Nina Peña Pitarch's Blog, page 2

May 22, 2024

Domestic Noir

domestic noir - novela - suspense - crimenes -

Descifrando las Claves de una Novela de Domestic Noir: El Arte de la Intriga y el Misterio en el Género Negro

En el vasto universo de la literatura, el género del domestic noir emerge como un fascinante subgénero de la novela negra, cautivando a lectores ávidos de emociones fuertes y giros inesperados. En este artículo, exploraremos las características esenciales que definen a una novela de domestic noir, desde su atmósfera cargada de tensión hasta sus complejos personajes, y cómo los escritores expertos tejen estas características para crear historias que dejan una impresión duradera en sus lectores.

1. Intriga en el hogar:
Una de las características distintivas del domestic noir es su enfoque en la vida doméstica y las relaciones familiares. Estas novelas suelen tener lugar en entornos cotidianos, como suburbios tranquilos o vecindarios aparentemente perfectos, donde se esconden secretos oscuros detrás de las fachadas de normalidad. La intriga se teje en cada rincón de la casa, manteniendo a los lectores enganchados mientras intentan descubrir lo que realmente está sucediendo detrás de puertas cerradas y sonrisas falsas.

2. Personajes complejos:
En el corazón de una novela de domestic noir se encuentran personajes complejos y multidimensionales. Estos no son solo víctimas o villanos, sino seres humanos imperfectos con motivaciones ambiguas y secretos oscuros. Desde esposos aparentemente perfectos hasta vecinos sospechosos, los personajes de una novela de domestic noir desafían las expectativas y mantienen a los lectores intrigados mientras intentan descubrir quiénes son realmente y qué están ocultando.

3. Tensión constante:
La tensión es una parte integral del encanto del domestic noir. Desde el primer capítulo hasta el desenlace final, estas novelas mantienen a los lectores en vilo con una atmósfera cargada de suspense y peligro. Cada página está impregnada de una sensación de inquietud y anticipación, mientras los lectores se sumergen más profundamente en un mundo donde nada es lo que parece y nadie puede confiar en nadie.

4. Giros inesperados:
Una marca registrada del domestic noir son los giros inesperados y las revelaciones impactantes. Los escritores expertos en este género saben cómo sorprender a sus lectores con giros inesperados que cambian por completo la dirección de la trama. Estos giros no solo mantienen el interés del lector, sino que también los desafían a pensar de manera diferente sobre los personajes y los eventos que están ocurriendo.

5. Escritura evocadora:
El estilo de escritura en una novela de domestic noir es crucial para crear la atmósfera adecuada y mantener la atención del lector. Los escritores hábiles en este género son maestros en la creación de imágenes vívidas y en la evocación de emociones intensas. Cada palabra está cuidadosamente seleccionada para aumentar la tensión y la intriga, llevando al lector a un viaje emocional que los deja sin aliento hasta la última página.

En resumen, una novela de domestic noir es mucho más que una simple historia de crimen y misterio. Es un viaje emocionante a través de los oscuros recovecos de la vida doméstica, donde nada es lo que parece y cada giro de la trama ofrece una nueva sorpresa. Con su intriga cautivadora, personajes complejos y giros inesperados, el domestic noir continúa deleitando a los lectores de todo el mundo y estableciendo su lugar como uno de los géneros más emocionantes y adictivos de la literatura contemporánea. Si buscas una lectura que te mantenga al borde de tu asiento y te desafíe a pensar de manera diferente sobre el mundo que te rodea, una novela de domestic noir seguramente cumplirá con tus expectativas.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on May 22, 2024 03:25

May 14, 2024

¿Eres brujula o mapa?

café - taza - laptop - cuaderno - libreta - pc - boligráfo

Descubriendo las Diferencias Entre un Escritor Brújula y un Escritor Mapa

En el mundo de la escritura, cada autor tiene un enfoque único y distintivo para dar vida a sus historias. Dos enfoques comunes son los del «escritor brújula» y el «escritor mapa». ¿Qué distingue a uno del otro y cómo afecta esto a la forma en que se abordan las novelas? En este artículo, exploraremos estas diferencias y cómo pueden influir en el proceso de escritura.

Escritor Brújula: Siguiendo la Intuición

El escritor brújula es aquel que se deja guiar principalmente por su intuición y creatividad. Este enfoque se caracteriza por un proceso de escritura más orgánico y menos estructurado. En lugar de seguir un plan detallado, el escritor brújula confía en su instinto para desarrollar la trama, los personajes y los detalles de la historia.

Para el escritor brújula, escribir una novela es como embarcarse en un viaje de descubrimiento. Se sumergen en el mundo de su historia y dejan que los personajes y eventos evolucionen de forma natural a medida que avanzan en la escritura. Este enfoque puede resultar emocionante y lleno de sorpresas tanto para el autor como para el lector.

Escritor Mapa: Planificación Detallada

Por otro lado, el escritor mapa prefiere tener un plan detallado antes de comenzar a escribir. Este enfoque se centra en la estructura y la organización, con el objetivo de minimizar las sorpresas durante el proceso de escritura. Antes de sentarse a escribir, el escritor mapa elabora un esquema exhaustivo que incluye la trama, los arcos de los personajes y los puntos clave de la historia.

Para el escritor mapa, este enfoque ofrece una sensación de seguridad y control. Saben exactamente hacia dónde se dirige la historia y cómo llegar allí. Sin embargo, esto no significa que no haya espacio para la creatividad. Aunque el plan sirve como guía, el escritor mapa aún puede explorar nuevas ideas y ajustar el curso según sea necesario.

¿Cómo Escribir una Novela: Enfoques y Consejos

Tanto si te identificas como escritor brújula o escritor mapa, hay algunas estrategias que pueden ayudarte a mejorar tu proceso de escritura:

Conoce tus Fortalezas y Debilidades: Reconoce qué enfoque se adapta mejor a tu estilo de escritura y juega con tus fortalezas. Si eres un narrador intuitivo, aprovecha tu capacidad para improvisar y sorprenderte a ti mismo. Si prefieres tener un plan claro, dedica tiempo a la planificación antes de empezar a escribir.Encuentra un Equilibrio: Incluso si te identificas principalmente como escritor brújula o escritor mapa, no tengas miedo de explorar elementos del otro enfoque. La combinación de intuición y planificación puede resultar en una narrativa más rica y compleja.Practica la Flexibilidad: Independientemente de tu enfoque, sé flexible en tu proceso de escritura. Las historias a menudo toman caminos inesperados, y estar abierto a cambios puede conducir a descubrimientos sorprendentes.

En conclusión, la diferencia entre un escritor brújula y un escritor mapa radica en su enfoque hacia el proceso de escritura. Mientras que el primero confía en la intuición y la creatividad, el segundo prefiere la planificación y la estructura. Ambos enfoques tienen sus ventajas y desafíos, y lo más importante es encontrar el método que funcione mejor para ti como escritor.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on May 14, 2024 05:25

May 5, 2024

Por qué debes estar en redes sociales como un profesional

La Importancia de una Presencia Profesional en Redes Sociales para Autónomos y PYMES

Debes estar en redes sociales como un verdadero profesional. No vale subir cualquier cosa, cualquier foto o decir cualquier cosa. Debe haber tras cada acción un plan de marketing adecuado a tu empresa

En el mundo actual, estar presente en las redes sociales no es solo una opción, sino una necesidad para los autónomos y las pequeñas y medianas empresas (PYMES). Sin embargo, la diferencia radica en cómo se aborda esta presencia: como un aficionado o de manera profesional.

Una presencia profesional en redes sociales implica más que simplemente publicar contenido ocasionalmente. Requiere una estrategia bien definida que se alinee con los objetivos de marketing digital de la empresa. Esto incluye identificar el público objetivo, elegir las plataformas adecuadas, crear contenido relevante y atractivo, y mantener una interacción constante con los seguidores.

El marketing digital a través de las redes sociales ofrece una serie de beneficios para los autónomos y las PYMES. Permite llegar a una audiencia más amplia y específica, aumentar el reconocimiento de marca, generar leads cualificados y fomentar la lealtad del cliente. Además, proporciona una plataforma para promover productos o servicios de manera efectiva y a un costo relativamente bajo en comparación con otras formas de publicidad tradicional.

Para los autónomos y las PYMES, una presencia profesional en redes sociales puede marcar la diferencia entre el éxito y el estancamiento. Les brinda la oportunidad de competir en igualdad de condiciones con empresas más grandes, al tiempo que les permite establecer una conexión más personal con su audiencia.

Es importante destacar que una presencia profesional en redes sociales requiere tiempo, dedicación y conocimientos especializados. Es fundamental mantenerse actualizado sobre las últimas tendencias y mejores prácticas en marketing digital para aprovechar al máximo estas plataformas.

En resumen, para los autónomos y las PYMES, estar en las redes sociales de manera profesional es más que una opción: es una necesidad. Una presencia sólida en estas plataformas puede abrir nuevas oportunidades de negocio, fortalecer la marca y ayudar a alcanzar los objetivos de marketing digital de manera efectiva.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on May 05, 2024 00:50

May 4, 2024

Cinco consejos para vender libros en internet

laptop - café - sofá - manta - nina peña

Investiga tu mercado:
Antes de lanzarte a la autopublicación, es esencial entender quiénes son tus potenciales lectores y qué están buscando. Investiga qué géneros y temas son populares en el mercado, qué tipo de libros están vendiendo bien y qué nichos podrías explorar. También es importante conocer las tendencias actuales y las preferencias de lectura de tu público objetivo. Puedes utilizar herramientas como las plataformas de autoedición, los grupos de lectores en redes sociales y los foros especializados para obtener información valiosa sobre tu audiencia. Cuanto mejor comprendas a tu mercado, más efectivas serán tus estrategias de marketing y promoción.

Producción de calidad:
La calidad de tu libro es fundamental para captar la atención de los lectores y mantener su interés. Asegúrate de que tu obra esté bien escrita, con una trama sólida, personajes convincentes y un estilo narrativo atractivo. Además, la presentación visual también es crucial. Invierte en un diseño de portada profesional que llame la atención y refleje el contenido de tu libro. Además, asegúrate de que el formato del libro sea adecuado para la lectura en dispositivos electrónicos, ya que la mayoría de las ventas de libros electrónicos se realizan en plataformas como Amazon Kindle.

Presencia online sólida:
Crear una presencia sólida en línea es clave para promocionar tu libro y llegar a un público más amplio. Esto incluye la creación de un sitio web o blog donde puedas compartir información sobre tu obra, tu proceso de escritura y otros contenidos relevantes para tus lectores. También es importante estar presente en las redes sociales, donde puedes interactuar directamente con tus seguidores, compartir noticias y actualizaciones sobre tu trabajo, y participar en conversaciones relacionadas con tu género literario. Cuantas más formas tengas de conectar con tu audiencia, más oportunidades tendrás de generar interés en tu libro.

Marketing inteligente:
El marketing digital es una herramienta poderosa para promocionar tu libro y aumentar tus ventas. Utiliza estrategias como la publicidad en redes sociales, el marketing por correo electrónico, las promociones y descuentos, y la participación en eventos virtuales como ferias del libro y entrevistas en podcasts. Además, aprovecha las oportunidades de colaboración con otros autores o influencers en tu nicho para llegar a nuevas audiencias. Es importante tener una estrategia de marketing bien planificada y adaptada a las necesidades y preferencias de tu público objetivo.

Recopilación de reseñas:
Las reseñas son una forma poderosa de generar confianza y credibilidad en tu libro. Solicita reseñas a tus lectores una vez que hayan terminado de leer tu obra y promueve activamente las reseñas positivas en tu sitio web, en las redes sociales y en las plataformas de venta de libros. También puedes ofrecer copias gratuitas de tu libro a bloggers y críticos literarios a cambio de reseñas honestas. Cuantas más reseñas positivas tengas, más probable será que los lectores potenciales se sientan atraídos por tu libro y decidan comprarlo.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on May 04, 2024 22:35

Cinco consejos para escritores que comienzan

Si eres un escritor que está empezando, todos los consejos que puedan darte van a ser más que útiles.

Vas a comenzar una etapa apasionante, llena de vivencias como escritor, pero también llena de dudas y de retos. Seguro que te preguntas si lo estás haciendo bien, si lo que escribes tiene la calidad suficiente como para ser publicado, si con tan solo tener vocación para ser escritor es suficiente…

Ante todo, enhorabuena por haberte decidido a comenzar. No todos los escritores emprenden este camino, bien por miedo, bien por desconocimiento del mundo editorial o, simplemente, porque cuesta mucho llegara a verse a uno mismo como escritor.

