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Kindle Notes & Highlights
Si las mujeres no amaran a los hombres por sus defectos, ¿dónde estarían todos ustedes? Ninguno se habría casado. Serían una colección de solteros infelices. Aunque tampoco eso los habría cambiado mucho. En los días que corren todos los hombres casados viven como solteros, y todos los solteros como casados.
de siécle –murmuró lord Henry. –Fin de globe –respond...
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–Me gustan los hombres con futuro y las mujeres con pasado –respondió
Fumo demasiado. Tengo intención de hacerlo menos en el futuro. –No lo haga, se lo ruego, lady Ruxton –intervino lord Henry–. La moderación es una virtud muy perniciosa. Bastante es tan malo como una comida. Demasiado, tan bueno como un festín. Lady Ruxton lo miró con curiosidad.
«Curar el alma por medio de los sentidos, y los sentidos por medio del alma». Sí, ése era el secreto.
Curar el alma por medio de los sentidos y los sentidos por medio del alma!» ¡Cómo resonaban aquellas palabras en sus oídos! Su alma, desde luego, tenía una enfermedad mortal. ¿Sería verdad que los sentidos podían curarla? Se había derramado sangre inocente. ¿Cómo expiarlo? No; no había expiación posible; pero aunque el perdón fuera imposible, el olvido no lo era, y Dorian Gray estaba decidido a olvidar, a pisotear aquel recuerdo, a aplastarlo como aplastamos a la víbora que nos ha inyectado su ponzoña. Después de todo, ¿qué derecho tenía Basil a hablarle como lo había hecho? ¿Quién le había
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terrible ansia del opio empezaba a devorarlo. Le
llama Príncipe Paradoja –dijo Dorian.
duquesa movió la cabeza. –Creo en la raza –exclamó. –La raza representa el triunfo de los arribistas. –Eso significa progreso. –La decadencia me fascina más. –¿Y dónde dejas el arte? –preguntó ella. –Es una enfermedad. –¿El amor? –Una ilusión.
La religión? –El sucedáneo elegante de la fe. –Eres un escéptico. –¡Jamás! El escepticismo es el comienzo de la fe. –¿Qué eres entonces? –Definir es limitar. –Dame una pista. –Los hilos se rompen. Te perderías en el laberinto. –Me desconciertas. Hablemos de otras personas. –Nuestro anfitrión es un tema inmejorable. Hace años le pusieron el nombre de Príncipe Azul.
–La felicidad no ha sido nunca mi objetivo. ¿Quién quiere felicidad? Siempre he buscado el placer. –¿Y lo ha encontrado, señor Gray? –Con frecuencia. Con demasiada frecuencia. La duquesa suspiró. –Mi objetivo es la paz –dijo–. Y
máscara de la juventud lo había salvado.
–En el campo, Harry. Solo, en una humilde posada. –Mi querido muchacho –dijo lord Henry sonriendo–, cualquiera puede ser bueno en el campo, donde no existen tentaciones. Ése es el motivo de que las personas que no habitan en ciudades vivan todavía en estado de barbarie. La civilización no es algo que se consiga fácilmente. Sólo hay dos maneras. O se es culto o se está corrompido. La gente del campo carece de ocasiones para ambas cosas, de manera que sólo conocen el estancamiento.
persona puede pintar como Velázquez y ser perfectamente aburrido. Basil lo era. Sólo me interesó una vez, y fue cuando me dijo, hace años, que te adoraba locamente, y que eras el motivo dominante de su arte.
Todo delito es vulgar, de la misma manera que todo lo vulgar es delito.
Imagino que para ellos es como el arte para nosotros, una manera de procurarse sensaciones extraordinarias.
–Por cierto, Dorian –dijo, después de una pausa–, «¿y qué aprovecha al hombre»…, ¿cómo acaba exactamente la cita?, «ganar todo el mundo y perder su alma [20] ?»
