Breve historia de Napoleón Quotes
Breve historia de Napoleón
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Juan Granados290 ratings, 4.19 average rating, 26 reviews
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“fin de premiar el honor de los ciudadanos, civiles o militares, en la defensa de la República, la libertad y la igualdad de los franceses, así como la integridad de su territorio, crea en 1802 la Legión de Honor, una condecoración que, al contrario de las existentes hasta entonces, no premiaba a los caballeros, sino a cualquier ciudadano de mérito, fuese cual fuese su extracción social, decisión, naturalmente, muy contestada en ambos extremos del espectro político. En su fuero interno, Napoleón deseaba cohesionar a los ciudadanos franceses ante una empresa común. Los había encontrado profundamente divididos y creía vivamente que se debía alcanzar un sentimiento de «reconciliación nacional». Ese es el mismo sentido que se observa en su declaración del 26 de abril de 1802, por la que otorga un «armisticio» a los franceses exiliados en el exterior, con la única excepción de aquellos que hubiesen prestado servicios a los «enemigos de Francia». Si unimos a todas estas iniciativas la mejora de la red de canales y viaria de modo racional y práctico, la inversión agraria e industrial, la creación de la Bolsa de París y del Instituto de Estadística y el logro de un presupuesto equilibrado en un país que André Maurois definiría como «increíblemente ahorrador», se concluye que la tarea de gobierno de Napoleón Bonaparte no sólo se mostró titánica, sino útil, muy visible y nacida para perdurar, como así fue.”
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“No pido amor ni fidelidad eternos, únicamente... la verdad, una franqueza ilimitada. El día que me digas «te amo menos» será el último día de mi amor o el último de mi vida. Napoleón a Josefina”
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“Como Goethe, prefería la injusticia al desorden. En su opinión, «nada se gobierna sin disciplina», aunque considerase que «los prejuicios, los hábitos y la religión son débiles barreras», y vivía en el convencimiento de que los tronos se desplomarían «cuando los pueblos se digan un día al contemplarse: nosotros también somos hombres».”
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“este modo en una homilía navideña: «Sed buenos cristianos, y seréis buenos demócratas. Los cristianos primitivos estaban colmados por el espíritu de la democracia». O escribiendo al principio de sus cartas dirigidas a Napoleón: «Libertad e igualdad». A cambio de que el Estado francés mantuviese en su poder la propiedad eclesiástica nacionalizada y se destituyera a los antiguos obispos para nombrar otros nuevos, Napoleón estaba dispuesto a aceptar que el catolicismo era la religión oficial en Francia. Pero en ese punto intervino la larga mano de Talleyrand, que, deseoso de casarse con su amante, madame Grand, quiso imponer la expresión «el catolicismo es la religión de la”
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“mayoría de los franceses». Esta oposición le costó a Bonaparte la redacción de hasta nueve borradores y algún berrinche con el papa: «No necesito al papa. Enrique VIII no tenía ni la vigésima parte de mi poder, y sin embargo consiguió cambiar la religión de su país. Puedo hacer otro tanto...», llegó a espetarle al cardenal Consaivi, sustituto de Spina en las conversaciones. Finalmente, Bonaparte firmó el Concordato en el palacio de las Tullerías el 15 de julio de 1801, aprobándolo bajo la fórmula de que el catolicismo era «la religión de la gran mayoría del pueblo francés», y además, la profesada por los cónsules. Se imponía de este modo un culto libre y, por primera vez en muchos años, público. En cuanto a los obispos, reducidos a”
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“titulares de sesenta diócesis, frente a las cien anteriores, serían designados por el primer cónsul, al estilo galicano, y posteriormente consagrados por el papa. De este modo, en abril de 1802, Napoleón ordenó reabrir las iglesias de toda Francia y las campanas volvieron a tañer por todo el país. Para la población llana, lo que verdaderamente había ocurrido es que el buen cónsul les había «devuelto el domingo». Y aunque el papa tendría muy pronto desavenencias graves con Napoleón por motivos políticos, con excomunión por medio, siempre reconoció el valor del corso en hacer lo que hizo. En su opinión, el concordato con Francia, modelo de muchos otros y vigente hasta”
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“antes que protección de la República. Tolstói refleja extraordinariamente este sentir en algunos fragmentos de Guerra y paz: El grupo reunido en torno a Mortemart comenzó a discutir inmediatamente el asesinato del duque de Enghien. Después del asesinato del duque incluso hasta los más acérrimos admiradores de Bonaparte dejaron de verlo como un héroe. Después de lo acaecido, había un mártir más en el cielo y un héroe menos en la tierra. El vizconde de Mortemart afirmó que la causa de la muerte del duque era su propia magnanimidad, que era el principal motivo de Bonaparte para odiarlo. Y más adelante:”
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“medio que fuese. A pesar de la contestación recibida, Napoleón jamás mostró arrepentimiento por este acto, aclarando en sus memorias: «Hice arrestar al duque de Enghien porque era necesaria la seguridad, el interés y el honor del pueblo francés. Durante ese tiempo el conde de Artois confesó tener a sesenta asesinos en París. En circunstancias similares, volvería a actuar de la misma forma».”
