillier ha estado 30 años asociado a la política aunque lo quiera esconder, Goic es del establishment tradicional. Las nuevas figuras políticas que de alguna manera renuevan el escenario son a mi juicio F. Kast, Beatriz Sánchez, Parisi y lo era Atria. De Canelo no se ha escuchado nada. Vallejo, Cariola, Jackson y Boric son jóvenes pero de ideas muy antiguas y nada renovadas. Yo esperaba mucho más de estos jóvenes, que no han traído ideas frescas.
En relación a las ideas y programas, hasta aquí Guillier, Goic, Sánchez, Mayol, Ossandón, ni Ciudadanos, han propuesto nada concreto y menos relevante. Evópoli ha presentado muchas propuestas concretas y novedosas. Piñera ya anunció los pilares de su campaña, y traerá un programa detallado en que están trabajando cientos de profesionales. Lagos también había propuesto muchas ideas y propuestas pero que no resonaron nada. MEO por definición es una máquina de propuestas, en general poco viables pero propuestas al fin. Sin duda, Parisi ofrecerá una enorme batería de cosas, al estilo Fra Fra.
No obstante lo anterior, lamentablemente esta no será una campaña de ideas. El país ya está muy polarizado, solo guía el poder. No se trabaja en favor de algo sino en contra de los otros. Para la izquierda el objetivo único es frenar a la derecha y aferrarse al poder. Otra característica interesante de esta elección, es que la izquierda más dura como el PC, está siendo flanqueada desde otra izquierda aún más extrema; el Frente Amplio que tiene nada menos que 12 partidos o movimientos. La DC y el PC simplemente no se toleran.
En mi opinión la Nueva Mayoría no da para más, incluso así dicho por muchos de sus miembros. La prueba de fuego serán los acuerdos parlamentarios. Cuando ésta se quiebre, desaparece inmediatamente la opción real de Guillier. Como somos autodestructivos (como han sido estos tres años), la mejor opción de cordura que era Piñera-Lagos ya se desvaneció.
Dios nos libre del populismo y la violencia que veremos desplegarse en esta elección.
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Un mundo nuevo
EL FRACASO de la aventura electoral de Ricardo Lagos abre una serie de interrogantes decisivas para nuestro futuro. Más allá de sus esfuerzos programáticos (y de la pusilanimidad de tantos socialistas), su candidatura nunca logró ser algo más que el sueño de una elite nostálgica de la Concertación. Si se quiere, la transición fue un período caracterizado por la disciplina que las circunstancias impusieron a las fuerzas políticas. Esto generó éxitos difíciles de negar pero, al mismo tiempo, produjo en las dirigencias políticas y económicas una ceguera respecto de los cambios profundos que vivía el país. Son dos caras de la misma moneda, que resulta inútil tratar de separar.
Los profetas de los nuevos tiempos fundan su discurso en el rechazo total de la antigua lógica, y su lirismo les impide percibir cuánta ambivalencia hay en su propuesta. Así, mientras la transición se fundó en el orden y los acuerdos, la nueva época estará marcada por mucha menos disciplina impuesta: se acabó el binominal, y la alianza entre el centro y la izquierda dejó de ser una necesidad histórica. La legitimidad mediática giró bruscamente hacia los más jóvenes, que encarnan una (curiosa) imagen de pureza. Hacer política en ese escenario no será cosa fácil. A falta de mecanismos institucionales de disciplina, los actores habrán de ser mucho más adultos y responsables. Aquí reside la gran paradoja (y dificultad), pues los nuevos actores están más cerca de la adolescencia y la autocontemplación moral que de la construcción de acuerdos; y prefieren preservar su propia pureza antes que admitir la complejidad del mundo. Olvidan así una lección que Camus repetía una y otra vez: la democracia consiste en saberse falibles.
Si la transición produjo el ensimismamiento de la clase dirigente (nuestros políticos ni siquiera saben cuánto cuesta subirse al metro), todo indica que los nuevos tiempos estarán teñidos de un narcisismo particularmente nocivo para la democracia. La sed de pureza ideológica, la búsqueda del absoluto y la pose moral que van aparejadas producen efectos perversos en el plano colectivo. Más bien, terminan conduciendo los países a precipicios sin salida. Sin embargo -y aquí reside nuestro círculo vicioso- esa postura es alimentada (al menos parcialmente) por elites que persisten en actuar como si nada hubiera cambiado. ¿Cómo elegir entre adolescentes líricos y adultos que hace tiempo perdieron su tensión existencial?
