Zoé Valdés's Blog, page 2801

March 18, 2012

A Dios rogando y con el maso dando. Por Julio César Gálvez.

A Dios rogando y con el mazo dando.



Por: Julio César Gálvez.

Sección: Una isla perdida en el mar.


La visita del Papa Benedicto XVI a Cuba se ha convertido en el show mediático del momento en gran parte del mundo, junto a la estancia de más de veinte días de Hugo Chávez en la isla, operación de cáncer cierta o falsa de por medio.

Son muchas las expectativas sobre el posible accionar en tierras cubanas del Sumo Pontífice – misas y pronunciamientos públicos incluidos — e intereses divergentes pero no enfrentados del régimen cubano y la dirigencia eclesiástica cubana, en un país donde solo el 10 por ciento de la población se considera católica.

El Papa Benedicto XVI llegará el próximo 26 de marzo a Santiago de Cuba, segunda ciudad en importancia del país, en su primera visita a la isla de Cuba, catorce años después de que Juan Pablo II pisara tierra cubana el 21 de febrero de 1998, algo que marcó un hito histórico en las relaciones entre el Vaticano y el régimen totalitario imperante en la isla.

La celebración de la Navidad se estableció " oficialmente ", mediante una nota informativa publicada en el diario Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba – único en todo el país – en 1997 para congraciarse con la llegada del Papa Juan Pablo II dos meses después, un firme opositor al comunismo y defensor de las libertades individuales de los seres humanos.

Siete años atrás el Partido Comunista de Cuba, bajo la dirección unipersonal de Fidel Castro, se había declarado laico, pero durante la primera visita papal a Cuba los militantes del partido comunista fueron obligados a participar, junto a miembros de la policía y agentes de la Seguridad del Estado, vestidos de civil y pulóveres con efigies y motivos católicos, para vigilar e impedir cualquier demostración de la disidencia interna en las misas o actos religiosos programados.

Para esta ocasión la historia se repetirá, solo que elevada al cubo. El miedo que tiene el régimen de que se le pueda producir alguna demostración, por pequeña que esta sea y aunque alejada a cientos de kilómetros del lugar de los actos a realizar, los tiene más que preocupados e inquietos. El poder corrompe y envilece a los hombres y la nomenclatura cubana esta decidida a no dejar resquicio alguno por donde se le pueda escapar el poder, los privilegios, la fortuna y hasta la vida en un abrir y cerrar de ojos.

La represión y el hostigamiento contra la disidencia interna ya están activados en su máximo nivel. La Seguridad del Estado, la Policía Nacional y las Brigadas de Respuesta Rápida, ya han hecho acto de presencia en la casa de muchos opositores para tenerlos controlados y vigilados con tiempo más que suficiente para impedir su movilidad.

La Iglesia Católica Cubana también participa en este amplio operativo cercano a la visita del Papa. Con la petición y la complicidad del cardenal Jaime Ortega Alamino, comandos especiales antimotines del Ministerio del Interior – conocidos popularmente como Avispas Negras por el color de sus uniformes — se hicieron presentes en la Iglesia de la Caridad, en Centro Habana, para sacar por la fuerza bruta a 13 pacíficos disidentes que se habían refugiado en el templo para llamar la tención sobre lo que sucede en Cuba y elevar una petición al régimen cubano, en franca contradicción con lo que Orlando Márquez, portavoz del Arzobispado de la Habana, dijera de que no se obligaría ni emplearían las fuerzas represivas para sacar a nadie del templo, y que publicara el periódico Granma, como preludio de una muerte anunciada.

Libertad para todos los presos políticos, cese de la represión contra la disidencia pacífica, eliminación de la autorización para que los cubanos puedan entrar y salir del país ( tarjeta blanca ), y el establecimiento de una Hoja de Ruta para lograr un Estado de Derecho en la isla, son las principales demandas de los miembros del Partido Republicano de Cuba, quienes realizaron actos similares en templos católicos de las provincias de Villa Clara, Sancti Spíritus y Holguín.

La única voz disidente dentro de Cuba que respaldó esta acción pacífica, que no significa ser pasiva, fue Oscar Elias Biscet. Fue el único que tuvo la valentía de ser solidario y consecuente con quienes luchan por ver una Cuba libre y democrática. Sigue creciendo la figura del médico honesto, sincero y cabal con sus principios que prefirió correr la misma suerte de más de 11 millones de cubanos antes que marchar al destierro.

