No soy inferior, ni me siento así
Creo que es obvio el tema del cual voy a hablar hoy, sabiendo el día que es. Bien sabemos que puede abarcar varias áreas diferentes, pero yo me voy a centrar en una sola.
Una de las "reivindicaciones" que suelo escuchar cada 8 de marzo, especialmente desde emisoras progresistas, es la del papel de las mujeres en la Iglesia Católica. Reivindicación por parte de gente que viene a buscar al catolicismo desesperadamente en el 8M y luego, paradójicamente, exigen la totalmente laica separación entre Iglesia y Estado. Ante eso, mi reacción más común suele ser poner los ojos en blanco o hacer un "facepalm".
Voy a ser clara, directa y empoderada como poco o nunca antes en mi vida:
No me voy a molestar en reírme porque quizás, muchas de las que proclaman esa reivindicación no conocen a grandes mujeres católicas de la historia que fueron artistas, científicas o hasta guerreras que vistieron armaduras en campos de batalla (Juana de Arco, una de mis favoritas desde la infancia y a quién le dediqué una de mis obras). Tampoco me voy a detener en que, desde hace mucho tiempo, las mujeres pueden llegar a tener cargos muy importantes en la Iglesia o incluso pueden ofrecer, al nivel de los sacerdotes, grandes sermones en las asambleas (por ejemplo, las predicadoras de la Renovación Carismática Católica). Tampoco me vale que se recurra a la excusa-comodín de la maternidad, pues hace demasiado tiempo que en la Iglesia no se relega el papel de la mujer única y exclusivamente al matrimonio, a la familia o al hogar (como apuntes: ya no hay imposición de número mínimo de hijos y ahora, eclesiásticamente, tampoco se considera malo permanecer en la soltería, sean hombres o mujeres). Ni siquiera voy a discutir las razones que hay o no para ser Papa, que es lo último que ahora se exige para ellas.
Es increíble ver cómo, las que más aseguran defender la igualdad y luchar por erradicar los estereotipos, pueden llegar a fomentar, de manera circular, un clasismo de lo más rancio con respecto al catolicismo. Me parece muy injusto alegar discriminación a las mujeres en el catolicismo al reducir la cuestión solo al ejercicio del sacerdocio, con sus diferentes escalafones. ¿Es que de verdad una monja, una catequista o una músico de coro; es menos digna que cualquier obispo o cardenal, incluso los del Vaticano? ¿Acaso la riqueza no se encuentra precisamente en la importancia que tienen todas y cada una de las funciones que componen la diversidad de la Iglesia?
Mientras muchas se lamentan de que "las mujeres no pueden dar la Comunión en la Eucaristía y que solo se lo permiten a hombres" (una gran mentira, las mujeres pueden ser Ministras Extraordinarias en este sacramento), hay muchas monjas trabajadoras que fabrican, con mucho amor y fe, las formas que luego se toman en misa. Es decir, que ellas son las primeras en tenerlas en sus manos, y es gracias a su labor que luego las tenemos en el culto. Mientras muchas discuten por tener X o Y puesto de relevancia sin más que por el hecho de ser mujer; hay costaleras que se ganan el mérito de levantar con sus manos hacia el cielo, con ilusión y valentía, cualquier carga de la vida. Y de más está añadir que son igual de respetables las que deciden casarse y tener hijos como las que se consagran a la castidad o incluso la contemplación y la clausura, porque es su cuerpo y su decisión la de a quién entregárselo, y porque ante eso, pocas veces o nunca son más contundentes los "Solo sí es sí" como aquí.
Yo, como mujer, no soy inferior a nadie de este plano. Tampoco me siento así, y para ello no me urge exigir ocupar el obispado de Roma cuando yo puedo ser muy feliz recordando que, tal y como predicó Jesucristo, los últimos serán los primeros y que los que se humillan serán ensalzados. Mientras me enorgullezco de que en las Sagradas Escrituras existan ejemplos de grandes mujeres como la jueza Débora (sí, en la época del antiguo Israel ya existían mujeres liderando naciones enteras) o la sobradamente bendecida María, yo celebro la diversidad de dones y carismas de un cuerpo que no se compone de un solo miembro, sino de la importancia de muchos que lo forman. Un cuerpo en donde si falta una sola función, el resto siempre la echará de menos. Ese cuerpo en el cual no se puede decir gratuitamente: "No te necesito" (1 Corintios 12: 12-27).
Feliz día a todas las mujeres cristianas que no se avergüenzan de serlo o que todavía necesitan ese empujón para reivindicarse. Que nada ni nadie en el mundo os haga sentir que no sois imprescindibles.