Si este es tu caso, si estas comenzando a escribir y tienes pensado con ver tu libro publicado, además de alimentar tus sueños, debes tener en cuenta algunos consejos básicos para que el hecho de ser escritor no te abrume y puedas empezar desde cero pero con los conceptos básicos bien claros,

Te dejo cinco consejos que seguro te hacen pensar. Toma una libreta y ve respondiendo a estas preguntas, eso irá dando forma a tu hoja de ruta como escritor

escritora - escritores - escribir

1. Conoce a tu audiencia:
Antes de empezar a escribir, es crucial comprender quién será tu audiencia objetivo. ¿Son adultos jóvenes, adultos, niños? ¿Qué género prefieren? ¿Cuáles son sus intereses y preocupaciones? Investigar y comprender a tu audiencia te ayudará a adaptar tu estilo de escritura, tono y contenido para que resuene con ellos. Realiza encuestas, entrevistas o análisis de mercado para obtener información valiosa sobre tu audiencia potencial.

2. Planifica tu obra:
Un buen plan es la base de cualquier libro exitoso. Antes de comenzar a escribir, dedica tiempo a planificar la trama, los personajes, los puntos de giro y el arco narrativo de tu historia. Esto te ayudará a mantener el enfoque y la coherencia a lo largo de la escritura. Puedes utilizar esquemas, diagramas de flujo, tarjetas de índice o cualquier otra herramienta que te resulte útil para organizar tus ideas. No temas modificar tu plan a medida que avances en la escritura; la flexibilidad es clave para adaptarse a las necesidades de la historia.

3. Dedica tiempo a la investigación:
Incluso si estás escribiendo ficción, la investigación es fundamental para dotar a tu obra de credibilidad y autenticidad. Investiga sobre los temas, lugares, épocas históricas o profesiones que aparecerán en tu libro. Entrevista a expertos, lee libros y artículos relacionados, visita lugares relevantes si es posible. La investigación minuciosa te ayudará a evitar errores y a enriquecer tu narrativa con detalles vívidos y precisos.

4. Cultiva una rutina de escritura:
La consistencia es clave para avanzar en la escritura de tu libro. Establece metas realistas y alcanzables, ya sea por palabra, por página o por tiempo de escritura diario. Encuentra un horario y un lugar donde te sientas cómodo y libre de distracciones para escribir. Puede ser útil establecer rituales o hábitos que te ayuden a entrar en el estado mental adecuado para la escritura. Recuerda que la disciplina y la perseverancia son tan importantes como la inspiración.

5. Obtén retroalimentación y revisa tu trabajo:
Una vez que hayas completado un borrador de tu libro, es fundamental obtener retroalimentación de lectores de confianza, editores o profesionales del sector. Escucha atentamente sus comentarios y reflexiona sobre cómo puedes mejorar tu obra. No tengas miedo de revisar y reescribir partes de tu libro si es necesario. La revisión es un proceso crucial para pulir tu escritura y asegurarte de que tu mensaje llegue de manera clara y efectiva a tu audiencia.

Siguiendo estos consejos y dedicando tiempo, esfuerzo y pasión a tu proyecto, estarás en el camino correcto para escribir un libro exitoso. ¡Buena suerte en tu aventura como escritor!

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on May 04, 2024 12:00

February 6, 2024

Lorna Dee Cervantes

poetas - lorna dee - nina peña

Lorna Dee Cervantes es una destacada poeta chicana nacida el 6 de agosto de 1954 en San Francisco, California, Estados Unidos. Su obra ha contribuido significativamente a la literatura chicana y ha abordado temas como la identidad, la cultura, la política y la experiencia de la mujer.

Cervantes creció en San José, California, en un entorno bicultural, lo que influyó en su perspectiva y en su conexión con sus raíces culturales. Estudió en la Universidad de California, Santa Cruz, donde obtuvo su licenciatura en estudios latinos.

Su carrera como escritora se destacó con la publicación de su primer libro de poesía, «Emplumada», en 1981. Este trabajo fue aclamado por la crítica y se convirtió en una obra influyente dentro de la poesía chicana. En «Emplumada», Cervantes aborda la dualidad cultural y la experiencia de ser chicana en los Estados Unidos, explorando temas como la identidad, la familia y la discriminación.

A lo largo de su carrera, Lorna Dee Cervantes ha participado activamente en la promoción de la literatura chicana y ha abogado por la inclusión de las voces latinas en la escena literaria estadounidense. Su poesía se caracteriza por un lenguaje vibrante y una poderosa expresión de la experiencia chicana, así como por su habilidad para fusionar la forma poética con la conciencia política.

Además de «Emplumada», Cervantes ha publicado otros trabajos, como «From the Cables of Genocide: Poems on Love and Hunger» (1991) y «Drive: The First Quartet» (2006). Su obra ha sido incluida en numerosas antologías y ha recibido reconocimientos, consolidándola como una figura importante en la poesía chicana y la literatura estadounidense en general.

Lorna Dee Cervantes ha dejado un impacto duradero en la escena literaria, no solo por su habilidad poética, sino también por su dedicación a destacar las voces y las experiencias de la comunidad chicana en la rica diversidad cultural de los Estados Unidos.

lorna dee - poemas - nina peña

POEMA PARA EL JOVEN BLANCO 
QUE ME PREGUNTÓ CÓMO YO, UNA PERSONA INTELIGENTE 
Y LEÍDA, PODÍA CREER 
EN LA GUERRA ENTRE RAZAS

En mi país no hay diferencias.

Las políticas de opresión sembradas de alambre

han sido derribadas hace mucho. El único recuerdo

de batallas pasadas, sean ganadas o perdidas, es el leve

surcado de los fértiles campos.

En mi país

la gente escribe poemas de amor,

llenos de nada más que felices sílabas infantiles.

Todos leen cuentos rusos y lloran.

No hay fronteras.

No hay hambre, ni

graves hambrunas ni gula.

Yo no soy una revolucionaria.

Ni siquiera me gusta la poesía política.

¿Piensas que puedo creer en la guerra entre las razas?

Puedo negarla. Puedo olvidarla

cuando estoy segura

en mi propio continente de armonía

y amor, pero no vivo

ahí.

Creo en la revolución

porque en todas partes arden las cruces,

certeros pistoleros gamados esperan tras las esquinas,

francotiradores apuntan a las escuelas …

(Sé que no me crees.

Y que piensas que no es más

que exageración transitoria. Pero eso

es porque no te disparan a ti.)

Estoy marcada por el color de mi piel.

Las balas son discretas, diseñadas para matar lentamente.

Mis hijos son su objetivo.

Estos son los hechos.

Déjame mostrarte mis heridas: mi mente trabada, mis

disculpas constantes, y esta

agobiante preocupación

por sentir que no estoy a la altura.

Estas balas pueden más que la lógica.

El racismo no es una cuestión intelectual.

No puedo curar mis cicatrices con la razón.

Al otro lado de mi puerta

hay un enemigo real

que me odia.

Soy una poeta

que ansía bailar en los tejados,

susurrar delicados versos sobre la alegría

y la bendición de la comprensión humana.

Y lo intento. Vuelvo a mi país, a mi castillo de palabras, y

cierro la puerta, pero la máquina de escribir no apaga

los sonidos de la ira sorda y palpitante.

Mi cara sigue recibiendo golpes.

Cada día se me recuerda con insistencia

que este no es

mi país

y sí lo es.

No creo en la guerra entre razas

pero este país

está en guerra.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on February 06, 2024 23:40

January 31, 2024

vivir…nada más

nina peña - mujer - pensamientos - libros - cafe

Tengo apenas un momento libre otra vez frente a un café, y no sé que escribir.

Mis pensamientos son superfluos, no hay profundidad en ellos.

No me hago preguntas importantes ni trascendentales. Creo que no quiero pensar. Creo que me importa todo muy poco.

Gestos mecánicos, costumbres ya establecidas; correr, trabajar, caminar, cocinar, dormir, respirar, protestar por el dolor del cuerpo. Salir. Tomar café. Charlar un poco. Mejor no darle vueltas a la cabeza. No intentar adivinar qué pasará mañana o al otro.

Seguir. Empujar. No parar. Evitar sentir. Llenar de vacíos los minutos y las horas.

Vivir sin estar viviendo.

Nada más…nada menos

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on January 31, 2024 03:55

November 8, 2023

Las horas contadas Capítulo 6

Las horas contadas. Nina Peña PitarchNovela publicada exclusivamente por capítulos en mi web. Prohibida su reproducción total o parcial. Registro en Safe Creative 19/09/2016 1609199225554

Mira el reloj antiguo de la fachada del Banco de España y se da cuenta de que lo ha perdido por un solo minuto, que hay media hora por delante para esperar, allí de pie, sudando y fumando como un carretero, con la rabia que a ella siempre le ha dado fumar en la calle; muerta de sed porque con las prisas no ha bebido ni un trago de agua fresquita; agobiada, cansada, con dolor de ovarios; demacrada por las hormonas, por la mala vida que lleva últimamente, por los problemas financieros, como diría Piluca, y por los problemas familiares; pensando en Paco, en lo que estará haciendo en casa solo y aburrido, si le dará por pensar bien o por pensar mal, si se habrá atrevido a salir para buscar trabajo o se habrá rendido en el sofá cansado de buscar y esperar y patear y llamar a conocidos y escapar de llamadas de desconocidos que le reclaman un dinero que no puede pagar.

Suspira. En aquella plaza no hay mujeres como ella, ni con su pasado ni con su presente ni mucho menos con su futuro.

En aquella plaza solo hay mujeres que parecen haber triunfado, que parecen felices, que parecen tener dinero, pero sobre todo, sobre todas las cosas, que parecen vivir tranquilas, en paz, y eso es lo que ella de verdad les envidia, la paz de espíritu, la tranquilidad de mente, la seguridad de saber que pase lo que pase pueden hacer frente a todo porque siempre han tenido una almohada sobre la que caer.

Mira al kiosco de la plaza sintiendo una sed mortal y un cansancio todavía más mortal y la boca se le hace agua al pensar en un café del tiempo fresquito, con sus cubitos de hielo y su vasito sudado por el cambio de temperatura.

Hace un rápido cálculo de las monedas que lleva y sabe que le sobran un par de euros, a ver: uno veinte para el pan, uno veinticinco para cada autobús, ida y vuelta y si acaso, uno veinte más para una docena de huevos que esta noche es la de la tortilla de patatas. Así que sí, le sobran dos increíbles euros, lo que es una pena es que vayan a parar a manos del camarero cuando ella tiene tantos lugares para ponerlos si quiere. Pero mira, un día es un día, qué cojones.

Se mira en los cristales de la entidad bancaria que hay justo detrás de la parada del bus y no se ve tan mal, de hecho, ese babi que usa para limpiar no es que le favorezca mucho que digamos, mientras que ese blusón negro con ese cinturón tan moderno que cuelga a un lado, como que le afina el cuerpo, se diría que parece más delgada incluso, así que no cree estar tan mal como para no poder sentarse durante veinticinco minutos en el bar de la plaza mientras espera el autobús.

Sin pensarlo más, porque si lo piensa una sola vez más no irá. Se lanza a cruzar la acera y se sienta en la primera mesa que le permite tener una buena vista de la calle por donde llega el bus. Le pide al camarero un café del tiempo con mucho hielo y se recuesta en el respaldo de la silla dejando que la sombra refrescante del templete modernista la refresque y que el viento de la amplia plaza mueva sus cabellos y la tela suave de su camisola.

Joder, esto no es vida, es vidorra.

Si pudiera hacer esto más seguido casi, casi, sería feliz.

Está claro que se necesita mucho más que estar sentada en una plaza y tomando café para ser feliz, pero lo que le ha descansado mentalmente, lo mucho que se ha relajado y lo bien que le ha sentado el café es como para pensar que si eso pudiera hacerlo una vez al día sería una persona más serena y menos preocupada.

Tendría los mismos problemas y las mismas preocupaciones, su pasado sería el mismo y nada cambiaría, pero ella al menos tendría tiempo de asimilar todo y lograría tener un momento para explayarse, un momento de soledad y serenidad. Un momento que podría ser para pensar o para no pensar en nada, para recordar o para prever, para recapacitar o distraerse, reflexionar o escaparse, imaginar u observar, para dudar o afianzarse, para ensimismarse u olvidarse, para preocuparse o ignorar, para vivir, vamos, ni más ni menos que como cualquier otra persona. Porque a ver, ¿es que ella no tiene derecho a un solo momento de paz por artificial que esta sea? ¿No tiene derecho a relajarse, a no pensar, a no vivir continuamente preocupada contando monedas, pasándolas canutas, sola, enclaustrada, yendo exclusivamente del trabajo a casa pasando por Mercadona, ansiosa, sin nada que aporte un poco de tranquilidad y belleza a su vida?

