Natalia Doñate's Blog, page 3
July 28, 2021
Olor a soledad
El señor Ricardo se quedó solo. No fue por culpa de sus interminables anécdotas sobre los años mozos en el Liceo, ni la manía de utilizar mondadientes en los restaurantes. Fue por la enfermedad. Ésa de la que todos hablan, pero en la que nadie piensa. La cursó sin mayores inconvenientes, con tímidos avances de mercurio que emprendían retirada ante el bendito Paracetamol. En diez días estaba casi como nuevo.
El problema surgió al recibir el alta. Sin una oficina de “objetos perdidos” a la que acudir para reclamar por su olfato, y ante la encogida de hombros de la ciencia -que, para ser justos se hallaba ocupada en asuntos más apremiantes- se abocó a recuperarlo por su cuenta. Compró una caja de aceites esenciales con las fragancias más básicas -limón, eucalipto, lavanda, chocolate, naranja- y armó una rutina de recuperación. Se enfocaba en un frasquito a la vez y lo olfateaba con pasión, pensando en el objeto al que éste le había emulado el aroma. Tras dos semanas de obsesionarse con evocar el color amarillo, el verano y las limonadas al costado de la pileta en casa de su abuela, lo consiguió. Condimentaba desesperanzado una ensalada, cuando el aire se inundó de limón. Éste primer contacto sensorial abrió las puertas a los demás, y las semanas se sucedieron plácidamente redescubriendo frutas, flores y especias exóticas, pero también cloacas, aliento matutino y sudor. Todo era bienvenido y apreciado; hasta la fragancia “rata muerta” tenía su encanto.
“Hora de volver al mundo” pensó. Ese mismo sábado invitó a sus amigos a cenar y disfrutó como nunca antes de la madera ahumada y del asado con chimichurri, pero la sorpresa se la llevó con el postre, cuando notó que podía distinguir a la distancia el olor del helado.
— ¿Les canto los gustos? —preguntó, cuchara en mano, Hortensia.
Él, tras una bocanada de aire y respondió con suficiencia: “No es necesario. Dejáme ver… sí. Ananá, frutilla, crema, vainilla, chocolate al rhum y… turrón”.
Los comensales intercambiaron miradas suspicaces y pidieron más trucos.
—A ver, ¿qué perfume estoy usando? —inquirió Susana.
—Veamos… no sé nada de perfumes femeninos, pero noto que tiene sándalo, bergamota y jazmín.
Juan Carlos, quien conocía la marca preferida de su mujer, se apresuró a “googlear” los ingredientes en el celular.
—¡Correcto, amigo! — asintió con asombro. —Te quejabas de tu falta de olfato y resulta que tenés el hocico de un perro.
Ricardo estaba extasiado. Levantó su ceja izquierda y con una leve inclinación de cabeza, añadió.
—Hablando de perros, veo que hoy estuviste acariciando uno —dijo mirando fijamente a Horacio.
—Ahí te equivocás —rio con malicia Susana. —Mi marido es alérgico a los perros, es por eso que no podemos tener uno.
La situación habría quedado zanjada de no ser por el tono pimiento cayena que tiñó las mejillas del susodicho.
—¡Sos alérgico, Horacio! ¿No es cierto que sos alérgico?
Ante el tono pimiento de las mejilllas del amigo, Ricardo se apresuró a desviar el tema.
—Igual no hay nada que envidiarme, camaradas. Este don también tiene sus desventajas, ¿saben? Apropiándome de una frase famosa y cambiándola un poco, digamos que “no todo es OLOR de rosas”.
Una pequeña mueca de rechazo se reprodujo en el rostro de la concurrencia. En un reflejo inconsciente Hortensia se olió la yema de los dedos. Susana se apresuró al baño y regresó envuelta en una nube renovada de sándalo, bergamota y jazmín.
Nadie quiso café.
El camino a la soledad fue lento pero directo. Murmullos a sus espaldas, gente que apretaba los brazos o cerraba las piernas a su paso. Excusas inverosímiles a preguntas que no había formulado. Pero lo comprendía. Sabía que Sergio engañaba a Claudia con Cecilia. Que doña Rosa llevaba billetes escondidos en las medias. Que Juana comía chicle para no lavarse los dientes después del almuerzo. Que Julián bebía whisky todas las noches y al día siguiente operaba pacientes bajo altas dosis de café. Y la cara de constipada de Sol era más que justificada, pobrecita.
Un mediodía cualquiera, ya de regreso en el salón comedor del trabajo, sintió un hedor extraño; agrio y dulce, con notas de almizcle y sudor y algo más que no lograba identificar. ¿Qué podría ser?
Las miradas esquivas de sus compañeros confirmaron su teoría. Podía oler el miedo.