Triste papel para quienes criticaron esta llamada de atención y respaldaron la posición del régimen totalitario a pesar de compartir, supuestamente, la misma lucha ideológica para acabar con la tiranía castrista. Hasta la super laureada Yoani Sánchez, montada en un cachumbambé manipulador, primero los calificó de irresponsables y de un accionar improcedente, para después cuestionar la brutalidad represiva, pero sin brindar su apoyo a los disidentes.

El mismo día de su llegada, Benedicto XVI oficiará una misa a las 5 y 30 de la tarde, en la plaza de la revolución Antonio Maceo, de esa región oriental. El acto, enmarcado en el Año Jubilar por los 400 años del hallazgo de la imagen de la Virgen de la Caridad en la bahía de Nipe, reina y patrona de Cuba, conmemorará el Día de la Anunciación de la Virgen María, que recuerda la encarnación de Jesucristo.

De seguro que el Papa orara por todos los cubanos, solo que nadie sabrá cual será su petición. Se reunirá con Fidel Castro y le dará la comunión, no importa si años atrás fuera ex comulgado por la Iglesia Católica por comunista e intolerante y este acudiera a África para hacerse santo con los principales rectores de la religión Yoruba o que en muchos de sus discursos criticara a la Iglesia, o mandara a encarcelar, juzgar y fusilar a miles de cubanos, al grito de ¡ Viva Cristo Rey ¡ por profesar la fe católica.

En sus oraciones elevará una plegaria al cielo para que la Iglesia en Cuba continúe recuperando, con el beneplácito de Raúl, las propiedades y el espacio que el mayor de la dinastía de los Castro les quitó y arrebató desde principios de su llegada al poder, cuando los escupió, denigró, ofendió, expulsó de la isla y le confiscó iglesias, conventos, escuelas, centros hospitalarios, de salud y asilos de ancianos y desvalidos.

" El Papa viaja a Cuba a confirmar a la iglesia en la misión pastoral que es propia de su naturaleza institucional y que en ese rumbo, mostrará su apoyo personal, así como el de la Santa Sede y el de toda la iglesia universal ", según dijo la revista Espacio Laical, de la Arquidiócesis de la Habana.

Lo que no señala la publicación, es que la misión pastoral de la Iglesia Católica Cubana marcha aparejada con los intereses y la política represiva y totalitaria del castrismo, en contra de quienes debía proteger y ayudar.

Tampoco aclara si el " apoyo personal, así como el de la Santa Sede y el de toda la iglesia universal " será para que el pueblo cubano acabe de alcanzar la ansiada democracia y el incuestionable respeto a la dignidad humana o para que Raúl Castro siga al frente de la cúpula que desgobierna a la isla desde hace más de 50 años.

Por suerte no todos los sacerdotes, curas, religiosos y diáconos cubanos están metidos en el mismo saco.

Solo el propio Benedicto XVI y nadie más dirá, con sus pronunciamientos en Cuba de que lado está: si con Dios – el Todo Poderoso – con los humildes, con el pueblo reprimido, sometido y esclavizado o con el régimen totalitario que propugna su fe A Dios rogando y con el mazo dando.


Julio César Gálvez, es ex prisionero político del Grupo de los 75 de la Primavera Negra del 2003. Periodista, reside en Madrid, después que fuera desterrado de Cuba con la complicidad de la iglesia castrista y del gobierno de Zapatero.



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Published on March 18, 2012 12:13

El telón de la fe y la esperanza ruidosamente ha caído. Por Ernesto Díaz Rodríguez.

EL TELÓN DE LA FE Y LA ESPERANZA RUIDOSAMENTE HA CAÍDO


Por Ernesto Díaz Rodríguez


Secretario General de Alpha 66


Tal como ocurrió con Su Santidad Juan Pablo II, la visita del Santo Padre Benedicto XVI, programada para el próximo 26 de marzo, ha revivido en una parte de la población la esperanza a la que suelen aferrarse los pueblos oprimidos de que obre el milagro de unas concesiones de apertura y de unos toques de humanismo a la conciencia de quienes ordenan y mandan en la esclavizada Isla. Otros, más realistas  tal vez, porque la historia y las experiencias a golpes de decepciones nos han enseñado, pensamos que sólo servirá a los intereses de la tiranía comunista de Cuba. Es posible que también, aunque en menor medida, a los intereses del Vaticano, que probablemente reciba a cambio de ese gesto de reconocimiento y legitimización internacional del régimen unas pocas migajas.