Lo tiene, claro que lo tiene, salvo que no es necesario o no lo cree necesario porque hay otras cosas que sí lo son. 

Paco, por ejemplo, o los estudios de los niños, la matrícula de su hija para el próximo curso que no sabe si va a poder pagar, la compra semanal que no sabe ya cómo reducir, el recibo ese de luz, que está esperando a cobrar el día 1 para poder pagarlo y que quema en la repisa del recibidor como un recuerdo constante de que su libreta de ahorro suele estar a menudo en números rojos; los niños, que, pobrecitos, ya no le piden dinero ni los fines de semana porque son conscientes de que no hay ni para el cine, angelitos, si van a tener que vender hasta la marihuana para poder sobrevivir este verano, porque no hay manera, no la hay de ninguna de las maneras. Y tener que pasar por todo esto, ellos, una familia normal, unas personas que han trabajado toda su vida para tener algo y que se han quedado sin nada, pero no por avariciosos o por crápulas, no por comprarse villas y coches o por irse de vacaciones cada verano, sino porque la crisis les ha arrastrado y se ha ido todo a la mierda. El negocio, sus buenos trabajos, el futuro de sus hijos, la salud, y cualquier día hasta la dignidad, que si no se mete a puta por las noches es porque no le da la vida, aunque sea lo único que le queda por hacer para sacar a esta familia adelante ella sola, sin ayuda, sin nada más que su esfuerzo y sus ganas de salir a flote. Para que Paco no se venga más abajo todavía, para que nadie sepa, en realidad, por lo que están pasando, que hasta ha pensado en que si se muriera su madre ahora le vendría de perlas para vender las casas y poder respirar un poco, ya ves qué barbaridad ha llegado a pensar, como si fuera fácil vender una casa con la que está cayendo en el sector inmobiliario.

Tendrá que ir a verla un día de estos a su casa, no para pedirle dinero como la última vez que fue, pero es que hace ya tanto calor, ella llega tan cansada y tiene tantas cosas que hacer y tan pocas ganas de vestirse y salir que, oye, es preferible llamar por teléfono. 

Está pensando en dar de baja su móvil para reducir gastos, total ¿quién la llama a ella excepto los del banco? Pues ni Dios, porque a estas alturas de la crisis ya no quedan amigas ni compañeras ni quedan amigos que llamen para invitarte a cenar o para preguntarte si te vas a la playa con ellos o qué vas a hacer estas fiestas o si vas a ir a algún sitio a tomarte algo, porque ya lo saben: no vas a hacer nada. 

No tiene ni dinero para pagar a medias una cena con amigotes. ¿Cómo vas a gastarte dinero en Ballantine´s, coca-cola, Beefeater y tónicas cuando lo necesitas absolutamente todo para ti, cuando hacer ese mínimo gasto  de cena entre tres matrimonios supone un dispendio en tu mermada economía? Pues no salen, no van a ningún sitio ni compran nada que no sea imprescindible o absolutamente necesario, y así, poco a poco a lo largo de estos  años de crisis, como que ya no hay ni Dios que se acuerde de ellos. Como si llamar o quedar para verse sin tener que hacer todo eso no fuera posible, como si quizá una cerveza a la semana tampoco pudieran pagarla, aunque no lo hacen de todas formas, como si seguir siendo amigos fuera imposible sin un certificado de bienes.

Ella se alegra de que no a todo el mundo le vaya tan mal como a ellos, sabe que los demás tampoco lo están pasando bien precisamente, o sea, que no hay nadie que pueda tirar cohetes, pero este abandono, esta negación, este ni siquiera llamar es demasiado brusco, demasiado cruel, sobre todo porque es consciente de que ellos siguen quedando, siguen cenando juntos un par de veces al mes, tal vez mucho menos que antes, pero salen. Hasta a veces se pillan medio gramito de farla entre ellas a escondidas de los maridos, cenan bocadillos en los bares cuando llegan las fiestas y se toman alguna cervecita cuando hay un buen partido de fútbol o cuando les sale de los cojones, vamos, como hace en realidad todo el mundo.

Se siente como abandonada por sus amistades, sobre todo por la incombustible Pili, que siempre ha estado cerca de ella aunque hubiera etapas de distanciamiento y algunos años de desencuentros, porque cada una iba a lo suyo con gente muy distinta y ambientes diferentes. Sin embargo, esa misma razón es la que se vuelve en contra de su amistad porque ella creía que su compañerismo e intimidad estaban por encima de incluso verse o no verse y ahora comprueba que no es así, que para otras épocas tal vez valió ese permanecer leales una a la otra pese a la distancia y el tiempo, pero ahora no porque es otra cosa la que las separa, otra cosa más fuerte y menos espiritual: el dinero.

Pero ya tampoco le importa tanto como para pensar en eso, al fin y al cabo tiene cosas más preocupantes en las que pensar. O cosas más relajantes, como por ejemplo esa mañana primaveral de mayo en la que se ha permitido el despilfarro de sentarse y gastarse un euro en un café, como si eso fuera un lujo, que lo es, como si ese momento de paz no tuviera precio, que lo tiene, como si en ese instante no hubiera nada por lo que preocuparse, que lo hay. Vaya miseria, tener esos remordimientos por un puto euro.

Querida, quién te ha visto y quién te ve. Con la de pelas que has gastado en tu vida, con la de años en que tiraste el dinero jodiéndote la salud antes de que te entrara el conocimiento de una vez y para siempre. Con la de días de locura en que todo el sueldo íntegro era para pasarlo bien y nada más, como una hedonista loca y enganchada a las sensaciones superficiales que el éxtasis, el speed y la farla pudieran proporcionarte, pero bueno, de eso hace tanto tiempo que no vale la pena llorar por ello, ya pagaste con creces aquella locura y te reformaste hasta el punto de volver a cambiar y rehacerte a ti misma, hasta el punto de ser quien eras hace solo unos años y que ahora ya no te vale porque has de volver a inventarte de nuevo, a renacer de tus propias cenizas. 

Otra vez.

En fin.

Da el último sorbito de café y saca un cigarrito de la pitillera para apurarlo mientras espera la llegada del bus. Esos cigarros hechos a máquina en casa son una putada porque van soltando tabaco por todo el bolso. Cada mañana, a las siete y media mientras desayuna, se lía cinco cigarrillos que le han de durar hasta que vuelva a casa a las dos, ni uno más, que hasta eso hay que racionar.

Me cagüen tó, piensa de golpe mientras da una caladita, hoy es día de cobrar la escalera, así que sin duda le va tocar ir a casa de su madre cuando termine, quiera o no quiera porque ella es este año la jefa de escalera y es ella quien le paga, eso sí, descontándole el dinero que haya podido dejarle para pasar el mes, si es que no ha tenido más remedio que pedírselo.

Bueno, eso de que ella es la jefa de escalera es un decir porque lo lleva todo su hermano y es quien se come la olla y el marrón con los problemas que una finca, de hace treinta años y llena de matrimonios mayores, pueda tener; antenas nuevas, alguna gotera, la limpiadora, o sea ella, y alguna derrama, las menos posibles en las bombas de agua o el ascensor. Lo realmente bueno de que su madre sea la jefa de escalera es que le permite cobrar cada quince días, un favor especial que le han hecho los vecinos, conscientes de todo el cacao que les había caído encima con lo de la dichosa crisis y más que conscientes gracias a la indiscreción y terquedad de su madre que consiguió que no le renovaran contrato a la otra limpiadora para ponerla a ella que lo necesitaba más y que era de plena confianza, de casa, como suele decir.

Le debe una y lo sabe, es más que consciente pese a la rabia que le da porque, aunque tampoco es un gran sueldo, esos trescientos euros le van de perlas cada mes, sobre todo los últimos quince días, cuando ya no sabe si cortarse las venas o dejárselas largas de tanto y tanto pensar y calcular.

Cambio de planes, piensa, cuando termine todo tendré que ir a su casa y cogerle el dinero de la mano, que es como un bofetón cada quince días, pero me lo trago, cómo no me lo voy a tragar con lo bien que me viene.

Mira a su alrededor y se fija de nuevo en la parada del autobús cada vez más llena de gente que espera. Es hora de levantar el culo de la silla, pero, es que está tan a gusto, son tan pocas las veces que se puede disfrutar de algo así; una mañana soleada, un suave viento meciéndote los cabellos, una existencia plácida sin prisas ni quebrantos, y fingir que la vida es bella. Casi le dan ganas de perder el autobús y quedarse un ratito más, pero sabe que no puede hacerlo. Es una mujer responsable que lleva sola el peso de una casa de cinco personas y el de una crisis mundial. El peso de sus remordimientos, pasados y futuros. El peso de una familia y un marido casi derrotado, el de varias vidas ausentes y presentes, el de su maduro cuerpo cansado y fatigado, el peso de tener que soportar tanto peso, coño.

Se levanta con pesar y se va dirigiendo hacía donde ya hay un nutrido grupo de gente. Sin preguntar nada se pone en la cola. Más o menos son las mismas personas casi todos los días, gente que va y viene, desconocidos que tienen rostros familiares de tanto verlos día sí y día no, que la miran porque para los demás también es esa cara que con el tiempo ha ido haciéndose familiar aunque no sepan ni su nombre, desconocidos de todos los días, de casi todas las horas. Gente y punto.

El autobús llega, como siempre con retraso. Perfecto. Era imposible que con el día que me lleva llegara a tiempo, ¿A santo de qué iba a hacerlo precisamente hoy cuando cumple dos añitos de tardanzas medio tolerables?

Van todos subiendo como una manada de corderos, como una especie de ganado, hasta casi despiden el mismo olor nauseabundo de rebaño, sudor veraniego que no siempre es del día, reglas, camisetas de licra que huelen fatal tras un solo uso, zapatos demasiado cerrados para el tiempo en el que ya estamos, algún bocadillo mal envuelto y peor comido de los chicos que van y vienen de la universidad, alientos de tabaco, alguno de alcohol o halitosis, neumáticos y plástico de las sillas; olor a humanidad, vamos, por decirlo fino. 

Es como una bofetada y en pleno verano todavía será peor, pero qué le vamos a hacer, coger el coche es más incómodo por tener que aparcar en el centro, aunque puede que lo haga cuando no soporte el calor y cuando el valor de la tranquilidad sea superior al de los dos euros que se ahorra en gasolina al descontar el precio de los billetes; además, puede que este año Montse sí quiera ir al apartamento de la playa y le toque coger su coche de todas formas para ahorrar tiempo y dinero.

Montse, al contrario que Piluca que reside en pleno centro de la ciudad, vive en el extrarradio, en una superficie denominada “del todo a cien” porque ninguna casa construida en esa zona costaba menos de cien millones de las antiguas pesetas. Un barrio lujoso de casas con jardines Zen y tejados de pizarra negra, ventanales rectos en los que no se ve el metálico de las ventanas, lofts anchos de paredes blancas y techos altos donde no hay tabiques intermedios, cocinas modernas y estudios o habitaciones que ni lo parecen. Ella ha podido ver varias de esas casas y no sabría con cuál quedarse en el caso de que se la regalaran porque son todas realmente increíbles, como sacadas de una revista de decoración.

El autobús hace un recorrido que es una especie de resumen de la vida de la ciudad.

Desde el centro de la plaza donde vive Piluca va por la calle Mayor donde están todas las tiendas de moda, boutiques no tan caras y ultramodernas de esas que no tienen ni puertas, sino cortinas de aire acondicionado, donde la ropa se amontona en las perchas, en las estanterías o en el suelo, por donde sale una música dance a todo volumen y donde atienden niñas que hoy lunes tienen cara de tener una resaca de tres pares de cojones. También están las tiendas exclusivas, las de diseño, esas tiendas en las que te preguntas dónde está la ropa porque solo ves varias perchas llenas en unos pocos colgadores vacíos. Allí las dependientas suelen ser un poco más veteranas, como que parecen también un pelín más responsables y tienen esos modales refinados parecidos a los de sus clientas de lujo, a quienes tratan con una familiaridad que asusta, como si las conocieran de toda la vida, “Te lo envío a casa y te lo pongo en tu tarjeta, como siempre ¿verdad? Estás monísima hija, de verdad, o sea, esta noche triunfas, cari”. Luego hay alguna farmacia, y alguna zapatería que tiene la misma idea de marketing que las boutiques de ropa joven, dance y trance a toda hostia, aunque con chicos y chicas que parecen sacados de un gimnasio, con pantalones deportivos y una camiseta negra con el nombre de la tienda en verde chillón.

Le llama la atención ver a las jóvenes dependientas limpiar los cristales o pasar la fregona a las aceras a estas horas, y piensa que eso se tendría que hacer antes de abrir y no ahora cuando cada uno que entra lo pisa todo y lo deja hecho un asco.