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“hostil por su propia cuna. Pregunté a Inglaterra si podía servir en sus ejércitos, pero ese país replicó que era imposible; yo debía esperar a orillas del Rin, donde representaría inmediatamente un papel, y en efecto estaba esperando». Ante tales pruebas, el duque de Enghien fue condenado a muerte, sentencia que Napoleón ratificó a pesar de los ruegos de clemencia de Talleyrand, que consideraba la ejecución un error político, y de la propia Josefina. En su opinión, no podía permitirse mostrarse débil en semejante circunstancia. De este modo, la mañana del 21 de marzo, en Vincennes, Enghien fue fusilado, un hecho que despertó la cólera de sus opositores por toda Europa y en especial en Inglaterra, permanentemente”
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“Pensó, sobre todo, en sus permanentes gestos de conciliación con los exiliados, para comprobar que no había conseguido conmover ni un ápice a los Borbones. Ni siquiera temía por él, sino más bien por Francia: «Estos fanáticos terminarán matándome y llevando al poder a un grupo de jacobinos irritados. Yo soy quien representa la Revolución francesa». Ciertamente, así era. El duque de Enghien fue tratado como un francés conspirador más, sin privilegio alguno, y sometido al juicio de un tribunal militar, ante el que el príncipe reconoció que había estado recibiendo cuatro mil doscientas guineas anuales de Inglaterra «con el fin de combatir, no a Francia, sino a un gobierno al que él se mostraba”
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“todas las ocasiones favorables para hacerles la guerra». Enterado de aquellas circunstancias y tras leer con atención los papeles confiscados a Enghien, probablemente manipulados previamente por Fouché, Napoleón reaccionó con tanta suficiencia como desprecio a las conspiraciones de los Borbones: «Que levanten a Europa entera en armas contra mí, y me defenderé –dijo–. Un ataque así será legítimo. En cambio, tratan de atraparme volando parte de París y matando e hiriendo a cien personas; y ahora han enviado a cuarenta bandidos para asesinarme. Por eso los obligaré a derramar lágrimas de sangre. Les enseñaré a legalizar el asesinato».”
