Porque la singular belleza que tanto había fascinado a Basil Hallward y a otros muchos nunca parecía abandonarlo. Incluso quienes habían oído de él las mayores vilezas –y periódicamente extraños rumores sobre su manera de vivir corrían por Londres y se convertían en la comidilla de los clubs–, no les daban crédito si llegaban a conocerlo personalmente. Dorian Gray conservaba el aspecto de alguien que se ha mantenido lejos de la vileza del mundo. Las conversaciones groseras se interrumpían cuando entraba en una habitación. Había una pureza en su rostro que tenía todo el valor de un reproche. Su
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