Sonia Lerones's Blog, page 9

October 10, 2016

El palacio de los dientes de leche

Momo salta en su cama. Le ha dicho mamá que esa noche va a ir a hacerle una visita el Ratoncito Pérez y no puede contener la emoción. Nunca ha conocido a un roedor que se lleve los dientes de los niños. Y menos que sea tan generoso que les deje un regalo como compensación.


Mira que mamá le había dicho que no se corría por el pasillo, que resbalaba mucho. Pero es que habían vuelto de comprar y quería encender la televisión para ver los dibujos que echaban a esa hora. Y, aunque cualquier otro niño al notar el dolor habría llorado, Momo escupió el diente que llevaba un tiempo moviéndose discretamente. La curiosidad, aquel ser gigantesco que acaparaba por completo a la niña, se impuso ante el llanto. Rescató del suelo aquella perlita y rozó con la lengua el hueco en su encía.


<> preguntó mamá cuando la vio en el suelo.


<>, respondió Momo levantándose con la ayuda de Charlotte. Le enseñó el diente y mamá le abrió la boca para comprobar que aún le quedaban muchos más. Le había dicho muchas veces que cuando se es niño se debe comer mucho, y si no tenía con qué masticar, no podría crecer. Menos mal que aún le quedaban unos cuantos. Momo no quería quedarse así de pequeña porque Sam entonces, cuando creciera, la superaría en altura. Y la hermana mayor siempre debía ser más alta.


<>, le dijo <>.


Y Momo se puso nerviosa y olvidó encender la televisión para poner sus dibujos. Tenía muchas preguntas sobre ese ratón. Debía tener un palacio gigante fabricado con todos esos dientes de leche que se llevaba. Se imaginaba las torres altas y robustas hechas con las muelas, y los tejados picudos con los colmillos. Seguro que tenía un tren que iba por unas vías larguísimas y pálidas. Se imaginaba al ratoncín montado en la cabina y haciendo sonar la campana. ¡Qué gracioso le parecía!


Y encima no había llorado. Eso equivalía a una compensaión mayor, pensó. Mamá le dijo que se tenía que dormir rápido para que no se olvidara de ella, que solo trabajaba hasta las 12 de la noche. Pero Momo tenía los ojos como platos. Quería hablar con él y preguntarle por lo que comía. Quizá le gustaba la mantequilla como a Lanoso. Y al pensar en esto, se inquietó. ¿Los gatos no cazaban ratones?


Se levantó a oscuras y rebuscó entre sus dibujos el del gato azul. No podía dejar que asustara al príncipe roedor de los dientes. Sonrió al imaginárselo con una coronita hecha de dientes aún más diminutos.


Intentando no hacer ruido, se quedó escuchando por el pasillo de su casa y, muy despacio, se adentró en el baño. Dejó el dibujo en el suelo, advirtiéndole de que no podía salir de allí. Lanoso se quejó de que no le dejara divertirse también. Pero cerró la puerta rápido para no arrepentirse y volvió a su cama algo más serena. Cayó rendida como por arte de magia. ¿Habría sido obra del ratón?


Esa noche creyó abrir los ojos y ver asomar una fina y elegante cola de roedor. Le parecía haber visto que llevaba un lazo decorándola, al igual que lo hacía la Ratita Presumida de los cuentos. Así que cuando amaneció, corrió a contárselo a Sam a su cuna y le enseñó los nuevos lápices de colores que le había regalado el príncipe de los dientes.

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Published on October 10, 2016 04:00

October 7, 2016

Cuando el mundo era azul

Los peldaños que subían al desván crujían bajo los lentos pasos de Patt. Era una casa vieja, con los techos combados, al igual que su espalda. Las vigas estaban carcomidas y muy pocas eran las que sujetaban verdaderamente la estructura. El pesado tejado presionaba los cimientos, así que no era aconsejable permanecer durante mucho tiempo en esa última planta. Pero era su lugar preferido. No iba a renunciar a un deseo tan fácil de satisfacer.


Porque sus alegrías eran pocas. Y si bien no estaba insatisfecho con la vida, sí que parecía que habían menguado esos momentos brillantes. La realidad ya no era de todos los colores. Al final su paleta se había reducido a tonos amarillentos.


En aquel desvencijado y diminuto desván, oscuro como boca de lobo, apenas había unas pocas cosas apiladas en una esquina. Un día le pertenecieron a él, pero ahora eran parte de aquel cubículo. Había un par de maletas de mano, una lámpara de pie con el cable carcomido, una caja donde guardaba la mitad de su vajilla y cubertería -ya que vivía solo y no necesitaba más- y un bolsón grande con varios libros, mapas, una brújula y un peluche sucio.