Una de las "reivindicaciones" que suelo escuchar cada 8 de marzo, especialmente desde emisoras progresistas, es la del papel de las mujeres en la Iglesia Católica. Reivindicación por parte de gente que viene a buscar al catolicismo desesperadamente en el 8M y luego, paradójicamente, exigen la totalmente laica separación entre Iglesia y Estado. Ante eso, mi reacción más común suele ser poner los ojos en blanco o hacer un "facepalm".
Voy a ser clara, directa y empoderada como poco o nunca antes en mi vida:
No me voy a molestar en reírme porque quizás, muchas de las que proclaman esa reivindicación no conocen a grandes mujeres católicas de la historia que fueron artistas, científicas o hasta guerreras que vistieron armaduras en campos de batalla (Juana de Arco, una de mis favoritas desde la infancia y a quién le dediqué una de mis obras). Tampoco me voy a detener en que, desde hace mucho tiempo, las mujeres pueden llegar a tener cargos muy importantes en la Iglesia o incluso pueden ofrecer, al nivel de los sacerdotes, grandes sermones en las asambleas (por ejemplo, las predicadoras de la Renovación Carismática Católica). Tampoco me vale que se recurra a la excusa-comodín de la maternidad, pues hace demasiado tiempo que en la Iglesia no se relega el papel de la mujer única y exclusivamente al matrimonio, a la familia o al hogar (como apuntes: ya no hay imposición de número mínimo de hijos y ahora, eclesiásticamente, tampoco se considera malo permanecer en la soltería, sean hombres o mujeres). Ni siquiera voy a discutir las razones que hay o no para ser Papa, que es lo último que ahora se exige para ellas.
Es increíble ver cómo, las que más aseguran defender la igualdad y luchar por erradicar los estereotipos, pueden llegar a fomentar, de manera circular, un clasismo de lo más rancio con respecto al catolicismo. Me parece muy injusto alegar discriminación a las mujeres en el catolicismo al reducir la cuestión solo al ejercicio del sacerdocio, con sus diferentes escalafones. ¿Es que de verdad una monja, una catequista o una músico de coro; es menos digna que cualquier obispo o cardenal, incluso los del Vaticano? ¿Acaso la riqueza no se encuentra precisamente en la importancia que tienen todas y cada una de las funciones que componen la diversidad de la Iglesia?
Mientras muchas se lamentan de que "las mujeres no pueden dar la Comunión en la Eucaristía y que solo se lo permiten a hombres" (una gran mentira, las mujeres pueden ser Ministras Extraordinarias en este sacramento), hay muchas monjas trabajadoras que fabrican, con mucho amor y fe, las formas que luego se toman en misa. Es decir, que ellas son las primeras en tenerlas en sus manos, y es gracias a su labor que luego las tenemos en el culto. Mientras muchas discuten por tener X o Y puesto de relevancia sin más que por el hecho de ser mujer; hay costaleras que se ganan el mérito de levantar con sus manos hacia el cielo, con ilusión y valentía, cualquier carga de la vida. Y de más está añadir que son igual de respetables las que deciden casarse y tener hijos como las que se consagran a la castidad o incluso la contemplación y la clausura, porque es su cuerpo y su decisión la de a quién entregárselo, y porque ante eso, pocas veces o nunca son más contundentes los "Solo sí es sí" como aquí.
Yo, como mujer, no soy inferior a nadie de este plano. Tampoco me siento así, y para ello no me urge exigir ocupar el obispado de Roma cuando yo puedo ser muy feliz recordando que, tal y como predicó Jesucristo, los últimos serán los primeros y que los que se humillan serán ensalzados. Mientras me enorgullezco de que en las Sagradas Escrituras existan ejemplos de grandes mujeres como la jueza Débora (sí, en la época del antiguo Israel ya existían mujeres liderando naciones enteras) o la sobradamente bendecida María, yo celebro la diversidad de dones y carismas de un cuerpo que no se compone de un solo miembro, sino de la importancia de muchos que lo forman. Un cuerpo en donde si falta una sola función, el resto siempre la echará de menos. Ese cuerpo en el cual no se puede decir gratuitamente: "No te necesito" (1 Corintios 12: 12-27).
Feliz día a todas las mujeres cristianas que no se avergüenzan de serlo o que todavía necesitan ese empujón para reivindicarse. Que nada ni nadie en el mundo os haga sentir que no sois imprescindibles.
Published on March 08, 2021 14:43
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Un Alma Libre De Mente Inquieta
Reflexiones introspectivas y personales de la escritora Irene Maciá.
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