Dancing Girls and Other Stories Quotes

Rate this book
Clear rating
Dancing Girls and Other Stories Dancing Girls and Other Stories by Margaret Atwood
5,373 ratings, 3.59 average rating, 455 reviews
Open Preview
Dancing Girls and Other Stories Quotes Showing 1-30 of 32
“We love each other, that’s true whatever it means, but we aren’t good at it; for some it’s a talent, for others only an addiction.”
Margaret Atwood, Dancing Girls and Other Stories
“Everyone thinks writers must know more about the inside of the human head, but that's wrong. They know less, that's why they write. Trying to find out what everyone else takes for granted.”
Margaret Atwood, Dancing Girls and Other Stories
“It’s the unbroken calm, both within and without, that is getting to her. Real events happen to people, she thinks, why not me? And then there’s her conviction that they are happening, all around her, but that they’re being kept from her.”
Margaret Atwood, Dancing Girls and Other Stories
“Ha jurado que jamás hará eso a ninguna mujer sin hijos, que nunca participará de esas consignas y exclusiones. Ya es bastante mayor, lo ha soportado durante bastantes años, de modo que sabe lo molesto y cruel que es.”
Margaret Atwood, Chicas bailarinas
“Ha jurado que jamás hará eso a ninguna mujer sin hijos, que nunca participará de esas consignas y exclusiones.”
Margaret Atwood, Chicas bailarinas
“Su madre aprovechó para decir que el problema con las personas de otra cultura era que nunca sabía uno si estaban locos o no, porque sus pautas de comportamiento eran muy distintas. Los agentes se mostraron de acuerdo con ella, con deferencia pero también con condescendencia, como si fuese una completa imbécil a quien había que complacer.”
Margaret Atwood, Chicas bailarinas
“When I went to the store I always had to bring back a loaf of wax-papered bread for my mother, and sometimes a package of “Jiffy” Pie Crust, if they had any. My sister never had to: she had already discovered the advantages of being unreliable. As payment, and, I’m sure, as compensation for my unhappiness, my mother gave me a penny a trip, and when I had saved five of these pennies I bought my first Popsicle. Our mother had always refused to buy them for us, although she permitted ice-cream cones. She said there was something in Popsicles that was bad for you, and as I sat on the front steps of the store, licking down to the wooden stick, I kept looking for this thing. I visualized it as a sort of core, like the white fingernail-shaped part in a kernel of corn, but I couldn’t find anything.”
Margaret Atwood, Dancing Girls
“But when I returned from the conference to the house where I live, which is not a bungalow but a two-storey colonial and in which, ever since I moved in, you have occupied the cellar, you were not gone. I expected you to have been dispelled, exorcised: you had become real, you had a wife and three snapshots, and banality is after all the magic antidote for unrequited love. But it was not enough. There you were, in your accustomed place, over by the shelf to the right of the cellar stairs where I kept the preserves, standing dusty and stuffed like Jeremy Bentham in his glass case, looking at me not with your former scorn, it's true, but with reproach, as if I had let it happen, as if it was my fault. Surely you don't want it back, that misery, those decaying buildings, that seductive despair and emptiness, that fear? Surely you don't want to be stuck on that slushy Boston street forever. You should have been more careful. I try to tell you it would have ended badly, that it was not the way you remember, you are deceiving yourself, but you refuse to be consoled. Goodbye, I tell you, waiting for your glance, pensive, regretful. You are supposed to turn and walk away, past the steamer trunks, around the corner into the laundry room, and vanish behind the twinset washer-dryer; but you do not move.”
Margaret Atwood, Dancing Girls and Other Stories
“He would place his mouth, still full of sleep, on hers, and perhaps pull her back into the bedroom and down into the bed with him, into that liquid pool of flesh, his mouth sliding over her, furry pleasure, the covers closing over them as they sank into weightlessness. But he hadn't done that for some time. He had been waking earlier and earlier; she, on the other hand, had been having trouble getting out of bed. She was losing that compulsion, that joy, whatever had nagged her out into the cold morning air, driven her to fill all those notebooks, all those printed pages. Instead, she would roll herself up in the blankets after Bernie got up, tucking in all the corners, muffling herself in wool. She had begun to have the feeling that nothing was waiting for her outside the bed's edge. No emptiness but nothing, the zero with legs in the arithmetic book.
'I'm off,' he'd say to her groggy bundled back. She'd be awake enough to hear this; then she would lapse back into a humid sleep. His absence was one more reason for not getting up.”