Bien sabemos que en la teoría la misión de la iglesia en cualquier parte del mundo es evangelizadora, una fuente de amor y de luz para acercarnos a Dios a través de las oraciones y el ejercicio de la fe y la purificación del espíritu. Pero en la práctica ha habido en nuestro país una degradante deformación, motivada por las acciones de una parte de su más alta jerarquía, que olvidándose de su responsabilidad humanitaria y cristiana, han cerrado filas junto al bando de los torturadores y los asesinos del pueblo de Cuba.  Entre ellos se destaca por su servilismo el cardenal Jaime Ortega Alamino. A esta práctica bochornosa no sólo podemos calificarla como un acto de cobardía, comprensible en una persona sin valor que en años anteriores conoció en carne propia el rigor de los campos de concentración de la dictadura comunista. Hay que tener en cuenta que detrás de sus acciones  está, como señalo anteriormente, la política del Vaticano de ganar concesiones  en la Isla esclavizada. Esa es la meta, cualquiera que sea el precio a pagar. Pero Cuba no es una excepción. Lo hicieron en la España de Franco y lo han hecho en otros países, alineándose con su complacencia vergonzosa y su silencio cómplice a horrendos regímenes dictatoriales.


La ocupación de la iglesia Nuestra Señora de la Caridad, en La Habana, ha servido para llamar la atención, en un momento crítico, sobre la naturaleza criminal del régimen comunista de los hermanos  Castro. Lamentablemente, unos pocos líderes de la oposición con muy poco sentimiento de solidaridad y probable afán de protagonismo se apresuraron a censurar la ocupación de la iglesia por un pequeño grupo de indefensos hombres y mujeres. No tuvieron en cuenta que fue una acción pacífica, de un puñado de víctimas de la tiranía, con la justa intención de un llamado de urgencia a la conciencia nacional e internacional, con motivos de la próxima visita del Papa a Cuba y la dolorosa realidad que sufren los cubanos bajo un sistema político aberrante, aniquilador de las libertades fundamentales y cruelmente represivo. Porque no podemos, dentro de las alternativas que nos ofrece el derecho del pueblo cubano a ser libre descalificar una acción legítima contra la tiranía sin caer en un acto vergonzoso, no debieron hacerlo. La censura pública fue un error inadecuado e inoportuno.


Como suele ocurrir por la naturaleza brutal de la tiranía, el final fue el desalojo por la fuerza, donde no faltó la violencia gubernamental y las vejaciones. Se ha podido conocer, fue el propio cardenal Jaime Ortega Alamino quien pidió la intervención de la maquinaria represiva del régimen para desalojar de la iglesia a los 13 ocupantes pacíficos. El telón de la fe y de la esperanza ruidosamente ha caído. La complicidad de la jerarquía de la iglesia católica cubana con la tiranía, una vez más ha quedado al desnudo.


Foto Pedro Portal


Ernesto Díaz Rodríguez es poeta y escritor. Fue condenado a 40 años de cárcel por el régimen de los Castro, de los que pasó 22 años, 3 meses y 19 días, en las mazmorras castristas como Preso Plantado.



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Published on March 18, 2012 03:39

March 17, 2012

Verdades desconocidas: Nexos entre el Infidel, la mafia y el asesinato de Kennedy. Por Bernardo Agüero.

President John F. Kennedy in Ireland.

Image via Wikipedia


Retazos de historia. VERDADES DESCONOCIDAS: NEXOS ENTRE EL INFIDEL, LA MAFIA Y EL ASESINATO DE KENNEDY.


Bernardo Agüero


PRIMERA PARTE


Por muchos años ha circulado como artículo de fe una leyenda alrededor de las virtudes del presidente John F. Kennedy, de su actuación en los acontecimientos relacionados con Cuba y de su asesinato en Dallas. Ahora veremos la insospechada y estrecha interrelación entre estos hechos, revelando verdades que echan por tierra prácticamente todos los falsos preceptos vigentes. Nos anticipamos así al alud que prevemos para el cincuentenario de su muerte, en el 2013. Empecemos, pues, a desentrañar los nexos ocultos entre la Mafia, el presidente y el incipiente imperialista isleño. Cabe acotar que lo único que le preocupaba al Infidel —solo así debemos mentarlo— era, en realidad, un «imperialismo» que no fuera el suyo.