Desde luego, estos problemas no afectan solo a la Nueva Mayoría. La derecha, que tiene muchas posibilidades de ganar la presidencial, no parece tener conciencia de la magnitud de los desafíos. De hecho, su principal candidato es un nostálgico reconocido de la transición, cuyo discurso está plagado de lugares comunes. ¿Podrá la oposición tomarse en serio a un país que no termina de acomodarse consigo mismo, o seguirá optando por el corto plazo, las encuestas y las mismas ideas recicladas? Si no hay un esfuerzo genuino en la dirección correcta, la derecha volverá a lograr aquella extraña proeza de convertir sus éxitos electorales en fracasos estratégicos de largo alcance. Como si nada pudiera aprenderse de las experiencias de 1958 y 2010. Y le llamarán, con indisimulado tono de astucia, pragmatismo.
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La DC y las primarias
NUEVAMENTE la DC quedó en una situación imposible: sometida al imperativo de resolver en quince días si compite en las primarias de la Nueva Mayoría (NM), o desafía al pacto oficialista llevando a Carolina Goic a la primera vuelta presidencial. Una encrucijada que hoy tensiona a una coalición de gobierno casi desfondada por sus divisiones internas, y que pone a la Falange ante el imperativo de competir sola contra el mundo, con una candidata que además aún no despega en las encuestas.
En los hechos, la primaria puede terminar siendo un suicidio para la DC, al enfrentar a Alejandro Guillier -el candidato por lejos mejor posicionado- que tendrá el respaldo de los restantes partidos de la NM. A su vez, nada asegura que la primera vuelta pueda salvar a la Falange del abismo, es decir, que en dicha instancia logre obtener un resultado muy distinto al que las encuestas anticipan en la actualidad. Hay más tiempo, es cierto; el partido puede desplegarse territorialmente, también es verdad; pero eso en ningún caso garantiza que una competencia de la senadora Goic contra el candidato de los restantes partidos de la coalición gobernante, pueda alterar significativamente el actual escenario.
La encrucijada en que hoy se encuentra la DC ilustra las dificultades de un partido que sigue funcionando con lógicas de actor hegemónico, cuando en realidad hace ya mucho tiempo su voluntaria simbiosis con la izquierda la tiene en tránsito hacia la irrelevancia, sin autonomía para diferenciarse, carente de liderazgo propio y prisionera de la necesidad de preservar una coalición dirigida por otros. Y si todo ello no fuera suficiente, ahora también extorsionada por sus socios para someterse a la primaria, o no poder incidir de manera sustantiva en la conformación de los pactos parlamentarios.
En rigor, la DC está colocada ante el imperativo de escoger entre un mal resultado en la primaria y el riesgo de uno igual o peor en primera vuelta. Las esperanzas de poder revertir el cuadro en los meses que quedan hasta noviembre son en verdad demasiado febles como para apostar todo a ellas, más aún cuando existe una posibilidad alta de perder el gobierno y, en ese caso, solo disponer para salvarse del naufragio de las posiciones que se obtengan en el Congreso.
Hay una tercera opción, menos digna, pero que soterradamente ha empezado a ser analizada también en sectores del partido que buscan evitar males mayores: desestimar la primaria y amenazar con la primera vuelta, para negociar más adelante la bajada de Carolina Goic a cambio de lo mejor que se pueda obtener en un acuerdo parlamentario. Algo parecido a lo que hizo con Soledad Alvear en 2005.
En resumen, la DC se enfrenta ahora a las secuelas de su enervante comodidad, de haber creído que su condición de actor indispensable en un pacto de centroizquierda le aseguraba también márgenes mínimos y razonables de respaldo electoral. En verdad, eso dejó de ocurrir hace tiempo, precisamente cuando aceptó la pérdida de influencia que para ella vino a implicar el tránsito de la Concertación a la NM. Hoy ya no tiene alternativas: solo puede tratar de encontrar la opción menos riesgosa, la menos debilitadora y desgastante. Porque las otras, las que podrían devolverle su lejana impronta, fortalecerla y acrecentarla, por decisión propia dejaron de existir.
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El ocaso del Panzer
NO SOY experto militar ni tampoco un gran seguidor de la historia bélica, pero leí por ahí que el ocaso de los famosos Panzer alemanes comenzó tras la derrota en Stalingrado, donde el potente tanque resultó demasiado pesado y lento para moverse en un escenario urbano. Las condiciones de la guerra habían cambiado, el enemigo era más numeroso y la Blitzkrieg ya no tenía novedad.
