Irene Maciá's Blog: Un Alma Libre De Mente Inquieta, page 3
April 2, 2021
Hablando alto
Desde que era pequeña, a mí me han pedido demasiadas veces que baje la voz porque suelo hablar muy alto, algo que me sale de forma natural. Esto es literal, la tengo así o incluso más, debido a la necesidad de proyectarla en mis funciones sobre las tablas. Tenían razón al enseñarme que un actor de teatro no debería de necesitar micrófonos en el escenario si sabe confiar en sus habilidades.
Llego a odiar cuando me lo dicen con demasiada frecuencia, hasta en los contextos más cotidianos y cuando se supone que no hay tanta gente alrededor o nadie nos escucha. Tanto, que hasta me puedo acomplejar como si hubiese nacido con un grandísimo problema que arrastro como una pesada cruz. No solo por hablar alto, sino por otros tantos rasgos que van de la mano con mi volumen de voz.
Ha sido mucho el tiempo que me han pedido que hable bajo, demasiado el que me han recriminado cómo soy y también esa misma cantidad la que he cargado con experiencias traumáticas a raíz de toda mi complexión personal, ya sea por lo propiamente vivido o por las lástimas cuasi victimistas a las que llegué a recurrir para recuperar aquello que creía perdido.
Sin embargo, dando un cambio radical de la noche a la mañana, un buen día decidí darle la vuelta a la tortilla con una técnica que descubrí precisamente en los teatros y con los libros de Albert Espinosa. Debemos amar nuestro caos, nuestras diferencias y lo que nos hace únicos. En muchas ocasiones, los defectos son virtudes disfrazadas.
Quizá eso es precisamente lo que más falta hace en este mundo por el miedo que nos invade: tenemos que hablar alto para levantar este planeta como Dios manda. Para esto, aliento abiertamente a que seamos unos sinvergüenzas, como nos llamarían los temerosos.
Yo hablo alto para decir que he nacido por una razón, y lo he hecho así con un propósito. Yo hablo alto para decir que podré equivocarme o tener mis debilidades, pero a mucha honra porque no merecen opacar lo que sabría hacer bien. Yo hablo alto para decir que, si me tropiezo y me derrumbo moralmente desde mi simple flaqueza humana, soy capaz de levantarme gracias a Alguien que ve más arriba que los ojos humanos. Yo hablo alto para decir que no quiero conformarme con ser parte del 90% de cobardes cuando a lo mejor merece la pena pertenecer al 10% de valientes. Yo hablo alto para decir que, a menudo, los "chiflados" son los únicos que logran lo que se proponen, llegando muy lejos. Yo hablo alto para decir que todos, e igualmente yo, podemos tocar el Cielo con nuestras manos andando hacia delante sin pensar en los obstáculos. Yo hablo alto para decir que, quienes suben el volumen, son los que escriben las mayores historias que se cuentan.
Hablemos todos bien alto, haciéndonos presentes con orgullo y como jamás se ha hecho. Ésta es la sencilla clave que os otorgo y con la que no fallaremos nunca: no tengáis miedo.
Llego a odiar cuando me lo dicen con demasiada frecuencia, hasta en los contextos más cotidianos y cuando se supone que no hay tanta gente alrededor o nadie nos escucha. Tanto, que hasta me puedo acomplejar como si hubiese nacido con un grandísimo problema que arrastro como una pesada cruz. No solo por hablar alto, sino por otros tantos rasgos que van de la mano con mi volumen de voz.
Ha sido mucho el tiempo que me han pedido que hable bajo, demasiado el que me han recriminado cómo soy y también esa misma cantidad la que he cargado con experiencias traumáticas a raíz de toda mi complexión personal, ya sea por lo propiamente vivido o por las lástimas cuasi victimistas a las que llegué a recurrir para recuperar aquello que creía perdido.
Sin embargo, dando un cambio radical de la noche a la mañana, un buen día decidí darle la vuelta a la tortilla con una técnica que descubrí precisamente en los teatros y con los libros de Albert Espinosa. Debemos amar nuestro caos, nuestras diferencias y lo que nos hace únicos. En muchas ocasiones, los defectos son virtudes disfrazadas.
Quizá eso es precisamente lo que más falta hace en este mundo por el miedo que nos invade: tenemos que hablar alto para levantar este planeta como Dios manda. Para esto, aliento abiertamente a que seamos unos sinvergüenzas, como nos llamarían los temerosos.
Yo hablo alto para decir que he nacido por una razón, y lo he hecho así con un propósito. Yo hablo alto para decir que podré equivocarme o tener mis debilidades, pero a mucha honra porque no merecen opacar lo que sabría hacer bien. Yo hablo alto para decir que, si me tropiezo y me derrumbo moralmente desde mi simple flaqueza humana, soy capaz de levantarme gracias a Alguien que ve más arriba que los ojos humanos. Yo hablo alto para decir que no quiero conformarme con ser parte del 90% de cobardes cuando a lo mejor merece la pena pertenecer al 10% de valientes. Yo hablo alto para decir que, a menudo, los "chiflados" son los únicos que logran lo que se proponen, llegando muy lejos. Yo hablo alto para decir que todos, e igualmente yo, podemos tocar el Cielo con nuestras manos andando hacia delante sin pensar en los obstáculos. Yo hablo alto para decir que, quienes suben el volumen, son los que escriben las mayores historias que se cuentan.
Hablemos todos bien alto, haciéndonos presentes con orgullo y como jamás se ha hecho. Ésta es la sencilla clave que os otorgo y con la que no fallaremos nunca: no tengáis miedo.
Published on April 02, 2021 14:52
March 8, 2021
No soy inferior, ni me siento así
Creo que es obvio el tema del cual voy a hablar hoy, sabiendo el día que es. Bien sabemos que puede abarcar varias áreas diferentes, pero yo me voy a centrar en una sola.
Una de las "reivindicaciones" que suelo escuchar cada 8 de marzo, especialmente desde emisoras progresistas, es la del papel de las mujeres en la Iglesia Católica. Reivindicación por parte de gente que viene a buscar al catolicismo desesperadamente en el 8M y luego, paradójicamente, exigen la totalmente laica separación entre Iglesia y Estado. Ante eso, mi reacción más común suele ser poner los ojos en blanco o hacer un "facepalm".
Voy a ser clara, directa y empoderada como poco o nunca antes en mi vida:
No me voy a molestar en reírme porque quizás, muchas de las que proclaman esa reivindicación no conocen a grandes mujeres católicas de la historia que fueron artistas, científicas o hasta guerreras que vistieron armaduras en campos de batalla (Juana de Arco, una de mis favoritas desde la infancia y a quién le dediqué una de mis obras). Tampoco me voy a detener en que, desde hace mucho tiempo, las mujeres pueden llegar a tener cargos muy importantes en la Iglesia o incluso pueden ofrecer, al nivel de los sacerdotes, grandes sermones en las asambleas (por ejemplo, las predicadoras de la Renovación Carismática Católica). Tampoco me vale que se recurra a la excusa-comodín de la maternidad, pues hace demasiado tiempo que en la Iglesia no se relega el papel de la mujer única y exclusivamente al matrimonio, a la familia o al hogar (como apuntes: ya no hay imposición de número mínimo de hijos y ahora, eclesiásticamente, tampoco se considera malo permanecer en la soltería, sean hombres o mujeres). Ni siquiera voy a discutir las razones que hay o no para ser Papa, que es lo último que ahora se exige para ellas.
Es increíble ver cómo, las que más aseguran defender la igualdad y luchar por erradicar los estereotipos, pueden llegar a fomentar, de manera circular, un clasismo de lo más rancio con respecto al catolicismo. Me parece muy injusto alegar discriminación a las mujeres en el catolicismo al reducir la cuestión solo al ejercicio del sacerdocio, con sus diferentes escalafones. ¿Es que de verdad una monja, una catequista o una músico de coro; es menos digna que cualquier obispo o cardenal, incluso los del Vaticano? ¿Acaso la riqueza no se encuentra precisamente en la importancia que tienen todas y cada una de las funciones que componen la diversidad de la Iglesia?