El fracaso de la invasión de Cuba, por lo general atribuido a la incomprensible debilidad o simple inexperiencia de Kennedy, ha estado siempre oculto tras una densa cortina de humo. Pensemos ahora en lo impensable: que le hicieran una amenaza tan pavorosa como para poner en peligro su integridad de gobernante y así doblegar su voluntad de salir victorioso. Tanto le dolió la derrota que, por razones acaso más de desquite personal que de simple geoestrategia, había forjado un plan secreto encaminado a reivindicarse. El 22 de noviembre de 1963 estaba a ocho días de lanzar el contragolpe capaz de liberar a Cuba, pese a que la jugada podría haber significado la pérdida de Berlín Occidental y el consiguiente riesgo de guerra nuclear. Porque ya para entonces Cuba había entrado en la órbita de Moscú y había en la Isla fuerzas soviéticas que podrían haber entrado en combate.


Respecto a otra tesis de la falsa leyenda —que Kennedy prometió, a cambio del retiro de los proyectiles, no invadir a Cuba ni permitir que otros países lo hicieran—, cabe puntualizar con toda honradez que la pretendida inmunidad del Infidel dependía de una vital condición no cumplida: la inspección in situ para verificar el retiro de todos los proyectiles.


Ese contragolpe anticastrista de JFK y su hermano Robert consistiría en una nueva operación cuyos detalles, aún hoy, siguen mayormente clasificados de SECRETO MÁXIMO («TOP SECRET»). Según el «Plan Q» —llamémoslo así— se le asestaría al gobierno castrista un golpe de estado «palaciego», encabezado por el entonces comandante Juan Almeida, quien organizaría un atentado para eliminar físicamente al Infidel y Raúl, del cual se inculparía a terceros. Para evitar trampas controlaría esta operación el líder cubano Enrique Ruiz Williams, agente secreto de los Kennedy. Apodado «Harry», Ruiz Williams hablaba perfecto inglés y era el hombre clave —aunque siempre prefirió el anonimato— en el entramado oficial para derrocar al Infidel. A una señal de «Harry» de que el Infidel y su hermano habían sido eliminados, se lanzaría una invasión apoyada por EE.UU. y encabezada por cubanos veteranos de Bahía de Cochinos adiestrados en Fort Benning, Georgia. Las fuerzas cubanas partirían de Nicaragua, Guatemala y tal vez Costa Rica, a fin de disimular el papel de EE.UU. Pero llegado el caso acudirían también tropas norteamericanas. Se había hablado incluso de provocar un incidente en Guantánamo que justificara la intervención.


El plan se estimaba viable puesto que era preciso, a fin de impedir la intervención soviética, contar con alguien del círculo allegado a los Infieles hermanos que se ocupara de eliminarlos, con lo que se aparentaría una revuelta interna que conservara el aspecto «revolucionario». Almeida era nada menos que el tercer personaje del régimen, tras el Infidel y su hermano. Por su presunto descontento con el vuelco al comunismo y la Unión Soviética, Almeida ya había sido contactado directamente por el citado Ruiz Williams, conocido suyo de años atrás. Almeida había puesto su familia a salvo, enviándola fuera de Cuba so pretexto de tratamientos de salud y con una pensión secreta de la CIA. Dejemos de lado por el momento la posibilidad de que Almeida no colaborara con el golpe anticastrista, sino al revés: que era leal al Infidel y se hacía pasar por desafecto. Lo cierto es que el proyecto parecía contar con las mejores probabilidades de éxito que hasta entonces se hubieran manifestado. Había que implementarlo sin demora.


Cuando Kennedy preparaba su viaje a Dallas ya había comenzado la cuenta regresiva para lanzar el Plan Q el 1º de diciembre de 1963. El Servicio Secreto ya había detectado preparativos de dos atentados contra el presidente, sin que ello, imponderablemente, desencadenara los consiguientes operativos de seguridad. Más adelante intentaremos explicar esta inconcebible falla.


Dirigieron la operación tres capos: Santo Trafficante, jefazo de Tampa (y asiduo de La Habana, pero esa es otra historia), Carlos Marcello, dueño de Nueva Orleans y Johnny Rosselli, cacique de Los Angeles. Participaba, además, James Hoffa, líder del poderoso Sindicato de Camioneros (Teamsters Union) y enemigo acérrimo de los Kennedy. También, de manera indirecta y tal vez sin conocimiento de causa, dirigentes del exilio cubano como Tony Varona, el expresidente Carlos Prío Socarrás (luego aparente suicida, pero lo más seguro es que «lo suicidaran») y Manuel Artime, así como el pandillero Rolando Masferrer (ejecutado más tarde con bomba vehicular, seguramente por el propio Infidel).