A partir de entonces, la figura del Panzer fue adquiriendo una dimensión más bien idílica: el sueño de la máquina perfecta, capaz de conquistar naciones en cuestión de minutos. Un Panzer sería, en adelante, lo que todo gobierno necesitaría para mantener la disciplina política, garantizar el orden, tapar los errores y generar una imagen de mando ante la opinión pública.
Pero los tiempos cambiaron y nuestro Panzer no atinó. Volvió a Chile para defender las fronteras ante el expansionismo boliviano, probablemente confiado en que ello elevaría su popularidad hasta encumbrarlo a La Moneda. Pesaba en su currículo el nunca haber dado el paso cuando pudo, cuando todavía era Panzer. Las encuestas jamás le dieron más que un puntito y su partido lo bajó por secretaría.
Triste epílogo para un Panzer, aunque el hombre se resiste a colgar los guantes. Toma cafecito con la candidata de la Democracia Cristiana y anuncia por la prensa que traspasará su puntito al rostro de TV. Para su sorpresa, el tráfico no se detiene, las personas siguen con su vida normal, Trump se pelea con Putin y el Chino Ríos choca su McClaren. O sea, a nadie le importa.
Porque nuestro Panzer perdió su fuerza mucho antes y no en las calles de Stalingrado, sino que en las de Caracas. Mientras más observo el proceder de Luis Almagro en la Organización de Estados Americanos (OEA), más pena siento por lo que hizo un compatriota nuestro al frente del organismo. Y digamos que Almagro no es exactamente un momio anti socialistas. Por el contrario, el hombre proviene del Movimiento Participación Popular de Uruguay, heredero directo de los Tupamaros e integrante del Frente Amplio (sí, el mismo que buscan emular Giorgio y Gabriel). Fue canciller del adorable Pepe Mujica y llegó a la OEA ondeando la bandera de los derechos humanos.
Por eso le importó la crisis en Venezuela, la misma que se fue gestando en buena medida porque nuestro Panzer dejó actuar al chavismo hasta convertirlo en una fortaleza inexpugnable. Mal el Panzer. Que vote por quien quiera. No es noticia.
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El valor de los riesgos
Colo Colo vuelve al triunfo y todo parece calmo. Atrás queda el Superclásico y los errores de Garcés. La renovación de contrato del mismo Halcón, la venta de acciones de Mosa y las numerosas lesiones parecen no ser tan graves y una suerte de manto de tranquilidad vuelve a envolver el Monumental.
Sin embargo la construcción de este merecido triunfo transitó por dudas y dificultades antes de ser algo claro y contundente. Pablo Guede podrá tener muchos defectos y no todos los hinchas comulgan con su discurso. Pero hay un hecho innegable. El tipo arriesga. A veces sin suerte, pero se la juega.
Más que en el esquema, lo hace en la organización de juego.
Cuando el equipo no se siente contenido, tiende a improvisar de manera individual como lo hizo todo el primer tiempo. Esa libertad necesitaba contención y orden. Incluso el más limitado de los equipos te puede complicar y hacer ver mal si no manifiestas ese sentido de pertenencia con tu juego colectivo.
Mientras Colo Colo coqueteaba con la suficiencia, la Universidad de Concepción sacaba cuentas alegres con el empate sin goles. El masivo retroceso le daba seguridad al Campanil, pero nula proyección ofensiva. No hubo una sola oportunidad clara de gol sobre el arco de Garcés que hiciera replantearse el partido. Los de Macul sabían que el partido dependía enteramente de ellos.
En este aspecto Guede confía en exceso en sus nombres propios, porque sabe que tienen el oficio necesario. Creo, incluso, que confía más en ellos que en su fondo de juego (todo lo contrario a Bielsa si quisiéramos comparar). Por eso los libera. Necesita que sus figuras crean y se sientan dueños del partido. Frente a la U fue Rivero y ayer fue Valdés. Son ellos los que van estudiando dónde pueden hacer daño mientras el resto del equipo los acompaña de manera casi anónima.
Parece curioso, pero no lo es. Cuando más colectivo fue Colo Colo (marcadamente en el segundo tiempo) más desequilibrante fueron sus figuras.
¿Garantías? Pocas. El fondo de juego suele ser un refugio cuando la capacidad individual flaquea. Parece que Guede está dispuesto a correr ese riesgo.