Mientras muchas se lamentan de que "las mujeres no pueden dar la Comunión en la Eucaristía y que solo se lo permiten a hombres" (una gran mentira, las mujeres pueden ser Ministras Extraordinarias en este sacramento), hay muchas monjas trabajadoras que fabrican, con mucho amor y fe, las formas que luego se toman en misa. Es decir, que ellas son las primeras en tenerlas en sus manos, y es gracias a su labor que luego las tenemos en el culto. Mientras muchas discuten por tener X o Y puesto de relevancia sin más que por el hecho de ser mujer; hay costaleras que se ganan el mérito de levantar con sus manos hacia el cielo, con ilusión y valentía, cualquier carga de la vida. Y de más está añadir que son igual de respetables las que deciden casarse y tener hijos como las que se consagran a la castidad o incluso la contemplación y la clausura, porque es su cuerpo y su decisión la de a quién entregárselo, y porque ante eso, pocas veces o nunca son más contundentes los "Solo sí es sí" como aquí.
Yo, como mujer, no soy inferior a nadie de este plano. Tampoco me siento así, y para ello no me urge exigir ocupar el obispado de Roma cuando yo puedo ser muy feliz recordando que, tal y como predicó Jesucristo, los últimos serán los primeros y que los que se humillan serán ensalzados. Mientras me enorgullezco de que en las Sagradas Escrituras existan ejemplos de grandes mujeres como la jueza Débora (sí, en la época del antiguo Israel ya existían mujeres liderando naciones enteras) o la sobradamente bendecida María, yo celebro la diversidad de dones y carismas de un cuerpo que no se compone de un solo miembro, sino de la importancia de muchos que lo forman. Un cuerpo en donde si falta una sola función, el resto siempre la echará de menos. Ese cuerpo en el cual no se puede decir gratuitamente: "No te necesito" (1 Corintios 12: 12-27).
Feliz día a todas las mujeres cristianas que no se avergüenzan de serlo o que todavía necesitan ese empujón para reivindicarse. Que nada ni nadie en el mundo os haga sentir que no sois imprescindibles.
Una de las "reivindicaciones" que suelo escuchar cada 8 de marzo, especialmente desde emisoras progresistas, es la del papel de las mujeres en la Iglesia Católica. Reivindicación por parte de gente que viene a buscar al catolicismo desesperadamente en el 8M y luego, paradójicamente, exigen la totalmente laica separación entre Iglesia y Estado. Ante eso, mi reacción más común suele ser poner los ojos en blanco o hacer un "facepalm".
Voy a ser clara, directa y empoderada como poco o nunca antes en mi vida:
No me voy a molestar en reírme porque quizás, muchas de las que proclaman esa reivindicación no conocen a grandes mujeres católicas de la historia que fueron artistas, científicas o hasta guerreras que vistieron armaduras en campos de batalla (Juana de Arco, una de mis favoritas desde la infancia y a quién le dediqué una de mis obras). Tampoco me voy a detener en que, desde hace mucho tiempo, las mujeres pueden llegar a tener cargos muy importantes en la Iglesia o incluso pueden ofrecer, al nivel de los sacerdotes, grandes sermones en las asambleas (por ejemplo, las predicadoras de la Renovación Carismática Católica). Tampoco me vale que se recurra a la excusa-comodín de la maternidad, pues hace demasiado tiempo que en la Iglesia no se relega el papel de la mujer única y exclusivamente al matrimonio, a la familia o al hogar (como apuntes: ya no hay imposición de número mínimo de hijos y ahora, eclesiásticamente, tampoco se considera malo permanecer en la soltería, sean hombres o mujeres). Ni siquiera voy a discutir las razones que hay o no para ser Papa, que es lo último que ahora se exige para ellas.
Es increíble ver cómo, las que más aseguran defender la igualdad y luchar por erradicar los estereotipos, pueden llegar a fomentar, de manera circular, un clasismo de lo más rancio con respecto al catolicismo. Me parece muy injusto alegar discriminación a las mujeres en el catolicismo al reducir la cuestión solo al ejercicio del sacerdocio, con sus diferentes escalafones. ¿Es que de verdad una monja, una catequista o una músico de coro; es menos digna que cualquier obispo o cardenal, incluso los del Vaticano? ¿Acaso la riqueza no se encuentra precisamente en la importancia que tienen todas y cada una de las funciones que componen la diversidad de la Iglesia?
Mientras muchas se lamentan de que "las mujeres no pueden dar la Comunión en la Eucaristía y que solo se lo permiten a hombres" (una gran mentira, las mujeres pueden ser Ministras Extraordinarias en este sacramento), hay muchas monjas trabajadoras que fabrican, con mucho amor y fe, las formas que luego se toman en misa. Es decir, que ellas son las primeras en tenerlas en sus manos, y es gracias a su labor que luego las tenemos en el culto. Mientras muchas discuten por tener X o Y puesto de relevancia sin más que por el hecho de ser mujer; hay costaleras que se ganan el mérito de levantar con sus manos hacia el cielo, con ilusión y valentía, cualquier carga de la vida. Y de más está añadir que son igual de respetables las que deciden casarse y tener hijos como las que se consagran a la castidad o incluso la contemplación y la clausura, porque es su cuerpo y su decisión la de a quién entregárselo, y porque ante eso, pocas veces o nunca son más contundentes los "Solo sí es sí" como aquí.
Yo, como mujer, no soy inferior a nadie de este plano. Tampoco me siento así, y para ello no me urge exigir ocupar el obispado de Roma cuando yo puedo ser muy feliz recordando que, tal y como predicó Jesucristo, los últimos serán los primeros y que los que se humillan serán ensalzados. Mientras me enorgullezco de que en las Sagradas Escrituras existan ejemplos de grandes mujeres como la jueza Débora (sí, en la época del antiguo Israel ya existían mujeres liderando naciones enteras) o la sobradamente bendecida María, yo celebro la diversidad de dones y carismas de un cuerpo que no se compone de un solo miembro, sino de la importancia de muchos que lo forman. Un cuerpo en donde si falta una sola función, el resto siempre la echará de menos. Ese cuerpo en el cual no se puede decir gratuitamente: "No te necesito" (1 Corintios 12: 12-27).
Feliz día a todas las mujeres cristianas que no se avergüenzan de serlo o que todavía necesitan ese empujón para reivindicarse. Que nada ni nadie en el mundo os haga sentir que no sois imprescindibles.
Published on March 08, 2021 14:43
February 14, 2021
Feliz San Solterín
Creo que no me equivoco si digo que la fecha de hoy, 14 de febrero, se ha vuelto tan comercial y cliché como otras tantas que hay dispersas a lo largo del calendario. También resulta redundante recordar que el amor, tanto a tu pareja como al resto de tus seres queridos, se tiene que demostrar en todos los 365 días del año. Aun así, es inevitable que, debido al marketing masivo que comporta San Valentín, muchos estén bastante sensibles en este día. Esos sensibles serán, por supuesto, los que tienen pareja, pero al mismo tiempo los que todavía siguen esperando a que el amor llame a su puerta.
En este día, para compensar a los segundos, voy a dar una vuelta de tuerca a esta festividad y la voy a transformar en algo que se puede tener presente en cualquier momento anterior o posterior al 14 de febrero. Voy a celebrar el día de San Solterín. No es simplemente una celebración: es una reivindicación.
En San Solterín se es consciente de que una pareja no es algo con lo que rellenar un simple vacío o capricho interior, tampoco para usar a modo de despecho si nos han roto el corazón.
Los que encabezan San Solterín aprovechan su soltería, tanto si nunca han tenido pareja como si acaban de romper con ella, para fortalecerse como personas antes de entregarse a un compromiso de una magnitud tan grande sin estar preparados. No van a la caza de una pareja cual drogadicto, para competir con los que ya disfrutan de la dicha o como si compraran productos a la carta y hechos a su misma medida.
Saber ser consecuente con la mencionada premisa provoca que el reparto de actores de San Solterín no confunda el amor con el sentirse elogiado, la atracción física de las primeras vistas, la alegría por ver que somos escuchados y comprendidos o la compasión de cuando vemos sufrir a nuestro interlocutor. Por ende, no nos abalanzamos sobre el candidato manifestándole que queremos vivir junto a él, casarnos y tener hijos ya desde las primeras citas; porque la mayoría de reacciones del contrario serán las de asustarse, tomarnos por chiflados o de huida. Tan delicado es manifestar un apego tan intenso desde el inicio como el no saber comprometerse seriamente en una relación.
