El libro del duelo Quotes

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El libro del duelo El libro del duelo by Ricardo Silva Romero
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El libro del duelo Quotes Showing 1-7 of 7
“La infancia de los hijos es la verdadera infancia de uno: la ajena, la feliz.”
Ricardo Silva Romero, El libro del duelo
“Hubo un momento hacia el final de la tarde, cuando ya todo el mundo estaba yéndose a la Plaza de Bolívar, que un par de imbéciles de mejor familia le gritaron «¡no tengo plata, amigo!», «¡vaya pues a trabajar!», «¡subversivo de mierda!», «¡agradezca más bien que su ejército lo cuida!». Nunca los había visto por allí. Iba a olvidarlos, por la gracia del Señor, en un par de horas. Y, sin embargo, perdió el control por unos cuantos minutos porque conocía de memoria aquella raza de ciegos a la desgracia de los vecinos, de petulantes, de ociosos, de caritativos, de rateros de cuello blanco, de rezanderos que llegan a misa de siete armados hasta los dientes, de muchachitos repletos de amor propio comprado con tarjeta de crédito por sus papás, de negacionistas de una guerra que según ellos es una fantasía de izquierda, de malparidos que pasan de afán junto a los harapos porque el mundo es así, de alérgicos a las primeras planas de los periódicos nacionales, de convencidos desde muy niñitos de que el pobre es pobre porque quiere, de defensores de la sinvergüencería de los comandantes que ordenan bombardeos y ráfagas caiga quien caiga, de babosos, de traidores bilingües que cambian de acera cuando ven venir a un desmoralizado, de buhoneros de cosas inútiles e invisibles que pueden buscarse en las redes sociales, de silbadores del himno que levantan el pulgar cuando se cruzan con alguna cuadrilla de soldados que algún día serán traicionados por sus superiores, de repugnados que están convencidos de que las víctimas quieren vivir gratis de la gente que ha luchado tanto para salir adelante, de verdaderos profesionales en relativizar el horror que están viviendo en las tierras calientes del país, de vengadores de la clase media convencidos hasta la médula de que decirles verdades e insultar a los poderosos son actos terroristas, de herederos de una victoria por los siglos de los siglos que habrá de convertirse en derrota a la vuelta de la esquina, de señoritos perfumados desde la cabeza hasta los pies no vaya y sea que se les pegue la miseria.”
Ricardo Silva Romero, El libro del duelo
“No tenía miedo. De qué si ella no sabía nada nuevo de nadie, ni estaba pidiendo más que justicia. Para qué si ella nada tenía que ver con los paros, ni iba a decir nada que no estuvieran confesando otros en las audiencias del tribunal de la paz: «Matamos a personas en estado de indefensión», «fueron crímenes de guerra hechos de manera sistemática contra población inocente», «no son errores, ni excesos, ni daños colaterales: son claramente asesinatos», «engañamos a muchachos con falsas promesas y los llevábamos al sitio donde se encontrarían con la muerte», «durante años mantuvimos esta farsa», «nunca les creyeron a las víctimas sus denuncias y han tenido que caminar un camino muy largo para encontrar algo de verdad», «tenemos la oportunidad de decirles lo que realmente pasó con sus seres queridos», diría, seis meses después, aquel comandante Tamayo al que don Raúl señaló desde el principio. Y Doris Patricia sentiría alivio y rabia y consuelo.”
