La barraca Quotes

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La barraca La barraca by Vicente Blasco Ibáñez
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La barraca Quotes Showing 1-12 of 12
“Estaban más solos que en medio del desierto; el vacío del odio era mil veces peor que el de la Naturaleza.”
Vicente Blasco Ibáñez, La barraca
“Pasó junto á la barca del abuelo, y el cazador
se llevó la mano á los ojos, como si le hiriese un
relámpago. —¡Mare de Deul—gimió aterrado, mientras la
escopeta se le iba de las manos.
Tonet se irguió, con la mirada loca, estremecido
de pies á cabeza, como si el aire faltas© de
pronto en sus pulmones. Víó junto á la borda de
BU barca un lio de trapos, y en él algo lívido y gelatinoso
erizado de eanguijaeiae: una cabecita hinchada,
deforme, negruzca, con las cuencas vacías
y colgando de una de ellas el globo de un ojo: todo
tan repugnante, tan hediondo, que parecía entenebrecer
repentinamente el agua y el espacio,
haciendo que en pleno sol cayese la noche sobre
el lago.
Levantó la percha con ambas manoi^, y fué tan
tremendo el golpe, que el cráneo de la perra crujió
como si se rompiese, y el pobre animal, dando
un aullido, se hundió con su presa en las aguas
arremolinadas.”
Vicente Blasco Ibáñez, Cañas y barro
“El reducido espacio detrás del mostrador era
para Tonet un paraíso. Recordaba con Neleta los
tiempos de la infancia; le relataba sus aventuras
de allá lejos, y cuando callaban sentía una dulce
embriaguez (la misma de la noche en que se perdieron
en la selva, pero más intensa, más ardiente)
con la proximidad de aquel cuerpo cuyo calor
parecía acariciarle á través de las ropas.
Por las noches, después de cenar con Cañamél
y BU mujer, Tonet sacaba de su barraca un acordeón,
único equipaje que con los sombreros de jipijapa
había traído de Cuba, y asombraba á todos
los de la taberna con las lánguidas habaneras que
hacía ganguear al instrumento. Cantaba guajiras
de una poesía dulzona, en las que se hablaba de
auras, arpas y corazones tiernos como la guayaba;
y el acento meloso de cubano con que entonaba
sus canciones hacía entornar los ojos á Neleta,
echando el cuerpo atrás como para desahogar
BU pecho, estremecido por ardorosa opresión.
Al día siguiente de estas serenatas, Neleta, con loa ojos húmedos, seguía á Tonet en todas sas
evoluciones por la taberna, de grupo en grupo.
El Cubano adivinaba esta emoción. Habia so- ñado con él, ¿verdad? Lo mismo le había ocurrido
& Tonet en su barraca. Toda la noche viéndola
en la obscuridad, extendiendo sus manos como si
realmente fuese á tocarla. Y después de esta mutua
confesión quedaban tranquilos; seguros de una
posesión moral de la que no se daban exacta cuenta;
ciertos de que al fin hablan de ser uno del otro
fatalmente, por más obstáculos que se levantasea
entre los dos.
En el pueblo no había que pensar en otra intimidad
que las conversaciones de la taberna. Todo
el Palmar los rodeaba durante el día, y Gaña
mil, enfermizo y quejumbroso, no salía de casa.
Algunas veces, conmovido por un relámpago
pasajero de actividad, el tabernero silbaba á la
Centella, una perra vieja de cabeza enorme, famosa
en todo el lago por su olfato, y metiéndola en sm
barquito iba á los carrizales más próximos para
tirar á las pollas de agua. Pero á las pocas ho*
ras volvía tosiendo, quejándose de la humedad^
con las piernas hinchadas como un elefante^ se- gún él decía; y no cesaba de gemir en un rincóni
hasta que Neleta le hacía sorber algunas tazae
de líquidos calientes, anudándole en cabeza y
cuello varios pañuelos. Los ojos de Neleta iban
hacia el Cubano con una expresión reveladora del
desprecio que sentía por su marido.”
Vicente Blasco Ibáñez, Cañas y barro
“Había comenzado por pasar revista á los tres
pucheros, cuidadosamente tapados con gruesas telas
amarradas á la boca. ¿Cuál sería el primero?...