Echó un vistazo a ese rincón. Hacía tiempo que había olvidado el contenido de cada objeto y negó enérgicamente para impedir que su cuerpo sucumbiera a acercarse. Era la zona más peligrosa. La madera del suelo estaba reblandecida, como si alguien hubiese regado aquellas tablas día y noche, creando una balsa de lodo para impedir su paso.


Por eso Patt se dirigió al escritorio. Estaba pegado a la pared y la ocupaba por entero. Aunque era tan estrecho que tenía que torcer los folios donde escribía. Una serie de cubiletes de latón se ordenaban de menor a mayor tamaño separando lápices con punta, de los que se habían partido por la mitad. Una pequeña lámpara se disponía en un extremo, cuyo haz tardaba en encenderse un buen rato.


La silla se quejó cuando se sentó, y sus huesos castañearon ante la dureza del asiento. Había olvidado el cojín casi sin relleno que solía amortiguar sus posaderas. Se quejó. Alargó el brazo y abrió el único cajón del escritorio. En su interior, solo repiqueteó el sonido de dos únicos y pequeños objetos rebotando contra las paredes. Patt los cogió y los observó de cerca con sus ojillos cansados.


Destapó el botecito de tinta azul. En su mundo amarillento, aquello era lo que dotaba de significado y despertaba la magia a su alrededor. Era la ventana a los sueños y a despegar los pies del suelo para volar, a no sentir el dolor incesante de huesos, a tener un desván seguro y hogareño. A recordar sin más, aunque fuese inventado, que había tenido un pasado repleto de regocijo.


Mojó el pincel y, lentamente, escribió unas palabras en un folio apaisado. El pulso le temblaba, pero la letra era firme, al igual que el pensamiento que le impulsaba a escribir. Después, se llevó la hoja a los labios y sopló hasta que se secó la tinta. Leyó la frase que había ahí escrita y, como punto y final, sonrió.


Tengo diez años. Y a veces, solo a veces, noventa y tres.

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Published on October 07, 2016 03:03

October 4, 2016

La tormenta perfecta

Se despertó antes que ella y se quedó mirando su espalda desnuda. Al contrario que la suya, era robusta, con unos lunares que descendían perdiéndose por las sábanas. Como una pequeña constelación que señalara su destino. Aproximó su mano sin llegar a tocarla y comparó sus colores. El contraste era bonito, pensó. La noche y el día. Se le dibujó una sonrisa tímida.


Entonces bajó la vista y contempló una pequeña franja de luz que intentaba tocarla, sin éxito. Aunque poco le faltaba. Se imaginó que era un pequeño fuego, y su piel un bosque frondoso en peligro. Muy despacio se incorporó, intentando no despertarla. Estiró de la cortina mugrienta y acabó con esa rendija. Sin embargo otro destello captó su atención. El de la calle. Los adoquines relucían con los rayos que despedía el amanecer. El cielo estaba despejado, de un azul intenso. La noche anterior fue terrible. Hubo una tormenta que levantó tejas de sus tejados y que rompió cristales. Por suerte para su negocio, muchos buscaron refugio en su posada. Demasiado antigua y maciza como para sucumbir a un temporal así.


Y fue una suerte para ella que Lily se viera en ese aprieto también. Se quedó sin habitaciones justo cuando ella llegó. Abriendo el portón con ímpetu, dejando a su paso las huellas húmedas de las suelas de sus botas. Con su melena oscura y revuelta, empapada hasta los huesos, exponiendo con su voz grave y sin aliento que necesitaba hospedarse por una noche. Y se le ocurrió la perversa idea de que durmieran juntas. Al fin y al cabo ella iba a estar despierta casi toda la noche para avisar de que no podía albergar a nadie más.


Pero no tuvo que enfrentarse a esa situación, la calle se inundó y no volvió a entrar nadie. Así que regresó a su cuarto con la única luz de los relámpagos colándose por los huecos en las ventanas tapadas de mala manera, escuchando los truenos, oliendo la mezcla de tierra y hierba mojada. Abrió la puerta para encontrarse con una Lily borracha como una cuba, tambaleándose por el cuarto, revolviéndole sus cosas. Intentó que se calmara. Sabía que tenía problemas, que alguien la seguía, pero eso no le daba derecho a actuar así. Casi recibió un par de puñetazos antes de asirla por las muñecas y quitarle la botella de ron. Lily empezó a gimotear y entonces la tumbó en la cama para que se relajara.


Así que al final, acabó abrazándola. Y como no sucumbió a la tormenta, sucumbió a ella.


<>, murmuró Lily casi para sí misma.


Fue su saludo al despertar y girarse sobre su hombro. La fina sábana le cubría a su compañera únicamente a partir del ombligo. No tenía ningún reparo en que la viera, pero Lily se sentía cohibida y expuesta. Como forzada a reaccionar sin histerismos en una situación que no llegaba a comprender. Volvió el rostro sintiendo su propia desnudez. Notando empequeñecer.