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Tranquilo papá: Ligereza
En una semana marcada por el modo vergonzoso e impresentable con el que Bienvenidos trató el caso de Nabila Rifo, el estreno de Tranquilo papá, el nuevo culebrón de Mega, resultó una brisa leve e inesperada para la cada vez más enrarecida pantalla chilena.
Las razones están a la vista. El show es rápido, delirante y no evita la posibilidad de que por momentos se interne en la confusión total. Ahí, la vida de Francisco Melo como un hombre en plena crisis de la mediana edad cuyo rol de sostenedor de una familia que lo desprecia pudo haber sido filmado como un relato más o menos aleccionador sobre la importancia del hogar, el matrimonio y esa clase de vainas; o sea, de nuevo otra lata moralista más vestida de ficción. Lo interesante es que acá ocurre todo lo contrario, pues lo importante no es que el cumpleaños del protagonista haya sido olvidado por su esposa frívola y sus hijos horribles (mención especial para Augusto Schuster, que sale a cazar chicas a las marchas estudiantiles), ni que en una venganza feroz les bloquee las tarjetas de crédito; o que por azar tenga que recoger a Ingrid Cruz, una novia fugitiva que lo amenaza para que la saque de su boda. No, todo eso está muy bien, lo mismo que Francisca Imboden, Fernando Godoy y Fernando Farías, puestos acá en sus roles más clásicos: los de la mujer frívola, el patético entrañable y el anciano vociferante.
Por supuesto, nada de esto funcionaría sin la tensión que proveen Melo y Cruz. En las telenovelas, Melo siempre ha funcionado de modo dúctil, poniéndose al servicio de la historia. Puede componer con eficacia a un villano o a un galán, pero sus mejores roles son casi siempre aquellos donde interpreta a personajes desbordados por las circunstancias, en una carrera perpetua para huir de sus errores. Lo mismo corre para Cruz, que es capaz de pasar de la intensidad a la fragilidad porque posee la habilidad de presentarse desencajada del mundo que la rodea, sin que eso la haga parecer excéntrica. De este modo, ambos arman un extraño equilibrio entre nerviosismo y tristeza, porque están siempre fuera de lugar, perdidos en una trama imposible que aprovecha dicha extrañeza. Aquello permite desatar la comedia pero también darle sentido a los momentos íntimos, como cuando la familia de Cruz le celebra el cumpleaños a Melo en una escena donde por fin los personajes le encuentran algo de sentido a sus vidas terribles.
Por lo mismo, el show vale la pena y funciona perfecto al lado de las otras teleseries del canal. Si Ambar y Perdona nuestros pecados son relatos feroces que se internan en el horror de las familias por medio de la violencia y el abuso como marcas que definen el funcionamiento de nuestra idiosincracia, Tranquilo papá describe esos mismos problemas desde la acidez del contrabando que solo puede producirse en un programa apto para todo el público. Aquello es interesante porque evita cualquier mensaje explícito o afán moralizador. De este modo, el show tiene cierta condición impredecible que avanza más allá de su premisa, una especie de lógica invertida que construye un universo emocional propio que es retratado con cierta desesperación.
Esa desesperación es el mejor aporte del culebrón, porque hace que el espectador perciba que todo está a centímetros de romperse, de volverse un drama atroz; pero aquello nunca sucede pues todo se mantiene en una cuerda floja inesperada. Así, lo que vemos es la historia de un hombre perdido y una mujer a la deriva, ambos confundidos en su relación con ellos mismos y los otros; algo que en vez de proveer alguna clase de moraleja, solo produce más y más confusión: la narración amarga sobre el funcionamiento de las familias acá se resuelve con una carcajada antes que con un llanto, con una carrera loca antes que cualquier moraleja barata, cierta ligereza que tuvo la virtud de constituir un alivio cómico para estos días de espanto catódico.
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El nuevo Mister Trump
En cuestión de una semana, el Presidente Trump ha dado un giro copernicano en parte de su política exterior y política interior.
En siete asuntos, se lo diría irreconocible:
1) El ataque, con 59 misiles Tomahawk lanzados desde el Mediterráneo, contra la base aérea de Shayrat, en Siria, en castigo por el uso de gas sarín por parte de Bashar al Asad contra la población de Khan Sheikhoun. Trump había fustigado insistentemente a los gobiernos anteriores por intervenir militarmente en el Medio Oriente y propugnado un aislacionismo que el eslogan “Estados Unidos, primero” resumía.
