Relatos de Montevideo Quotes

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Relatos de Montevideo Relatos de Montevideo by Ezequiel de Rosso
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“(Fregmento de El socialismo triunfante, o lo que sera de mi país dentro de 200 años, Francisco Piria, 1898)

Durante el día, las calles centrales sólo están destinadas al movimiento de personas con sus respectivos carruajes, si así puede llamarse a una especie de canastos de alambre, niquelados uno y dorados otros, forrados de fina seda, sostenidos por un eje de aluminio que descansa sobre dos ruedas del mismo metal, con llantas de goma, movidos eléctricamente algunos, mientras los más eran impulsados por el aire comprimido, que tantos beneficios ha reportado en la vida actual, según el invento hecho por el célebre Oscar Rossini á mediados de este siglo.
Gracias al invento de Rossini se ha podido resolver fácilmente la vialidad aérea,y últimamente,basado en el
mismo invento,el ingeniero
Roberto Ascasio,de la facultad de Bahía Blanca, ha inventado el volador, osea un pequeño carruaje aéreo, que remontándose a la altura que uno quiere, recorre
el espacio con la velocidad de tres kilómetros por minuto.”
Ezequiel De Rosso, Relatos de Montevideo
“En muchos vecindarios, sin embargo, las calles son pacíficas y fantasmales. La otra parte del
mundo podrá avanzar vertiginosamente, pero no en una pobre manzana de casuchas destartaladas
donde el único vehículo que se ve es un viejo Chevrolet color oliva pardusco, con brillantes
manchones amarillos y naranjas. Es tanto el silencio, que me siento como si se estuviera en un
275 Norman Mailer El fantasma de Harlot
bosque. No muy lejos hay un muchacho con un suéter amarillo, del mismo tono de los manchones
amarillos del viejo coche oliva pardusco. Otro automóvil viejo, en otra calle vieja, está alzado sobre
un gato por la parte delantera, con el capó tan abierto que parece un pato graznando. Lo han pintado
de un azul sucio, brillante. En un viejo balcón han puesto ropa a secar. Te aseguro, Kittredge, que
una de las camisas tiene el mismo tono azul sucio del coche.
Creo que cuando un país permanece protegido de las tormentas de la historia, los fenómenos
más pequeños adquieren prominencia. En una pradera de Maine, protegida de los vientos, las flores
silvestres surgen en los lugares más extraños, como si su único propósito fuera deleitar los ojos.
Aquí, a todo lo largo de un edificio bajo, común y corriente, del siglo XIX, veo una paleta continua
de piedra y estuco: marrón y marrón grisáceo, aguamarina, gris oliva y mandarina. Luego, lavanda.
Tres piedras fundamentales, en tonos rosados. Así como los coches reflejan los sedimentos de
antiguas latas de pintura, bajo el omnipresente hollín ciudadano está este otro despliegue más sutil.
Empiezo a sospechar que esta gente mira sus calles con un ojo interior; si han pintado un letrero de
verde musgo, entonces allí, en el extremo de la calle, alguien decide pintar una puerta con el mismo
tono de verde. El tiempo y la suciedad, la humedad y el yeso descascarillado contribuyen a dar
colorido a la vista. Las viejas puertas empalidecen hasta que ya no es posible determinar si el
original era azul o verde o de algún misterioso tono de gris que reflejaba la luz del follaje de la
primavera. Recuerda que aquí, en el hemisferio Sur, octubre es como nuestro abril.
En la Ciudad Vieja, en una calle que baja hasta el borde del agua, la playa, gris como la arcilla,
está desierta. Al fondo, se ve una plaza vacía con una columna solitaria que se recorta contra el mar.
¿Podrán haber seleccionado el lugar para demostrar que De Chirico sabe pintar? En estos paisaje
desolados, a menudo se ve una figura solitaria vestida de luto”
Ezequiel De Rosso, Relatos de Montevideo
“Fragmento de El fantasma de Harlot(una historia novelada de la CIA), Norman Mailer ,1991.

Ahora, por supuesto, hay toda clase de bullicio en algunas partes de la ciudad. Las tiendas tienen
nombres como Lola y Marbella, y sólo venden ropa. Este sábado hay hordas de compradores de
aspecto materialista. Las reses cuelgan en las carnicerías, terriblemente sanguinolentas. De hecho,
se come tanta carne en este país (¡ciento veinte kilos per cápita!), que es posible oler grasa de
barbacoa en todas las esquinas. El olor se mete en todo lo que uno come, pescado, pollo, huevos.
Proviene de los grandes bovinos que galopan por las pampas. Pero no es este olor de las parrillas el
elemento que encuentro único. Son las calles laterales. Montevideo es una ciudad que se
desparrama, y las partes antiguas permanecen; sólo se les hace una suerte de refacción. La mayoría
de los nativos no viven en la historia tal cual la conocemos nosotros. Cuando me marché de
Washington, todo el mundo estaba preocupado por Hungría y Suez y la campaña presidencial.
Ahora me siento alejado de los problemas del mundo. En Montevideo, todos los relojes públicos
parecen haberse detenido.”
Ezequiel De Rosso, Relatos de Montevideo
“(Fragmento de Plata Quemada, Ricardo Piglia, 1997)
Entre la banda de chongos y bufarrones que andan por Plaza Zavala en Montevideo hay a menudo algunas muchachas perdidas. Son muy jóvenes, por lo general prematuramente endurecidas. Están enteradas de todo lo que se refiere de los muchachos con quienes lo hacen y con quienes a veces viven: que esos muchachos buscan a otros hombres y a veces les pagan o se hacen pagar. Y aunque lo saben, no les importa. A veces una de las chicas va al parque con un bufa y se sientan juntos hasta que él encuentra un levante y entonces como por acuerdo tácito se separan: el muchacho se va con el cliente, la chica se va al café de la esquina, donde lo espera.”
Ezequiel De Rosso, Relatos de Montevideo
“El hombre de Buenos Aires tiene la pretensión de ser el primero de América en elegancia. Se enardece y se aplaca con la misma facilidad y tiene más imaginación que su rival. Los primeros poetas que conoció América nacieron en Buenos Aires: Varela, Lafinur, Domínguez y Mármol son poetas porteños.