Como ella hacía cuando entró a trabajar en aquella papelería que ahora es una casa de regalos y detalles para bodas, de pulseras de fantasía y colgantes, pendientes, broches, gorras, sombreros, tocados para el pelo que parecen sacados de los años 80 y que se han puesto de moda, peinetas de acero brillante, cristales imitación de Swarovski que brillan por entre los reflejos del sol, bolsos, bufandas, pashminas, sedas, joyas de prêt-à-porter al alcance de cualquier bolsillo, menos del suyo.

Le da un poco de nostalgia verla acercarse por esa parte de la acera porque, aunque ha cambiado de cien veces de negocio, la casa sigue siendo la misma. Se pregunta si aún saldrán esas enormes cucarachas rubias que ella tenía que matar con Cucal y si las chicas que 

ahora regentan esa tienda tendrán tanta paciencia como ella para ver sus vuelos rasantes sobre las estanterías sin volverse locas de asco, pero gira la vista antes de pasar por delante para no ver más, porque en el fondo también le trae malos recuerdos de cosas que prefiere no pensar. 

Al final de la calle hay un par de compañías de seguros y alguna que otra casa de baños y cocinas, con lo cual se da por terminada la ruta de las tiendas guapas y comienza la de las útiles. Allí son mucho menos sofisticados y no tienen ni idea del significado de la palabra diseño e interiorismo. Allí las casas se intercalan con los negocios, las entradas de los pisos están al lado de panaderías, verdulerías, casas de recambios para electrodomésticos, griferías, una mercería que vende también pijamas para bebés, inmobiliarias, un estanco, más portales, cada vez más añejos, de mayor solera, hasta llegar a esos rancios portales de los años 70 con gotelé en la fachada y puertas de acero color metálico o marrón. Hay alguna cafetería donde las mujeres están tomando café antes de recoger a los niños del cole, y más pisos, cada vez de menos alturas hasta llegar a las casas realmente viejas donde ya no vive nadie y que son las que están en peor uso. Luego llega lo realmente bueno. Allí donde terminan las casas, donde antes solo había una avenida tosca de moreras entrelazadas y jacarandas plantadas relativamente hace poco tiempo, se abre ahora una gran avenida que cruza una autovía, donde han puesto estatuas de un escultor local al que han forrado en dos días y que ha dejado un paisaje un tanto dudoso entre tanto árbol y tanto acero, pero queda moderno, actual y casual, como todo lo que se lleva, sin que por ello deje de parecer un provinciano intento de reconstruirnos y modernizarnos aunque sea a hostias visuales.

En los laterales de esa avenida han ido saliendo adosados como setas, levantas una piedra y te sale un adosado con piscina, y a medida que te alejas los adosados van dejando paso a las casas unifamiliares, a las zonas residenciales con jardines y piscinas privadas, a cubos oscuros de dos plantas hechos todos como por el mismo arquitecto, seguramente sí, que ha incluido muy pocos cambios de una casa a otra, la inclinación del tejado tal vez, con lo que parece una enorme urbanización de casas imposibles para casi todos los mortales que habitamos esta mierda exclusiva de ciudad decadente que se creyó el ombligo del mundo.

Es curioso. Para estos tipos no existe la crisis. 

No me jodas, no existe.

Casi todos los que viven aquí están imputados por malversación de fondos o han hecho un ERE en su empresa, están en suspensión de pagos o en concurso de acreedores , han cerrado su estudio de arquitectura o vete a saber qué más, pero mira, como que no parecen en la ruina precisamente.

Ella lo sabe porque se lo ha dicho Leocadia, la mujer mayor que va a casa de Montse exclusivamente a planchar. Dios, si es un escándalo entre las chicas de la limpieza de la zona, si no se ha hablado de otra cosa por estas avenidas de eucaliptos y moreras desde hace tres años, si hacen apuestas a ver cuál es el siguiente de ellos, o la siguiente de ellas, que cae.

Las criadas comentan, sobre todo en el autobús de vuelta que es el que cogen casi todas juntas a las dos de la tarde, las señales que van detectando de crisis. Frases como: han dejado de salir a cenar los viernes a Ca’Pere; este año no se van de vacaciones a Escocia o Australia como querían las niñas, sino que van a Mallorca; no hay curso de inglés en Ohio; no han comprado los uniformes nuevos, sino que me han dicho que les saque la orilla como se hacía antes; no han hecho la reforma de la cocina que ella había planeado. “¿Qué reforma si la casa tiene cuatro años? Pues ya ves, la señora quería cambiarla entera”; no han cambiado de coche, sino que lo ha llevado al taller ya tres veces este año; él tiene siempre una cara más larga; lleva una semana sin comprarse ropa; creo que ayer discutieron; creo que van a despedir a la chica de por las tardes… 

Frases sueltas, una un día, otra otro día, cada una de una casa distinta, como de casualidad, pero que indican que ya no se atan los perros con longanizas en casi ninguna parte, ni siquiera allí.

Plan de austeridad, no crisis. 

Negociación de la deuda, no embargos.

Falta de liquidez, no falta de dinero.

Eso no es estar en crisis, eso es comenzar a vivir como casi todos. 

Pero mira, esta gente si cae lo hace de pie, no como ella, que ha caído y se ha dado un costalazo del que no se va a recuperar en la puta vida.

Montse no ha salido esa mañana tampoco, así que está en casa encerrada en su estudio dibujando sus ilustraciones para cuentos infantiles, que es en lo que trabaja. Joder, eso sí que es un buen oficio, por bonito digo, hacer dibujos para niños. Esos dibujos que cuando crezcan seguirán recordando como parte de la niñez perdida, al igual que ella recuerda los de su época, aquellos libros infantiles que las monjas les permitían leer en la biblioteca del cole, Los cinco, por ejemplo, que se le quedaron grabados en la cabeza con un sabor inconfundible, aunque el único dibujo estaba en la portada, aquellas caritas inocentes que tanto se llevaban entonces y que tenían siempre la cabeza un pelín más grande, aquel gato con botas tan simpático, aquella Caperucita Roja tan rubita y tan graciosa, todos aquellos cuentos con la forma de sus siluetas recortadas, hasta un cuadro de la Virgen niña que tenía ella en la cabecera de la cama ofrecía ese mismo aspecto, recortado por la corona brillante y dorada, sonriendo con una paz y una bondad que no parecen ni reales.

Sus ilustraciones son más modernas y le consta que ha dibujado para otros autores o editoriales no siempre infantiles, como por ejemplo para una edición especial de Ulises de Joyce, pero eso nunca se lo dirá por vergüenza, parecerá que le esté haciendo la pelota, además, aunque se lleve bien con ella siempre le ha gustado guardar las distancias y respetar la jerarquía necesaria para que nadie olvide dónde está su sitio y a dónde pertenece.

Ni a ella le gusta tratar a sus jefas con familiaridad excesiva ni le gusta que ellas lo hagan, porque no son amigas, son jefa y empleada, así que ni ella puede subir ni la otra puede bajar esos peldaños invisibles que ocupan. Odia esa amabilidad fingida que a veces es solo una tapadera de sus verdaderos propósitos, como el que te quedes una hora más o el que te pagarán mañana, y también odia esa hipocresía que ve en la mayoría de chicas que les hacen la rosca y luego las ponen a caer de un burro contando las intimidades de las casas donde trabajan en pleno autobús.

Ella sabe cuál es su lugar y no lo olvida, y por eso también espera que nadie lo haga, porque no lo soporta. Cordialidad vale, pero confianzas las justas, que luego la confianza termina dando asco. En ambos sentidos.

Pese a que es un pelín seca no se puede decir que sea áspera del todo, no es tan tosca como para llegar a ser maleducada o como para no permitirse buenos momentos, que a veces los hay porque al fin y al cabo todos somos personas en este mismo espacio y tiempo, o sea, que interactuamos unas con otras, nos movemos en los mismos sentidos y nos tocamos sin querer. Se juntan los caminos por así decirlo. Es estricta consigo misma, pero sin perder la humanidad ni evitar el roce, que por otro lado es normal entre personas que tienen que trabajar juntas tres horas al día todos los días.

Ella escucha y calla, que ya es bastante jodido tener que enterarse de más cosas de las que querría, como por ejemplo con Piluca y su marido o con Montse y el suyo, y, sin embargo, hay cosas que no se las ha contado ni a Paco porque ni le importan y porque no tiene derecho a desvelar secretos ajenos. Como si en su vida no hubiera bastantes problemas y secretos, como si la suya no fuera una vida como para escribir un libro y tuviera que fijarse en la vida de los demás. Ella piensa, la verdad, porque es muy reflexiva y no puede evitarlo, le sale sin querer analizar las cosas, pero de eso a meterse en lo que no le importa hay una tremenda distancia.

Va hasta la cocina y se mete en la habitación para cambiarse otra vez de ropa, para ponerse el babi fresquito que ya llevaba esta mañana, deja las bolsas de ropa allí mismo, se cambia también los zapatos y sale dispuesta a comenzar su tarea de todos los días, preguntándose por dónde comenzar. 

En esa casa no hay críos de ninguna edad, los hijos del matrimonio son ya mayores, están estudiando fuera y vuelven cada varios fines de semana. Posiblemente, también al final se queden a vivir fuera de esta ciudad porque allí tienen novias y más salidas profesionales, así que Montse y Ricardo son los que, de vez en cuando, se desplazan varios días para verlos. La casa está hecha un pincel, todo nuevo y todo limpio, vamos, que no haría falta ir todos los días porque ellos dos ni siquiera usan todo aquel espacio y apenas ensucian. Se cuidan mucho y comen muchísima verdura con lo que no se cocina demasiado y nunca hay cacharros en la pila, y ella, al trabajar en casa, como que no necesita salir a todas horas y vestirse de largo todos los días. Ahora mismo, en el estudio, lleva un babi muy similar al de ella. 

Son diferentes, algo más mayores y tal vez más austeros en su vida, viven bien, no hay que negarlo, tienen sus lujos, pero son bastante más naturales y sencillos, les va una vida más tranquila y pacífica, salen poco, les encanta leer y el cine antiguo, tienen una biblioteca y una hemeroteca que a ella le produce cierta envidia, de hecho, la última vez que estuvieron ahí limpiando el polvo las dos juntas, porque Montse también limpia a veces, hablaron de ello, de cine en blanco y negro, de actrices de las de antes con verdadero glamur, de libros, de literatura, autores… cosas normales y corrientes que las distraían mientras limpiaban a fondo todas aquellas enormes estanterías cargadas de libros, videos y CD, que es gloria ver.

Montse aparece con la bata de trabajo en el mismo momento en que ella sale de la habitación donde Leocadia plancha, y nota cómo a la mujer le pasa algo raro, como que la mirada de esa mañana no es la misma que la de otros días, como si la investigara tal vez o como si tuviera algo grave que decirle.

Inmediatamente se pone alerta, sobre todo cuando ella pronuncia las palabras mágicas después de los saludos pertinentes y acostumbrados.