<>, decidió con un temblor en la voz.


Danna asintió, ajena al torbellino de sensaciones que experimentaba Lily. Se escurrió entre las sábanas y la abrazó por detrás.


<>, contestó besando su nuca.

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Published on October 04, 2016 04:33

September 23, 2016

Cambio de estación

Levantó la mano y cayeron sobre su palma unas gotas de agua. A su derecha, el cristal estaba empañado. Al otro lado, el mundo se distorsionaba en formas ondulantes y colores como la nieve.


Posó su mano sobre el cristal, notando un frío impropio. Casi se le quedó pegada, semi congelada en aquel gran fragmento que bien podría ser de hielo. Porque no había abandonado su casa en unos segundos, ¿no? Seguía en el baño de su casa, arreglando el grifo que goteaba…


Apartó la mano y se irguió sobre sus piernas. Observó mejor a su alrededor. Continuaba en su bañera, pero era ilógico que se hubiese empañado la mampara. No había abierto el agua, y sin embargo caía de algún lugar. Dobló el cuello haciendo que sus ojos contemplaran el techo, si es que en aquel agujero cuadrado que se abría al cielo era donde debiera estar su techo.


Dejó escapar su aliento. Una voluta de vapor se formó delante de sus labios. Las gotas caían por su rostro muy lentamente, frías. Caían de aquel cielo, sin ninguna duda. Con la boca abierta, se decidió empujar el cristal, que con un crac, cedió.


¿Cuándo había ocurrido aquello? Un manto de nieve lo cubría todo, una niebla densa no dejaba ver más allá de un par de metros. ¿Qué magia había traído el invierno? ¿Qué magia le había sacado de su baño y le había dejado allí? ¿Qué magia existía capaz de obrar así?


<>.


Escuchó una voz grave, autoritaria y con un eco que resonó por todo el lugar. Sobre el borde de la pared de su bañera, se erguía una silueta de mujer. De ojos pétreos y rostro de porcelana. Su melena blanca flotaba a su alrededor, formando un halo. Vestía diferentes pieles de osos polares y sus botas hechas de escamas de algún animal mitológico cubrían sus piernas finas hasta las rodillas. El cetro en su mano centelleaba furioso.


Él lo sentía, no debía estar allí. Y, por alguna razón, sabía que había sido llamado.

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Published on September 23, 2016 10:27

May 16, 2016

Estamos hechos de estrellas

Es extraño cómo nos centramos en nuestra propia oscuridad y nos dejamos consumir por ella. Es extraña la manera en la que egoístamente nos herimos a nosotros mismos. Cuando en realidad todos estamos hechos de pequeñas estrellas. Las intentamos apagar a placer sin ser conscientes del mal que aquel acto conlleva. Y no solo para uno mismo.


Porque tenemos el poder de crear luz, de que aquellos fragmentos salgan de nosotros brillando y contagiando su paz. Nos cuesta querer ver las luces de los demás, pero ahí están, bailando a nuestro alrededor buscando las grietas para colarse dentro.


Somos unos ridículos. Porque esos haces curan más que mil medicinas. Son unas manos que palian el daño, que sanan con su cercanía. Somos ciegos. Solo nos preocupa nuestro interior, cuando lo que nos da felicidad es el interior de las otras personas. ¿Qué hay mejor que una sonrisa de aquel al que quieres? ¿Saber que está bien?


Porque nos perdemos en nuestro dolor y solo necesitamos ser valientes para aceptar que alguien nos busque. Cuánto cuesta reconocerlo, ser consciente de que el bienestar no lo crea uno mismo. La paz se consigue con amor, si nos dejamos tocar por las luces de los demás. Porque no siempre es fácil la vida, pero así hace que merezca la pena.

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Published on May 16, 2016 02:24

May 12, 2016

Piscinas liberadoras

Se miró en el reflejo que le devolvía el agua. Una amplia sonrisa. Decididamente estaba guapo a rabiar cuando sonreía. Incluso con el gorro de piscina y las gafas puestas. Sus ojos azules se diluían en aquel líquido y no sabías si eran parte del agua también, o quizá del cielo.


Al fin había encontrado la manera de canalizar sus sentimientos. De dejar de sentirse tan vacío y de rellenar su alma con algo que no fuera ese hastío.


Nadar.


Era liberador.


No sabía si tenía que ver con el hecho de no escuchar nada cuando se sumergía o por hacer ejercicio, por tener que centrarse en mantenerse a flote o por prestar atención a su respiración para no ahogarse. Pero impregnaba su corazón de algo parecido a la tranquilidad.