El hombre de Montevideo es menos poético, más calmo; más firme en sus resoluciones, en sus proyectos. Si su rival pretende ser el primero en elegancia, él cree ser el primero en valentía. Entre sus poetas se encuentran los nombres de Hidalgo, de Berro, de Figueroa, de Juan Carlos Gómez.

Por su parte, las mujeres de Buenos Aires tienen la pretensión de ser las más bellas mujeres de la América meridional, desde el estrecho de Lemaire[5] hasta las riberas del Amazonas. ¿Queréis saber los nombres de las que reclaman el cetro de la belleza del otro lado del Atlántico, oh despreocupadas parisienses que creéis que no puede haber mujer más hermosa más allá de la barrera de Versailles o de Fontainebleau? Pues bien, ellas son, para Buenos Aires, las señoras Agustina Rosas, Pepa Lavalle y Martina Linche[6] .

Puede ser, en efecto, que el rostro de las mujeres de Montevideo sea menos deslumbrante que el de sus vecinas, pero sus formas son maravillosas, y sus pies, sus manos, sus torneadas figuras parecen haber sido pedidas en préstamo directamente a Sevilla o a Granada, pues hay allí una variedad que, en muchos casos, llega a la perfección. Y Montevideo, la ciudad europea, os mostrará con orgullo a Matilde Stewart, a Nazarea Rucker y a Clementina Batlle, es decir, tres tipos, o más bien dicho tres modelos de raza: raza escocesa, raza alemana, raza catalana.

Así pues, hay entre ambos países:

Rivalidad de coraje y de elegancia para los hombres.

Rivalidad de belleza, de gracia y de formas para las mujeres.

Rivalidad de talentos para los poetas, esos hermafroditas de la sociedad, irritables como los hombres, caprichosos como las mujeres, y, con todo eso, inocentes casi siempre, como los niños.

Había, pues, como se ve, por todo lo que venimos diciendo, causas suficientes de ruptura entre Artigas y Alvear, entre los hombres de Montevideo y los de Buenos Aires.”
Ezequiel De Rosso, Relatos de Montevideo
tags: 1850
“(Fragmentos de Montevideo o la Nueva Troya, de Alejandro Dumas. París, 1850.)

Por su parte, las mujeres de Buenos Aires tienen la pretensión de ser las más bellas mujeres de la América meridional, desde el estrecho de Lemaire hasta las riberas del Amazonas. ¿Queréis saber los nombres de las que reclaman el cetro de la belleza del otro lado del Atlántico, oh despreocupadas parisienses que creéis que no puede haber mujer más hermosa más allá de la barrera de Versailles o de Fontainebleau? Pues bien, ellas son, para Buenos Aires, las señoras Agustina Rosas, Pepa Lavalle y Martina Lynch.

Puede ser, en efecto, que el rostro de las mujeres de Montevideo sea menos deslumbrante que el de sus vecinas, pero sus formas son maravillosas, y sus pies, sus manos, sus torneadas figuras parecen haber sido pedidas en préstamo directamente a Sevilla o a Granada, pues hay allí una variedad que, en muchos casos, llega a la perfección. Y Montevideo, la ciudad europea, os mostrará con orgullo a Matilde Stewart, a Nazarea Rucker y a Clementina Batlle, es decir, tres tipos, o más bien dicho tres modelos de raza: raza escocesa, raza alemana, raza catalana.”
Ezequiel De Rosso, Relatos de Montevideo
“(Fragmentos de Montevideo o la Nueva Troya, de Alejandro Dumas. París, 1850)

Tanto resistió esa tribu [los charrúas] a los españoles, que éstos se vieron obligados a construir Montevideo en medio de combates todos los días y, sobre todo, de ataques todas las noches. De tal manera, y gracias a esa resistencia, Montevideo, que cuenta apenas cien años de fundada, es una de las ciudades más modernas del continente americano.
La población de Montevideo, por el contrario [a Buenos Aires], ocupa una hermosa región, regada por arroyos que cortan los valles. No hay allí grandes bosques : no tiene vastas florestas como la America del Norte, pero en el fondo de los valles a que acabamos de referirnos corren arroyuelos sombreados por el quebracho de corteza de hierro; por el ubajaé de frutos de oro; por el sauce de rico ramaje. Por otra parte, esa población vive en buenas casas, está bien alimentada, sus quintas, sus granjas o alquerías están próximas unas a otras y su carácter abierto y hospitalario se inclina a la civilización en que la vecindad de la mar le aporta incesantemente sobre las alas del viento el perfume que viene de Europa.”
Ezequiel De Rosso, Relatos de Montevideo