Nina Peña Pitarch's Blog, page 6

October 13, 2020

Cinco poemas de Carolina Coronado

mujer - retrato - Carolina Coronado

Carolina Coronado fue, como muchas mujeres, autodidacta. Educada de la forma tradicional en su época, entre costura y labores, Carolina mostró un gran interés por la literatura, comenzando a instruirse por su cuenta y en secreto. Su amor por las letras la llevó a componer sus primeros poemas a la edad de tan solo diez años.

Desarrolló una gran facilidad para redactar versos aunque con errores ortográficos y léxicos, pero superados por su sentimiento y espontaneidad.

Aquejada de una enfermedad como la catalepsia crónica, llegó a “morir” en varias ocasiones y quizás esto, junto con el miedo de ser enterrada viva, forjó parte de su carácter y su poesía, melancólica y romántica.

El amor de mis amores

¿Cómo te llamaré para que entiendas
que me dirijo a ti, ¡dulce amor mío!,
cuando lleguen al mundo las ofrendas
que desde oculta soledad te envío?…

Aquí tu barca está sobre la arena;
desierta miro la extensión marina;
te llamo sin cesar con tu bocina,
y no pareces a calmar mi pena.

Aquí estoy en la barca triste y sola,
aguardando a mi amado noche y día;
llega a mis pies la espuma de la ola,
y huye otra vez, cual la esperanza mía.

¡Blanca y ligera espuma transparente,
ilusión, esperanza, desvarío,
como hielas mis pies con tu rocío
el desencanto hiela nuestra mente!

Tampoco es en el mar adonde él mora;
ni en la tierra ni en el mar mi amor existe.
¡Ay!, dime si en la tierra te escondiste,
o si dentro del mar estás ahora.

Porque es mucho dolor que siempre ignores
que yo te quiero ver, que yo te llamo,
sólo para decirte que te amo,
que eres siempre el amor de mis amores.

¡Oh, cuál te adoro!

¡Oh, cuál te adoro!

¡Oh, cuál te adoro! con la luz del día

tu nombre invoco apasionada y triste,

y cuando el cielo en sombras se reviste

aún te llama exaltada el alma mía.

Tú eres el tiempo que mis horas guía,

tú eres la idea que a mi mente asiste,

porque en ti se concentra cuanto existe,

mi pasión, mi esperanza, mi poesía.

No hay canto que igualar pueda a tu acento

cuando tu amor me cuentas y deliras

revelando la fe de tu contento;

Tiemblo a tu voz y tiemblo si me miras,

y quisiera exhalar mi último aliento

abrasada en el aire que respiras.

A la soledad

Al fin hallo en tu calma

si no el que ya perdí contento mío,

si no entero del alma

el noble señorío,

blando reposo a mi penar tardío.

Al fin en tu sosiego,

amiga soledad, tan suspirado,

el encendido fuego

de un pecho enamorado

resplandece más dulce y más templado.

Y al fin si con mi llanto

quiero aplacar ¡ay triste! los enojos

del íntimo quebranto,

no me dará sonrojos

el continuo mirar de tantos ojos.

Danme, sí, tierno alivio

la soledad del campo y su belleza,

y va el dolor más tibio

su ardiente fortaleza

convirtiendo en pacífica tristeza.

Plácenme los colores

que al bosque dan las luces matutinas:

alégranme las flores,

las risueñas colinas

y las fuentes que bullen cristalinas.

Y pláceme del monte

la grave majestad que en las llanadas

como pardo horizonte

de nubes agolpadas,

deja ver sus encinas agrupadas.

Allí con triste ruido

de las sonoras tórtolas, en tanto

que posan en el nido

bajo calado manto,

de una a otra encina se responde el canto.—

—Tal vez mis pasos guío

por los sombrosos valles, escuchando

al caminante río,

que con acento blando

se va por los juncares lamentando.

Ya entonces descendiendo

de su altura va el sol, cansada y fría

claridad esparciendo,

y a poco entre armonía

cierra sus ojos el señor del día.

Y los míos acaso

alguna vez, del sueño sorprendidos,

dejaron que en su ocaso

pararan confundidos

afanes del espíritu y sentidos.

