Los nombres de Feliza Quotes

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Los nombres de Feliza Los nombres de Feliza by Juan Gabriel Vásquez
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Los nombres de Feliza Quotes Showing 1-30 of 38
“porque hay verdades que desaparecen con quien muere y ni sus seres más queridos logran conocer. Ocurren en un territorio de nuestra conciencia que no es accesible, que es invisible y está irremediablemente oculto, y no hay nada que podamos hacer para visitarlo. O casi nada.”
Juan Gabriel Vásquez, Los nombres de Feliza
“Y aquí estaba yo, sin embargo, tratando de capturarla, o más bien de encerrarla en prosa, como dice el poema de Emily Dickinson. Pero la prosa del poema es la vida pedestre, convencional y restringida, y la mujer que tiene la voz escapa al encierro con la fuerza de su mente: su mente es como un pájaro alojado en una perrera, y le basta querer su libertad para salir volando.”
Juan Gabriel Vásquez, Los nombres de Feliza
“La palabra ostracismo viene de ostraka, los pedazos de cerámica donde los atenienses, reunidos en asamblea, grababan el nombre de quien había atentado contra la comunidad con su comportamiento. Luego los pedazos se llevaban a una parte del ágora rodeada por un cerco de madera, y los magistrados los apilaban y los contaban, y el ciudadano cuyo nombre apareciera más veces era desterrado con la prohibición de volver a la ciudad antes de que diez años hubieran pasado.”
Juan Gabriel Vásquez, Los nombres de Feliza
“«¿Libertad bajo palabra? ¡Libertad para la palabra!».”
Juan Gabriel Vásquez, Los nombres de Feliza
“El gobierno echó mano del Estatuto de Seguridad, una ley promulgada cuando el presidente Turbay llevaba apenas meses en el cargo, cuyo objetivo ostensible, según se repetía machaconamente en los medios, era enfrentar el crecimiento de las organizaciones subversivas, pero que les permitía a las fuerzas del orden arrestar sin trámites ni justificaciones, allanar sin orden judicial y juzgar a civiles en consejo de guerra. En los meses siguientes las cárceles se llenaron de presos políticos. Uno de ellos —uno de esos encarcelados improcedentes, el más notorio hasta aquel momento— fue el poeta Luis Vidales.”
Juan Gabriel Vásquez, Los nombres de Feliza
“«Ay, pero no me haga preguntas de cajón, ¿sí? Mire que me aburro y empiezo a decir pendejadas».”
Juan Gabriel Vásquez, Los nombres de Feliza
“Había que ser respondón con la vida, sí, porque uno tenía dos opciones: o vivir su propia vida o que los demás se la vivieran.”
Juan Gabriel Vásquez, Los nombres de Feliza
“Después repetiría la misma idea: sí, el país los había maltratado, y sí, era mucho lo que habían sufrido, pero no era nada que no se pudiera arreglar con una buena comida, un buen vino y buenos amigos. Ése era el mejor de los desquites.”
Juan Gabriel Vásquez, Los nombres de Feliza
“«Eduardo Cote. Los fundadores de una revista convencieron a un pintor deprimido de que no matara de un tiro a una crítica muy crítica. Cosas que pasan en Colombia».”
Juan Gabriel Vásquez, Los nombres de Feliza
“Compartían también una idea de la amistad que más parecía un pacto de sangre, pero no sólo eso: eran capaces de provocar en los demás la misma entrega sin fisuras.”
Juan Gabriel Vásquez, Los nombres de Feliza
“Había salido de Colombia como esposa presa y madre ausente, y ahora iba a volver como mujer libre, libre de ser artista y libre de ser mujer: libre, una vez más, de inventar su propia vida.”
Juan Gabriel Vásquez, Los nombres de Feliza
“Se preguntaba si Jorge la necesitaba a su lado y se contestaba que no: este hombre no necesitaba a nadie. Jorge no vivía en ninguna parte, o, mejor dicho, vivía solamente en su cabeza, en las palabras de esa cabeza que no funcionaba como las otras, y Feliza pensaba en eso y la aliviaba no haber cambiado una jaula por otra.”
Juan Gabriel Vásquez, Los nombres de Feliza
“cuando sean libres, cuando sean las únicas dueñas de sus vidas y también de sus mentes. «Van a entender y entonces van a volver», dijo Feliza. «¿Volver adónde?», dijo Chaja. «Volver a mí, volver conmigo», dijo Feliza. «Van a entender. Y entonces las voy a tener de vuelta». Cinco semanas después, durante una escala demasiado larga en Guadalupe, tuvo la impresión arrolladora de que por fin empezaba la vida de verdad. Jorge la miró y le dijo con algo que sólo podía ser alivio: «Última noche en América».”
Juan Gabriel Vásquez, Los nombres de Feliza
“La densa nube del ser. Eran tres párrafos grandes junto a cartas que felicitaban al alcalde de Bogotá por su solidaridad con los pobres y opiniones que se preocupaban por la coerción que las armas nucleares ejercían sobre el corazón humano. Jorge hablaba de lo que Feliza había conseguido hacer con materiales pobres, con pedazos de cartón o de cartulina amarilla, con papeles arrancados en desorden de cualquier cuaderno, y todo le parecía sólido y rico y genuino: le pareció que esos niños solos eran los niños, que esos amantes enlazados eran los amantes.”
Juan Gabriel Vásquez, Los nombres de Feliza
“prueba viviente de que el amor nos rescata, compartiendo el sueño en una cama destendida a mitad de la tarde, con toda la vida por delante.”