-Deje eso un momento, por favor, tenemos que hablar usted y yo.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on November 08, 2023 01:09

October 24, 2023

Las horas contadas Capítulo 5

Novela registrada en Safe Creative. Prohibida su resproducción

Un pinchazo en la tripa a nivel uterino le indica que le va a bajar la regla o por lo menos
está en ello, con lo cual se tranquiliza ante esa especie de apajaramiento que está sufriendo
hoy, vamos, que son las hormonas y no una depresión de caballo como la de Paco, su marido,
que no levanta cabeza el pobre.
En eso, se acuerda de que mañana tienen psicólogo a las cinco, menos mal que el hombre
se hace cargo de su situación y ha accedido a poner las consultas en martes tarde, porque no
quiere ni pensar en que Paco vaya solo o en tener que decirle a Piluca que tiene que fallar dos
días al mes.
Pobre Paco, con lo que él ha sido, con lo que ha aguantado y lo que ha tenido que vivir
también. Por eso está así, porque su cabeza ha dicho que hasta aquí llega, su cuerpo se ha
rebelado en contra de tantos abusos y tantas hijaputadas como ha tenido que aguantar todos
estos años. Tanta lucha, tanto pelear y pa’qué, para acabar pillando una depresión y quedarse
en casa como un pajarito, vencido, encogido y temeroso de todo, que más que una depresión y
ansiedad nerviosa parece que tenga un brote psicótico, porque todo le da miedo y todo le da
mal rollo; siente miradas y oye conversaciones que no van con él y que él cree que sí, como si
hubiera un complot judeo-masónico en contra suya.
El otro día, sin ir más lejos, estaba convencido de que unos tipos en el bar de la esquina se
reían de él al pasar, y hace ya unos meses se lo encontró esperándola en la calle porque le
daban miedo las bombonas del butano, como si tuvieran que explotar o algo así.
Y ella se arma de paciencia, intenta convencerlo de que no, de que eso son percepciones
suyas, pero sin llevarle la contraria ni intentar convencerlo para que no se cierre en banda y se
sienta peor, persuadirlo de que nadie se fija en él más de lo normal, de que las bombonas de
gas no explotan así como así, de que nadie lo mira, de que nadie habla de él, de que nadie lo
señala por la calle ni sabe que ha tenido que cerrar su negocio ni lo de la suspensión de pagos
ni lo del dinero que aún deben en el banco. Lo convence de que a nadie le importa su vida ni
su historia, porque es una vida y una historia que, por trágico que parezca, en esta época en
que estamos, se está repitiendo mucho.
Ay Dios, qué complicado es vivir, qué difícil nos lo ponen, joder, que uno solo quiere
vivir tranquilo, darle a los hijos un futuro, tener cierta seguridad, progresar, sobrellevar los
errores lo mejor que se pueda y tirar pa’lante, y no hay forma oye, no hay manera.
Y todo eso lo piensa ella en el día que más le vienen a la cabeza sus propios errores, su
propia vida.
Le asalta la idea de que pensar tanto en Ángel no puede ser más que una mala señal y se
acuerda de aquello que una vez le dijeron, sobre que cuando piensas de repente en una persona
que hace mucho que no ves es porque vas a verla en un breve espacio de tiempo. Y la verdad
es que el solo pensamiento de ver a Ángel hace que su corazón se desbarate y se lance a correr
a toda prisa, no de emoción precisamente, sino de conmoción, que parece lo mismo pero no lo
es.
Ay Dios, ¿qué habrá sido de Ángel?, piensa mientras pasa el Pronto especial madera por
los muebles del recibidor, donde a un lado de la puerta están las bolsas de ropa que Piluca le
ha dejado preparadas y que aún no sabe cómo se va a llevar a casa, porque no se imagina
cargada como una burra en el autobús, arriba y abajo durante toda la mañana.
En el comedor, el reloj vuelve a marcar la hora y ella ya ni se inmuta, como si eso no
fuera con ella. Mira la casa por encima y ve que más o menos el trabajo está hecho, que solo
se ha dejado el baño de invitados y le falta terminar de tender la ropa que no pueda poner en la
secadora, pero por lo demás está todo bien y en su sitio. Mañana más. Si se da prisa aún puede
coger el autobús de las once y llegar a tiempo a casa de Montse, así que termina deprisa con el
recibidor, cierra las puertas y las ventanas de la casa para que no entre el polvo y se dirige de
nuevo hacia la cocina, su reino y su refugio.
La lavadora aún no ha terminado, le faltan dos minutos según los números digitales del
cuadro de mando, así que no le queda más que esperar. Casi que se sienta, porque hoy está tan
cansada que no puede con su alma, como si la fuera arrastrando por ahí. Como si en vez de
alma tuviera un saco de plomo. A lo mejor lo tiene, quién sabe, a lo mejor se le ha ido
endureciendo tanto el corazón y se le ha incrustado tanto esa coraza de hierro que se puso hace
tiempo, que de verdad se le ha hecho pesado y duro, increíblemente fatigoso y cargante,
abrumadoramente macizo de tanto y tanto golpearlo como un yunque.
Saca la ropa de la lavadora y la pone en la secadora, le da al interruptor y se da cuenta de
que no puede esperar a que esta termine para sacarla, con lo cual mañana estará toda
arrugadita cuando tenga que plancharla, porque, como todo el mundo sabe, si no sacas la ropa
de la secadora inmediatamente después de que termine se queda hecha un puto acordeón. Y
ese mismo pensamiento le hace recordar que aún tiene que doblar la ropa de la secadora
anterior que le está esperando en la habitación de la plancha, un recuadro inmundo donde hay
un jergón que hace de cama y un armario pasado de moda, si es que alguna vez lo estuvo y
que sirve para guardar trastos, objetos perdidos, paraguas y todo tipo de cosas inclasificables
que puede haber en una casa y que guardan en aquella especie cuarto trastero o dormitorio
ocasional que antaño usaron las canguros nocturnas.
Allí es donde hay un centro de planchado que parece el de una tintorería y donde ella
tiene que ponerse a planchar o a echar unas puntadas a alguna cosa, con el calor que hace,
Dios, con el calor que ella tiene y los sofocos que me lleva esta mañana la pobre, que parece a
punto de naufragar entre pensamientos oscuros de recuerdos luminosos.
Pero se pone a ello, o mejor dicho, se sobrepone a ello.


La plancha funciona que es un gusto, casi se desliza sola sobre la tela de las camisas que
usa Enrique. Menos mal que Piluca está en todo y no es una jefa de esas que solo quiere los
lujos para ella. Cuando le comentó hace dos años que le habían diagnosticado el síndrome del
túnel carpiano se fue corriendo a comprarle este centro de planchado para que no se resintiera
su muñeca y pudiera planchar a gusto. Todo un detalle, la verdad. Eso son cosas que se
agradecen, sobre todo las agradece ella, que ya ha perdido la costumbre de que los demás
tengan ese tipo de cuidados y que siempre se los ha negado a sí misma porque ha habido
demasiados lugares en donde volcar sus atenciones y mimos, pero sobre todo, en donde
invertir mejor el dinero que cuesta la comodidad y bienestar al que ha renunciado de forma
privada para que esta repercuta en beneficio también ajeno y común.
Sus ojos se van, como cada vez que entra en ese cuarto, hasta la máquina de coser Singer
que Piluca ha heredado de su abuela o de vete a saber quién y que es bastante incongruente
con su carácter moderno y sofisticado, pero que no tira a la basura por cariño al pasado, al
igual que ese mueble estilo remordimiento que hace de armario.
Está cerrada, pero no tapada con ninguna tela para protegerla, tal como hacía ella cuando
cosía en casa y la guardaba cada noche, sino que se pueden ver perfectamente sus patas de
hierro oscuro, la brillante madera pulida con arabescos de madera clara, el cajoncito para los
hilos, el pedal para mover sus agujas y la caja de madera con un asa que guarda celosamente el
cuerpo de la máquina que es de puro hierro fundido pintado de un verde opaco y claro, un
verde tirando a gris, tal como era el de la suya, que vete a saber dónde estará porque su madre
la dio a no sé qué vecina cuando ella dejó de usarla en su época más destroyer y canalla, allá
por los noventa.
Hace tiempo que no cose, que ni siquiera tiene tiempo de tocar la máquina de segunda
mano que se compró hace cosa de veinte años, cuando necesitó hacer las cortinas de aquel
pisito en el que se puso a vivir tras separarse de Ángel y que ahora está olvidada en su
habitación aguantando con vehemencia y orgullo el paso del tiempo.
No puede evitar la nostalgia y se sienta enfrente, palpando su superficie lisa y suave, la
calidez de la madera, siguiendo con el dedo los arabescos incrustados de madera rubia,
notando la pesadez del hierro del pedal en la punta de sus zapatos de verano, el hierro rugoso
de la rueda que hacía subir y bajar la aguja y daba forma a las iníciales que ella bordaba,
volviendo a oler los mismos aromas de entonces, notando entrar de golpe toda aquella luz que
había entonces, sintiendo un tacto también similar a los de entonces.
Ella, que es una sombra de la niña que fue entonces.
Es como si el pasado se hubiera empeñado en volver, como si los recuerdos se le colaran
por la mente tal como el viento por entre las rendijas de una ventana, traicioneros y ladinos,
insistentes, más claros que nunca, más amontonados y a la vez más expandidos, tan
dolorosamente superados como nunca creyó que los tenía, porque nunca había pensado tanto
en ellos. Ni en él.


Vaya día que me lleva la pobre, pero aún así no deja de ser admirable la forma en que lo
ha ido depurando, el poco rencor que le queda y la poca compasión hacía sí misma de la que
hace gala. El “pobrecita” se lo digo yo porque, joder, verla un tanto derrotada impone un poco,
pero ella está muy lejos de sentirse pobrecita o de sentir lástima de sí misma. Hizo lo que hizo,
a veces lo que tenía que hacer y a veces lo que no debía hacer, pero mira, que le quiten lo
bailao, seguro que hay gente con peores cosas en la conciencia y tampoco cree que lo suyo sea
para tanto, todo entra dentro de lo normal, de hecho su vida es la mar de normal. Dentro de
cien años los problemas o las culpas o los traumas o los errores se habrán convertido en polvo.
Y ahí está, pensando en eso, en que al fin y al cabo su vida no es distinta de la de muchos,
que cosas peores habrán tenido otros que vivir, sin darse cuenta de que la plancha está encima
de una de aquellas camisas supercaras de su jefe, sin darse cuenta del peligroso tinte oscuro
que va tomando la cosa, hasta que por fin resucita y se gira para mirar, como si el dios al que
rezaba de pequeña le hubiera avisado en sueños, igual que al tipo ese de la Biblia del que ya ha
olvidado su nombre, y entonces, de un magnífico y a la vez ridículo salto de la rana, se mueve
y quita la plancha con el corazón encogido, sintiendo como su cara se va poniendo roja y el
corazón se le sale por la boca ante el solo pensamiento de que la haya quemado, pero no, ha
tenido suerte y milagrosamente no la ha quemado ni siquiera un poco, como si todo el tiempo
que ha estado delante de la máquina no fuera más que un segundo y no el rato que a ella le ha
dado la impresión de estar.
Esta vez ha llegado a tiempo de evitar el desastre y suspira aliviada a la vez que temerosa
de lo siguiente que pueda sucederle, porque definitivamente no es su día. Pero ¿cuándo lo ha
sido? ¿Cuándo ha tenido un día realmente suyo, de buena suerte, un día pletórico de esos que
hacen historia? Bueno, los ha tenido también, como todo el mundo, lo que pasa es que ese
desequilibrio mental suyo le hace creer que no, le hace pensar en todo aquello que fue triste o
amargo, pero tenerlo lo tuvo, y tanto que lo tuvo.
Días de gloria, días de descubrimientos, de perfección, de grandeza e inmortalidad, de
felicidad, días de vino y rosas.
Ángel estaba guapísimo vestido de soldado y ella tan nerviosa que le daba la impresión de
que podía vomitar de un momento a otro en aquel autobús que la llevaba, junto con sus
suegros y jóvenes cuñados, hasta el cuartel en donde al día siguiente él iba a jurar bandera.
Tal como él le había aconsejado se había puesto monísima y lo más importante de todo,
se había hecho unas mechas rubias para la ocasión y se había cortado un poco el pelo, no
mucho, pero sí lo suficiente como para sanearlo y tener una imagen más moderna y más
cosmopolita, como si tuviera casi los diecisiete. Se había hecho un vestido precioso que había
sacado de una revista y su imagen contrastaba bastante con la imagen que tenía de sí misma
tan solo un tiempo atrás.
Ella entró en el cuartel como una ráfaga de aire caliente a primeros de diciembre,
levantando la mirada de todos aquellos soldados que estaban en la cantina mientras esperaban
al recluta González. De hecho, aquellos dos autobuses de familiares de reclutas a los que se les
había permitido el paso y que esperaban pacientemente pidiendo cafés con leche para mitigar
el frío casi polar de la zona, ocupaban tanto espacio y tantas mesas que los quintos no podían
hacer otra cosa que apartarse un poco y mirar como tontos a las novias de los “bultos» que
juraban bandera, entre las que destacaba ella, la verdad, porque ahora está un pelín gordita y
sin gracia, pero en aquel entonces no es que tuviera encanto, sino que estaba buenísima y se le
notaba en los ojos la predisposición al placer, a la aventura; se notaba que estaba espabilando
rápidamente y que tenía ganitas de aprender, con lo cual a cualquiera de aquellos fornidos
mozos le hubiera encantado meterla en la garita de guardia y enseñarle un poco de todo, pero
la chica tenía novio.
La llegada de González fue apoteósica no solo porque era el bulto mejor considerado y el
más chuloputas de todos; el único que le cayó en gracia al tío más duro y bruto de todo el
cuartel; al único al que no le habían hecho ni una sola novatada porque reconocían en sus ojos
a un colega y porque además se había regado por el cuartel, en tan solo dos meses, su fama de
follador y repartidor de hostias nocturno por los garitos de la zona, cuya única debilidad era
aquella novia que le escribía tres cartas diarias y que, según él mismo decía, era una fiera en la
cama, vamos, la mujer perfecta, esa que no existe y que todos pensaban que sería feísima para
contrarrestar la buena suerte del recluta González, pero mira por donde era la más mona, la
mejor vestida, la más llamativa, la más buenorra de todas.
Cuando lo vieron entrar le siguieron silenciosos con la vista para identificar a su familia,
luego siguieron mirando para identificarla a ella, la de las cartas, y cuando sin previo aviso,
delante de los padres, le soltó un beso en la boca de esos de cine, la rechifla general fue
apoteósica… y su forma de reaccionar, tímida y temerosa, puso aún más cachondos a todos,
porque veían en ella todas las putas virtudes que esperaban en una chica de aquella época los
machitos esos de mierda que eran entonces.
Tímida y fiera, virtuosa y apasionada, un tándem muy poco habitual pero perfecto, puta
en la cama, señora en la mesa, como Dios manda para satisfacción de los varones que aún
exigían virtudes trasnochadas que ellos mismos se encargaban de convertir en pecados.
Fueron dos días perfectos; aquella tarde de exhibición cuartelaria, las miradas de tantos
hombres sobre ella, ese deseo frustrado, esa especie de orgullo que produce el saber que gustas
y que eres deseada no solo por tu novio, sino por cualquier otro tío, lo que es un halago,
aunque a ella no le importara lo más mínimo ese hecho, sino la seguridad en sí misma que
sacaba de todo aquello, la fuerza, como si estuviera afianzándose mentalmente en ese cambio
que había tenido lugar y se sintiera más firme, como si de repente le crecieran alas o de verdad
fuera la chica que soñaba ser.
De aquella época militar que duró doce meses le quedaron dos sensaciones: una que
Ángel por primera vez parecía enamoradísimo de ella, más que nunca, y dos, cierto escozor en
las partes íntimas ante su primera vez.
Que una cosa fuera consecuencia de la otra es algo que no se le pasó por la cabeza. En
aquel entonces él aún distinguía entre las decentes y las indecentes, y una vez perdida la virtud
también las distinguía entre propias y ajenas, con lo cual su novia, desvirgada por él mismo,
pertenecía al grupo aún de las decentes y al de las propias, que venía a ser el motivo por el
cual parecía tan enamoradísimo, o lo que es lo mismo, la colocó en una especie de altar por el
hecho de que se lo había dado todo, de que había sido el primero, de que ahora ya era suya por
completo y de que además, estaba cada día más buena. Su orgullo machista se veía tan
recompensado, en el cuartel se sentía tan envidiado y se sabía tan idolatrado por ella, que la
convirtió en propiedad privada suya y en su sueño más recurrente durante las largas noches de
cuartel en las que recordaba, con todo lujo de detalles, el cuerpecito leve, el miedo y el deseo
en sus ojos a partes iguales, la sensación de adentrarse en un túnel sagrado y apretado como
ninguno hasta entonces, el sonido de sus primeros gemidos de placer, la devoción absoluta con
que ella parecía mirarlo y la capacidad de ternura que no parecía tener fin.
No tenía ni idea de que a ella le quedó un recuerdo bastante peor de aquello y que pasaría
más de un año antes de que de verdad pudiera disfrutar un poco en la cama con él, porque, la
verdad, su escaso conocimiento del tema venía exclusivamente de imágenes robadas de
películas románticas en que suenan violines de fondo, de novelas de Jazmín algo subiditas de
tono, de testimonios de chicas en las páginas de revistas y de roces prohibidos en la oscuridad
de su cuarto mientras pensaba en él. Por eso se preguntaba por qué tanta y tanta insistencia
cada vez que venía de permiso, por qué se pasaba los días convenciéndola para hacerlo, por
qué forzó tanto la situación hasta casi obligarla, si total no se oían violines ni había campanas
ni se moría en sus brazos ni sabía por qué a eso se le llamaba hacer el amor cuando era como
una lucha, ni por qué tanto romanticismo si en realidad era un acto de una vulgaridad
insoportable en la que no se enteraba de ná y le dejaba un regusto a pecadillo y libertinaje que
no sabía cómo asumir.