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“decidió actuar. La noche del 14 de marzo de 1801 ordenó al general Ordener que cruzara el Rin con tres brigadas de gendarmes y trescientos dragones, con las herraduras de los caballos revestidas de lienzo para amortiguar el ruido. Rodearon la residencia del príncipe y sin mucha dificultad se hicieron con él, llevándose también papeles bastante comprometedores sobre sus actividades conspirativas. Para empeorar las cosas y, seguramente ante el shock emocional producido por el secuestro, durante el trayecto los gendarmes afirmaron haber escuchado de su boca que «había jurado odio implacable contra Napoleón Bonaparte así como contra los franceses, y que aprovecharía”
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“para conspiradores y guerrilleros en Romsey (Inglaterra). Más tarde sería finalmente detenido por la policía en París, mientras trazaba una cuidada conspiración que tendría por fin «traer a un príncipe a Francia». Para la policía de Napoleón, el príncipe en cuestión no podría ser otro que Louis Antoine Henri de Bourbon-Condé, príncipe de la Casa de Borbón y duque de Enghien, quien por entonces vivía exiliado en la ciudad alemana de Ettelheim. De él se decía que trazaba secretamente planes de insurrección en las provincias del oriente francés, lo que probablemente era cierto. Contemplando la ola de conspiraciones que se le venía encima, Napoleón, empujado por la impaciencia de Talleyrand,”
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“otro acompañada por su hija Hortense y Carolina Bonaparte, hermana del cónsul y esposa de Joaquín Murat. Los conspiradores tuvieron tiempo de sobra para ver aparecer el coche de Bonaparte enfilando la calle Saint-Nicaise, pero, tal vez por efecto de los nervios acumulados en la espera, tardaron en encender la mecha, de forma que cuando el barril explotó, la onda expansiva sólo consiguió desmontar a algún granadero de la guardia, mientras que Napoleón salió ileso. Lo mismo le ocurrió a Josefina, gracias a que el segundo coche, en vez de seguir al de su marido, se había demorado en partir. Hortense sufrió un corte en la mano, y Carolina, embarazada de nueve meses, tendría un parto difícil poco después. La bomba había sido pensada para causar un efecto destructivo terrible; de hecho la explosión voló casas enteras y mató a nueve transeúntes, dejando veintiséis heridos. La cólera de Napoleón fue la esperable: «Este crimen atroz merece la venganza del rayo; debe correr sangre; tenemos que fusilar a tantos culpables como víctimas hubo», dijo a su Consejo de Estado. En realidad, lo único que ocurrió es que Carbon y uno de sus cómplices fueron capturados, juzgados y sentenciados a muerte, pero no se pudo dar con los instigadores principales, ya a salvo en Inglaterra: el conde de Artois, los hermanos Polignac, y sobre todo el bretón Georges Cadoudal, que dirigía un campo de entrenamiento”
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“otro acompañada por su hija Hortense y Carolina Bonaparte, hermana del cónsul y esposa de Joaquín Murat. Los conspiradores tuvieron tiempo de sobra para ver aparecer el coche de Bonaparte enfilando la calle Saint-Nicaise, pero, tal vez por efecto de los nervios acumulados en la espera, tardaron en encender la mecha, de forma que cuando el barril explotó, la onda expansiva sólo consiguió desmontar a algún granadero de la guardia, mientras que Napoleón salió ileso. Lo mismo le ocurrió a Josefina, gracias a que el segundo coche, en vez de seguir al de su marido, se había demorado en partir. Hortense sufrió un corte en la mano, y Carolina, embarazada de nueve meses, tendría un parto difícil poco después”
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“En tal contexto de conciliación, muchos de los cercanos al corso comenzaron a barajar la idea que nunca habían abandonado los realistas: el regreso de Luis XVIII, como un modo de garantizar el futuro de todos. Un error clásico: Napoleón estaba muy lejos de compartir esa idea; sabía que, muy al contrario, su imagen en Europa entera era ya la de la Revolución misma. En este contexto de especulaciones, Luis XVIII decide tender la mano al cónsul: «Desaprovecha usted un tiempo precioso: nosotros podemos asegurar la tranquilidad de Francia; digo nosotros porque necesito a Bonaparte para lograrlo, y él no podrá hacerlo sin mí». Como respuesta, Napoleón dictó a su secretario Bourrienne un 7 de septiembre de 1800 una carta para Luis XVIII. El mensaje era muy claro: no pensaba compartir el poder con nadie. Señor, he recibido su carta y le agradezco las sinceras observaciones que me hace.
Sería conveniente que no deseara su regreso a Francia, pues marcharía sobre cien mil cadáveres.