Toca un nocturno para mí, Dorian, y, mientras tocas, dime, en voz baja, cómo has hecho para conservar la juventud. Has de tener algún secreto. Sólo te llevo diez años, pero tengo arrugas y estoy gastado y amarillo. Tú eres realmente admirable, Dorian.
Al llegar a su casa, encontró al ayuda de cámara esperándolo. Le dijo que se acostara, se dejó caer en un sofá de la biblioteca y empezó a pensar en las cosas que lord Henry le había dicho. ¿Era realmente cierto que no se cambia? Sentía un deseo loco de recobrar la pureza sin mancha de su adolescencia; su adolescencia rosa y blanca, como lord Henry la había llamado en una ocasión. Sabía que estaba manchado, que había llenado su espíritu de corrupción y alimentado de horrores su imaginación; que había ejercido una influencia nefasta sobre otros, y que había experimentado, al hacerlo, un júbilo
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¡Ah, en qué monstruoso momento de orgullo y de ceguera había rezado para que el retrato cargara con la pesadumbre de sus días y él conservara el esplendor, eternamente intacto, de la juventud! Su fracaso procedía de ahí. Hubiera sido mucho mejor para él que a cada pecado cometido le hubiera acompañado su inevitable e inmediato castigo. En lugar de «perdónanos nuestros pecados», la plegaria de los hombres a un Dios de justicia debería ser «castíganos por nuestras iniquidades».
Era mejor no pensar en el pasado. Nada podía cambiarlo. Tenía que pensar en sí mismo, en su futuro.
Basil había pintado el retrato que echó a perder su vida. Eso no se lo podía perdonar. El retrato tenía la culpa de todo. Basil le dijo cosas intolerables que él, sin embargo, soportó con paciencia. El asesinato fue obra, sencillamente, de una locura momentánea. En cuanto a Alan Campbell, el suicidio había sido su decisión personal. Había elegido actuar así. Nada tenía que ver con él.
Empuñó el arma y con ella apuñaló el retrato. Se oyó un grito y el golpe de una caída. El grito puso de manifiesto un sufrimiento tan espantoso que los criados despertaron asustados y salieron en silencio de sus habitaciones. Dos caballeros que pasaban por la plaza se detuvieron y alzaron los ojos hacia la gran casa. Luego siguieron caminando hasta encontrar a un policía y regresar con él. Llamaron varias veces al timbre, pero sin recibir respuesta. Con la excepción de una luz en uno de los balcones del piso alto, todo estaba a oscuras. Al cabo de un rato, el policía se trasladó hasta un
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la puerta, salieron al tejado y descendieron hasta el balcón. Una vez allí entraron sin dificultad: los pestillos eran muy antiguos. En el interior encontraron, colgado de la pared, un espléndido retrato de su señor tal como lo habían visto por última vez, en todo el esplendor de su juventud y singular belleza. En el suelo, vestido de etiqueta, y con un cuchillo clavado en el corazón, hallaron el cadáver de un hombre mayor, muy consumido, lleno de arrugas y con un rostro repugnante. Sólo lo reconocieron cuando examinaron las sortijas que llevaba en los dedos.
Revisados y actualizados, contienen un índice de contenidos al inicio del libro que permite acceder a cada tíltulo de forma fácil y directa. El retrato de Dorian Gray por Oscar Wilde Mujercitas por Louisa May Alcott Hombrecitos por Louisa May Alcott Orgullo y Prejuicio por Jane Austen Peter Pan por J.M. Barrie Trilogía de Caspak 1. La Tierra Olvidada por el Tiempo por Edgar Rice Burroughs Trilogía de Caspak 2. Los Pueblos que el Tiempo Olvidó por Edgar Rice Burroughs Trilogía de Caspak 3. Desde el Abismo del Tiempo por Edgar Rice Burroughs Desde mi celda por Gustavo Adolfo Bécquer La Historia
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