Si sola y retirada,

aún me entristece más noche sombría,

la luna con rosada

faz, por oculta vía

sale a hacerme amorosa compañía.

Y al fin hallo en tu calma,

¡Oh soledad! si no el contento mío,

si no entero del alma

el dulce señorío,

blando reposo a mi penar tardío.

A las nubes

¡Cuán bellas sois las que sin fin vagando

en la espaciosa altura,

inmensas nubes, pabellón formando

al aire suspendido,

inundáis de tristura

y de placer a un tiempo mi sentido!

¡Cuán bellas sois, bajo el azul brillante

las zonas recorriendo,

ya desmayando leves un instante

entre la luz perdidas,

ya el sol oscureciendo

y con su llama ardiente enrojecidas!

Y ya brilláis como la blanca espuma

en las olas del viento,

y ya fugaces como leve pluma,

y de sombras ceñidas,

cruzáis el firmamento

las pardas frentes de vapor henchidas.

¡Cuán dulce brilla en su mortal desmayo

rompido en vuestro seno

del sol ardiente el amarillo rayo!

¡Y cuán dulce y templado

el resplandor sereno

del astro de la noche sosegado!

Y ¡cuánto, oh nubes, vuestro errante giro

place a mi fantasía!

triste y callada y solitaria os miro

flotar allá en el viento,

y por celeste vía

melancólico vaga el pensamiento.

Y yo os adoro si con tibio anhelo

adormís las centellas

el vivo sol en el tendido cielo;

si en delicioso manto

veláis de las estrellas

y la pálida luna el triste encanto.

¡Oh!, ¡yo os adoro, del espacio inmenso

deidades vagarosas!

no cuando hirvientes desde el seno denso

en ronco torbellino

arrojáis espantosas

vívidas llamas del furor divino.

¡Ay! ¡que medrosa entonces se ahuyentara

la inspiración sublime!

ni medrosa la cítara ensalzara

del cielo la belleza,

cuando mi sien oprime

nubloso manto de mortal tristeza.

Muda contemplo de pavor cercada

la turba misteriosa

que en pos del huracán revuela osada,

así errante la vida

se arrastra lastimosa

a la senda fatal do el mal se anida.—

Allá en la inmensidad os mueven guerra

furiosos aquilones:

así de desventuras en la tierra

nos cerca turba insana;

así de las pasiones

es juguete infeliz la vida humana.

Ella varía también la faz ostenta,

y brilla y se oscurece,

y cual vosotras rápida se ahuyenta;

y es nube que exhalada

el aire desvanece

en la corriente de la triste nada.

Mas ¡ay! vosotras revagad en tanto

que la cítara mía

os pueda consagrar su débil canto.

Del sol al rayo bello

tended el ala umbría,

y apacible volvedme su destello.

Y dadme inspiración; yo mis cantares

daré a vuestra hermosura.

las que sorbéis el agua de los mares,

¡vagad tranquilamente

con nevada blancura

en la encendida cumbre del Oriente!

A un amador

Buen joven, en hora aciaga

fijasteis en mí los ojos,

pues los fijasteis risueños

y los apartáis llorosos.

Mal os quieren los amores

cuando eligen en su encono

mi corazón para blanco

de vuestro empeño amoroso.

Y en verdad que son injustos

pues ni antes, de vuestro rostro

ni después, he visto alguno

con perfiles más hermosos.

Inútil en vuestra cara

es el perfecto contorno

pues para ganar las almas

tenéis demás con los ojos.

Y, por el mismo Santiago

que en un alazán brioso

vuestro talle y apostura

dar pueden al santo enojos.

Mas entre sí están los nuestros

corazones tan remotos,

que el uno al Sud, el otro al Norte,

fuego es uno, hielo el otro.

Juzgo no habéis de enojaros,

por mi desdén caprichoso,

mancebo, si ves despacio

cuál pierde más de nosotros.

Vos de galán lográis fama

con vuestro afecto amoroso,

yo en no amaros gloria pierdo

y fama de esquiva logro.

Y si queda aquí humillado

alguno, es mi orgullo loco,

pues desdeñándoos se ofende

y se castiga a sí propio.

Por eso la compasión

que demandáis no os otorgo,

porque entre amarme y no amaros

mi error la merece solo.

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Published on October 13, 2020 02:00