En San Solterín no gusta que alguien le suelte como si nada a un soltero que "ya aparecerá el amor de su vida cuando menos se lo espere", y menos si el emisor del mensaje es alguien felizmente emparejado, porque da la impresión de que no piensa en que no todos tienen exactamente la misma suerte o circunstancias que él o ella (traducción, lo que piensa el soltero es: "¿Y a éste qué le importa lo que a mí me pasa?"). Puede que el amor aparezca, pero también puede que no, nunca nadie lo sabe. Por eso, es preferible ser auténtico y decir preferiblemente: "No sé si alguna vez tendrás pareja, pero si no la consigues, puedes contar con mucha gente a tu alrededor que te quiere y que te aprecia, y yo siempre te voy a ayudar a sentirte bien contigo mismo".
En adición a lo anterior, en San Solterín se prefiere la sinceridad que he comentado al final del párrafo anterior porque, no solo ayuda a la mentalización realista, sino a madurar como individuo y a no basar nuestra autoestima en el peligro de derivar el amor o la propia valía en dependencia emocional hacia los demás. Pero ojo: tampoco es recomendable que el felizmente emparejado le restriegue su suerte por la cara al soltero con la siguiente hipocresía: "Con lo inteligente y autosuficiente que eres, ¿quién quiere una pareja?".
Voy a ser aún más atrevida: los protagonistas de San Solterín que ya han aceptado y asimilan su condición, se sienten muy bien consigo mismos y con el resto de facetas de su vida, y nadie tiene por qué juzgar su soltería de ningún modo, o considerarlos mejor o peor que nadie. De hecho, los que celebran San Solterín se empoderan y erradican estereotipos sociales muy dañinos: permanecer soltero al llegar a determinada edad no es sinónimo de tener X o Y orientación sexual. Simplemente se sienten muy a gusto siendo solteros, incluso aunque no practiquen nada de sexo casual.
San Solterín es, en definitiva, la jornada de muchos que siguen, desgraciadamente, bastante infravalorados, pero que pueden llegar a apreciarse mucho y los demás a aprender de ellos. Aunque seas un Corazón Solitario por carecer de pareja, mola mucho ser un Corazón Solitario como los que componían la banda liderada por el Sargento Pimienta, cantada por los Beatles, si cuentas con una pequeña ayuda de tus amigos.
Lo dicho, feliz San Solterín y que tengáis grandes días de amor y de amistad en cualquier día, semana o mes de vuestro calendario anual.
En este día, para compensar a los segundos, voy a dar una vuelta de tuerca a esta festividad y la voy a transformar en algo que se puede tener presente en cualquier momento anterior o posterior al 14 de febrero. Voy a celebrar el día de San Solterín. No es simplemente una celebración: es una reivindicación.
En San Solterín se es consciente de que una pareja no es algo con lo que rellenar un simple vacío o capricho interior, tampoco para usar a modo de despecho si nos han roto el corazón.
Los que encabezan San Solterín aprovechan su soltería, tanto si nunca han tenido pareja como si acaban de romper con ella, para fortalecerse como personas antes de entregarse a un compromiso de una magnitud tan grande sin estar preparados. No van a la caza de una pareja cual drogadicto, para competir con los que ya disfrutan de la dicha o como si compraran productos a la carta y hechos a su misma medida.
Saber ser consecuente con la mencionada premisa provoca que el reparto de actores de San Solterín no confunda el amor con el sentirse elogiado, la atracción física de las primeras vistas, la alegría por ver que somos escuchados y comprendidos o la compasión de cuando vemos sufrir a nuestro interlocutor. Por ende, no nos abalanzamos sobre el candidato manifestándole que queremos vivir junto a él, casarnos y tener hijos ya desde las primeras citas; porque la mayoría de reacciones del contrario serán las de asustarse, tomarnos por chiflados o de huida. Tan delicado es manifestar un apego tan intenso desde el inicio como el no saber comprometerse seriamente en una relación.
En San Solterín no gusta que alguien le suelte como si nada a un soltero que "ya aparecerá el amor de su vida cuando menos se lo espere", y menos si el emisor del mensaje es alguien felizmente emparejado, porque da la impresión de que no piensa en que no todos tienen exactamente la misma suerte o circunstancias que él o ella (traducción, lo que piensa el soltero es: "¿Y a éste qué le importa lo que a mí me pasa?"). Puede que el amor aparezca, pero también puede que no, nunca nadie lo sabe. Por eso, es preferible ser auténtico y decir preferiblemente: "No sé si alguna vez tendrás pareja, pero si no la consigues, puedes contar con mucha gente a tu alrededor que te quiere y que te aprecia, y yo siempre te voy a ayudar a sentirte bien contigo mismo".
En adición a lo anterior, en San Solterín se prefiere la sinceridad que he comentado al final del párrafo anterior porque, no solo ayuda a la mentalización realista, sino a madurar como individuo y a no basar nuestra autoestima en el peligro de derivar el amor o la propia valía en dependencia emocional hacia los demás. Pero ojo: tampoco es recomendable que el felizmente emparejado le restriegue su suerte por la cara al soltero con la siguiente hipocresía: "Con lo inteligente y autosuficiente que eres, ¿quién quiere una pareja?".
Voy a ser aún más atrevida: los protagonistas de San Solterín que ya han aceptado y asimilan su condición, se sienten muy bien consigo mismos y con el resto de facetas de su vida, y nadie tiene por qué juzgar su soltería de ningún modo, o considerarlos mejor o peor que nadie. De hecho, los que celebran San Solterín se empoderan y erradican estereotipos sociales muy dañinos: permanecer soltero al llegar a determinada edad no es sinónimo de tener X o Y orientación sexual. Simplemente se sienten muy a gusto siendo solteros, incluso aunque no practiquen nada de sexo casual.
San Solterín es, en definitiva, la jornada de muchos que siguen, desgraciadamente, bastante infravalorados, pero que pueden llegar a apreciarse mucho y los demás a aprender de ellos. Aunque seas un Corazón Solitario por carecer de pareja, mola mucho ser un Corazón Solitario como los que componían la banda liderada por el Sargento Pimienta, cantada por los Beatles, si cuentas con una pequeña ayuda de tus amigos.
Lo dicho, feliz San Solterín y que tengáis grandes días de amor y de amistad en cualquier día, semana o mes de vuestro calendario anual.
Published on February 14, 2021 11:52
January 23, 2021
Como niños recién nacidos
Antiguamente se denominaba Domingo de Quasimodo al siguiente que venía después del de Pascua, pues las misas de ese día empezaban con la frase en latín "Quasi modo geniti infantes", la cual significa "Más o menos como niños recién nacidos". Por si os lo preguntabais, Victor Hugo decidió llamar así al protagonista de su novela "Notre Dame de París" porque éste fue encontrado en la puerta de la catedral en un Domingo de Quasimodo y porque el deforme jorobado no parecía humano del todo, sino "más o menos" humano.
Pocas veces antes un libro me había enseñado una frase que me fuera a influir tanto, y no solo en cultura literaria. Llevo mucho tiempo aplicando el "Quasi modo geniti infantes" cada vez que vuelvo a comenzar en algo como si no acumulara experiencia previa en ello. En definitiva, cuando "renazco". El renacimiento del que hablaban las misas del Domingo de Quasimodo se refería a los fieles que adquirían una nueva vida en el Cristo resucitado una semana atrás, pero es que la locución latina tiene tanta fuerza que he comprobado que se aplica a cualquier enseñanza o experiencia de la vida.
Después de dos años y medio o tres de ausencia, por fin he cumplido un sueño que tenía en mente desde hace bastante: regreso a la interpretación y a los teatros, uno de los lugares en donde me siento como en casa y de donde, probablemente, nunca me tendría que marchar. Este retorno al hogar cual Ulises a Ítaca viene avalado por cuatro años de experiencia en el colegio y ocho en el grupo de mi instituto. Pero esta vez no he querido recaer en un viejo error en el que caí cuando comencé a hacer teatro en la Secundaria, y es el de entrar por la puerta creyéndome la gran actriz que pude haber sido en Primaria y que, ya por ello, debían darme papeles de relevancia desde el comienzo, escudándome en la excusa de una experiencia mía que, ni ellos saben, ni quizás les importe.