Margaret Atwood, Dancing Girls and Other Stories
“Espero su primera palabra: sin duda será milagrosa, algo que no se ha dicho todavía.”
Margaret Atwood, Chicas bailarinas
“A Joseph nunca le interesaron mucho los sueños. Al principio reservaba para él, para contárselos, los que me parecían interesantes, pero siempre se negaba a decirme qué significaban. Me obligaba a mí a interpretarlos. Según Joseph, estar despierta era más importante que estar dormida. Quería que yo lo prefiriese así. El caso es que Joseph estaba en mi sueño. Es la primera vez que aparece. Creo que le complacerá haberlo conseguido al fin, después de todos esos sueños acerca de preparativos para cenas en las que siempre acababa por faltar un plato. Pero entonces me acuerdo de que ya no está aquí para que pueda contárselo. Así toma por fin forma mi duelo: Joseph ya no está aquí para que pueda contárselo. Ya no queda en mi vida nadie a quien pueda contárselo. Estoy en la terminal de un aeropuerto.”
Margaret Atwood, Chicas bailarinas
“No era más que un niño —digo. —Y yo también. Los primeros son los más difíciles de perdonar. Los niños no tienen piedad; ha de inculcárseles.”
Margaret Atwood, Chicas bailarinas
“Decía que en todo acto de comunicación la mayoría de los mensajes eran no verbales.”
Margaret Atwood, Chicas bailarinas
“Siempre puedo decir que yo no fui, que no pude impedirlo, piensa imaginando la entrevista del periódico. Pero tal vez no haya entrevista, y por lo tanto está anclada en el presente, con cuatro marcianos y un loco que espera a que ella diga algo. De modo que esto es lo que ocurre a sus espaldas; de modo que esto es lo que significa estar viva; lamenta haber querido saberlo. Pero el cielo ya no es liso; es más azul que nunca y se aleja de ella, claro pero desenfocado. You are my sunshine…, piensa Annette. Eres mi sol, cuando el cielo está gris. La luz es la de siempre. No ha cambiado. ¿Soy uno de ellos o no?”
Margaret Atwood, Chicas bailarinas
“Sube por las escaleras después del último viaje. Le cuesta más que antes, la rodilla la mortifica desde que se cayó hace seis años, al tropezar en el penúltimo escalón. Ha pedido un millón de veces a Frank que los arregle, pero no lo ha hecho; por eso lo llama cabezota. Si le pide más de dos veces que arregle algo, él la considera machacona, y puede que lo sea, pero ¿quién va a hacerlo si no? El frío hueco al final de esa pregunta es demasiado para ella.”
Margaret Atwood, Chicas bailarinas
“Entre mis ataques de sueño pensaba en ti, ensayando nuestro futuro, que sabía que sería breve. Naturalmente nos acostaríamos, aunque sobre este asunto aún no se hubiese hablado. En aquellos tiempos, como recordarás, primero había que hablarlo, y hasta la fecha no habíamos pasado de furtivos magreos en exteriores y de un momento en el que, bajo la luna llena, en una de esas calles desiertas flanqueadas por edificios de ladrillo, me echaste mano al cuello y me dijiste que eras el estrangulador de Boston. Una broma que para alguien de mis gustos literarios equivalía a una seducción. Pero, si bien el sexo era un ritual necesario e incluso deseable, a mí me preocupaba menos que nuestra despedida, que imaginaba triste, tierna, inevitable y definitiva. La ensayé en todos los emplazamientos imaginables: portales, embarcaderos, estaciones de tren y de metro, aeropuertos y bancos de parques. No nos diríamos gran cosa, nos miraríamos y lo sabríamos (aunque no estaba segura de qué sabríamos exactamente). Luego doblarías una esquina y te perderías para siempre. Yo llevaría una trinchera, que aún no me he comprado, aunque ya sé cómo la quiero (la vi en el sótano de Filene el otoño pasado). La escena del banco del parque (la imagino en primavera, para que sirva de contraste a nuestro estado de ánimo) resultaba tan conmovedora que lloré. Aunque, como me horrorizaba que me oyesen, por más vacío que estuviese el hotel, acompasaba mis sollozos a los clamores del radiador. La futilidad es muy atractiva para los jóvenes y yo aún no había agotado sus posibilidades.”
