Compórtense como señoritas Quotes
Compórtense como señoritas
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Karen Luy de Aliaga84 ratings, 3.76 average rating, 22 reviews
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“Cuídate, decimos los peruanos siempre al despedirnos. Pero entre mujeres sabemos bien que es una realidad del día a día, del minuto a minuto.”
― Compórtense como señoritas
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“Sobrevivimos. La mariconada es nuestro lugar seguro, nuestra pista de baile, nuestro patio de juegos. La mariconada, eso que tú tanto dices odiar sin conocer, eso que tú intentas rebajar a solo sexo, eso a lo que llamas pecado pero no amor, seguirá existiendo más allá de todas las cicatrices que nos calen, de todos los fuegos que nos prendan. Seguiremos con nuestra alegría ante la vida limitada, el baile inmarcesible de nuestro rabioso corazón.”
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“Es curioso cómo la gente piensa que nuestra vida depende de una opción. Cortázar decía que no se puede elegir en el amor, «vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto». Yo me atrevo a parafrasearlo: nosotros no elegimos de quién enamorarnos, tampoco elegimos la lluvia de heridas cuando salimos del clóset. La aguantamos para vivir una vida digna y no falsa. Qué fácil sería tener una familia ficticia, sin amor, por convención, por apariencia. Un nido sostenido sobre la mentira.”
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“El tiempo pasa como un gato que se lame el pelaje. Los lugares de la ciudad van mutando de piel. Lima se transforma sin prisas, sin apuros. Lo que hemos construido es sólido y disfrutamos de caminar juntas. Si nos miran ya no bajamos la cabeza, no nos soltamos las manos. Ya no pretendemos ser invisibles. Redescubro contigo el significado de la dulzura y la lealtad. Compartimos fines de semana con nuestros parientes. Después de casi doce años, al fin una de mis novias puede participar de las cenas y cumpleaños familiares. Pueden subirse ella y nuestro grupo de amigos al carro de papá, quien en su día de furia había jurado «aquí no se suben maricones». La ciudad hace rodar los dados, nos lleva por sus laberintos. Somos las piezas y somos el tablero. Salimos a desnudar nuestros corazones por las arterias de esta ciudad, ligeras pero con precaución. Es sabido que Lima siempre te morderá los talones.”
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“Durante media hora el agua caliente de la ducha rebota sobre mi cabeza, baja por mis hombros, resbala por mi pecho, cae por mi espalda. Enjabono con suavidad mi ombligo, el bajo vientre, entre las piernas. Me provoca orinar y el ardor me recuerda que tardaré un tiempo en curar lo no visible. Veo el chorro dorado caer hacia mis pies, echo la cabeza hacia atrás y dejo que mi cuerpo descargue, filtre, despeje. Con la última gota bajando por mi muslo derecho le prometo a mi cuerpo no volver a llevarlo a esos límites. No puedo prometerme que nadie me volverá a hacer el mismo tipo de daño, porque en mi ciudad el daño es diario, puede estar en cualquier casa, tener la cara de cualquier familiar o amigo, salir de pronto desde la oscuridad de cualquier camioneta o esquina. Pero puedo empezar a cuidar mi cuerpo de mis propios excesos. Después de todo, es con lo único que venimos, con lo único que nos vamos.”
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“Salgo de la discoteca, a tropezones, reconozco algunas caras, amigos de amigos que me miran mal pero no se detienen a preguntarme qué me pasa. La única persona que lo hace es la señora que vende tamales en la puerta de un estacionamiento.”
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“La batalla de Waterloo empezó una mañana de diciembre, mientras armaba el árbol y le colgaba algunos de mis muñecos de Star Wars, porque, seamos francas, ¿qué leca ochentera no tiene a Darth Vader o a R2-D2 en algún rincón de su casa?”