Ricardo Silva Romero, El libro del duelo
“Y don Raúl, doblegado y aturdido y herido de muerte por un revoltijo de enfermedades, sólo atinó a contestarle «ustedes lo que están es metiéndome venenos e infectándome con sus virus a mí porque saben muy bien que si yo sigo vivo voy a seguir denunciando que a mi hijo me lo mataron porque él un día me llamó a contarme que acababa de tener a una hija que ya no quieren dejarnos ver y no sabemos dónde está y también a decirme “papá: yo me voy a salir del ejército porque esto se está poniendo muy feo” y “papá: aquí quieren que yo mate a unos muchachos que no han hecho nada para hacerlos pasar por guerrilleros y yo eso sí no lo voy a hacer”, y yo le contesté “mijo: usted es el que sabe bien qué hacer”, y entonces, como él se negó a matar a los hijos de las madres de Soacha, a él lo empezaron a envenenar como ustedes me están envenenando a mí y se lo llevaron a El Tarra maniatado y atontado con drogas para pegarle un tiro en la cabeza que le destrozó el cráneo, y luego el puntero de la cuadrilla le pegó un tiro al puntero que me lo mató para echarle tierra al asunto, y todo era para que mi hijo no saliera a la calle ni a la justicia a decirle a la gente, que la gente cree lo que quiere creerse, que los soldados de Colombia, por órdenes de los altos mandos militares en colaboración con los presidentes de la república que hemos tenido en los últimos años, han estado asesinando muchachos inocentes con el objetivo de decirle al mundo que están ganando esta guerra pero esta guerra son ellos matando inocentes nada más para que esto no se acabe nunca y se nos vaya la vejez a las unas y a los otros pidiéndole a Dios por las almas de todos y para que se me vaya a mí la eternidad diciéndoles a todos que he denunciado el crimen del Mono en El Ubérrimo y en la Plaza de Bolívar y en el Capitolio y en la Casa de Nariño y en la Fiscalía y en la Procuraduría y en la Defensoría y en la Personería y en las organizaciones de derechos humanos y en la ONU y en la Corte Penal Internacional, que en ninguna parte del Estado han querido investigar nada de nada porque todos son vendidos y todos son cómplices callados con plata detrás de este derramamiento de sangre como yo digo con mis volantes y con las pancartas —que yo puse en mi camión que me compré después de vender todo lo que trabajé yo en la vida y lo tuve que parquear en Bogotá porque ya me había ido por todo el país—, y siempre han querido callarme a mí, a Raúl Carvajal Pérez, con platas y con calabozos y con amenazas de muerte, pero ya están es matándome porque están convencidos de que lo único que les queda es mi muerte».”
Ricardo Silva Romero, El libro del duelo
“Que se ha dicho de todo en estos últimos dos años de tribunales especiales para la paz, «suministré armamento para hacerlos pasar como muertos en combate», «permití que las unidades que se encontraban en el área hicieran esas prácticas», «lo único que les dije fue que ya sabían qué tenían que hacer cuando les trajeran a esos muchachos», «me declaro responsable de haberme buscado personas de Soacha, de Gamarra, de Bucaramanga, de Aguachica para entregárselas al ejército para que las asesinaran», «los reclutadores los dejaban en falsos retenes y aparecían muertos al día siguiente», «el coronel nos preguntaba cuántos vagos va a poner usted en esta guerra», «por qué no saca unos tipos allá de la morgue y los uniforma y los reporta como resultados», «les dábamos arroz chino y prostitutas y permisos a los que cumplían con la tarea de conseguirnos víctimas»,”
Ricardo Silva Romero, El libro del duelo
“Hay una página de cualquier biografía en la que uno se tropieza con la oportunidad de llenar de sentido su propia vida aunque ello le traiga la muerte. No es nada fácil hallarles el propósito a los días propios en un país que rompe el corazón, que roba el alma. Trate usted de encontrarse su importancia en esta película de bajo presupuesto, que nos vuelve extras a todos, a ver cómo le va. Vivir aquí es encarar día por día por día un amor no correspondido.”
Ricardo Silva Romero, El libro del duelo
“Contó el asesinato de su hijo, «el que más se me parecía a mí», a cada desprevenido de cada parque de cada pueblo a donde iba. Y si se veía muy solo, debajo del árbol de las salchichas de la plaza de Sincé, por ejemplo, lejos de las orejas mezquinas que seguían confiando en el gobierno de la mano en el corazón en el que todos confiaron a ciegas, le echaba una llamada llena de susurros a su hija para volver a armar el rompecabezas entre los dos.”
Ricardo Silva Romero, El libro del duelo