Margaret Atwood, Chicas bailarinas
“Compraba estas prendas cuando podía —porque debes recordar que yo, al igual que tú, era pobre, lo que, por lo menos en parte, justifica nuestra desesperación— en el sótano de Filene, donde saldaban la ropa de buena calidad que no lograban vender en las distinguidas plantas superiores. A veces había que probárselas en los pasillos, porque escaseaban los probadores, y la bodega (pues eso es lo que era en realidad) de techo bajo, mal iluminado, con el ambiente viciado de olor a ansiosas axilas y a pies castigados, se atestaba en los días de rebajas con mujeres forcejeantes que, en bragas y sostenes, se embutían en modelos de alta costura rasgados y sucios, al son de trabajosas respiraciones y del siseo de centenares de cremalleras.”
Margaret Atwood, Chicas bailarinas
“porque debes recordar que yo, al igual que tú, era pobre, lo que, por lo menos en parte, justifica nuestra desesperación”
Margaret Atwood, Chicas bailarinas
“Esta es mi técnica, resucito a través de la ropa. Tanto es así que me resulta imposible recordar lo que hice, lo que me sucedió, a menos que recuerde lo que llevaba puesto. Siempre que desecho un suéter o un vestido, desecho parte de mi vida.”
Margaret Atwood, Chicas bailarinas
“Tened cuidado, deseo escribir, existe un futuro.”
Margaret Atwood, Chicas bailarinas
“Con los muertos nunca se sabe si son ellos quienes desean resucitar o si son los vivos quienes quieren que resuciten.”
Margaret Atwood, Chicas bailarinas
“Cosas más gordas nos hemos dicho, y nos las perdonamos solo en apariencia”
Margaret Atwood, Chicas bailarinas
“Quiero que termine esta larga y abrasiva competencia por conseguir el papel de víctima; antes importaba que terminase bien, con elegancia, pero ahora”
Margaret Atwood, Chicas bailarinas
“Está pálido y me doy cuenta de que también debe de estar cansado. Lo he venido considerando el causante de mi falta de energía y, por lo tanto, debería estar inmunizada. «Me gustaría tener un castillo como este», dice. Siempre que algo le produce admiración, quiere poseerlo.”
Margaret Atwood, Chicas bailarinas
“Ha sido idea suya y él tendría que ser el que indagase.”
Margaret Atwood, Chicas bailarinas
“¿Cómo no verlo como un ser humano confuso y abrumado por los problemas? ¿Hago alguna vez otra cosa? Ya no sé si es mi amante o mi paciente externo. Crees ser tan mágica, poder curarlo todo. ¿No puedes admitir haber fracasado?”
Margaret Atwood, Chicas bailarinas
“Ya no sé si es mi amante o mi paciente externo.”
Margaret Atwood, Chicas bailarinas
“Así es como se comporta la gente. Siento ganas de vomitar. Más aún: quiero coger mis cucuruchos de papel marrón cuidadosamente seleccionados y tirarlos por ese infecto retrete que jamás ha limpiado, y que yo (colmo de la idiotez) me he sentido tentada de limpiarle, pobrecito, que nadie le enseñó nunca a hacerlo. Ese es su sitio. De modo que así es como serían las cosas: yo recogiendo sus calcetines sucios y sus colillas con mi experimentado estilo, la mayor alegría de una mujer, con la garantía de ocho meses de embarazo para que ya sea irreversible, refunfuñando por los ejercicios de preparación para el parto natural, mientras él sale por ahí a tirarse a cualquier escoba vestida que se le arrime al llegar al número místico de copas.”
Margaret Atwood, Chicas bailarinas
“Comprendió que solo quería a la Louise desesperanzada y loca, la indefensa y privada de toda aspiración. Con una Louise cuerda, capaz de juzgarlo, nunca podría entenderse. De modo que aquella era la mujer de sus sueños, la mujer ideal que al fin encontraba: una desintegración, una mente que regresaba a sus fragmentos constitutivos de materia, un ser informe y derrotado a quien podía imponerse como una pala se impone a la tierra, un hacha al bosque, utilizar sin ser utilizado, conocer sin ser conocido.”
Margaret Atwood, Chicas bailarinas
“Yo soy el círculo. Tengo los polos en mi interior. Lo que debo hacer es seguir intacta, depende de mí. Morrison fue a preguntar en recepción qué tenía exactamente Louise, pero no quisieron decirle nada: iba en contra de las normas.”
Margaret Atwood, Chicas bailarinas

« previous 1