Una evidencia está en cuando, este mismo mes, comencé a frecuentar mi nueva compañía y a ensayar con ella. Yo no tenía nada que ver con la intérprete que era elogiada en el instituto: me bloqueaba pensando mucho, me trababa en coletillas y hasta sobreactuaba. Mi nuevo director lo achacó a que me he trasladado a un mundo distinto, pues cada director teatral tiene un método de trabajo diferente. Yo no pienso ir por ahí poniéndome a comparar gratuitamente entre uno y otro, porque cada uno tiene su propia y respetable perspectiva, y de todos se aprenden lecciones valiosas. Le contesté a mi director con una sentencia mucho más sencilla, acordándome de las letras de Victor Hugo: "Me siento como una recién nacida".
Podrás tener todos los conocimientos anteriores del mundo en cualquier materia que te apasione, pero si llevas mucho tiempo sin ponerlos en práctica (y peor aún: si se me hubiera ocurrido ir de sobrada durante y después de mi periodo de inactividad), vuelves a ser ese bebé acabado de salir del útero materno y que no sabe andar o hablar. Aquella criatura que necesita dejarse ayudar para convertirse en un hombre o en una mujer de provecho. Todo esto también se comprime en la remisión a unas palabras sinónimas de tremendo valor: MODESTIA, SENCILLEZ, HUMILDAD.
No hay sitio para el ego en un nuevo génesis. En el instante en que reinicio un proyecto, soy una semilla más que requiere su etapa de cultivo para poder ser como los árboles que ya están plantados a su alrededor. Eso sí: por muchas sequías o tormentas que surjan en el proceso, lo voy a disfrutar mucho. El esfuerzo que invierta en crecer durante este tiempo, me hará valorar mucho más el resultado final que se asoma a lo lejos, al otro lado del horizonte.
Pocas veces antes un libro me había enseñado una frase que me fuera a influir tanto, y no solo en cultura literaria. Llevo mucho tiempo aplicando el "Quasi modo geniti infantes" cada vez que vuelvo a comenzar en algo como si no acumulara experiencia previa en ello. En definitiva, cuando "renazco". El renacimiento del que hablaban las misas del Domingo de Quasimodo se refería a los fieles que adquirían una nueva vida en el Cristo resucitado una semana atrás, pero es que la locución latina tiene tanta fuerza que he comprobado que se aplica a cualquier enseñanza o experiencia de la vida.
Después de dos años y medio o tres de ausencia, por fin he cumplido un sueño que tenía en mente desde hace bastante: regreso a la interpretación y a los teatros, uno de los lugares en donde me siento como en casa y de donde, probablemente, nunca me tendría que marchar. Este retorno al hogar cual Ulises a Ítaca viene avalado por cuatro años de experiencia en el colegio y ocho en el grupo de mi instituto. Pero esta vez no he querido recaer en un viejo error en el que caí cuando comencé a hacer teatro en la Secundaria, y es el de entrar por la puerta creyéndome la gran actriz que pude haber sido en Primaria y que, ya por ello, debían darme papeles de relevancia desde el comienzo, escudándome en la excusa de una experiencia mía que, ni ellos saben, ni quizás les importe.
Una evidencia está en cuando, este mismo mes, comencé a frecuentar mi nueva compañía y a ensayar con ella. Yo no tenía nada que ver con la intérprete que era elogiada en el instituto: me bloqueaba pensando mucho, me trababa en coletillas y hasta sobreactuaba. Mi nuevo director lo achacó a que me he trasladado a un mundo distinto, pues cada director teatral tiene un método de trabajo diferente. Yo no pienso ir por ahí poniéndome a comparar gratuitamente entre uno y otro, porque cada uno tiene su propia y respetable perspectiva, y de todos se aprenden lecciones valiosas. Le contesté a mi director con una sentencia mucho más sencilla, acordándome de las letras de Victor Hugo: "Me siento como una recién nacida".
Podrás tener todos los conocimientos anteriores del mundo en cualquier materia que te apasione, pero si llevas mucho tiempo sin ponerlos en práctica (y peor aún: si se me hubiera ocurrido ir de sobrada durante y después de mi periodo de inactividad), vuelves a ser ese bebé acabado de salir del útero materno y que no sabe andar o hablar. Aquella criatura que necesita dejarse ayudar para convertirse en un hombre o en una mujer de provecho. Todo esto también se comprime en la remisión a unas palabras sinónimas de tremendo valor: MODESTIA, SENCILLEZ, HUMILDAD.
No hay sitio para el ego en un nuevo génesis. En el instante en que reinicio un proyecto, soy una semilla más que requiere su etapa de cultivo para poder ser como los árboles que ya están plantados a su alrededor. Eso sí: por muchas sequías o tormentas que surjan en el proceso, lo voy a disfrutar mucho. El esfuerzo que invierta en crecer durante este tiempo, me hará valorar mucho más el resultado final que se asoma a lo lejos, al otro lado del horizonte.
Published on January 23, 2021 15:30
December 25, 2020
Ya nada será igual
La semana pasada, con motivo de una recogida solidaria de alimentos y productos de higiene organizada por mi hermandad de Semana Santa, acudí a su sede y, como siempre que hago cada vez que entro allí, me quedé absorta mirando los carteles anunciadores de la última treintena de Semanas Santas de mi ciudad que estaban colgados en las paredes. Una chica que entró a dejar su aporte, se sorprendió al verme mirando absorta casi hacia el techo y cuando le revelé acerca de mi pasión por la fotografía sobre las tradiciones, anticipamos lo que todos intuimos: en 2021 habrá Semana Santa, pero procesiones no.
Justo después me dirigí a la sede de otra hermandad de Semana Santa en donde estaban recogiendo juguetes y en la cual adquirí, a precio de voluntad, una vela por los ausentes diseñada por los miembros de esta cofradía. Comenté lo mismo que en la mía: que si en Andalucía ya se habían suspendido los desfiles de 2021, debemos dar por hecho que nosotros tampoco las tendríamos. Sin embargo, añadí algo que tenía pendiente de la anterior visita: la labor de las cofradías dura todo el año, y eso incluye el servicio y la caridad para con los demás, y ahora más que nunca en estos tiempos tan complicados y decisivos para la humanidad.
Creo que este último detalle lo define todo a la perfección. Es evidente que a mí me entra nostalgia cuando contemplo todas esas fotografías, no solamente por la Semana Santa en sí, sino porque antaño el mundo en todos los sentidos era totalmente distinto y está desapareciendo aquel que conocíamos y recordábamos. Ya nada es igual que entonces. Parece como si nos hubieran exiliado fuera de nuestra tierra, a la cual soñamos con retornar algún día, tarde el tiempo que haga falta. Aun así, también me paro a pensar en que poco importa que no hayan fiestas como las de antaño cuando ahora nos estamos jugando tanto: la esencia de lo que es realmente imprescindible.
Sinceramente, el volver a coger o no un tambor la próxima Pascua me parece algo muy secundario. No solo estamos perdiendo la salud y la vida; igualmente el empleo, la vivienda, la comida y hasta la libertad y la dignidad. Por eso tampoco debemos comportarnos igual, como si no estuviera pasando nada. Las manos humanas ya no son las mismas, sin reparar en el colectivo a las cuales pertenezcan. Las únicas manos que permanecen siempre en el mismo estado, y ésa es una de las pocas certezas que tengo actualmente, son las de El Que Era, El Que Es Y El Que Ha De Venir. Y recordando un famoso éxodo de la historia de la humanidad, mi lucha se apoya en Sus manos, porque confío en que el Pueblo puede y debe alcanzar lo que en el futuro no será igual que lo que hemos conocido, pero sí perfecto y mejor. Hay que luchar por los nuestros, por ponerlos a salvo y realizar un sacrificio que más adelante corroborará que todo lo que hemos pasado mereció la pena. Tiende la mano a quien no puede salir adelante por sí solo.
Dicho todo esto, y como no podía ser de otra manera para un día como hoy, os deseo una feliz Navidad y un próspero año nuevo 2021 en donde el mejor y verdadero regalo sea la recuperación de todos esos ideales humanos que se están yendo al garete.
Justo después me dirigí a la sede de otra hermandad de Semana Santa en donde estaban recogiendo juguetes y en la cual adquirí, a precio de voluntad, una vela por los ausentes diseñada por los miembros de esta cofradía. Comenté lo mismo que en la mía: que si en Andalucía ya se habían suspendido los desfiles de 2021, debemos dar por hecho que nosotros tampoco las tendríamos. Sin embargo, añadí algo que tenía pendiente de la anterior visita: la labor de las cofradías dura todo el año, y eso incluye el servicio y la caridad para con los demás, y ahora más que nunca en estos tiempos tan complicados y decisivos para la humanidad.