Así fueron los primeros años de sus relaciones sexuales, frustrantes, dolorosas y
reprimidas por ella misma, porque no tenía ni idea de qué hacer o de qué era lo que él esperaba
que ella hiciera…Vamos, completamente perdida y desengañada y es que Ángel estaba
pasando por la etapa de la cantidad, no de la calidad, es decir, se follaba todo lo que se
moviera, pero pensando solo y exclusivamente en su propio y siempre demasiado cercano
orgasmo. Hasta que fue superando la novedad y encontró una madrileña en plena movida que
le enseñó lo que es bueno y comenzó a pensar en los demás un poquito, hasta darse cuenta de
que había muchas cosas que podían mejorarse.
O sea, que aún tiene que darle las gracias por haberle puesto aquellos cuernos durante los
quince días que se pasó de vacaciones en Madrid sin previo aviso ni a la familia ni a ella ni a
Dios; por los fines de semana que decía estar arrestado mientras que se iba a ligar por los
pueblos con sus compañeros y que le terminaron de espabilar por completo dándole lecciones
no solo de sexo, sino de mundo, quitándole para siempre esa especie de timidez palurda y
paleta y su falta de locuacidad.
Cuando volvió lo hizo licenciado, más listo que el hambre, cosmopolita, enamorado y
más diestro en lides amorosas que nunca, así que mira, no hay mal que por bien no venga.
Tardó su tiempo en espabilarla a ella, en quitarle complejos y tabúes y en hacerle olvidar el
pecado de misa, pero al cabo de un añito más ya era una folladora compulsiva que se lo comía
enterito a golpe de caderas.
Y entonces empezó otra etapa completamente distinta, la de la barbarie: a todas horas, de
todas las posturas y en todos los lugares posibles, pero es algo que ella no quiere recordar ni
de coña en este momento por miedo a ponerse tonta perdida, que es lo que le suele ocurrir
cuando recuerda el sexo salvaje que alguna vez en su vida practicó y que fue una de las etapas
más largas, años y años de follar a tutiplén, de no parar, de ponerse completamente ciega y no
mirar nada, ni siquiera el con quién o el cómo o el cuántos, sin pensar si quería hacer lo que
hacía, si quería dejarse arrastrar por cada cosa nueva que él le proponía, sin juicio, sin control
y sin miramientos, sin un solo pensamiento a aquellas leyes morales que tanto y tanto le
habían influido en su infancia y adolescencia.
Pero aquello fue bastantes años después, cuando la movida madrileña ya había muerto y
ella era una persona muy diferente, casi irreconocible. Hasta llegar a ese punto de liberación y
puterío pasaron varios años en los que los sábados salían solo y exclusivamente para echar un
triste polvo y poco más. Primero la llevaba a tomar un cubalibre a cualquier bar donde el
camarero, viejo generalmente, se arrancaba por soleares a la menor indicación y extraía los
cubitos de hielo con pinzas directamente de una cochambrosa cubitera de plástico azul, y de
allí, al catre, sin preguntar nada más.
A las nueve en casa, como era la orden paterna.
Después, él se iba de fiesta ya mucho más tranquilito en el tema hormonal, pero sin
hacerle ascos a nada, que a veces una tarde entera de mete-saca a los veinte años no es
suficiente, y comenzaba a experimentar con sus amigotes aquellas drogas que se iban
poniendo de moda y que él había conocido en los madriles o algunas muy nuevas como la
mescalina que comenzaba entonces a hacer furor en las discotecas, pero sobre todo comenzó a
tomarse muy en serio la heroína, el jaco, aquel caballo que le galopaba a él por las venas,
corriendo por su sangre, mientras una aguja lo iba guiando, “ay caballo maldito, tú me estás
matando…”
Ella aún se acuerda de aquella canción calorra de entonces, pero la ha querido olvidar
tantas veces que su subconsciente no la saca a flote y casi ha llegado a creer que la ha olvidado
de verdad en lugar de convertirla en un recuerdo doloroso más.
De todo eso, mantenido durante mucho y mucho tiempo, la consecuencia fue tener que
pasar domingos interminables en casa de plantón, porque el niño o no había vuelto de fiesta o
estaba durmiendo la mona, y su suegra, que al principio la encontró tan mona y tan modosita,
ante los enfados dominicales con los que ella lo intentaba despertar o sacar del trance
hipnótico, comenzó a tomarle una ojeriza que ya no se le quitó de por vida.
Fueron años de partidas de futbolín eternas en los bares, de ir a pubs de moda, de
amigotes en el coche a todas horas, porque si algo sacó realmente útil en la mili fue el carnet
de conducir, de idas y venidas extrañas a Madrid, de búsquedas infructuosas de trabajo, de
plantones vespertinos, de miedos nocturnos, de arrepentimientos diurnos, de cuernos varios y,
casi al final, de aventuras psicodélicas de fin de semana colgado de heroína, mientras ella
tragaba todo lo que le echaba y se sacaba su título de puericultora, como si eso fuera una
garantía de futuro.
Años de lágrimas y sexo casi obligatorio y desacertado, sin llegar a imaginar nunca que
más o menos así es como ella fue engendrada. Años de silencio y ojeras, de aguantar lo que no
estaba obligada a aguantar, de gritos y celos, de desengaños, de intentonas y obstáculos, de
lunes de frustración en clase con todas sus compañeras aconsejándole que lo dejara, que no le
convenía un chico así, que merecía algo mejor, relegada ya de sus viejas amistades, de las que
él la había apartado un poco más cada día; y de alguna borrachera adolescente, de esas para
olvidar, con la inefable Pili o con su hermana, bebedora insaciable… Hasta que lo dejó,
aunque parezca mentira.
Lo dejó.
Se cansó y tomó la primera decisión acertada de su vida, mandarlo a la mierda de una
vez. Tenía casi diecisiete años, y por fin se sentía con fuerzas para labrar su propio destino, así
que lo dejó, se puso a trabajar en una tienda cuando terminó de estudiar y decidió que a partir
de entonces ella y solo ella mandaba en su vida.
Pena que su decisión no durara mucho porque tras ocho meses, desintoxicado, más
enamorado y formal que nunca y tan guapo como siempre, Ángel volvió al acecho más
encantador aún que antes, con un trabajo estupendo en una casa de seguros, con un coche
propio, sin condiciones de rendición y mostrando la bandera blanca. La rondó, le prometió, le
juró y perjuró, la persiguió y la agasajó de tal manera que al final volvieron.
Y nunca viviría lo suficiente como para arrepentirse de aquello.


De aquellos años guarda ese recuerdo con sabor de transición hacia la mujer en que se
estaba transformando, el paso de gigante que dio el mundo entero a su alrededor, como si las
cosas cambiaran de repente sin aviso y sin estaciones intermedias. No era así, ella
precisamente había pasado por un montón de etapas distintas y el mundo también, pero solo se
preocupaba de ver los resultados, no de pensar por qué, cómo y para qué estaba cambiando o
en prever las consecuencias de todos los cambios propios y ajenos.
Se sentía madura, adulta, independiente, comenzaba a tener cierta parcela de libertad en
casa, avalada por su buena conducta de siempre y le faltaba menos de un año para ser mayor
de edad, algo que parecía significar mucho en aquel entonces.
No recuerda, con la mala memoria que siempre ha tenido para esas cosas, ni la llegada de
Gorbachov y la Perestroika ni los conciertos Live Aid ni el asesinato de Indira Gandhi ni el
accidente del Challenger ni los bebés probeta ni el estallido mundial del SIDA ni Chernóbil
siquiera, para ella el mundo se reducía a su ciudad y a su vida, pero sobre todo a él.
Como si no existiera nada más allá de él, como si el mundo se redujera en exclusiva a él,
como si la vida no mereciera la pena vivirla sin él. Y ahora se pregunta qué coño le dio él, ¿a
ver? Si en el fondo no era feliz a su lado, pese a tenerlo todo para serlo. Era por culpa de esa
especie de adicción a Ángel, ese no poder vivir si no estaba cerca, si no se acostaba con él
cada fin de semana, si no oía su voz o si pasaba dos días sin verlo.
Apaga la plancha y sale del cuarto sabiendo que ya ha perdido el autobús y que va a
llegar tarde de todas formas, así que no vale la pena correr ni volverse loca, “a lo hecho,
pecho”, así que se cambia en el cuarto de baño, se quita el babi, se asea con las toallitas
refrescantes y se pone el pantalón vaquero y le camisola negra con el cinturón colgante que le
regaló su hija para su cumpleaños, y así, sintiéndose casi refrescada y oliendo a colonia barata
de supermercado, sale a la calle, cargada con las dos bolsas de ropa y con su enorme bolso
donde guarda sus útiles de trabajo, dispuesta a coger el primer autobús que pase por delante y
que la deje lo más cerca posible de casa de Montse.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on October 24, 2023 01:41

September 16, 2023

Las horas contadas. Capitulo 4

Nina Peña Las horas contadas

Lo que más le jode es que siempre hace lo mismo, exactamente igual, cada día, hora tras hora: limpiar.