2) La imputación de Trump contra Putin por su respaldo a Asad y la insinuación de la embajadora estadounidense ante la ONU, Nikki Haley, de que Moscú tenía información anticipada sobre este uso ilegal de armas químicas contra los propios sirios. Si algo había ofrecido Trump era una alianza con Moscú para hacer frente al terrorismo y dejar atrás la rusofobia tradicional de la política exterior.
3) La decisión norteamericana de no declarar a China “país manipulador de su moneda”, acompañada de un trato amical a Xi Jinping, el Presidente chino, durante su visita a Estados Unidos. Trump hizo de la denuncia de la manipulación monetaria china como instrumento comercial ventajista, un eje de su visión proteccionista.
4) El envío de buques de guerra estadounidenses, un portaaviones incluido, a la península coreana, en desafío al demencial Kim Jong-Un, que no para de hacer alarde de sus ambiciones nucleares. El presidente estadounidense había declarado hasta la saciedad que su prioridad no sería buscar pleitos internacionales ni resolver los problemas del mundo.
5) El respaldo a la OTAN y el recibimiento cálido al secretario general de esa Alianza en la Casa Blanca. Trump había declarado “obsoleta” a la OTAN en más de una ocasión, acusándola de colocar sobre los hombros de Estados Unidos el peso de la defensa de una Europa que no gasta lo suficiente en su propia protección.
6) La admisión presidencial de que Estados Unidos negocia muy cordialmente con México algunos ajustes al Tratado de Libre Comercio de Norteamérica. Nadie olvida que Trump estrenó su mandato, en cumplimiento de una promesa electoral, enfrentándose a México y dando a entender que estaba dispuesto a liquidar ese tratado, que a su juicio se había llevado las fábricas y los empleos al otro lado de la frontera.
7) La prioridad que se da ahora en el entorno del primer mandatario norteamericano al segmento “liberal” del plan económico original y el desplazamiento de la otra dimensión, la proteccionista e intervencionista, a un segundo plano. Junto con la denuncia del “ventajismo” mexicano y chino, la amenaza de oponer barreras arancelarias, castigar a las empresas estadounidenses que invierten en el exterior y usar el dinero fiscal como gran palanca constituían el ABC del “trumpismo” económico. Hoy, todo indica que bajar impuestos y desregular, dos propuestas que siempre estuvieron allí pero eran constantemente opacadas por el acento antiliberal del discurso económico, son la prioridad inmediata.
¿Qué demonios está sucediendo? Nada sorprendente para quien haya estudiado con un poco de curiosidad a esa especie que llamamos los populistas y, en particular, los antecedentes de Trump.
El populista no es un ideólogo. Hay un populismo que, en su versión extrema, se acerca a la ideología, pero hay otra en la que cabe un pragmatismo que tiene que ver con el instinto de supervivencia, la composición de lugar, la correlación de fuerzas. En Trump hubo siempre algunos elementos de convicción populista (por ejemplo, su discurso proteccionista tiene dos décadas) pero también una constante versatilidad o condición camaleónica, de la que es buena prueba el hecho mismo de que se haya hecho republicano.
Cualquiera que eche un vistazo a El arte de negociar, su libro esencial, entenderá que el “trumpismo” es una materia flexible, que se amolda a la necesidad, y que el constante juego de poleas que se desarrolla en su mente entre el objetivo y los medios a menudo lo llevan a hacer concesiones o cambiar de posición. Esta es quizá la principal diferencia con otros líderes de la derecha populista occidental, como la francesa Marine Le Pen o el holandés Geert Wilders, o el propio británico Nigel Farage. En ellos el populismo convive con un “weltanshauung” (forma pedante de decir “cosmovisión” que utilizan los entendidos) más estructurado y rígido que el de Trump. No es difícil de entender: los primeros son animales políticos en la perfecta definición aristotélica, mientras que Trump es un animal negociador.
Si se entiende esto, se entiende con facilidad lo segundo: llegó un momento en que Trump se sintió vulnerable. Derrotado en su intento de eliminar la reforma sanitaria de Obama y sustituirla por una distinta ante la ausencia de votos suficientes de su propio partido en el Congreso, y reducido a una caricatura por su comportamiento y el asedio de la prensa, y humillado por los tribunales de justicia que detuvieron sus órdenes ejecutivas en materia de inmigración, Trump se sintió, por primera vez, muy vulnerable. Su popularidad estaba en niveles tan bajos, que no tenían precedentes a estas alturas del mandato. Planeaba sobre él la amenaza del “impeachment” si las investigaciones por sus conexiones con Rusia durante la campaña electoral y después de ser electo producían pruebas definitivas.