Creo que este último detalle lo define todo a la perfección. Es evidente que a mí me entra nostalgia cuando contemplo todas esas fotografías, no solamente por la Semana Santa en sí, sino porque antaño el mundo en todos los sentidos era totalmente distinto y está desapareciendo aquel que conocíamos y recordábamos. Ya nada es igual que entonces. Parece como si nos hubieran exiliado fuera de nuestra tierra, a la cual soñamos con retornar algún día, tarde el tiempo que haga falta. Aun así, también me paro a pensar en que poco importa que no hayan fiestas como las de antaño cuando ahora nos estamos jugando tanto: la esencia de lo que es realmente imprescindible.
Sinceramente, el volver a coger o no un tambor la próxima Pascua me parece algo muy secundario. No solo estamos perdiendo la salud y la vida; igualmente el empleo, la vivienda, la comida y hasta la libertad y la dignidad. Por eso tampoco debemos comportarnos igual, como si no estuviera pasando nada. Las manos humanas ya no son las mismas, sin reparar en el colectivo a las cuales pertenezcan. Las únicas manos que permanecen siempre en el mismo estado, y ésa es una de las pocas certezas que tengo actualmente, son las de El Que Era, El Que Es Y El Que Ha De Venir. Y recordando un famoso éxodo de la historia de la humanidad, mi lucha se apoya en Sus manos, porque confío en que el Pueblo puede y debe alcanzar lo que en el futuro no será igual que lo que hemos conocido, pero sí perfecto y mejor. Hay que luchar por los nuestros, por ponerlos a salvo y realizar un sacrificio que más adelante corroborará que todo lo que hemos pasado mereció la pena. Tiende la mano a quien no puede salir adelante por sí solo.
Dicho todo esto, y como no podía ser de otra manera para un día como hoy, os deseo una feliz Navidad y un próspero año nuevo 2021 en donde el mejor y verdadero regalo sea la recuperación de todos esos ideales humanos que se están yendo al garete.
Published on December 25, 2020 05:21
November 25, 2020
El valor de sentirse escuchado
En este 2020 se ha cumplido el 25 aniversario de las muertes de Lola y Antonio Flores (quien este mes hubiese cumplido 59 de edad), hechos que supusieron una gran tragedia en esta dinastía musical porque ambos ambos fallecimientos se produjeron con tan solo quince días de diferencia. A día de hoy, muchos siguen pensando que la culpa de la muerte del hijo fue algo más allá de la droga: la pena por perder a su madre, por quien sentía un probable complejo de Edipo, a causa del cáncer.
Sea como fuere, me quedé con algo muy llamativo que dijo Lolita en una entrevista que le hicieron por esa época, y es que cuando su hermano se hallaba preso de sus adicciones, su mejor terapia era pasarse horas y hasta una noche entera hasta el amanecer charlando con su madre, quien lejos de reprocharle o de regañarle duramente, le hablaba con cariño y filosofaban juntos sobre asuntos tales como la religión, el universo, la vida, el amor...
Esta es una revelación impactante, porque describió algo que hace mucha falta actualmente en la humanidad: una acción tan simple como escuchar. Más aún, ésta es a menudo la mejor terapia que nos sana contra los mayores problemas, como así fue en el caso de Antonio Flores. Es muy fácil hacerlo cuando se trata de lo bueno, pero puede llegar a ser complicado cuando quien necesita esa atención está atravesando por una circunstancia que lo hace propenso a ser juzgado. Como mucho, solo oímos. Notamos sonidos que nos informan de algo, pero no se digiere ni nos tomamos el tiempo necesario para entenderlo.
Llevo demasiados años acostumbradísima en lo que respecta a observar a gente que ve a alguien con una enfermedad tan severa como es la drogadicción y la mira por encima del hombro a la primera de cambio, remitiendo al simple vicio que se siente por el placer. También me he acostumbrado en ver a estas mismas personas con prejuicios acerca de quienes padecen una depresión o experimentan tendencias suicidas, calificándolos como cobardes o lastimeros que no hacen nada por animarse a salir del pozo. En fin, eres libre de insertar cualquier problema en este párrafo, porque lo mismo da. ¿Nunca nos hemos parado a pensar en cómo la actitud o la vida de un individuo con problemas puede llegar a ser completamente transformada para bien si tan solo nos dedicáramos a escuchar? ¿Por qué nos cuesta tanto apreciar que un simple contacto o palabra de aliento puede tener la energía suficiente para lograr un cambio tan positivo en alguien que se hunde?
Recuerdo haber visto un experimento social creado por Dulcinea In The Woods en el que se pretendía demostrar que dos desconocidos pueden llegar a enamorarse en tan solo una hora respondiendo mutuamente a 36 preguntas personales de un cuestionario. Yo creo que esto es prácticamente imposible, por mucho que muchas de las parejas de aquel vídeo incluso llegaran a besarse. En mi opinión no es que se enamoraran, algo que solemos confundir debido a la ilusión o hasta por la atracción física si cabe, sino que para ellos fue maravilloso que alguien fuera capaz de escucharles y comprenderles sin juzgarlos, y más aún si su interlocutor era un desconocido. Abrir nuestro corazón puede resultar muy difícil, y ya no digamos ante un extraño (aunque a veces, radicalmente y por misteriosas razones, con éste es más fácil que ante nuestro entorno), pero te topas con la maravilla de poder ser tú mismo por un instante y que éste te acepte sin obstáculos, como si de un regalo caído del cielo se tratase.
Párate a pensar en todas las veces en que te has sentido triste, frustrado o iracundo porque notabas que no eras comprendido. ¿No eran acaso las ocasiones en que más necesitabas ser escuchado?
Sea como fuere, me quedé con algo muy llamativo que dijo Lolita en una entrevista que le hicieron por esa época, y es que cuando su hermano se hallaba preso de sus adicciones, su mejor terapia era pasarse horas y hasta una noche entera hasta el amanecer charlando con su madre, quien lejos de reprocharle o de regañarle duramente, le hablaba con cariño y filosofaban juntos sobre asuntos tales como la religión, el universo, la vida, el amor...
Esta es una revelación impactante, porque describió algo que hace mucha falta actualmente en la humanidad: una acción tan simple como escuchar. Más aún, ésta es a menudo la mejor terapia que nos sana contra los mayores problemas, como así fue en el caso de Antonio Flores. Es muy fácil hacerlo cuando se trata de lo bueno, pero puede llegar a ser complicado cuando quien necesita esa atención está atravesando por una circunstancia que lo hace propenso a ser juzgado. Como mucho, solo oímos. Notamos sonidos que nos informan de algo, pero no se digiere ni nos tomamos el tiempo necesario para entenderlo.
Llevo demasiados años acostumbradísima en lo que respecta a observar a gente que ve a alguien con una enfermedad tan severa como es la drogadicción y la mira por encima del hombro a la primera de cambio, remitiendo al simple vicio que se siente por el placer. También me he acostumbrado en ver a estas mismas personas con prejuicios acerca de quienes padecen una depresión o experimentan tendencias suicidas, calificándolos como cobardes o lastimeros que no hacen nada por animarse a salir del pozo. En fin, eres libre de insertar cualquier problema en este párrafo, porque lo mismo da. ¿Nunca nos hemos parado a pensar en cómo la actitud o la vida de un individuo con problemas puede llegar a ser completamente transformada para bien si tan solo nos dedicáramos a escuchar? ¿Por qué nos cuesta tanto apreciar que un simple contacto o palabra de aliento puede tener la energía suficiente para lograr un cambio tan positivo en alguien que se hunde?
Recuerdo haber visto un experimento social creado por Dulcinea In The Woods en el que se pretendía demostrar que dos desconocidos pueden llegar a enamorarse en tan solo una hora respondiendo mutuamente a 36 preguntas personales de un cuestionario. Yo creo que esto es prácticamente imposible, por mucho que muchas de las parejas de aquel vídeo incluso llegaran a besarse. En mi opinión no es que se enamoraran, algo que solemos confundir debido a la ilusión o hasta por la atracción física si cabe, sino que para ellos fue maravilloso que alguien fuera capaz de escucharles y comprenderles sin juzgarlos, y más aún si su interlocutor era un desconocido. Abrir nuestro corazón puede resultar muy difícil, y ya no digamos ante un extraño (aunque a veces, radicalmente y por misteriosas razones, con éste es más fácil que ante nuestro entorno), pero te topas con la maravilla de poder ser tú mismo por un instante y que éste te acepte sin obstáculos, como si de un regalo caído del cielo se tratase.