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“He cometido el error típico de principiante, el 101, «uan o uan», del que siempre me he burlado entre lesbianas. En parrilladas o entre tragos siempre comentamos: «fulana se ha mudado con mengana, horror, solo llevan dos meses». Y apostamos cuánto tiempo durarán. Yo voy una semana y me he enganchado a una extraña, he vaciado la mitad de mis cajones y mi clóset para que se instale. En el baño ahora hay dos toallas y dos cepillos de dientes. A esta situación, en los monólogos queer o en shows cómicos norteamericanos, le llaman el síndrome U-Haul, haciendo alusión a los camiones de mudanzas de dicha empresa. Conoces a una chica con la que parece que tendrás la relación perfecta y quieres mudarte a los dos días con ella, porque no quieres perder tiempo, cuando en realidad tiempo es lo que dos personas necesitan para conocerse. Por separado. Ahora yo soy la broma.”
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“Hace unos minutos que lo he verificado en el espejo, sigo siendo una tomboy o, según el argot peruano, machona, marimacha, camionera, lequita, lecón, lecaza. Cuando llevas más de la mitad de tu vida escuchando esas palabras como insultos, te das cuenta que poco a poco se vuelven balas sin pólvora, como las de goma que algunos inconscientes nos lanzan durante las marchas pacíficas. Duelen, te dejan marcas, pero ya no te matan. Solo rebotan.”
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“Tal vez fue la nube silenciosa que se apoderó del carro el camino de regreso a casa. Una mezcla de vergüenza ajena y corazones rotos. Tal vez fue que se nos fueron las ganas de comer pollo. Las náuseas eran múltiples. Tal vez el tipo le pareció tan mamarracho como a mí. No volvimos. Tal vez, solo tal vez, en nuestros oídos, a pesar de las bocinas de los taxis y los gritos de los cobradores de combi de la avenida Benavides, lo único que podíamos escuchar era el ruido de todo lo que se había quebrado esa noche.”
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“Estoy en semana de finales, y gracias al tutor que me asignaron, que me enseñó a usar fichas de resumen, creo haber superado mis cursos repetidos. Salir del clóset y tratar de sobrevivir en el intento ocupó mucho de mi tiempo de estudios, es decir, me tiré la pera de algunas clases por andar llorando, no presté la suficiente atención de otras por ir a fumar al parque para no andar llorando, me robé algunos blísteres de diazepan de mi abuela para poder dormir en el jardín (y no andar llorando), y de Estadística sí acepto que me reprobaron porque entre llantos, diazepanes y hierba, no entendía nada. Mi tutor no lo ha preguntado, pero es un experto en semiótica, así que yo creo que mis ojeras y mis ojos rojos le señalan que acabo de salir del clóset, de uno privilegiado, claro, pero también jodido. Durante semanas nos hemos encerrado en un cubículo privado a que me enseñe a fichar, mientras me lanza a la cara el humo de dos cajetillas diarias de cigarillos. Ha sobrevivido a mi tristeza y mi déficit de atención, yo he sobrevivido a sus ironías y a ese olor a tabaco que tanto odié de pequeña.”
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“A lo largo de toda mi carrera universitaria me encontraría con muchos Gordos y muchos Sebas. Aprendí a leer en cada uno su nivel de hijoputez.”
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“Escribo diarios enteros con fiebre, encerrada dentro del clóset, a punta de paracetamol y té de manzanilla. Me gustaba imaginar que el único problema de mi adolescencia sería la falta de tinta para mis diarios y mis dibujos, pero sabía que esto solo era el inicio. Fuera del clóset estaban Jenny y Kate, siempre esperándome para un sueño tibio, lúcido, nuevo. Dentro del clóset, mis papeles y mis lapiceros, en una caja de zapatos que he sellado con plástico burbuja y el aviso de no tocar, como si eso bastara para ocultarla de alguien, como si esa caja fuera una extensión del deseo de proteger mi cuerpo, y dentro de esas viejas puertas de madera de esta casa estilo art déco, puertas que tienen más de tres décadas pegadas a esta pared, quedara también una sensación que aprendo a sentir familiar, como un traje de superhéroe que oculto en esta guarida secreta.”
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“Intentar conocer a un dios me acercó más al amor de una mujer. Bueno, de dos. Entendí que el amor es el amor.”
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“Cuídate, decimos los peruanos siempre al despedirnos. Parece un cliché, pero entre mujeres sabemos bien que es una realidad del día a día, del minuto a minuto. Cuando me golpearon, la frase dejó de ser un cliché.”
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