Sépase, además, que los mafiosos tuvieron aliados en la CIA y otros órganos de inteligencia, que los habían reclutado para el «sucio» operativo de asesinar al Infidel. De ahí que se infiltraran en todo el supersecreto Plan Q con intrigas, negocios ilícitos sumamente rentables y enormes sobornos pagados, entre otros, a Tony Varona y otros líderes del exilio cubano. Así, al hacer la Mafia el papel de colaborar en este empeño —cosa que por otra parte se mantenía «compartimentada» y por tanto era desconocida hasta por algunos de los mismos jefes de inteligencia— los mafiosos veían facilitada su verdadera misión de ultimar a Kennedy.


Sabiendo que la CIA le había encargado a la Mafia que lo asesinara, el Infidel decidió volver los tornos. Casi seguramente duplicó la suma ofrecida para matarlo a fin de que, en su lugar, volvieran sus armas contra Kennedy. Por otra parte, el Infidel tuvo preso a Trafficante, a quien usó de rehén para obligar a la Mafia a colaborar y a servirle de espía en EE.UU.


Así, la misión de la Mafia pasó de la eliminación del Infidel a la de John Kennedy. La neutralización de Robert Kennedy como persecutor de la Mafia la completó ésta eliminándolo físicamente apenas cinco años más tarde. (Debatiendo a quién eliminar, si a John o a Robert, preguntó Carlos Marcello: «¿Qué se hace con un perro que muerde? Se le corta la cabeza, no la cola».) Lo pagado por el Infidel por el magnicidio fue para los mafiosos un regalo, puesto que ya para entonces habían decidido de todas maneras matar a Kennedy, en coordinación con la conspiración que se fraguaba en los más altos niveles oficiales . La furia de la Mafia contra los Kennedy se nutría no solo de haber sido traicionados, sino de la infracción de un precepto sagrado: quien acepta sus favores está obligado a corresponderle. Recibirlos significa adquirir una deuda. Pero mientras Robert Kennedy perseguía a la Mafia, la CIA, actuando al socaire y por su cuenta, seguía confiando en ella como su mejor aliado en el empeño anticastrista. Por consiguiente, con el acceso a los detalles del supersecreto Plan Q —los altísimos funcionarios enterados, en el equipo kennediano, eran menos de una docena— los mafiosos tenían la necesaria libertad de acción. Con estos resguardos, se sintieron seguros y decidieron darle luz verde a un triple plan del que, como veremos más adelante, el presidente difícilmente saldría con vida. Una vez cometido el hecho, por el peligro de poner al descubierto el Plan Q y sus lazos con los propios mafiosos, estos calcularon verse libres de persecución gubernamental.


Con francotiradores, expertos sicarios importados de Córcega, fue como la Mafia ejecutó a John Kennedy el 22 de noviembre de 1963. De ese tercer atentado, en Dallas, se inculpó al agente de inteligencia Lee Harvey Oswald, ya preparado como chivo expiatorio. Dos días después lo eliminaba en cumplimiento de órdenes el mafioso Jack Ruby, tal vez con la complicidad de la policía de Dallas, que presuntamente lo custodiaba.


Como el Plan Q siguió vigente— y luego pendiente—, ello contribuyó al encubrimiento en que asiduamente participaron todos los medios gubernamentales: unos siguiendo órdenes y otros porque, además, así ocultaban sus relaciones con la Mafia, no menos que gran número de sus propios errores y fallas.


En la segunda parte proseguiremos este histórico relato, en que el mundo criminal se alió con el maleficio de un astuto y protervo charlatán para concretar la maldición que pesaba sobre los Kennedy —los hechos así lo señalan— y tragarse a la Cuba de antes, cuyo imperfecto sistema de gobierno no era nada peor, y en muchos casos muy superior al de la mayoría de sus contemporáneos iberoamericanos.


SEGUNDA PARTE


Muerto Kennedy, tomó posesión Lyndon Baines Johnson: nadie sospechaba que no era otro era el conspirador supremo y encubridor del asesinato. Ni siquiera Robert Kennedy, que no lo soportaba y tramaba con su hermano reemplazar a LBJ como compañero de boleta en las elecciones de 1964. En su ignorancia, Robert le pidió a LBJ que prosiguiera con el Plan Q. Este, sin negarse rotundamente, optó por intensificar la guerra en Vietnam y dejar a Cuba, convertida en base soviética infinitamente más peligrosa, en el remojo de los tiempos. Johnson quería una guerra larga para asegurar su reelección y la de Cuba tenía el inconveniente de ser peligrosa en extremo y, en fin de cuentas, demasiado breve. Históricamente, todos los presidentes enfrascados en guerras habían sido reelegidos.