Párate a pensar en todas las veces en que te has sentido triste, frustrado o iracundo porque notabas que no eras comprendido. ¿No eran acaso las ocasiones en que más necesitabas ser escuchado?
Published on November 25, 2020 13:17
October 20, 2020
En el nombre de Irene
Tal y como anuncié en mi post anterior, hoy 20 de octubre es mi santo, aquella fecha que de niña consideraba mi otro cumpleaños pero sin avanzar de edad. También se ha cumplido una de mis previsiones: mi cumpleaños sigue estando reciente al haber transcurrido solo un mes desde éste aunque su brevedad ya no me afecta tanto y el día de hoy lo sigo considerando de lo más normal.
El día de mi santo, sabiendo que gira en torno a mi nombre, lo dedico a reflexionar mucho sobre varias cuestiones sobre mí, pero no a pontificarme ni mucho menos. La primera la tengo clarísima desde hace mucho tiempo: la servidora que aquí os escribe no se considera para nada santa. No soy ni seré digna nunca de que en algún día futuro me beatifiquen o canonicen, y de todas formas yo jamás consentiría que la Iglesia Católica, la Ortodoxa o cualquier otra me eleve a sus altares o exponga mis reliquias para su veneración. Irene Maciá es un ser humano como cualquier otro, que podrá tener virtudes pero que también quiere ser muy consciente de sus defectos. No concedo milagros, no soy patrona de nada. Mi lugar no está impreso en una estampa.
Otra razón en la que me paro a pensar mucho es en un curioso contraste de mi infancia: muchos me decían antaño que yo tenía un nombre muy bonito al mismo tiempo que yo lo relacionaba con aspectos que eran todo lo opuesto. Para mí, Irene era un nombre normal y corriente, o incluso peor todavía: yo era diferente en el mal sentido de la palabra, o al menos muchos me consideraban así. En el nombre de Irene, el que era portado por mí, veía a un ser demasiado inocentón y, por qué negarlo, excéntrico. Creo que no me equivoco si digo que muchos pensaban de mí despectivamente que yo era una retrasada o incluso una loca. Cuando escuchaba mi nombre pronunciado en la boca de determinadas personas, ese era el retrato que yo componía en mi mente. Eran muy cortos los instantes en que me consolaba pensando que el nombre de Irene en mi persona era, para otros, el de alguien interesante y hasta adorable en su particularidad.
Pero llegó un momento en que decidí tomar las riendas de mi vida y darle la vuelta a la tortilla a esta situación. Irene es el nombre de alguien que se cae pero se levanta, que es ella misma y no se avergüenza de serlo, que es capaz de mejorar si alguna vez se equivoca y de convertirse en su mejor versión. Irene ha cambiado los chirridos que le producían en los oídos escuchar su nombre en circunstancias negativas por la dulce melodía que suena en momentos agradables que merecen la pena ser recordados.
Como diría William Shakespeare, uno de mis referentes teatrales, en "Romeo y Julieta", si no me llamase de tal o cual manera seguiría conservando exactamente mi misma esencia. Me gusta mi nombre, y aunque sé que si en mi DNI figurara otro y lo demás siguiera siendo igual, no me lo cambiaría porque va ligado a lo que soy. Podría ponerme mil nombres artísticos bastante atractivos como hizo aquel famoso luchador mexicano y enmascarado de plata al que llamaban, precisamente, el Santo. Pero igualmente es Irene quien permanece tras la máscara del púgil, así como Rodolfo Guzmán Huerta tiene este nombre grabado en la lápida.
En el nombre de Irene digo que aquí estoy yo y que continúo forjando una historia digna de ser contada.
El día de mi santo, sabiendo que gira en torno a mi nombre, lo dedico a reflexionar mucho sobre varias cuestiones sobre mí, pero no a pontificarme ni mucho menos. La primera la tengo clarísima desde hace mucho tiempo: la servidora que aquí os escribe no se considera para nada santa. No soy ni seré digna nunca de que en algún día futuro me beatifiquen o canonicen, y de todas formas yo jamás consentiría que la Iglesia Católica, la Ortodoxa o cualquier otra me eleve a sus altares o exponga mis reliquias para su veneración. Irene Maciá es un ser humano como cualquier otro, que podrá tener virtudes pero que también quiere ser muy consciente de sus defectos. No concedo milagros, no soy patrona de nada. Mi lugar no está impreso en una estampa.
Otra razón en la que me paro a pensar mucho es en un curioso contraste de mi infancia: muchos me decían antaño que yo tenía un nombre muy bonito al mismo tiempo que yo lo relacionaba con aspectos que eran todo lo opuesto. Para mí, Irene era un nombre normal y corriente, o incluso peor todavía: yo era diferente en el mal sentido de la palabra, o al menos muchos me consideraban así. En el nombre de Irene, el que era portado por mí, veía a un ser demasiado inocentón y, por qué negarlo, excéntrico. Creo que no me equivoco si digo que muchos pensaban de mí despectivamente que yo era una retrasada o incluso una loca. Cuando escuchaba mi nombre pronunciado en la boca de determinadas personas, ese era el retrato que yo componía en mi mente. Eran muy cortos los instantes en que me consolaba pensando que el nombre de Irene en mi persona era, para otros, el de alguien interesante y hasta adorable en su particularidad.
Pero llegó un momento en que decidí tomar las riendas de mi vida y darle la vuelta a la tortilla a esta situación. Irene es el nombre de alguien que se cae pero se levanta, que es ella misma y no se avergüenza de serlo, que es capaz de mejorar si alguna vez se equivoca y de convertirse en su mejor versión. Irene ha cambiado los chirridos que le producían en los oídos escuchar su nombre en circunstancias negativas por la dulce melodía que suena en momentos agradables que merecen la pena ser recordados.
Como diría William Shakespeare, uno de mis referentes teatrales, en "Romeo y Julieta", si no me llamase de tal o cual manera seguiría conservando exactamente mi misma esencia. Me gusta mi nombre, y aunque sé que si en mi DNI figurara otro y lo demás siguiera siendo igual, no me lo cambiaría porque va ligado a lo que soy. Podría ponerme mil nombres artísticos bastante atractivos como hizo aquel famoso luchador mexicano y enmascarado de plata al que llamaban, precisamente, el Santo. Pero igualmente es Irene quien permanece tras la máscara del púgil, así como Rodolfo Guzmán Huerta tiene este nombre grabado en la lápida.
En el nombre de Irene digo que aquí estoy yo y que continúo forjando una historia digna de ser contada.
Published on October 20, 2020 09:54
September 29, 2020
Resaca post-cumpleañera
En el momento de comenzar a escribir este post (sábado 26 de septiembre), ya ha pasado una semana exacta de mi cumpleaños. Este tipo de fechas suelen ser muy deseadas por muchos y muy repudiadas por otros. Para unos es un día de fiesta en todo el sentido de la palabra, para otros un día normal con nada más que un título añadido, una sensación que cobra fuerza sobre todo conforme te vas haciendo mayor.
Para mí, aparte de ser una esperada y ansiada celebración, también es otra ocasión perfecta para reflexionar y ser cada vez más consciente del paso del tiempo. Primero de todo se confirma aquello que escribió Francisco de Quevedo de que lo bueno, si breve, dos veces bueno: tanto tiempo esperando mi cumpleaños y cuando por fin llega, se pasa muy rápido y en los días posteriores se me queda una variopinta sensación. También pienso en la inocencia propia de la infancia, pues muchas veces la celebración del cumpleaños tenía lugar unos días antes o después de la fecha exacta y decíamos que teníamos dos cumples. En mi caso, yo incluso iría más allá aunque quizá los no tradicionales no lo entenderían: mi santo es un mes y un día después de mi cumple, y para mí era otro cumpleaños o una versión reducida de ésta en donde no sumabas más edad. De hecho, hace pocos años celebré mi cumpleaños un 1 de octubre y aunque las felicitaciones de aquella ocasión fueron un tanto particulares para mí, me comentaron que un cumpleaños se puede celebrar en cualquier momento durante el mes siguiente al propio día. Lo más tarde que celebré yo mi cumpleaños fue en noviembre de 2008 cuando me hicieron el mejor regalo que he recibido jamás por un natalicio, y es ir a ver "Jesucristo Superstar" al teatro cuando el montaje que habían realizado un año antes en Madrid estuvo de gira en mi ciudad.
