La mano invisible Quotes

Rate this book
Clear rating
La mano invisible La mano invisible by Isaac Rosa
197 ratings, 3.90 average rating, 36 reviews
La mano invisible Quotes Showing 1-3 of 3
“Es algo que pocas veces ha hablado con otros trabajadores, pues las contadas ocasiones en que ha aprovechado el ambiente relajado de una copa de navidad o unas cervezas por el cumpleaños de un compañero para compartir sus dudas con los demás la han mirado como un bicho raro; si ya la tenían por espécimen inclasificable debido a su negativa a promocionar incluso cuando era bien valorada por sus superiores, más todavía cuando la oían hablar sobre la pereza natural de los seres humanos, la manera en que la sociedad industrial quebró la resistencia de los primeros obreros que no estaban preparados ni educados para aceptar que hubiese que trabajar tantas horas para ganarse un sustento escaso, cómo hubo que domesticarlos con violencia para que venciesen su natural pereza, para que rompiesen su vínculo con los ritmos laborales de la tierra, el sol, las estaciones y las necesidades elementales, y se sometiesen a horarios fijos, fábricas cerradas, ritmos inhumanos, técnicas que rompían la tradicional enseñanza de un oficio, descansos que había que tomar a las horas y los días establecidos con independencia de a qué hora y qué día estaban cansados, y una moral que ensalzaba la laboriosidad y condenaba la ociosidad; de qué manera con el paso de los siglos, con el perfeccionamiento de los modos de producción y el adoctrinamiento de aquellos primeros obreros perezosos hemos llegado a nosotros, trabajadores bien educados desde el colegio y desde casa que vemos como algo natural, propio de la naturaleza humana, trabajar ocho o más horas diarias, descansar sólo dos días o menos, someternos a los modos de producción de los dueños del trabajo, entregar a cambio de un sueldo nuestro tiempo, nuestro esfuerzo, nuestro cansancio, nuestra atención, nuestra inteligencia, nuestro talento, nuestras emociones, nuestras habilidades sociales, nuestra salud, nuestro dolor, nuestro malestar, y a esas alturas ya sólo la escuchaba un par de compañeros que miraban de reojo al televisor o buscaban en el billetero para pagar y salir.”
Isaac Rosa, La mano invisible
“Pero el jefe se quedó pasmado, abrió mucho los ojos y levantó las cejas para teatralizar su pasmo cuando ella le respondió no, gracias, no me interesa, una negativa que en aquel ambiente laboral era el equivalente a cruzarse de brazos como la costurera, o como aquel estribillo de preferiría no hacerlo, preferiría no hacerlo, que repetía un extraño oficinista que protagonizaba un cuento que leyó una vez. Como el jefe no respondió pero mantuvo levantadas las cejas, ella se vio obligada a dar una explicación: estoy bien así, no quiero ascender, no necesito más dinero, me llega con lo que gano, le agradezco la confianza pero creo que no soy la persona que busca, me conformo con seguir de auxiliar. Salió del despacho sin que el otro hubiese dado más respuesta que relajar la frente, encogerse de hombros y señalarle la puerta, y sólo dos semanas después, coincidiendo con la baja maternal de la jefa de administración, entraron dos nuevas secretarias y ella también fue sustituida, despedida sin ninguna explicación, algo innecesario pues bastaba la carta de despido y el finiquito, y además ella sabía por qué la echaban sin que se lo dijeran, su actitud no cabía allí, que saliese a su hora y devolviese la llave era ya un problema, pero que rechazase una posibilidad de ascenso y dijera que estaba satisfecha con lo que ganaba era un mal ejemplo para los demás, que podían empezar a hacerse preguntas y al final la presión grupal saltaría en pedazos, qué harían las empresas si los empleados decidiesen conformarse, si perdieran el estímulo de la competencia, del ascenso, si todos quisiesen ser tropa y no ingresar en la oficialidad, no implicarse, no asumir responsabilidades, no sentirse parte del espíritu de la empresa, la cultura de la empresa, la gran familia de la empresa y defenderla como algo propio.”
Isaac Rosa, La mano invisible
“Qué afición tiene la gente a quedarse después de la hora de salida, qué disposición, qué facilidad para prolongar la jornada laboral, no ha conocido muchos compañeros que se negasen a aceptar la llave para los sábados, que se disculpasen con el jefe cuando les pedía que acudiesen a una reunión fuera del horario de oficina o una comida de trabajo; ella misma no es del todo sincera, incluso aquí pone excusas, le ha dicho al informático que hoy no puede quedarse, ni aquí que no hay jefe a la vista se atreve a decir la verdad: no que hoy no puede sino que hoy no quiere, ni hoy ni ningún día. Tampoco en su anterior empresa era capaz de tanta sinceridad, tenía todo un repertorio de excusas: tengo médico, tengo dentista, tengo que recoger el coche del taller, tengo la tensión baja, he quedado; su negativa siempre era un no puedo, aunque lo deseaba no se atrevía a decir no quiero, no estoy dispuesta a quedarme más allá de las siete ni a coger la llave para los sábados ni a llevarme trabajo a casa, ni hoy ni nunca, aunque no tenga médico ni dentista ni la tensión baja, no me quedo porque no me da la gana, no tengo ninguna cita ni compromiso que me lo impida, cuando salga de aquí daré un paseo, me tomaré un café con una amiga, me iré al cine, o ni siquiera eso, me marcharé a casa para leer una novela en el sofá, cocinaré sin prisa, me daré un baño, porque he firmado un contrato que dice que trabajo cuarenta horas a la semana, y no quiero trabajar más de lo acordado, no estoy dispuesta a entregar un minuto más.”
Isaac Rosa, La mano invisible