En tanto la Isla quedaba a merced del implacable tirano, John y Robert Kennedy perecían uno tras otro, tal cual habían ultimado ellos mismos a otros que se les atravesaron (otra historia oculta). Porque no eran ellos los tan cacareados y aureolados santos que pasaron a ser brote de leyenda. Fueron los propios asesinos del presidente quienes se ocuparon de eliminar subsiguientemente a su hermano Robert, antes de que pudiera llegar a la presidencia y reanudar su vendetta contra ellos. Nada, otro chivo expiatorio: Sirhan Sirhan.


La Mafia hubiera preferido librar a Cuba del tirano con el solo fin de recuperar sus hoteles, sus casinos de juego y su sitio de vacaciones extrafronteras, pero resultó inútil. Concluyeron, además, que su peor enemigo era la familia Kennedy, tanto por su traición como por su implacable persecución. De nada les había servido a los mafiosos el fraude electoral cometido en Illinois y Texas, gracias al cual le otorgaron la presidencia a JFK. A cambio,los Kennedy debieron hacer ver, según palabras del corruptófilo J. Edgar Hoover, jefe vitalicio de la FBI, que «la Mafia no existe». Pero sucedió lo contrario: pudo más el odio visceral que Robert le tenía a los mafiosos, y ya como Secretario de Justicia movilizó todos sus recursos contra ellos. De rabia, los mafiosos echaban espuma por la boca.


No es de extrañar, pues, que el Infidel aprovechara la coyuntura para reclutarlos en contra de Kennedy. Como ya dijimos, el tirano había apresado en La Habana a Santo Trafficante, que compró su libertad con un cuantioso rescate y el compromiso de asesinar a Kennedy e integrar a la Mafia en la red de espionaje castrista en EE.UU.


El plan contra Kennedy era prácticamente infalible, pues su detallado «libreto» abarcaba tres oportunidades seguidas, en un plazo de cuatro días, para llevar a cabo su eliminación. Kennedy acalló haber descubierto el atentado que le preparaban en Chicago para el 18 de noviembre, el cual motivó la cancelación de su viaje. Del atentado siguiente, listo para el día 20 en Tampa, hasta ahora pocos se habían enterado. Como la menor revelación al respecto hubiera arriesgado el Plan Q, nada se dijo. Incluso, al pasar por el centro de Tampa, JFK se puso de pie en la limusina abierta para saludar al público, acción desafiante que ingenuamente pensó serviría de señal a los agentes que se alistaban en Cuba, más aun que el discurso que pronunciaría horas más tarde en Miami. Allí, al hablar ante la Sociedad Interamericana de Prensa, se dirigía en realidad a Almeida, anunciándole con veladas palabras que respaldaría plenamente su atentado contra el Infidel y su hermano.


Pero no contaba con el tercer atentado que, de fallar los primeros dos, pondrían en práctica el de Dallas. De no matarlo ahí tendrían que esperar meses para que el presidente volviera a desfilar al descubierto por una ciudad, y ya entonces sería tarde. En la mañana del 22 de noviembre, John Kennedy tuvo un presentimiento y le dijo a Jacqueline estas palabras proféticas: "Cualquiera podría matarme con un rifle de mira telescópica".


El fatídico día en Dallas, el agente Desmond FitzGerald de la CIA se reunía en París con Rolando Cubela para tramar la supresión del Infidel con una pluma envenenada. A esa hora aún era temprano en la latitud tejana, y nada había ocurrido.


En las últimas semanas de su vida, Kennedy había hecho esfuerzos casi desesperados —¿de buena fe o de pantalla?— por negociar un acuerdo con el Infidel. Dícese que esperaba salvar vidas y evitar la confrontación con la Unión Soviética. Ya Khruschev le había comunicado por distintos medios secretos, y no tan secretos, que todo ataque a Cuba podría desencadenar una guerra nuclear. Por consiguiente, a Kennedy le preocupaba el papel de las tropas soviéticas emplazadas en la Isla si se produjeran combates. Si el Infidel acaso hubiera cedido un ápice, u ofrecido una de sus falsas promesas, ¿se hubieran transado los Kennedy? No aventuraremos conjeturas. Por lo que colegimos de todas las circunstancias el tirano, por su parte, nunca consideró en serio la necesidad de darle al presidente norteamericano siquiera la pasajera sensación de esperar un futuro modus vivendi con él. Prefería el desplante, la bravuconada y el irresponsable desafío, aun a riesgo de imprevisibles consecuencias.