Sacrifique su interés por la tranquilidad y la dicha de Francia… La historia sabrá reconocérselo.
No soy insensible a las desgracias de su familia. Contribuiré con mucho placer a la paz y a la tranquilidad de su retiro. BONAPARTE”
― Breve historia de Napoleón
Sería conveniente que no deseara su regreso a Francia, pues marcharía sobre cien mil cadáveres.
Sacrifique su interés por la tranquilidad y la dicha de Francia… La historia sabrá reconocérselo.
No soy insensible a las desgracias de su familia. Contribuiré con mucho placer a la paz y a la tranquilidad de su retiro. BONAPARTE”
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“En tal contexto de conciliación, muchos de los cercanos al corso comenzaron a barajar la idea que nunca habían abandonado los realistas: el regreso de Luis XVIII, como un modo de garantizar el futuro de todos. Un error clásico: Napoleón estaba muy lejos de compartir esa idea; sabía que, muy al contrario, su imagen en Europa entera era ya la de la Revolución misma. En este contexto de especulaciones, Luis XVIII decide tender la mano al cónsul: «Desaprovecha usted un tiempo precioso: nosotros podemos asegurar la tranquilidad de Francia; digo nosotros porque necesito a Bonaparte para lograrlo, y él no podrá hacerlo sin mí». Como respuesta, Napoleón dictó a su secretario Bourrienne un 7 de septiembre”
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“fin de premiar el honor de los ciudadanos, civiles o militares, en la defensa de la República, la libertad y la igualdad de los franceses, así como la integridad de su territorio, crea en 1802 la Legión de Honor, una condecoración que, al contrario de las existentes hasta entonces, no premiaba a los caballeros, sino a cualquier ciudadano de mérito, fuese cual fuese su extracción social, decisión, naturalmente, muy contestada en ambos extremos del espectro político. En su fuero interno, Napoleón deseaba cohesionar a los ciudadanos franceses ante una empresa común. Los había encontrado profundamente divididos y creía vivamente que se debía alcanzar un sentimiento de «reconciliación nacional». Ese es el mismo sentido”
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“férreo control sobre la prensa, con la excusa de que «los periódicos no deben ser instrumentos en manos de los enemigos de la República». Por tanto advierte a los editores que sus tabloides serán inmediatamente suprimidos si publican «artículos que no respeten el pacto social, la soberanía del pueblo y el honor de las fuerzas armadas». Sobre todo ello, destaca la hegemonía del Moniteur, el órgano oficial de la República, que era tanto como decir el de Napoleón. Paralelamente, su acceso al consulado vitalicio no hace más que confirmar la eclosión de una nueva época para Francia, aquel país de los prefectos, los gendarmes y, muy pronto, de los sacerdotes.”
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“inglés, como auténticos comisarios de la justicia departamental. Contra el parecer de Napoleón, que confiaba en el «sexto sentido», a saber, la conciencia del pueblo llano, el Consejo de Estado limitó la capacidad del jurado para decidir a quién se encausaba. Otro aspecto esencial que marcará la «época napoleónica» es, desde luego, el sistema educativo. Como es sabido, en el Antiguo Régimen gran parte del peso de la enseñanza primaria recaía sobre el clero. Con la Revolución, los curas fueron separados de esta función en su mayor parte, pero nunca hubo dinero suficiente para que el Estado cubriese esta necesidad esencial de formar a la población en los rudimentos mínimos de una educación que mereciese tal nombre. Prácticamente no existían escuelas primarias; sí había «escuelas centrales» de secundaria, de buen nivel, pero muy escasas. Junto a ello, pervivían colegios privados de pago, destinados a formar a los hijos de las élites sociales. Las universidades llevaban años clausuradas… En suma, al acceder Napoleón al consulado no existía en Francia un sistema educativo vertebrado, estatal y eficaz. Como primera medida, Bonaparte abrió nuevamente las escuelas elementales, permitiendo el regreso de los sacerdotes católicos a ellas. A la vez, fundó más de trescientos colegios de educación secundaria, entre ellos treinta y nueve liceos, alma mater de la educación”