Juan Gabriel Vásquez, Los nombres de Feliza
“«Dadme un prejuicio y moveré el mundo». No”
Juan Gabriel Vásquez, Los nombres de Feliza
“«Hay que darle tiempo al tiempo», había dicho Feliza con una de esas frases que no solía usar: frases armadas que no quieren decir nada, pero que son útiles porque permiten callarse, clausuran una conversación de buena manera y sin que nadie se sienta agredido, pasan a otra cosa y dejan a la gente en paz.”
Juan Gabriel Vásquez, Los nombres de Feliza
“esos recuerdos imaginarios que son con frecuencia la única manera que tenemos de visitar el pasado.”
Juan Gabriel Vásquez, Los nombres de Feliza
“Feliza había roto con una parte de su vida, con su marido y con sus hijas, y habría podido pagar por ello el alto precio de la expulsión. Pero su padre no la había expulsado, sino algo peor: había declarado su muerte. Así era: Feliza había muerto para los suyos, y de repente se dio cuenta de que ya nada la obligaba a quedarse.”
Juan Gabriel Vásquez, Los nombres de Feliza
“Y Feliza se veía reflejada en las contradicciones que este hombre llevaba en la piel, la lucha a muerte entre las varias vidas que le gustaría vivir y para las cuales no le alcanzaría el tiempo de los mortales.”
Juan Gabriel Vásquez, Los nombres de Feliza
“«No, comunista no», le dijo Marta. «Pero no le gustan ni los curas ni los militares, y eso en este país es suficiente». «¿Suficiente para qué?», preguntó Feliza. «No sé», dijo Marta. «Para que te amarguen un poco la vida».”
Juan Gabriel Vásquez, Los nombres de Feliza
“El Excélsior era un local pequeño y oscuro de la calle 19, a pocos pasos de la carrera Séptima: una especie de largo túnel penumbroso donde se agolpaban los poetas y los periodistas, los noctámbulos y los borrachos diurnos, los desempleados y los ociosos de vocación, y donde cualquiera podía hacer citas de trabajo, reuniones familiares y luego vida social sin pararse del cuero rojo de la misma silla.”
Juan Gabriel Vásquez, Los nombres de Feliza
“Una mañana de mayo, acosado por las protestas y el descontento, el dictador se presentó en los estudios de la Radiodifusora Nacional, anunció frente a un micrófono que renunciaba, entregó el poder a una junta militar y se exilió en España. «No me jodan», comentó Feliza con una sonrisa amarga. «Un dictador se va más fácil que un marido». Uno de”
Juan Gabriel Vásquez, Los nombres de Feliza
“El matrimonio de los Fleischer se descomponía ante sus propios ojos, como un perro atropellado en la carretera, pero las niñas llenaban la casa con su presencia ruidosa y rubia, y Feliza, que no podía concebir una vida sin ellas, tampoco tenía la fuerza para reconstruir su vida con Larry.”
Juan Gabriel Vásquez, Los nombres de Feliza
“No supo en qué momento comenzaron los reclamos y reproches, ni a propósito de qué, pero Feliza se vio defendiéndose, diciendo que su vida estaba allá fuera, en el mundo al que le importaban las cosas que le importaban a ella. Larry levantaba la voz para imponer una autoridad que se le había escapado ya: no, él no estaba dispuesto a aceptarlo; no, él tenía otros proyectos para la jovencita despistada con la que se casó en Nueva York. Feliza se había sentado a la mesa, tal vez para hablar con Larry mirándolo a los ojos, pero en algún momento él se puso de pie y empezó a caminar, moviendo las manos gruesas, levantando más la voz iracunda.”
Juan Gabriel Vásquez, Los nombres de Feliza
“La dictadura de Rojas Pinilla les había permitido el voto a las mujeres y había traído la televisión al país; ahora las mujeres estaban protestando en la calle y los estudios de televisión recibían la visita de policías.”
Juan Gabriel Vásquez, Los nombres de Feliza
“La vida se trasladó al interior de la casa de Teusaquillo, y allí, viendo a las niñas mayores abrir los ojos para hacer una pregunta, viendo a su marido hablarles en inglés con un tono cariñoso, en días sin peleas ni gritos, Feliza pensaba que tal vez no estaba mal del todo este traslado, pues la otra vida, la vida de afuera, parecía deteriorarse velozmente.”
Juan Gabriel Vásquez, Los nombres de Feliza
“Feliza redujo sus excursiones al otro mundo, pero no dejó de trabajar en una serie de acuarelas, en parte por seguir hablando con una zona de sí misma que se había quedado en silencio, en parte por hacer obras que fueran difíciles y manejables al mismo tiempo.”
Juan Gabriel Vásquez, Los nombres de Feliza
“«Pero si éste es mi mundo», le decía Feliza. «Lo único que hago es verme con mi gente». Larry le dijo que no fuera ridícula, que su gente estaba aquí, dentro de estas cuatro paredes, y que él no había venido a Colombia, dejando su país y su lengua y sus costumbres y todos sus medios de ganarse la vida dignamente, para quedarse solo por las tardes mientras su mujer se encuentra en cafés con otros hombres. Luego se corrigió: «Otras personas»,”
Juan Gabriel Vásquez, Los nombres de Feliza
“Automático y se sentaba en una silla de cuero rojo, cerca del gramófono, y pedía un café con leche mientras esperaba con un libro en la mano a que apareciera alguien conocido. Y entonces pensaba en Larry, en sus tres hijas sonrientes, en la casa de la cual se había ausentado, y el café con leche se le llenaba de melancolía.”
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