–Usted habla mucho de libros –dijo–; ¿por qué no escribe uno? –Me gusta demasiado leerlos para molestarme en escribirlos, señor Erskine. Desde luego, me gustaría escribir una novela, una novela que fuese tan encantadora y tan irreal como una alfombra persa. Pero en Inglaterra no hay público más que para periódicos, libros de texto y enciclopedias. No hay en todo el mundo personas con menos sentido de la belleza literaria que los ingleses.