Ante esto, lo primero que hizo fue recomponer las jerarquías en su equipo. Hasta ese instante, dominaban sus asesores populistas, entre ellos Steve Bannon, Stephen Miller, Peter Navarro, la propia Kellyanne Conway. El jefe de la Casa Blanca, Reince Priebus, se había plegado a ellos. Con este equipo, del que formaban parte otros colaboradores entusiasmados con la idea de transformar la política interna y exterior a imagen y semejanza del discurso nacionalista y populista, Trump había encallado. No había forma de salir de allí.
El presidente hizo entonces lo mismo que había hecho durante su campaña cuando parecía a punto de naufragar: cambió a su gente cercana, como cuando el CEO de una compañía entiende que si no remueve a figuras clave de la jerarquía corporativa, no hay forma de dar un golpe de timón a la empresa.
Recordemos que, en la campaña, Trump no hizo uno sino dos purgas de mucho impacto que significaron también bandazos ideológicos. Primero, se rodeó de un equipo en el que destacaba Corey Lewandowsky, que representaba una visión muy cercana a la derecha republicana ideológica, enfrentada al partido tradicional. Luego, reemplazó a aquel equipo con los “tradicionalistas”, simbolizados por Paul Manafort, a quien colocó como nuevo jefe de campaña. Finalmente, en agosto del año pasado, echó por la borda a Manafort y llamó a Bannon y Conway, los nacionalistas y proteccionistas que representaban un desafío abierto al partido. El primero había sido el factótum y cerebro de Breitbart News, el medio emblemático de la “derecha alternativa”, y la segunda había sido la colaboradora clave de Ted Cruz, el otro candidato de las primarias republicanas que quería cargarse al partido tradicional.
Estos cambios estuvieron dictados por la necesidad de ganar. Trump no dudó en dar dos vuelcos políticos a su campaña con estas transformaciones operativas e intelectuales de su equipo. Lo esencial era el objetivo.
Ahora, ha ocurrido algo similar, pero no exactamente igual. En este caso, no ha despachado a los asesores que tuvieron enorme influencia en las primeras semanas. Allí siguen Bannon, Miller, Conway y los demás. Lo que ha hecho es reducir su significación, acotar su espacio de maniobra, permitir que la prensa los coloque en la lista de los caídos en desgracia. Pero no los ha despedido aún. Al mismo tiempo, ha dado peso a los ministros (secretarios, en la nomenclatura estadounidense), que antes parecían figuras muy disminuidas. Ahora, los Rex Tillerson (secretario de Estado), James Mattis (secretario de Defensa), H.R. McMaster (consejero de Seguridad Nacional) y otros han pasado a ocupar un espacio preponderante en la jerarquía real del poder. Otros pesos pesados menos visibles, como el asesor económico Kevin Hasset, han desplazado en poder e influencia a los proteccionistas como Peter Navarro. Y así sucesivamente.
Un papel determinante en todo esto lo ha jugado la hija de Trump, Ivanka, junto a su esposo, Jared Kushner. Este último ya tenía oficina en la Casa Blanca pero recientemente Ivanka también asumió una asesoría oficial que le dio oficina en el famoso “West Wing” de la sede del poder, el ala donde está el Salón Oval o despacho presidencial. Exactamente igual que ocurrió con los cambios de la campaña antes mencionados, ante una situación de emergencia política Trump se recostó en su familia y con ella trazó el plan de remodelación de su estructura de poder.
El viaje de Kushner como enviado del Presidente a Irak en misión de reconocimiento pocos días antes del ataque a Siria fue una señal de la autoridad que Trump quiere que su yerno y por tanto su hija asuman de ahora en adelante. No se entiende el desplazamiento del eje del poder de los asesores nacionalistas y populistas a los secretarios, figuras más tradicionalistas en política exterior e interna, sin el rol de salvataje político que la joven pareja ha jugado en estos días por indicación del presidente.
La consecuencia inmediata es un desplazamiento de Trump desde posiciones aislacionistas y proteccionistas hacia algo que se parece mucho más a lo que cabe esperar de un presidente republicano tradicional. Pero cometerían un error grave los observadores de todo esto si concluyeran que Trump ha tenido una epifanía ideológica. No: lo que ha hecho es una negociación al interior de sí mismo entre sus distintos impulsos e inclinaciones para salir del pozo en que había caído su Presidencia.