NATALIA DOÑATE
July 22, 2021
Los autos de papá
Tanto mi infancia como mi adolescencia fueron celosamente custodiadas por Volvos. Para mi barrio, eso se consideraba muy afortunado. Desfilaban por nuestra cochera ataviados de los más variados colores: plateado y sobrio el primero, rojo ladrillo el segundo (inolvidable escolta de moño blanco que me llevó a mi fiesta de quince) y hasta uno verde agua, cuyos intentos presuntuosos de emular a la naturaleza le ganaron algunas enemistades. Coincidimos por un breve lapso con uno negro, pero la fama de que los coches oscuros eran menos visibles en la ruta hizo que al día de hoy fuera recordado con el cariño idealizado que se tiene, tal vez, a un peregrino que pidiera cobijo en una noche tormentosa. Ojalá haya encontrado su hogar.
Independientemente del evento o el horario, siempre cruzaba miradas con los distinguidos faros del Volvo -los entendidos sabrán que gozan de un brillo especial: intenso, pero que no fuerza a entrecerrar los ojos; extrañeza que, probablemente, se deba al hecho de que los coches de alta gama viven de ser admirados. En el interior, envuelto en una bata bordó que al día de hoy no hemos logrado reemplazar y una cantidad algo excesiva de Farenheit, aguardaba pacientemente mi papá. Yo me relajaba en el asiento trasero opuesto al conductor -el más distinguido según protocolo- y miraba de reojo el tablero luminoso, los deliciosos detalles en la lustrosa madera y renegaba del exceso de calefacción. Luego cambiaba de radio, abría un centímetro la ventana y miraba pasar el mundo de los menos afortunados; aquellos que, ya sin fuerzas, debían regresar solos a casa. Yo no tenía apuro. Ya estaba en casa.
La incapacidad de nostalgia por parte de mi familia hacia los objetos inanimados dictaminó el fin de la era de los Volvos. Pero hoy, tras una serie inusitada de noches frías y desesperadas, podría jurar que veo a la distancia cómo se aproximan sus mágicos faros.
Dedicado a todos los que trabajan en el Sanatorio de la Providencia. Gracias a sus esfuerzos hoy vuelve papá a casa.
NATALIA DOÑATE
June 4, 2021
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May 22, 2021
Conversemos
Nos vemos esta tarde, en el astillero del Tigre. Sé que querías esperar por un clima más ameno, por flores en los canteros. Pero a veces las expectativas nos juegan en contra y terminamos malhumorados huyendo de los mosquitos y el calor. Así que te propongo lo siguiente: nos juntamos ahora y nos juntamos después.
No quiero que hagamos el recorrido juntos, hoy en día con unas coordenadas de GPS puedo llegar hasta la luna. Voy a llevar, si no te molesta, mis once años, pues gustan de las máquinas y me permiten subir y bajar escaleras con mayor facilidad. No saben de dolores musculares, como tampoco de estrellas y constelaciones, con lo cual estarán gustosos de oírte explicarlas por primera vez. Sé que está nublado, y sé que será de día, pero por esta vez, todo se puede. Como dijiste que no querías mozos, decidí llevar los pañuelitos de papa de mamá, y de postre, te tengo una sorpresa de merengue dorado y helado, a la que le voy a agregar un touch de dulce de leche, para que no rezongues.
Y prometo llevar silencio. Voy a escuchar todo eso que ya sé que querés decirme, pero sin interrumpir, porque entiendo que lo querés hacer igual. Sólo mencionaré que estás muy flaco, que te queda bien el color blanco y que estás más lindo que nunca. “My Way” de Sinatra la inventaron para vos. Y que te adoro con todo mi corazón, y que aunque falten aún unas horas para vernos, yo te veo en todos lados, en cada mate, en cada paisaje, en tus nietos, e incluso en el espejo.
Te amo, papá, Tri Tri, FUERZA.
NATALIA DOÑATE
May 21, 2021
Tarde de lluvia
Nueve letras.
“Poder, fuerza, capacidad. Que puede suceder o existir, en contraposición de lo que existe”.
Esa semana de verano el sol se había tomado vacaciones. Los grandes ventanales que daban al mar sostenían con estoicismo los empujones de un viento salado y caprichoso. En el interior, junto a una chimenea deslucida por el hollín y bajo la cálida luz de una antigua lámpara, una niña resolvía un cuadernillo de dibujos. El desafío, simple para cualquier adulto, consistía en unir puntos para descubrir qué figura formaban. Ante los ojos de la pequeña habían cobrado vida un tucán, un elefante y una jirafa, fácilmente distinguible por su largo cuello. Pero este animal en particular se negaba a revelarse. Ella había tachado y vuelto a remarcar, pero sólo conseguía ver un ser etéreo de ojos burlones que parecía flotar sobre rayos de tinta.
Sus suspiros de frustración llamaron la atención del padre, quien, haciendo el periódico a un lado, tomó la birome azul y remarcó con seguridad cuatro pares de tentáculos.