Escogió á la ventura, y abriendo uno se dilató su
hocico voluptuosamente con el perfume del bacalao
con tomate. Aquello era guisar. El bacalao
estaba deshecho entre la pasta roja del tomate,
tan suave, tan apetitoso, que al tragar Sangonera
el primer bocado creyó que le bajaba por la garganta
un néctar más dulce que el líquido de las
vinajeras que tanto le tentaba en sus tiempos de
sacristán. ¡Con aquello se quedaba! No había por
qué pasar adelante. Quiso respetar el misterio de
los otros dos pucheros; no desvanecer las ilusiones
que despertaban sus bocas cerradas, tras las
cuales presentía grandes sorpresas. ¡Ahora á lo
que estábamos! Y metiendo entre sus piernas el
oloroso puchero, comenzó á tragar con sabia cal-
ma, como quien tiene todo el día por delante y
sabe que no puede faltarle ocupación. Mojaba len*
tamente, pero con tal pericia, que al introducir
en el perol su mano armada de un pedazo de pan,
bajaba considerablemente el nivel. El enorme bocado
ocupaba su boca, hinchándole los carrillos.
Trabajaban las mandíbulas con la fuerza y la
regularidad de una rueda de molino, y mientras
tanto, sus ojos fijos en el puchero exploraban las
profundidades, calculando los viajes que aun tendría
que realizar la mano para trasladarlo todo á
su boca.”
Vicente Blasco Ibáñez, Cañas y barro
“Junto a la puerta principal estaba el mostrador, mugriento y pegajoso; detrás de él, la triple fila de pequeños toneles, coronada por almenas de botellas conteniendo los diversos e innumerables líquidos del establecimiento. De las vigas, como bambalinas grasientas, colgaban pabellones de longanizas y morcillas o ristras de pequeños pimientos rojos y puntiagudos como dedos de diablo, y rompiendo la monotonía de tal decorado, algún jamón rojo y borlones majestuosos de chorizos. El”
Vicente Blasco Ibáñez, La barraca
“Esta habitación, oscura y húmeda, exhalaba un vaho de alcohol, un perfume de mosto, que embriagaba el olfato y turbaba la vista, haciendo pensar que la tierra entera iba a quedar cubierta por una inundación de vino. Allí”
Vicente Blasco Ibáñez, La barraca
“El pastor, tenido por brujo, poseía la adivinación asombrosa de los ciegos. Apenas reconoció a Batiste pareció comprender toda su desgracia. Tentó con el palo la escopeta que estaba a sus pies, y volvió la cabeza, como si buscase en la oscuridad la barraca de Pimentó. Hablaba”
Vicente Blasco Ibáñez, La barraca
“Azuleaba la huerta bajo el crepúsculo. En el fondo, sobre las oscuras montañas, coloreábanse las nubes con resplandor de lejano incendio; por la parte del mar temblaban en el infinito las primeras estrellas; ladraban los perros tristemente; con el canto monótono de ranas y grillos confundíase el chirrido de carros invisibles alejándose por todos los caminos de la inmensa llanura. Batiste”
Vicente Blasco Ibáñez, La barraca
“y como los náufragos agonizantes de hambre y de sed, que en sus delirios sólo ven mesas de festín y clarísimos manantiales, Batiste contempló imaginariamente campos de trigo con los tallos verdes y erguidos, y el agua entrando a borbotones por las bocas de los ribazos, extendiéndose con un temblor luminoso, como si riera suavemente al sentir las cosquillas de la tierra sedienta. Al”
Vicente Blasco Ibáñez, La barraca
“De noche dormía con zozobra, y muchas veces, al menor ladrido del perro, saltaba de la cama, lanzándose fuera de la barraca escopeta en mano. En más de una ocasión creyó ver negros bultos que huían por las sendas inmediatas. Temía”
Vicente Blasco Ibáñez, La barraca
“Como también encontraba en él despacho, la pobre huertana se metió valerosamente en los sucios callejones, que parecían muertos á aquella hora. Siempre, al entrar, sentía cierto desasosiego, una repugnancia instintiva de estómago delicado. Pero su espíritu de mujer honrada y enferma sabía sobreponerse á esta impresión, y continuaba adelante con cierta altivez vanidosa, con un orgullo de hembra casta, consolándose al ver que ella, débil y agobiada por la miseria, aún era superior á otras.”
Vicente Blasco Ibáñez, La barraca
“Pero en la tarde, cuando vió venir por el camino a unos señores vestidos de negro, fúnebres pajarracos con alas de papel arrolladas bajo el brazo, ya no dudó. Aquel era el enemigo. Iban a robarle.”
Vicente Blasco Ibáñez, La barraca