Su horario es más o menos el siguiente: de ocho y media a diez y media en casa de Piluca, de once a una y media en casa de Montse. Llega a casa sobre las dos y pico y, tras comer, descansa un poco o sigue limpiando su casa, que también le hace falta, y luego a las cinco sale hacia el piso de su madre, que fue antes de su hermana, donde tiene que hacer la escalera hasta las seis o seis y media los lunes y jueves, y de igual forma los martes y jueves en otro edificio. Así que hay un día que termina a las ocho de la tarde, y tiene libres las tardes de los miércoles y los viernes, pero espera suplir esa carencia pronto si Paco no encuentra trabajo, porque ni de coña llegan a fin de mes como Dios manda. 

Tiene el día ocupado casi por entero y siempre haciendo lo mismo, limpiar, con la rabia que a ella le da limpiar, casi que preferiría ir a cualquier otro lugar con un trabajo más pesado incluso, porque a limpiar no le ve la gracia, es repetitivo, siempre igual, es hacer la faena del demonio, porque al día siguiente está todo igual o peor. Como Penélope, “que tejía de día para deshacer de noche y volver a comenzar”. Ella trabaja como una mula, lo ha hecho desde joven. Desde cuando era ella quien le limpiaba los azulejos de la cocina a su madre o desde que comenzó a cuidar niños pequeños en los ratos libres que le dejaban las clases de corte y confección o bordado. Desde que ella recuerda, siempre había estado trabajando, no como la gente de ahora que tiene veinte años y no tiene ni puta idea de lo que es la vida y menudas bofetadas van a recibir, o peor todavía, la gente joven de ahora que quiere trabajar y no puede, porque no hay ni Dios que no esté parado con lo de la puta crisis. Sea como sea, no ha estado sin trabajar ni un solo día de su vida y cuando no ha estado trabajando ha estado estudiando, pero no ha tenido tiempo de tirarse panza arriba a mirarse el ombligo… Bueno sí, lo hizo una temporada cuando la farlopa la dejaba inutilizada para casi todo, pero eso es algo que prefiere no recordar más que como una mala racha que en realidad no fue ni tan siquiera larga, aunque bastante intensa.

Ay Dios mío, si se pudiera dar marcha atrás y volver en el tiempo, anda que la iban a pillar ahora; sin estudios, sin preparación y aguantando a un tipo como fue Ángel, que a retrógrado no le ganaba ni su propio padre, lo que ya es decir.

Habían llegado a esa etapa del paseo vespertino y la coca-cola en los billares cuando una tarde de sábado la invitó al cine. Hoy en día eso es algo de lo más normal, pero entonces al cine no se iba a ver ninguna película, no, sino a meter mano aprovechando la coyuntura propia de los cines, es decir, la oscuridad y la proximidad de las butacas.

Y allí estaba ella, con catorce añitos ya y la falda marrón a florecitas beige a conjunto con las botas heredadas de su hermana. Sentada muy recta en la butaca con las manos plegadas una encima de otra en el regazo, circunspecta y expectante, con el pelo suelto en la cara y sin mirar al lado, como si no fuera con ella la cosa, preguntándose si debía dejarse o no, crucial cuestión moral de la época. 

Ángel, como buen macarra de entonces, se alisaba el tupé al estilo Travolta y se hacía el longuis a la espera de que apagaran las luces, mirándola de soslayo con una ceja levantada, expectante también, pero menos, vacilante y vacilando, mascando chicle Cheiw fresa ácida y con la cajetilla de tabaco en el giro de la manga, como mandaban los cánones del decálogo de macho ibérico, que al parecer era su libro de cabecera, si es que alguna vez tuvo uno. 

Cuando se apagaron las luces, comenzó la función dentro y fuera de la pantalla.

Vamos, lo típico, el brazo por el respaldo de la butaca, luego en el hombro y resbalando lentamente hasta el pecho derecho, ya que, no se sabe por qué, los tíos siempre se ponen al lado izquierdo de las tías, una manía que cualquiera puede comprobar y que ha trascendido épocas. Ella se la aparta, la vuelve a poner, se la vuelve a apartar, se la vuelve a poner intentando palpar un poquitín más, y ella se la vuelve a retirar con más fuerza, pero entonces llega el momento decisivo, trascendental… el colega se gira, sube un poco el pie y dobla la rodilla para poder ponerse lo que él considera de frente a ella y se acerca lo suficiente como para avisar de que va a besarla, dándole tiempo a apartarse, solo que ella no se aparta, se deja, no meter mano, eso no, pero sí besar, que es otra cosa muy distinta.

Y con ese gesto, repetido varias veces a lo largo de la película, sellan no solo una especie de compromiso, sino que sientan las bases para lo que será su futura relación, al menos por un largo periodo de tiempo.

O sea, te quiero, pero no; me dejo, pero hasta aquí; me gustas, pero soy del grupo de las decentes, que para eso he ido a un colegio de monjas y he rezado más rosarios que la madre superiora.

El chico se conforma, de hecho, es lo que esperaba, que ella le aceptara, pero que le pusiera límites. Pobre de ella si se hubiera dejado meter mano la primera vez, la habría repudiado por facilona, por dejarse, y pobre de ella también si no hubiera notado su vacilación y su miedo al meterle la lengua en la boca, si no hubiera notado que le temblaban las piernas o si se hubiera atrevido a abrazarlo. Todo eso era síntoma de que le iba la marcha tanto o más que a él, incluso de cierta experiencia y por tanto, mal rollo, demasiado lanzada.

Ella sale del cine sabiendo que ha cruzado el umbral, de que le han dado no solo su primer beso, sino su primer beso adulto, con lengua y todo, con intento de tocar incluido, y se siente como si tuviera veinte años y fuera una mujer experimentada, una mujer hecha y derecha, comprometida con él, futura esposa del tipo que va a su lado intentando recordar si aquel pecho que ha tocado levemente le cabía, de verdad, todo en la mano abierta o solo ha sido una impresión momentánea, intentando averiguar qué talla de sujetador Belcor llevaba para hacerse una idea más o menos de la copa, preguntándose si aquello que le pinchó en la palma de la mano era la tela o el pezón, y sobre todo, preguntándose de dónde había sacado él tanto conocimiento senil si solo había visto unas pocas tetas y de mala manera.

La tímida conversación intenta no ir por lo ocurrido en el cine, eso es algo que se hace pero de lo que no se habla, y en ese momento, por decir algo, a ella se le ocurre comentarle que ese año termina el colegio y no sabe qué estudiar, tras lo cual él le contesta que no hace falta que estudie nada, que las mujeres no trabajan y que él jamás de los jamases permitiría que su esposa trabajara o estudiara, sino que viviría como una reina, en casa, cuidando de los niños que tuvieran.

¡Pa’qué más, Dios mío, pa’qué más…! Decidió no hacer nada, si total iba a vivir como una reina… me cagüen tó lo que se menea, como una reina.

Ahora le da ganas de llorar cuando lo piensa mientras termina de pasar la fregona al cuarto de baño compartido de las niñas, pero en aquel entonces era un sueño, una vida ideal.

De ese acercamiento salieron nuevos acercamientos distintos en los meses posteriores, como por ejemplo acompañarla a casa todas las noches, conocer a su hermano y a su hermana mayor, ver a su padre de lejos y saludarlo sin que aquel sepa quién es ese chaval que lo ha saludado y por qué, coincidir las dos madres en la compra y comenzar a hablar de si a mi hijo le gusta tu niña o de si a mi niña le gusta cantar mientras borda, y así, lentamente, semana tras semana se van encontrando sin saber que siempre han estado ahí y que se han conocido, pero que hasta ahora ninguna de las dos familias tenían nada en común. 

Parece mentira, pero aún recuerda la primera vez que se sentó en el mismo banco en misa que su futura suegra, entre ella y su madre, que aún llevaban la mantilla esa negra que a ella le daba tanta grima porque parecía de luto. Su suegra opinaba de ella, entonces, que era un encanto de muchacha, fíjate, con la de perrerías que se dijeron después durante el divorcio.

Cómo cambia la gente, desde luego, y las vueltas que da la vida, joder, que una cuando se pone a mirar atrás hasta se marea.

De aquel año en concreto recuerda dos cosas, a saber: Naranjito y la puta mili.

No se acuerda de Blade Runner, E T, la guerra de las Malvinas, la elección de Felipe González, la concesión de las autonomías ni de la visita del Papa polaco o el disco Thriller de Michael Jackson, aunque parezca mentira, porque es así de pánfila para los datos importantes e históricos.

Ella solo se acuerda de las dos cosas que iban a marcar su vida para siempre porque, desde aquel verano de mundiales previo al servicio militar, ya nada volvió a ser igual.

Para la ceremonia inaugural Ángel entró en su casa por primera vez, algo que ya se iba pasando de moda, pero que tenía su aquel. 

Auspiciado por su hermano mayor, que tenía una vocación chulesca muy similar, y por la hermana, que con su gracia y salero convenció a su padre de que el pobrecito quería formalizar el noviazgo antes de irse a la mili, entró en casa a tiempo de ver el primer partido y a la palomita blanca saliendo del balón. Para cuando Sandro Pertini dio sus famosos saltos de alegría junto al rey en la final, aquel ya bebía cerveza y ponía los pies en la mesa de centro, al lado de los dos hombres de la casa, como uno más de la familia, mientras ella y su madre cosían o se aburrían y su hermana leía el Nuevo Vale mascando chicle Cheiw de canela con la boca abierta y mirándolo de reojo.

A partir de entonces, los sábados hubo fútbol, que fue el sustituto natural de los futbolines. 

Si salían un rato era antes y nunca después porque las normas seguían respetándose con o sin novio, a las nueve en casa… y para qué salir si total tenemos que volver a ver el fútbol… pues nos quedamos… y para qué voy a ir tan pronto si no vamos a salir, pues ya iré, tú tranquila.

Lo que seguía siendo habitual eran sus cada vez más logrados intentos de caza y captura nocturnos, algo que no se le pasó, sino que incluso fue perfeccionando. Ella no puede saber, mientras piensa en esa época y sale de las habitaciones con el cubo de fregar en la mano, la de veces que él estuvo tentado de dejarla porque le hacía gracia cualquier otra chica más mayor y más experimentada, la cantidad de dudas, la de veces que se preguntó si era necesario exigir una vida tan decente como la que él exigía, si era absolutamente normal que saliera con una chica tan jovencita y con la que tardaría tanto en llegar al único sitio al que le interesaba llegar, o sea, a la cama. Pero mira, por otro lado, como más o menos iba pasándolo bien, jincando de vez en cuando los sábados noche y con la niña bien en el redil, a modo de moro de la morería, pues tampoco le iba mal por completo, tenía sus dosis de libertad y sexo ocasional por un lado y seguridad y cariño por otro.

O eso, o es que simplemente se había propuesto joderle la vida y por eso, aunque fue un año lleno de dudas y de fluctuaciones varias, no se alejó de ella, sino que la mantuvo a su lado.

Total, si seguía con sus incertidumbres y dejaba pasar el tiempo, la cercana mili también taparía el fracaso de sus buenas intenciones para con ella en el caso de que no saliera bien y decidiera dejarlo… Tendría que conocerla un poco más primero ¿no?

¿Qué pensaban los padres de ella? Pues lo vieron más o menos normal, incluso bien se puede decir. Veían a un chico que les parecía muy prudente, vale, no trabajaba, pero con la mili en puertas como que se emborronaban los márgenes de lo bueno y lo malo haciendo que eso fuera una simple anécdota. Por el contrario, vieron el hecho de que durante ese año de mili quisiera dejar afianzado ese noviazgo precoz como algo que era señal de sus buenas intenciones y de la fijeza de sus sentimientos para con la niña, por tanto, les pareció lo que hoy diríamos un chaval sensato y formal.

¿Que parecía un poco ignorante y corto de miras? La mili haría de él un hombre.

Joder, Ángel engañaba como Dios, ni la madre que lo parió lo conocía bien del todo.

Tenía la sana virtud de no decir nunca mentiras, pero cómo conseguía que los demás creyeran en él y en la veracidad de todas sus acciones y afirmaciones, así como en su inocencia, era un triunfo de la insinuación y la perspicacia. 

Vuelve a la cocina pensando en aquel año y sabe que tiene que dejar de pensar en el pasado, que lo único que consigue es llenarse de una mohína insana y perder el sentido de la practicidad que requiere el llevar cuatro trabajos a la vez, vamos, que no puede permitirse distraerse ni atrasarse ni que se le vaya el santo al cielo, porque su vida está tan milimetrada que una vacilación como la que está teniendo esta mañana le va a hacer ir de puto culo todo el día. 