Ahora que soy adulta, el cumpleaños es incluso una gran fuente de inspiración literaria, ya sea en obras largas como en textos cortos. Pero yo creo que lo más importante que saco de un cumpleaños es que es uno de los días en donde vibra mi condición de heredera del tiempo: a pesar de mi juventud, soy cada vez más consciente de lo que he vivido hasta ahora y de qué quiero mentalizarme de cara al futuro, qué me gustaría decir o haber hecho cuando cumpla una edad más avanzada. Cosas que haya aprendido, que sean de provecho, que resalten cada vez que analice mi historial vital.
Termino de escribir esta publicación un martes 29 de septiembre, diez días después de mi cumpleaños. Mañana día 30 los cumpliría Héctor Lavoe, cantante de salsa que a mí me fascina. Sigo con la resaca de haber transcurrido pocos días desde éste cuando me he pasado tanto tiempo esperando aquellas concretas 24 horas. Soy consciente de que dentro de unos meses, esto dejará de importarme hasta que llegue el próximo verano. Pero concluyo con algo que no pienso dejar escapar: aún tengo muchos sueños y toda una vida por delante.
Para mí, aparte de ser una esperada y ansiada celebración, también es otra ocasión perfecta para reflexionar y ser cada vez más consciente del paso del tiempo. Primero de todo se confirma aquello que escribió Francisco de Quevedo de que lo bueno, si breve, dos veces bueno: tanto tiempo esperando mi cumpleaños y cuando por fin llega, se pasa muy rápido y en los días posteriores se me queda una variopinta sensación. También pienso en la inocencia propia de la infancia, pues muchas veces la celebración del cumpleaños tenía lugar unos días antes o después de la fecha exacta y decíamos que teníamos dos cumples. En mi caso, yo incluso iría más allá aunque quizá los no tradicionales no lo entenderían: mi santo es un mes y un día después de mi cumple, y para mí era otro cumpleaños o una versión reducida de ésta en donde no sumabas más edad. De hecho, hace pocos años celebré mi cumpleaños un 1 de octubre y aunque las felicitaciones de aquella ocasión fueron un tanto particulares para mí, me comentaron que un cumpleaños se puede celebrar en cualquier momento durante el mes siguiente al propio día. Lo más tarde que celebré yo mi cumpleaños fue en noviembre de 2008 cuando me hicieron el mejor regalo que he recibido jamás por un natalicio, y es ir a ver "Jesucristo Superstar" al teatro cuando el montaje que habían realizado un año antes en Madrid estuvo de gira en mi ciudad.
Ahora que soy adulta, el cumpleaños es incluso una gran fuente de inspiración literaria, ya sea en obras largas como en textos cortos. Pero yo creo que lo más importante que saco de un cumpleaños es que es uno de los días en donde vibra mi condición de heredera del tiempo: a pesar de mi juventud, soy cada vez más consciente de lo que he vivido hasta ahora y de qué quiero mentalizarme de cara al futuro, qué me gustaría decir o haber hecho cuando cumpla una edad más avanzada. Cosas que haya aprendido, que sean de provecho, que resalten cada vez que analice mi historial vital.
Termino de escribir esta publicación un martes 29 de septiembre, diez días después de mi cumpleaños. Mañana día 30 los cumpliría Héctor Lavoe, cantante de salsa que a mí me fascina. Sigo con la resaca de haber transcurrido pocos días desde éste cuando me he pasado tanto tiempo esperando aquellas concretas 24 horas. Soy consciente de que dentro de unos meses, esto dejará de importarme hasta que llegue el próximo verano. Pero concluyo con algo que no pienso dejar escapar: aún tengo muchos sueños y toda una vida por delante.
Published on September 29, 2020 09:24
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cumpleaños, héctor-lavoe, septiembre
August 29, 2020
Michael Jackson
Llevo muchísimo tiempo queriendo escribir algo muy personal sobre este artista. Pero no un texto con mucho que pulir de los de mi adolescencia, como podría haber sido cualquiera de los que escribí en los primeros años posteriores a su muerte. De hecho, creo que la adolescente que redactaba aquellas piezas no se parece en casi nada a la que ha publicado este post. Quiero algo liberador, que rompa cadenas, que sirva para inculcar una enseñanza. Y qué mejor día para hacerlo que hoy, 29 de agosto, día en que el Rey del Pop hubiese cumplido 62 años.
Desde hace una década, el comienzo del verano es sinónimo recordar aquella noticia que atravesó a todo el mundo de la música. Motivos no me faltan, pues actualmente el de Michael Jackson continúa siendo el fallecimiento que más me ha impactado de toda la farándula. Creo que pocas veces o nunca antes había contemplado una tragedia artística con un alcance planetario semejante. Para alguien como yo, que entonces hacía tan solo unos días había terminado la Educación Primaria y me encontraba en pleno apogeo de la pubertad con todo lo que eso conlleva, el golpe fue aún más efectivo.
El deceso de Michael Jackson, además de introducirme de lleno en una música popular que merece demasiado la pena, sacó unas fuerzas de mi interior que jamás hubiera imaginado. Energías para luchar, para esforzarme e incluso cometer locuras. Realicé acciones de las que me arrepiento, más aún tras mi conversión; y otras de las que saco otras tantas cosas positivas por todo lo que he aprendido. Pero también para descubrir que los espejos no están hechos solo de cristal, algo de lo que tardé en darme cuenta tras mucho tirar de dentro hacia fuera con mucho esfuerzo.
Cada año que pasa de los más recientes, y a pesar de que siempre recuerdo cómo Michael Jackson marcó aquel verano de 2009 e influyó en una etapa decisiva de mi relativamente corta existencia, me percato de que el tiempo me está potenciando las señales de que, aunque los recuerdos son imborrables e innegables, la vida se renueva. Siempre que puedo, me asomo por el mismo balcón por el que miré mientras en el canal Cuatro emitían especiales sobre el cantante y yo pensaba en el puente que estaba atravesando desde el colegio hasta el instituto en medio de la vorágine por la muerte de Michael. Continúo cruzando puentes, pero ahora mi crecimiento personal va más allá de haber terminado la universidad porque ahora más que nunca soy consciente de los momentos decisivos que estamos experimentando a nivel global. No he leído por undécimo año consecutivo aquella revista que aún conservo en la casa de veraneo en donde anunciaban la partida del Rey del Pop, ni se me ha pasado por la cabeza. A lo mejor es porque, de tantas cosas que me están sucediendo en el presente y que ocupan mi cabeza con aún más responsabilidad que a mis doce años, tengo que soltar el pasado de mis manos para que Alguien coloque mi futuro sobre ellas.
Continúo admirando a Michael Jackson y defendiendo su obra artística y humanitaria, eso en mí no ha cambiado. Pero ahora que ya han pasado más de diez años desde su muerte y noto aún más mi condición de heredera del tiempo, soy consciente de lo mucho que igualmente hemos cambiado en todos los sentidos, de lo que hemos crecido, de cómo el mundo se ha transformado.
Puede que algún día me atreva a contar todos los detalles al respecto. No sé lo haré en un autobiografía relatando mi testimonio de aquellos días, o en un musical jukebox repletos de alegorías, o por fascículos a través de este blog, quién sabe. De momento saco la siguiente conclusión: él escribió su gran e inmortal HIStory, y ahora yo estoy escribiendo la mía.
Desde hace una década, el comienzo del verano es sinónimo recordar aquella noticia que atravesó a todo el mundo de la música. Motivos no me faltan, pues actualmente el de Michael Jackson continúa siendo el fallecimiento que más me ha impactado de toda la farándula. Creo que pocas veces o nunca antes había contemplado una tragedia artística con un alcance planetario semejante. Para alguien como yo, que entonces hacía tan solo unos días había terminado la Educación Primaria y me encontraba en pleno apogeo de la pubertad con todo lo que eso conlleva, el golpe fue aún más efectivo.