La pregunta clave es qué sucederá si esto tendrá para él un costo político notorio en la base electoral que lo llevó al poder. O, dicho de otro modo, la “derecha alternativa”, incluyendo Breitbart, desatará una campaña feroz acusándolo de haber traicionado a su pueblo para enfeudarse a ese “establishment” del que dijo que había llegado la hora de liquidarlo (“drenar la ciénaga” es la metáfora que utilizó siempre).
De momento, la transformación de Trump, por la repugnancia moral que ha producido el ataque con armas químicas de Asad contra su propio pueblo ha dado al presidente unos puntos de popularidad oxigenantes y reconfortantes. Pero los nacionalistas se preparan para responder. Por ahora, en parte desde el interior del gobierno, de donde Trump no ha querido expulsarlos aún, pero también, y ya se nota, desde el exterior. Será una lucha sin cuartel por el alma de la derecha estadounidense, del partido y del propio “trumpismo”.
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Los idus de marzo
El año 44 a.C. una veintena de conspiradores de la clase senatorial cosieron a puñaladas a Julio César, a quien, quizás con razón pero de seguro con resentimiento, creían deseoso de coronarse Rex. Dos mil sesenta y un años después, en un marco histórico más modesto, menos trascendente y sin derramamiento de sangre sino de lágrimas 67 conspiradores del PS acribillaron con sus votos a Ricardo Lagos, quien pretendía coronarse candidato presidencial al menos de su partido. Al día siguiente renunció también a su rol como candidato del PPD y con ello simultáneamente acabó con su carrera política. Fue, la del domingo pasado, una jornada luctuosa donde en las filas del PS coexistieron el llanto por el horror del crimen y el alivio de que al fin hubiera sido perpetrado. A Lagos le tocó representar el consabido papel del patriarca de la tribu a quien debe sacrificarse por un bien mayor. El bien mayor, en este caso, es seguir gobernando.
Es improbable que haya habido un solo chileno que creyera posible otro resultado. Que los jerarcas del PS se decidieran por el voto secreto señalaba por sí solo lo que se venía. Pepe Auth, a quien nunca le falta ni la sonrisa ni la palabra, arguyó que el voto secreto se justificaba porque promueve el hacer lo que realmente se quiere. “Hágase, Señor, Tu Voluntad” es su loable principio metafísico-político. Tal vez, pero en la realidad pedestre no es la voluntad “sans phrase” la que requiere la promoción del ocultamiento, sino la voluntad que no se atreve a dar la cara. Después de todo, los crímenes prefieren cometerse a escondidas.
Pragmatismo, no socialismo
Que el PS, aun considerando su gran o al menos larga tradición, escogiera como abanderado a un afuerino político apuñalando tras la espesa cortina del voto secreto a un patriarca -“el necesario asesinato del padre” afirmó en tonos freudianos un dirigente de la colectividad- no es el único signo de la inmensa confusión doctrinaria, moral y política que aqueja a toda la izquierda, salvo al Frente Amplio y/o Revolución Democrática, movimientos adolescentes que gozan aun la bendición de la inocencia. No hay candor, en cambio, por el lado de los carcamales. Si alguna vez tuvieron principios, hace tiempo que aprendieron a ponerlos en suspenso hasta nuevo aviso. Tampoco estarían en condiciones de aferrarse nuevamente a ellos porque olvidaron de qué trataban y ya no saben en qué consisten; aun más, es posible que los inteligentes del sector sospechen que nunca consistieron en otra cosa que en prédicas tan vacías como el intento de Maximilien Robespierre de fundar la “República de la Virtud”. De ahí que el único territorio transitable que les queda es el de las convocatorias, las frases grandilocuentes, las jeremiadas sobre la justicia y la equidad, la siempre rentable resucitación de Pinochet y el hecho implacable de su odio a la derecha, la cual se les aparece como el enemigo de su subcultura de la victimización, el sufrimiento y la redención cuando se consuma la historia. Del PC es más difícil hacer diagnóstico. Es posible que aún crean en el socialismo tal como hay sectas que aún esperan el Segundo Advenimiento de Cristo, pero de seguro conservan su pragmatismo y están dispuestos a usar a quien sea como compañero de ruta, esta vez a Alejandro Guillier. El PPD no sufre agonías; es desde un comienzo un partido nacido de la oportunidad, de la casuística, del salto de mata. No hay en él ni principios recordados u olvidados que pudieran amargarles una tarde de votación secreta. Sumando y restando la NM no es sino un catálogo de vaguedades, maniobras oscuras, divisiones mortales y reuniones oportunistas.