Uno de los emisarios de Kennedy en interpósita negociación, el periodista francés Jean Daniel, se entrevistaba con el Infidel para darle otro mensaje conciliatorio cuando fueron interrumpidos por la noticia del asesinato. ¿Cuál fue la reacción del autor intelectual (o uno de ellos) del hecho? He aquí sus palabras, según Daniel: «Es una mala noticia». Permítanme una sonrisa. Sabiendo lo que sabemos de ese artífice del engaño y la mentira, de un personaje tan falsario que miente cuando ni siquiera tiene necesidad —por pura afición— podemos interpretar que poco le faltó para espetar precisamente lo contrario: «¡Qué buena noticia!»


Pero no es eso todo. ¿Saben ustedes qué es lo más revelador de ese episodio? Les diré en qué consiste: en la absoluta FALTA DE SORPRESA. No hubo tan siquiera la más leve insinuación de haber escuchado algo tan inusitado como imprevisto. Ya él se lo esperaba y ni siquiera intentó disimularlo. De lo contrario, hubiera dicho: «¿Qué? ¿Cómo? ¡No es posible!» Pero tal como ya les dije, Jean Daniel, muy circunspecto, se limitó a repetir las palabras del Infidel, sin añadir ningún calificativo. Ni sombra de una reacción emotiva de quien escucha tan impactante e insólita noticia.


Para el Infidel, era la mejor noticia posible. La desaparición de Kennedy no solamente acababa con los atentados que se hacían contra su propia vida, sino que el resto del Plan Q, o sea la nueva invasión, quedaría engavetado o al menos en suspenso indefinido. Su permanencia en el poder estaba prácticamente garantizada y podría hacer y deshacer a su antojo, persiguiendo su sueño de fomentar imitadores en América Central y del Sur para así extender su influencia y poder, y pasar a la historia como gran figura hispanoamericana. Hoy, tras medio siglo de tiranía, La Prensa Asociada lo sigue considerando así.


Era posible que el exilio cubano siguiera hostigándole durante cierto tiempo, pero ya no contaría con el apoyo incondicional del que disfrutaba durante el apogeo kennediano. También podría usar a Cuba de base para emprender impunemente el contrabando de narcóticos, cuyos cuantiosos ingresos le permitirían exportar la guerra y la subversión a donde él quisiera, aparte de acumular una vastísima fortuna personal. Además, al mismo tiempo debilitarían internamente a la sociedad norteamericana, cosa que proclamó a los cuatro vientos y de la que se jactó innumerables veces. Mientras, él fortalecería su aparato represivo y se apuntalaría en el poder.


La recuperación de Cuba para el Sistema Interamericano y el mundo occidental quedaba en el limbo. El sueño de los Kennedy, que era liberar a Cuba y reintegrarla al sistema político y económico del Hemisferio, tendría que esperar a que Robert ascendiera a la presidencia, cosa por demás incierta.


En efecto, no pasaron ni cinco años para que, cuando amenazaba Robert con poner el apellido familiar de nuevo en la nómina presidencial, la Mafia se preparaba para «hacerlo desaparecer». Era la frase con que ordenaba asesinatos Al Capone, con quien trabajó de cerca Filippo Sacco, el inmigrante italiano que luego se autodenominó Johnny Rosselli: «háganlo desaparecer». Bastó el amago de Robert, que seguía siendo un joven tan implacable como imprudente, para que los mafiosos se movilizaran. Más fácil y seguro era borrarlo del mapa cuando aún era candidato.


Cuentan que Frank Sinatra, cuya complicidad con la Mafia es de sobra conocida, se reunió una vez con Robert, en vida de su hermano el presidente, para darle un mensaje de sus compadres, por entonces furiosos con ellos. En un simple pedacito de papel, escribió Sinatra un nombre: «Giancana». Se lo pasó al entonces jefe de justicia y le indicó: «Se trata de un amigo mío. Quiero que así lo sepas, Bob». Era una petición y a la vez una advertencia clara y directa de que la persecución de que eran objeto los mafiosos podría traer imprevisibles consecuencias. Aunque no sabemos cuál sería la reacción de Robert, lo cierto es que, aunque pudo haberlo incomodado, o no captó el mensaje o no le dio mayor importancia. En el fondo, los hermanos Kennedy se creían invulnerables.