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“francesa desde entonces. Esencialmente, buscó evitar una excesiva ideologización revolucionaria, fomentando los valores republicanos y patrióticos y, esto es lo esencial, haciendo hincapié en los aspectos fundamentales del currículo, esto es, latín, matemáticas, historia de la ciencia, los clásicos y la filosofía, especialmente en este último caso Locke y sus discípulos Descanes, Malebranche y Condillac. Por su recuerdo de Brienne, confirió a los liceos un cierto aire patriótico y militar. En cuanto a la enseñanza superior, ordenó reabrir la Sorbona y las universidades provinciales, si bien con planes de estudio muy conservadores y, extrañamente, dada su filia por el cientifismo, poco decantados hacia las ciencias experimentales, amén de crear otros centros de excelente reputación desde entonces, como la Escuela Normal Superior, con el fin de instruir a los nuevos docentes que se precisaban. No fue un sistema perfecto, pero se puede afirmar sin ambages que Bonaparte afrontó un esfuerzo presupuestario monumental en la mejora del sistema educativo, el más importante dentro de sus partidas anuales y esto en un contexto de guerra permanente. De hecho, el sistema de liceos y la escuela normal perviven todavía hoy. El rosario de medidas concatenadas que iban jalonando la tarea del primer cónsul exigía una actividad ejecutiva muy fuerte y crítica escasa. De ello se encargó Bonaparte por la directa medida de ejercer”
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“experimentales, amén de crear otros centros de excelente reputación desde entonces, como la Escuela Normal Superior, con el fin de instruir a los nuevos docentes que se precisaban. No fue un sistema perfecto, pero se puede afirmar sin ambages que Bonaparte afrontó un esfuerzo presupuestario monumental en la mejora del sistema educativo, el más importante dentro de sus partidas anuales y esto en un contexto de guerra permanente. De hecho, el sistema de liceos y la escuela normal perviven todavía hoy. El rosario de medidas concatenadas que iban jalonando la tarea del primer cónsul exigía una actividad ejecutiva muy fuerte y crítica escasa. De ello se encargó Bonaparte por la directa medida de ejercer”
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“inglés, como auténticos comisarios de la justicia departamental. Contra el parecer de Napoleón, que confiaba en el «sexto sentido», a saber, la conciencia del pueblo llano, el Consejo de Estado limitó la capacidad del jurado para decidir a quién se encausaba. Otro aspecto esencial que marcará la «época napoleónica» es, desde luego, el sistema educativo. Como es sabido, en el Antiguo Régimen gran parte del peso de la enseñanza primaria recaía sobre el clero. Con la Revolución, los curas fueron separados de esta función en su mayor parte, pero nunca hubo dinero suficiente para que el Estado cubriese esta necesidad esencial de formar a la población en los rudimentos mínimos de una educación”
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“nombramiento a través de los electores. Como era de esperar, los prefectos se convirtieron muy pronto en la «gran autoridad» en cada departamento. Sobre ello, Bonaparte afirmaba: «A cien leguas de París, el prefecto tiene más poder que yo». En 1802, con la autoridad de Bonaparte moralmente reforzada, las asambleas lo declararon cónsul vitalicio, decisión ratificada por tres millones y medio de votos contra ocho mil. A continuación, Napoleón fue designado primer magistrado de la República por el resto de su vida. Paralelamente al establecimiento del Código Napoleónico, se redactó un Código Penal, nombrando a la vez jueces de distrito lo más independientes posible del entorno local, un poco al estilo”
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“Reunió a su alrededor a una cohorte de abogados notables, pero consciente de la lentitud en el proceder tan cara al gremio, les concedió seis meses para presentar el borrador del Código Civil. Los principios, basados en el derecho romano y, acorde con los tiempos, en el natural, eran claros: igualdad de los hombres ante la ley, conservación de la abolición de todo derecho feudal, la inviolabilidad de la propiedad privada, el matrimonio como acto civil y no religioso, la libertad de conciencia y la libertad de elegir el propio trabajo sin la intervención de ningún tipo de corporación gremial. En suma, la consolidación de los principios liberales-burgueses señalados por la propia Revolución. A partir de ahí, Bonaparte procuró imponer opiniones personales, por ejemplo en el derecho de familia, intentando elevar las obligaciones de los padres para con sus hijos o tratando de retrasar la edad del matrimonio a los veinte años para el hombre y a los dieciocho para la mujer, por considerar demasiado precoz la propuesta de los abogados de quince y trece años respectivamente. Su formación en el derecho romano y, tal vez, su propia experiencia con Josefina, le condujeron a defender vehementemente la preeminencia del marido sobre la esposa: «tiene que entender que al salir de la tutoría de su familia pasa a la de su marido…» y el divorcio civil, que con el andar del tiempo le resultaría muy útil.”