El deceso de Michael Jackson, además de introducirme de lleno en una música popular que merece demasiado la pena, sacó unas fuerzas de mi interior que jamás hubiera imaginado. Energías para luchar, para esforzarme e incluso cometer locuras. Realicé acciones de las que me arrepiento, más aún tras mi conversión; y otras de las que saco otras tantas cosas positivas por todo lo que he aprendido. Pero también para descubrir que los espejos no están hechos solo de cristal, algo de lo que tardé en darme cuenta tras mucho tirar de dentro hacia fuera con mucho esfuerzo.
Cada año que pasa de los más recientes, y a pesar de que siempre recuerdo cómo Michael Jackson marcó aquel verano de 2009 e influyó en una etapa decisiva de mi relativamente corta existencia, me percato de que el tiempo me está potenciando las señales de que, aunque los recuerdos son imborrables e innegables, la vida se renueva. Siempre que puedo, me asomo por el mismo balcón por el que miré mientras en el canal Cuatro emitían especiales sobre el cantante y yo pensaba en el puente que estaba atravesando desde el colegio hasta el instituto en medio de la vorágine por la muerte de Michael. Continúo cruzando puentes, pero ahora mi crecimiento personal va más allá de haber terminado la universidad porque ahora más que nunca soy consciente de los momentos decisivos que estamos experimentando a nivel global. No he leído por undécimo año consecutivo aquella revista que aún conservo en la casa de veraneo en donde anunciaban la partida del Rey del Pop, ni se me ha pasado por la cabeza. A lo mejor es porque, de tantas cosas que me están sucediendo en el presente y que ocupan mi cabeza con aún más responsabilidad que a mis doce años, tengo que soltar el pasado de mis manos para que Alguien coloque mi futuro sobre ellas.
Continúo admirando a Michael Jackson y defendiendo su obra artística y humanitaria, eso en mí no ha cambiado. Pero ahora que ya han pasado más de diez años desde su muerte y noto aún más mi condición de heredera del tiempo, soy consciente de lo mucho que igualmente hemos cambiado en todos los sentidos, de lo que hemos crecido, de cómo el mundo se ha transformado.
Puede que algún día me atreva a contar todos los detalles al respecto. No sé lo haré en un autobiografía relatando mi testimonio de aquellos días, o en un musical jukebox repletos de alegorías, o por fascículos a través de este blog, quién sabe. De momento saco la siguiente conclusión: él escribió su gran e inmortal HIStory, y ahora yo estoy escribiendo la mía.
Published on August 29, 2020 10:55
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michael-jackson, música, redención
July 15, 2020
Aquel mundo diferente
Durante esta cuarentena por la pandemia del coronavirus he escuchado mucha música y muy variada dentro de los reducidos espacios que me permitía el confinamiento. No solo han sido los himnos popularizados durante los muy polémicos aplausos de las 20:00h, aunque muchas canciones más nos han evocado demasiado a la situación actual pese a que la mayoría de esos temas proceden de tiempos pretéritos y ahora han estado muy presentes como si de premoniciones se trataran.
Uno de esos artistas que me han puesto banda sonora en todo este tiempo ha sido Diego Torres. Como no podía ser de otra manera, resulta inconcebible pensar en el argentino sin recordar su emblemática "Color esperanza", que por supuesto ha formado parte de mi repertorio reproducido. Gracias a este tema, he descubierto otras tantas canciones de este artista, la mayoría del álbum al que pertenece "Color esperanza".
Este disco se titula "Un mundo diferente". Cada vez que recuerdo dicho álbum en su conjunto, me convenzo cada vez más a mí misma que estoy ante una obra maestra en la carrera del músico argentino.
"Un mundo diferente" contiene la esencia de la década de los 2000, y no simplemente porque el álbum fuera lanzado en el año 2001. Es increíble cómo vas absorbiendo los ritmos, melodías y la propia voz de Diego Torres y te sumerges de lleno en el ambiente de principios de aquel decenio. Llámame loca si no os pasa lo mismo, pero cuando escucho casi todas las canciones que componen el disco, me da la impresión de que, efectivamente, aquella época era un mundo diferente y que el actual también lo es, pero no precisamente como lo planteaba el cantante en ese momento. A principios de los 2000, pienso yo, aún poseíamos unos mínimos valores que ahora se han difuminado. Antaño la gente aún luchaba por sus sueños sin tanto temor a ser pisoteados con represión o negativismo. Igual y simultáneamente, nos aconsejaban mantenernos en pie hacia adelante y no hacer caso a la gente malintencionada que pretendía derrumbarnos. Más aún, todavía creíamos en un amor romántico y verdadero con el que perdernos días y noches con la libertad de no ser juzgados.
Pero la magia de "Un mundo diferente" no se queda solo en su música. Solo con contemplar aquella portada del álbum con Diego Torres posando a la izquierda sobre un fondo rojo te transmite la sensación de que el mundo diferente, a pesar de que lo que venga después progresivamente, aún es posible en el futuro y para ello hay que conservar, nunca mejor dicho, la esperanza. El rostro de Diego Torres en esa portada está perfecto (el tipo también es guapete, para qué negarlo) porque te da esa paz y tranquilidad para convencerte de ello, de que es posible un mundo diferente que sea justo y feliz.
Si alguna vez escuchas "Un mundo diferente", contágiate de su positivismo y píntate la cara con el color esperanza, porque ese mundo diferente, el de aquel pasado, puede hacerse realidad si persistes en ello con energía. Eso sí, cuando por fin llegue el mundo diferente en el futuro, será perfecto y con las personas que creyeron en él hasta el final.
Uno de esos artistas que me han puesto banda sonora en todo este tiempo ha sido Diego Torres. Como no podía ser de otra manera, resulta inconcebible pensar en el argentino sin recordar su emblemática "Color esperanza", que por supuesto ha formado parte de mi repertorio reproducido. Gracias a este tema, he descubierto otras tantas canciones de este artista, la mayoría del álbum al que pertenece "Color esperanza".
Este disco se titula "Un mundo diferente". Cada vez que recuerdo dicho álbum en su conjunto, me convenzo cada vez más a mí misma que estoy ante una obra maestra en la carrera del músico argentino.
"Un mundo diferente" contiene la esencia de la década de los 2000, y no simplemente porque el álbum fuera lanzado en el año 2001. Es increíble cómo vas absorbiendo los ritmos, melodías y la propia voz de Diego Torres y te sumerges de lleno en el ambiente de principios de aquel decenio. Llámame loca si no os pasa lo mismo, pero cuando escucho casi todas las canciones que componen el disco, me da la impresión de que, efectivamente, aquella época era un mundo diferente y que el actual también lo es, pero no precisamente como lo planteaba el cantante en ese momento. A principios de los 2000, pienso yo, aún poseíamos unos mínimos valores que ahora se han difuminado. Antaño la gente aún luchaba por sus sueños sin tanto temor a ser pisoteados con represión o negativismo. Igual y simultáneamente, nos aconsejaban mantenernos en pie hacia adelante y no hacer caso a la gente malintencionada que pretendía derrumbarnos. Más aún, todavía creíamos en un amor romántico y verdadero con el que perdernos días y noches con la libertad de no ser juzgados.
Pero la magia de "Un mundo diferente" no se queda solo en su música. Solo con contemplar aquella portada del álbum con Diego Torres posando a la izquierda sobre un fondo rojo te transmite la sensación de que el mundo diferente, a pesar de que lo que venga después progresivamente, aún es posible en el futuro y para ello hay que conservar, nunca mejor dicho, la esperanza. El rostro de Diego Torres en esa portada está perfecto (el tipo también es guapete, para qué negarlo) porque te da esa paz y tranquilidad para convencerte de ello, de que es posible un mundo diferente que sea justo y feliz.
Si alguna vez escuchas "Un mundo diferente", contágiate de su positivismo y píntate la cara con el color esperanza, porque ese mundo diferente, el de aquel pasado, puede hacerse realidad si persistes en ello con energía. Eso sí, cuando por fin llegue el mundo diferente en el futuro, será perfecto y con las personas que creyeron en él hasta el final.
Published on July 15, 2020 13:45
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color-esperanza, coronavirus, diego-torres, música
Un Alma Libre De Mente Inquieta
Reflexiones introspectivas y personales de la escritora Irene Maciá.
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