Le venía bien nadar. Y eso que le costaba hacer cualquier cosa. Levantarse, vestirse, salir… Todo lo cotidiano era cargante, solitario y se preguntaba que de qué servía nada de lo que hacía. Había perdido el sentido de su vida, el rumbo de sus pasos. Pero había encontrado que su camino no estaba dibujado en tierra, si no en agua.


Incluso a veces se sentía perder las ganas mientras avanzaba por la calle de siempre. Como si su cuerpo no respondiese y su pecho se volviese de piedra. Sentía que se hundía sin remedio, y era en ese momento cuando se detenía. Respiraba lentamente. Y volvía a sumergirse. Poco a poco, se decía. Un brazo tras otro, una patada tras otra, cabeza arriba y  cabeza abajo.


Sus dedos, leales, nunca fallaban. Daban al final con la pared y lo alzaban. Siempre acababa por salir. No siempre iba a sentirse así.

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Published on May 12, 2016 03:09

April 28, 2016

Certeza y flaqueza

No sé si puedo flaquear, tomarme esa licencia. No me gusta pensar que hoy me apetecería, de verdad, poder rendirme. Durante un rato. Tener la libertad de dejarme embargar por la melancolía. No sé en realidad por qué, si por añoranza, evidia o cansancio. Pero siento el corazón hundirse un poco en mi pecho.


Supongo que al final sí soy una ilusa. Pienso que todo va a ser como las historias de amor que leo en mis libros. Todo tan fácil, tan excitante y espontáneo, tan cierto. Pero no es así. Me gustaría amar como si nunca me hubiesen herido. Como si fuese la primera vez y sentir esa emoción. Saberme convencida de que donde me encuentro es la más maravillosa de las aventuras.


Me gustaría ser uno de esos personajes donde, a pesar de que estén hundidos, sabes por dentro que el narrador no les dejará sin su final feliz. Que amarán, que conseguirán sus objetivos, que nadie más les hará caer. Y que aunque caigan, se podrán levantar.

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Published on April 28, 2016 06:47

March 28, 2016

Amar crea alas

Dejarse caer en el amor es tan fácil como soñar. Porque te conviertes en una pequeña pluma pálida que flota delicadamente hasta posarse en el pelo de un travieso niño pelirrojo.


El amor en sí es como aquel pequeño. La pluma debe sostenerse en esa superficie tan poco estable, dando bandazos y sujetándose como puede a aquellos cabellos. Porque corre, salta, hace el pino y nada. Y a pesar de la fatiga, es satisfactorio lo mires por donde lo mires. Sobre todo cuando descansa. Porque puedes mesarle la melena y acariciar su rostro. Verle dormir sin pesadillas es el mayor regalo. Y sentir sus lágrimas la más amarga de las sensaciones.


Aunque aquel pequeño aún no lo sepa, si decide peinarse o despeinarse influirá en todo. La pluma puede caer eternamente recorriendo aquel cuerpo, chocando con sus extremidades hasta quedar arrugada y de un color grisáceo. La muerte del amor se convierte en capricho de aquel inocente que juega y se divierte. Que pisa otras plumas.


El amor es delicado y que esté en unas manos como esas, hace que haya que ir con mucho cuidado y con mucha seguridad. Hay que agarrarse bien y no dejarse soltar.

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Published on March 28, 2016 11:48

February 22, 2016

Traspasar muros

De una vez por todas, al fin,


el latido de la vida que me llama,


la piel que busca otra piel por el placer,


la sonrisa en mi comisura que no se quita.


 


Un segundo de felicidad merecida,


mi boca callando pensamientos en tu boca,


una caricia simple en unos labios ansiosos,


un sentimiento firme cuando se cerraron mis ojos.


 


Con suavidad, lento,


que no pase el tiempo.


El tacto de un deseo liberado,


un sueño cumplido:


Tu beso dado, el mío devuelto.

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Published on February 22, 2016 10:55

January 17, 2016

Mientras el mundo cae

Hay una triste canción en tu mirada, que son dos joyas pálidas. Crueles a veces, pero mágicos. Podría dejar el cielo en tus ojos porque no necesito mirar nada más.


Hay un corazón tonto e ingenuo latiendo rápido por un amor que podría durar por siempre. Y este dolor, que empieza a asomar, no tiene sentido para ti. Al final no va a ser tan divertido amar.


Pero si el mundo se derrumbara, yo seguiría cayendo en tu embrujo. Seguiría cayendo por ti.


Te pintaría las mañanas de oro, las tardes serían siempre San Valentín. Elegiríamos un camino para los dos. Pero tu corazón es frío como la luna, que podría bajar si me la pidieras. Porque no he movido las estrellas antes por nadie más.


Y es allí donde lo dejaré. Dejaré mi amor entre las estrellas sólo para poderte contemplar.

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Published on January 17, 2016 03:35