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“Reunió a su alrededor a una cohorte de abogados notables, pero consciente de la lentitud en el proceder tan cara al gremio, les concedió seis meses para presentar el borrador del Código Civil. Los principios, basados en el derecho romano y, acorde con los tiempos, en el natural, eran claros: igualdad de los hombres ante la ley, conservación de la abolición de todo derecho feudal, la inviolabilidad de la propiedad privada, el matrimonio como acto civil y no religioso, la libertad de conciencia y la libertad de elegir el propio trabajo sin la intervención de ningún tipo de corporación gremial. En suma, la consolidación de los principios liberales-burgueses señalados por la propia Revolución. A partir de ahí, Bonaparte procuró imponer”
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“soldadas preguntando a un oficial del servicio de intendencia militar, la respuesta fue desoladora: —Pero puede saberlo gracias a las nóminas de pago –afirmó el primer cónsul.
—No pagamos al ejército –respondió el oficial.
—Entonces, mediante las listas de raciones –insistió Napoleón.
—No lo alimentamos –fue la respuesta.
—Gracias a las listas de uniformes, entonces.
—Tampoco lo vestimos. Lo mismo ocurría en todas las partidas que dependían del dinero público; en los asilos de huérfanos ya morían los niños de hambre, era urgente financiarse como”
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—No pagamos al ejército –respondió el oficial.
—Entonces, mediante las listas de raciones –insistió Napoleón.
—No lo alimentamos –fue la respuesta.
—Gracias a las listas de uniformes, entonces.
—Tampoco lo vestimos. Lo mismo ocurría en todas las partidas que dependían del dinero público; en los asilos de huérfanos ya morían los niños de hambre, era urgente financiarse como”
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“construir todo un Estado, pero antes de ello debía sanear las cuentas públicas que el Directorio había contribuido a adelgazar hasta reducirlas prácticamente a la nada, o lo que es peor, a una deuda inasumible. Las cifras que se encontró Bonaparte al acceder al consulado eran ciertamente descorazonadoras: el Tesoro público poseía en efectivo tan sólo ciento sesenta y siete mil francos, en tanto debía a los acreedores cuatrocientos setenta y cinco millones. El papel moneda que circulaba por doquier valía menos que nada debido a la inflación que se había generado. Los funcionarios civiles no cobraban desde hacía diez meses. Con el ejército era todavía peor; cuando Napoleón se interesó por el importe de las”
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“En la idea de aplacar las ambiciones de Sieyès, Napoleón permitió que este eligiese libremente el Senado. Sieyès se limitó a proponer una lista de veintinueve hombres que consideraba imprescindibles, permitiendo que entrasen en su composición personalidades de todos los sectores de la opinión política, desde viejos girondinos a antiguos realistas y hasta montañeses, incluyendo, claro está, a algunos científicos de la Academia tan caros a Napoleón como sus amigos Laplace, Monge y Berthollet.”
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“Finalmente, la Constitución del año VIII se publicó para someterse a plebiscito el 24 de diciembre de 1799. El resultado fue abrumador: de un cuerpo electoral de 3.011.007 electores, sólo votaron”
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