Ya hemos visto como la mano del propio Infidel estuvo involucrada en la muerte de Kennedy. Pero para más señas hay constancia, por ejemplo, de un dato muy significativo. El agente castrista Miguel Casas Sáez, manipulado por Anthony («Tony Pro») Provenzano a través de Frank Chávez —uno de los matones de James Hoffa, jefe del Sindicato de Camioneros—, se desplazaba entonces a su antojo por toda la Unión Norteamericana sin que la justicia pudiera darle alcance. Es más, este agente del Infidel, Casas Sáez, se encontraba en Dallas el 22 de noviembre de 1963. ¿Qué casualidad, eh? Pero, como en tantos otros casos, la Comisión Warren, eje del encubrimiento, ni siquiera se dignó buscarlo para interrogarlo.


Enrique Ruiz Williams, «Harry», al estar reunido con el periodista Haynes Johnson, íntimo de Robert Kennedy, recibió una llamada directa de este, apenas un par de horas tras el asesinato de su hermano. Al saber que Haynes estaba presente, Robert pidió que le pasara el teléfono y le dijo estas enigmáticas palabras: «Esto lo hizo uno de ustedes» («One of you guys did it»). Como Haynes se había enterado del Plan Q y de las conexiones de la CIA con los mafiosos, es posible que Robert aludiera a alguien de una de esas agrupaciones.


Por otra parte, Manuel Artime, Eloy Gutiérrez Menoyo, Tony Varona y Carlos Prío Socarras estaban involucrados de distintas maneras en el Plan Q y con conocimiento mayor o menor de sus detalles. Sabemos, lamentablemente, que la Mafia los cultivó asiduamente, valiéndose de la persuasión cuando no del soborno y otros incentivos financieros para establecer relaciones recíprocas de apoyo e inteligencia, con el objetivo de infiltrarse en todo lo que tuviera que ver con el Plan. Así cumplirían con su objetivo de asesinar a Kennedy según sus intereses y la recompensa del Infidel, mientras a todas luces aparentaban colaborar con los planes de la CIA contra este.


Explicar todas las ramificaciones, vueltas y volteretas involucradas en los planes anticastristas de los Kennedy, y en el asesinato de los dos hermanos, exigiría un libro entero, o acaso varios. Pero esto nos da una idea de la verdad histórica. Los Kennedy, pese a todos sus tropiezos, seguían adelante con su plan de desquite contra el Infidel, por razones tanto personales como estratégicas.


Sin el asesinato de JFK hubiera proseguido el plan de rescatar a Cuba de las garras de un maleante criollo peor que todos los mafiosos juntos. No obstante, una opción era que el asesinato del presidente fuera, a su vez, la chispa detonadora del ataque a Cuba. Pero la ejecución de Oswald se tardó un día de más y lo poco que dijo impidió culparlo de ser el agente asesino del Infidel. Hubo que conformarse con tildarlo de loco solitario.


En resumen, el maquiavélico conspirador en jefe contra Kennedy no fue otro que Johnson. La Mafia organizó el operativo, respaldada por agentes rebeldes de la CIA y por el Infidel, y con la participación a engaño de dirigentes del exilio cubano esperanzados en la liberación de su patria.


Queda en claro que no hay peor criminalidad que la estatal y oficial, respaldada por todo un aparato de estado subvertido y una nación secuestrada por delincuentes de profesión, todo ello vergonzosamente cohonestado por la cómplice comunidad internacional, establecida presuntamente para impedir tales abusos contra un pueblo indefenso. Hoy están pagando por ello los inocentes. Mañana, ¿quién sabe cuántos más?



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Published on March 17, 2012 18:11

Fernando Trueba: "El Papa debería llevarse a Fidel Castro para el Vaticano".

Café Fuerte.


"A mí me da pena con los cubanos, tanto aguantar a Fidel Castro y ahora encima les cae el Papa, pobrecillos, qué han hecho para merecer tanto castigo y tan largo", ironizó el laureado realizador. "No, lo del Papa es más corto. Se va pronto. Podría llevarse a Fidel, estaría bien".


…Recordó que su pasión por Cuba se inició en su época de estudiante, cuando cayó en sus manos la novela Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante. "Fue ese libro el que me introdujo en la música y la noche cubanas", confesó el cineasta, ganador de un Oscar a la mejor película extranjera por Belle Epoque en 1993.



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Filed under: Arte, Cine, Cultura, Literatura, Política, Religión Tagged: Belle Époque, Castrismo, Cuba, Fernando Trueba, Fidel Castro, Guillermo Cabrera Infante, Papa Benedicto XVI
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Published on March 17, 2012 11:30

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Zoé Valdés
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