Pues ni aun así.

De hecho, se mete en la cocina, vacía el cubo de fregar, comprueba que la lavadora ya ha parado y se queda quieta apoyada en el quicio de la puerta de la galería con cara de boba, mirando al frente sin ver nada, pensando, eso sí, porque otra cosa no, pero a pensar no la gana ni Dios esa mañana.

Piensa en los domingos, sabe que en aquella época existieron los sábados de fútbol y aburrimiento en casa, algún sábado de plantón también, pero como que lo ha ido borrando de su subconsciente para recordar solo los domingos de cine, la oscuridad de la sala, la proximidad de él, el ambiente de metemano que imperaba entonces, los apretones, la caricia de los dedos entrelazados, el roce de un pulgar en su mejilla o en su hombro desnudo jugando con un tirante, la mirada de deseo mezclado con cierta contención que ella tomaba por respeto, los nervios cada vez más templados porque ya estaba acostumbrada a esa situación hasta el punto de anhelarla, y sobre todo sus besos, aquellos labios sobre los suyos, aquel roce lento pero firme de su boca, el avance de su lengua, el sabor de su saliva, la calidez de su aliento, el empuje cada vez más intenso de sus propios instintos y el aroma de Brumel y de chicle Cheiw de fresa ácida que él siempre mascaba en los previos y que luego pegaba bajo la butaca.

Besaba como un ángel. 

Huy, en eso sí hacía honor a su nombre el muy cabrón.

También tiene un recuerdo bastante claro de aquella Vespino azul eléctrico con la que comenzaron a ir a la playa, en chanclas de goma y pantalones cortos, en vaqueros cortados con tijeras; de la forma en que se agarraba a su cintura para no caer y apoyaba la cabeza sobre su espalda; de los besos sentada en el sillín o de pie frente a él y también, por qué no recordarlo, de los quemones con el tubo de escape que indican su poca pericia y su nula experiencia en bajar de motos, pero que en secreto envidiaban todas sus amigas, y que se mostraban como símbolo de iniciación. Y del mar, de las primeras caricias sobre su cuerpo y de la mirada inquisidora de los playeros domingueros de la época, con aquel bikini amarillo de lacitos que era tan sugerente; del atisbo de celos del colega cuando la miraban y de lo segura de sí misma que se sentía cada vez que eso ocurría; del roce de su pecho junto al suyo, del de sus piernas velludas entre las suyas, del juego tonto y estúpido de desprenderle el lazo de la parte superior, del abrazo entre las olas y de la forma en que él la sostenía cerca y le hacía piruetas con las que siempre había un roce de más o de menos; del sabor de sus besos salados, del aroma del sol y del salitre en su pelo o del azul cada vez más intenso de sus ojos; del bañador rojo marcapaquetes de la época que él llevaba o de aquel tubito amarillo de plástico impermeable con una ancla dibujada que se colgaba del cuello para llevar las monedas sueltas y un par de cigarros.

Fue un gran verano sin duda, por eso borró los sábados, por eso no se acuerda ni quiere acordarse de ellos, porque prefiere recordar lo bueno y desechar lo malo, porque en aquel entonces no podía adivinar que en su vida habría muchos más “sábados” que “domingos”.

  Tampoco quiere recordar cómo él la fue cambiando, cómo lanzó al garete a la niña tonta de entonces para ir modelando a la mujer que sería después, cómo sentó las bases de su pasión y aparcó su romanticismo mojigato sacado de novelas viejas de Corín Tellado y charlas monjiles sobre virtudes y tesoros. Cómo dejó de ser la pánfila que él conoció para convertirse, poco a poco, en la diligente y activa amante que sería después, cómo comenzó a desear hacer con él todas las guarrerías que explicaban en Nuevo Vale, cómo quería sentirse mayor, moderna, libre, amada.

El despertar de la vida dirían, pero es que ya eran horas, coñe, que aquella época vale que no fuera esta, pero aún así, había pocas tan ingenuas y tan pardillas como ella lo era entonces, que era una especie en peligro de extinción, un fiel reflejo de su madre que fue joven en los sesenta, no en los ochenta suyos, una pava lenta y atontada que, sin embargo, aprendió con facilidad y buena voluntad, porque podría haber ocurrido que aquellos avances de Ángel hubieran sido rechazados por completo o que no le diera la gana aprender y espabilarse. Podría haber tenido el coco lleno de parábolas de misa y virtudes tan arraigadas que ni él hubiera podido con ellas. Pero no, en el fondo tenía una vocación apasionada, porque si no, a ver cómo se explica el cambio tan brutal que dio la niña en un solo verano, que cuando fue a acabar ya no la conocía ni la madre que la parió, pero bueno, como en casa seguía siendo modosita y buena, seguía con sus bordados y su fuerza para limpiar azulejos y fregar suelos y yendo a misa los domingos, como que en el fondo dieron el cambio por normal también. Ya tenía novio, ya estaba espabilada y solo quedaba esperar a que no se espabilara más de la cuenta.

Cuando llegó septiembre no dijo nada de estudiar, y como la familia no lo creyó necesario y nadie le aconsejó sobre lo jodida que puede ser realmente la vida, pues se quedó en casa, de criada de todos full time, yendo y viniendo de las clases de Corte y Confección cada tarde, bordando su ajuar y el de su hermana, cuidando niños por la mañana de nueve a una, ahorrando y aprendiendo a cocinar… vamos, la educación vital y apropiada para una mujer del siglo dieciocho, solo le faltaba tocar el pianoforte para ser de lo más completita en cuanto a inutilidad. A ver, no eran cosas tan inútiles, todas las casas se limpian y, de hecho, es como ella se gana la vida ahora, pero vamos, muy liberal y moderna, por más que comenzara a dejarse meter mano en las tetas, pues como que no era.

Su hermana, la feminista liberada y ocasionalmente zorrón vocacional, la arengó un par de veces para que hiciera algo más con su vida, pero con tan escaso éxito que solo consiguió enfadarla y que dejara de bordarle las toallas con su inicial, así que al final la dio por perdida y se centró en sus estudios de enfermería, no sin antes avisarle de que algún día se arrepentiría de no haber estudiado cuando tuvo oportunidad.

A ella le dio igual aquel funesto y aplastante vaticinio. A Ángel le parecía correcto su plan de vida estilo medieval, los padres pasaban de todo, la casa familiar nunca había estado tan limpia y su madre nunca había estrenado tantas faldas a medida, así que todos contentos, aquí paz y allá gloria.

Me cagüen tó, porque no me metí de diseñadora o modista con lo bien que siempre se me ha dado coser, si me he hecho yo hasta todas las cortinas de casa, piensa ahora, treinta años después, apoyada en el quicio de la puerta de la galería, que no el de la mancebía, como la copla. Pues porque entonces eso no se llevaba, querida. Como a casi todo, llegaste tarde. Además, no tienes buen gusto y ni sofisticación, si no hay más que verte, joder.

Aun así, durante el año que él estuvo fuera la convencieron para intentar algo más y empujada por los vientos de modernidad y de igualdad que Pili, su amiga de infancia, y su hermana la enfermera lograron meterle en la cabeza en ausencia del novio, en el curso siguiente se apuntó a “Jardines de Infancia FP 1″, dos añitos tan solo, algo que a Ángel le pareció muy apropiado y que ella creyó necesario, no por bien de su futuro, sino porque Lady Di había trabajado en ello hasta antes de su boda y porque así criaría mejor a sus futuros hijos, aunque tampoco le sirvió de absolutamente nada.

Lo suyo es equivocarse, para qué mentirnos, es llegar tarde y a deshoras, es no pensar bien en el porvenir y tomar decisiones desacertadas, porque a ver, ¿a quién más que a ella se le ocurriría estudiar eso en plena inversión de la pirámide poblacional y empujada por un motivo tan parco e ilusorio como la historia de cuento de hadas de Lady Di, que ya sabemos todos cómo terminó? Pues a ella y a veinte más como ella que, salvo alguna excepción, han terminado fregando oficinas. Que la educación no era lo mismo entonces y ese título, querida, no te vale para absolutamente nada porque cualquier cría de hoy en día, a tu edad de entonces, te tapa a títulos, másteres, módulos y hostias.

Ángel se había ido a la mili a finales de octubre de aquel año de los mundiales de Naranjito y ella, abandonada en casa, descubrió dos vocaciones secretas, una fue el género epistolar y otra su clítoris, pero mejor nos centramos en la primera.

Escribía largas cartas al novio ausente, unas cartas larguísimas que parecían testamentos, total para no contarle nada porque ella, en realidad, no hacía nada. Algún sábado salía al cine con Pili, cuidaba aquel niño, cosía y esas cosas, pero lo normal era que no tuviera nada especial que decir, salvo lo mucho que le quería y lo muchísimo que lo echaba de menos. 

El cuartel de Alta montaña estaba todo flipado con las cartas de la novia de González, que le enviaba hasta tres diarias. Cantaban el Margarita se llama mi amor con su nombre, no digo más.

Él le contestó algunas, más que nada para darle instrucciones: “No, con tu hermana no salgas de paseo, yo sé por qué lo digo; que vale, que con Pili al cine no pasa nada; que mi madre dice que no vas nunca a verla, a ver si te pasas de vez en cuando; que no, que no sé cuándo voy a ir de permiso; que sí, que como de puta madre porque me envían paquetes de casa que si no aquí solo hay sopa de y patatas con; que no, que no te cortes el pelo hasta que te lo diga yo; que vale, que puedes ir; que no, que no vayas, yo ya sé por qué lo digo niña de mi corasón, con “s”; que yo también te quiero; que sí, que te echo mucho de menos y pienso mucho en ti; bueno, si es FP Jardines de Infancia solo dos años, vale, apúntate para el próximo curso; oye, que te pongas muy guapa para la jura de bandera, algo nuevo y sexy porque te van a mirar con lupa, pero sin exagerar eh, a ver qué pasa. Que si hace frío, que si nos vamos de maniobras, que si no se cómo puedo soportarlo, que cuando vuelva no me vas a conocer de flaco que estoy…

Lo que no le contaba era que se lo estaba pasando en grande, que el chuloputas que llevaba dentro había aflorado por fin y estaba en su salsa; que tenía un par de buenos amigos madrileños, de esos amigos fieles que solo se hacen entre las duras condiciones de los cuarteles de entonces, y lo estaban espabilando a base de bien; que había comenzado a fumar hachís y marihuana, que hacía sus pinitos con la droga dura, que las chicas de aquellos puebluchos se abrían de piernas con una facilidad pasmosa ante la oportunidad de pillar a un soldadito que las sacara de su pueblo de mierda anclado en vete a saber dónde y en qué época; que practicaba con ellas cada fin de semana y que había logrado convertirse, por fin, en el semental que siempre soñó ser. No le contó que había ascendido a cabo y puteaba a los “bultos” personalmente, ni que el cetme era como una continuación de su cuerpo, ni que, en realidad, no lo arrestaron ni una sola vez, sino que se iba con sus compañeros a vivir la movida madrileña que ya había comenzado y ellos sin enterarse… En fin, algunos detalles se le pasaron por alto, que tampoco es que el recluta González fuera una lumbrera.

Ay, y lo que ella le lloraba, por Dios, cada vez que recibía carta, o cuando no la recibía, y sobre todo cuando llegó Navidad, madre mía qué drama. Y él tan lejos, y ella tan sola y tan desesperada por sus besos, con las hormonas tan revolucionadas que sus ovarios parecían la Plaza Roja de Moscú, con sus sueños románticos y sus ilusiones aún intactas, tragándose las mentiras que él le contaba en sus pocas cartas y soñando cada noche con un reencuentro de película, tan enamorada o más que antes, tan tonta de los cojones como siempre.

Se separa de la puerta y mira su reloj: hala, más retrasos, vaya día me llevas hoy, cari.

“Mira, voy a hacer lo justo porque hoy no sé qué tengo, total un día me puedo encontrar mal ¿no? Vamos, digo yo que tengo derecho a ponerme mala”.

Está pensando hasta en llamar a Montse y decirle que se ha puesto enferma, pero joder, están los trabajos como para jugar con ellos, como para ir haciendo tonterías, si hoy en día quien tiene un trabajo tiene un tesoro, así que saca fuerzas de flaqueza y sigue a lo suyo, con retraso y con pocas ganas, pero sigue. No sabe hacer otra cosa, no sabe mentir bien, aunque hubo un tiempo en que lo hizo, no sabe inventar excusas aunque hubo un tiempo en que las inventó y sobre todo, no sabe superar la melancolía, los recuerdos, el dolor y la mala suerte, aunque lleva media vida intentándolo.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on September 16, 2023 00:36