—¿Ves? —señaló con paciencia. —Es un pulpito.
Ella lo observó incrédula. ¡Qué evidente lo era ahora! Estaba claro que no podía ser otra cosa. Pasó a la siguiente figura, que se notaba a la legua que era una alegre estrella de mar, mientras su padre retomaba su crucigrama y descubría con satisfacción que ya sabía la siguiente palabra: POTENCIAL.
Ninguno captó la ironía y mucho menos tuvo la gentileza de sentir pena por el ahora y para siempre pulpo, que habría podido ser un millón de cosas si tan solo hubiese sido un día soleado.
NATALIA DOÑATE
May 20, 2021
Mientras todos duermen
Cobijada entre húmedos acolchados, apreciados a pesar del verano, sintió la presencia familiar ante la puerta. Esa mañana sus sueños no se entremezclarían con la algarabía de la cocina; las risas de la abuela, las tazas entrechocándose con las cucharas y la música monocorde de la AM –la única frecuencia que sintonizaba la vieja radio-, pues la mayoría de los habitantes de la casa dormirían por unas cuantas horas más. Él no. Nunca olvidaba una promesa, ya fuese propia o ajena. Arrepentida de haberse ofrecido a acompañarlo tan temprano, procuró permanecer quieta, ilusionada ante la posibilidad de que se apiadase de su sueño. Pero allí estaba, como siempre, su mano sobre su espalda, sacudiéndola suavemente pero con firmeza.
—Vamos, Natalia, es hora —susurró.
Ella se incorporó con parsimonia y casi sin notarlo cambió su pijama por un remerón, un buzo canguro y su malla verde con voladitos –en aquellos días era libre de la costumbre de no salir sin bañarse- y tras una envidiosa mirada al bulto que formaba el cuerpo de su hermano dormido, tragó una medialuna seca y ajustó la correa al perro. Ante el frescor de la mañana sintió cómo el sol -que horas después sería implacable- apenas entibiaba su cabeza.
Él aguardaba pacientemente en el jardín delantero, alegre con su gorro visera blanco y el infaltable palo de escoba. Iniciaron la caminata lenta y constante hacia la playa. Entre charlas esquivaban los pequeños accidentes del camino, adaptado a los caprichos de la naturaleza, mientras el fallido dálmata de gruesa testa y escasas manchas daba los buenos días a cada árbol, cada poste y cada cantero.
Un fuerte viento dio lugar al monótono paisaje que los acompañaría el resto del paseo. Para entonces ella estaba despabilada y feliz ante la aventura. Los balnearios vacíos se fueron sucediendo uno a uno, mientras que las desnudas carpas vestían de a poco sus plásticos blancos y verdes, por un lado, azules y anaranjados por el otro y las reposeras se multiplicaban como amebas. Cada tanto, una efervescencia en la arena indicaba que una almeja había quedado mal posicionada y su abuelo la lanzaba de regreso al mar, deseándole mejor suerte en el próximo intento.
Para cuando llegaron a las vallas de madera, ya se sabía el versito de memoria:
“Treinta días trae noviembre, con abril, junio y septiembre.
De veintiocho sólo hay uno. Los demás traen treinta y uno”.
Pocas cosas resultarían tan útiles en su vida, aunque en ese momento no lo sabía. Ya en las dunas, perro y nieta se soltaron por igual a correr desaforados, bajando torpemente y con largas pisadas por las montañas doradas, tallando a su paso efímeras cascadas de arena, cual pequeñas avalanchas, para luego caer jadeantes en las lagunas formadas por las lluvias recientes. En esos pequeños oasis de esquivos renacuajos y resbalosas plantas verde oscuro, heladas al tacto y alegres a la vista, mojaros sus extremidades y recobraron fuerzas para la vuelta.
Alterados por igual el paisaje y los corazones de los paseantes, éstos últimos se dirigieron a la ya concurrida playa en busca del hotel Coliseo, punto infalible de referencia para el regreso.
En la casa los aguardaban las facturas frescas del día, el mate y el alboroto familiar. Con sorpresa notó que no se había perdido de nada. Su hambre renovado la incitó tomar un churro. Se dirigía con éste y un gran vaso de chocolatada al jardín cuando, como quien no quiere la cosa, volvió sobre sus pasos y pidió a su abuelo:
—Mañana despertame otra vez.
NATALIA DOÑATE
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May 4, 2021
Busco reseñas!
May 3, 2021
La generosidad

Comparto la reseña que Irene de Santos tan amablemente hizo de mi libro. Gracias, nuevamente, de corazón.
Portada de La casa de las arenas de Natalia Doñate. La generosidad es una semilla de cariño que sembramos en el corazón de los demás. Siempre germina y cuando florece nos llena de felicidad. La imagen anterior corresponde al libro de cuentos “La casa de las arenas” que la escritora Natalia Doñate acaba de publicar […]
La generosidad