El Frente Amplio
A esta confusión en las filas de la izquierda tradicional, entidad habitando entre sombras sólo iluminadas por el esperanzador resplandor del cálculo electoral, se suma el grado adicional de complejidad que aportan los sectores de izquierda “más allá” de la NM. Este más allá es bastante similar al que nos prometen las religiones; comparte la misma vaguedad e imposibilidad de comprobar su sustancia. Esto último, sin embargo es un mérito para las cohortes demográficas que oyen sus llamamientos. ¿Qué importa no saber cómo se concreta tal o cual convocatoria? Cuestiones prácticas de ese tipo carecen de glamour; lo que los jóvenes quieren es emoción, promesas, luchas, romance e idealismo a bajo costo. Todo eso brota a raudales de labios de Beatriz Sánchez. Con ella el cuadro electoral se hace aún más complejo.
¿Y la DC?
¿Cómo reaccionará la DC ante la ejecución de Lagos? ¿Irá a primarias o a primera vuelta? Todo depende de qué les parezca más conveniente para firmar un “New Deal” con la coalición de izquierda. Es el único negocio posible. No tiene adónde ir, sino sólo quedarse donde está en mejores condiciones. Para eso debe hacer valer lo más posible su recaudación electoral. De acuerdo a esta lógica ir a primera vuelta es lo más rentable; con cualquier votación que obtenga y en presencia de dos mayorías por debajo de la absoluta, cada voto decé valdrá oro.
Esta danza de candidatos, travestismos, sacrificios rituales y pequeños cálculos se origina en la naturaleza misma de la NM, nunca nueva ni tampoco mayoría sino y desde el principio un aglutinamiento de partidos con visiones distintas, de líderes educados y hasta cultos junto a recién llegados al borde del analfabetismo, cohortes demográficas separadas por abismos y agendas diferentes en todo salvo en una común vaguedad, a lo que se sumaron dispares historias personales y colectivas; si eso, con su promesa de tumulto y desconcierto, no se hizo notorio desde un principio es porque estos procesos de “transformaciones profundas” ofrecen siempre en su inauguración una fase ecuménica de rebosante entusiasmo y falsa unidad permitida por la indefinición misma de convocatorias que aún no han debido manifestarse en iniciativas legales y procesos administrativos concretos. En el tibio y fragante universo de la generalidad vaporosa, ¿quién podía disentir del lema “educación gratuita y de calidad”? Hoy, con los liceos emblemáticos en el suelo, las universidades en pendencias por los dineros -“aportes basales” es como se dice en el discurso universitariamente correcto-, meses y años de clases perdidas, saqueos de colegios, disciplinas rotas y gastos siderales las divergencias aparecieron, se agudizaron y son ya incompatibles. Lo mismo en los demás temas, en especial en el económico, donde los “brotes verdes” han dado lugar a los frutos podridos del estancamiento y la cesantía al punto que ya se reconoce, al final del camino en creciente declive, que el crecimiento importa menos que la “calidad de vida”, augusta e inconcebible declaración de S.E revelando hasta qué punto el tema importa menos a nuestros revolucionarios que su visión quiliástica y mesiánica de los cambios institucionales.
Pronóstico final
La izquierda, sin embargo, sabe hacer muy bien una cosa: ponerse de acuerdo para ir disciplinadamente o al menos juntos a la batalla final. Si lo hacen, sus posibilidades de ganar en segunda vuelta son importantes, posiblemente de siete en 10. Bien puede entonces el país disfrutar un segundo gobierno de la NM, sea este u otro el nombre que elija la “nueva” coalición de izquierda. Mientras, hasta la fecha de los comicios, revolución y contrarrevolución estarán en suspenso y viviremos en un paréntesis. Será un paréntesis ruidoso y conflictivo, pero lo será mucho menos que un posible gobierno de Guillier. Con una “continuación de las reformas” a su cargo tendremos la versión chilena del paso de Chávez a Maduro. Gastándolo todo, Chávez hizo posible el triunfo de Maduro, pero por haberlo gastado todo también hizo posible la ruina del país, con o sin Maduro. De vencer, Guillier encarará, como Maduro, un país desfondado por su predecesor, sin reservas, sin crecimiento, sin inversiones, sin paz, pero con muchos compromisos “de campaña” ineludibles y una izquierda juvenil estridente y lista para reciclar el viejo y consabido papel de los jóvenes intentando asaltar el Cielo, pero cayendo de poto en el Infierno.
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