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May 21 - June 27, 2023
Él me enseñó a ver los sentimientos de una persona en la expresión de su rostro. Y sabía que yo sabía interpretar esas señales. De modo que, entre nosotros, fue como si lo hubiera dicho en voz alta. La pregunta fue: “¿Quién era tu amiga más íntima cuando eras pequeña?”. Y mi respuesta: “No lo sé”.
—No lo soy. —Me levanté la manga lo suficiente para que viera el conejo tatuado. Danila miró el tatuaje y luego me miró a mí. Primero entrecerró los ojos y después los abrió como platos. —Jovis —dijo en un susurro—. Eres ese contrabandista. —Preferiría “el contrabandista de más éxito de los cien últimos años”, pero me conformaré con “ese contrabandista”.
“No me he enamorado nunca. No nos conocimos de pequeños, no nos hicimos amigos. Yo nunca aproveché la oportunidad, nunca la besé. Nunca regresé de la isla Imperial.” Me decía a mí mismo esa mentira, una y otra vez.
La verdad era que alguien me había salvado a mí. A veces es suficiente con uno.
Otra vida más que había salvado. Era una nimiedad, algo pequeñísimo en comparación con el número de vidas que se habían perdido. Pero era algo. Y una vida ciertamente significaba mucho para quien la vivía.
No, seguimos juntas. Es que... A veces no entiendo a las mujeres. Él lanzó una carcajada. —Ah, eso tiene más sustancia que el guiso de marisco de mi tía. Phalue lo miró ceñuda. —No entiendo a otras mujeres.
Tu tía era una mujer valiente —dije elevando la voz por encima del viento—. Cuando la conocí, me hizo prometer que te salvaría. Temía por ti. Te quería mucho, muchísimo. Alon dejó de sollozar, aunque tenía la voz ronca: —Me dijo que me haría empanadillas para mi banquete. Si es que sobrevivía al festival. Afirmé con la cabeza. —Cuando la conocí, las estaba haciendo.
“Soy fuerte. Las costillas no se me están clavando como puñales en los pulmones. Cielos, sí que duele.” No. “No hay dolor.” Tenía que creérmelo, o de lo contrario no se lo creerían ellos. Dejé que mi postura hablase por mí. “Adelante. Ponedme a prueba.” —¿No os ha hablado Kafra de aquella ocasión en que me ordenó que diera el golpe en un monasterio? Philine entrecerró los ojos. —Tú no tienes corteza de enebro de copas redondeadas —dijo. Esa era la clave: dejar siempre que lo dijera el otro.
Yo fui rápidamente a las velas preguntándome de nuevo si había sido producto de mi imaginación el verlo nadando hacia mi barco, allá en la isla Cabeza de Ciervo. Lancé un suspiro, lo más probable era que no lo supiera nunca. —Voy a arrepentirme de esto, estoy seguro. No sabía yo hasta qué punto.
Era posible que Numeen llevara bastante tiempo sin saber que estaban usando su esquirla de hueso, pero empezaría a notar por las mañanas y a última hora del día un debilitamiento en las extremidades, un agotamiento poco natural en los hombros, como si llevase encima una manta mojada. El cansancio se convertiría en un compañero constante. Y finalmente moriría, demasiado pronto y demasiado joven.
Me parece que Philine me gritó que me detuviera. Fue malgastar saliva. ¿Acaso alguien se detiene cuando lo están persiguiendo? Acababa de darme una paliza; ¿qué esperaba que hiciese yo, que me volviese y le diese las gracias por su amable petición? No. Hice lo mismo que hacen todas las personas que reciben una orden así: huir más deprisa.
No podía ir a ver a Kafra, ya no. Habría pactado con el diablo, habría estrechado la mano al mismísimo jefe de los alanga; cualquier cosa con tal de arrojar a Philine de mi barco.
De pronto noté que algo cambiaba dentro de mí. Experimenté una especie de desbloqueo, unos engranajes que se movían y a continuación un suave chasquido.
No bueno —me dijo con una voz gutural, temblorosa. Me acarició la pierna y repitió—: No bueno. Yo podía soportar una paliza del Ioph Carn, podía soportar que me persiguieran cuando intentaba salir del puerto, podía soportar haber perdido lo que me quedaba de rocasabia; todo ello no parecía exceder mi capacidad. ¿Pero esto? Mi cerebro no tardó en sucumbir.
Pero Mefi no estaba buscando rocasabia. Se sentó en el brasero, se puso de cara a la vela y sopló. De su hocico salió una nube de humo semejante a la que se producía al quemar rocasabia. El humo trajo consigo una ráfaga de viento, y luego una brisa de verdad que hinchó la vela y se extendió por su superficie igual que el aceite sobre el agua. Mi barco dio un brusco empujón hacia delante. —¡Mefi! ¡Mefisolu! —Me invadió una intensa alegría que me subió por el cuello y me mareó un poco—. ¿Pero qué eres?
Su padre la llevó consigo a pescar desde los pilotes cercanos a la orilla, y ella estuvo mirándome un rato. Yo me agarré a los comentarios habituales: “¿Eres de aquí?”, “¿Sabes hablar el idioma empíreo?”, “¿Qué eres?”. Pero Emahla buscó un palo y empezó a escarbar conmigo. “Te apuesto a que encuentro más almejas que tú”, me dijo. A partir de ese momento, nos hicimos amigos.
Tuve que apartar las mantas y empujar a Mefi con mi mano libre para darme cuenta de que se me habían ido los dolores de la paliza del Ioph Carn. Me quedé paralizado. Me estiré hacia un lado esperando una fuerte punzada de dolor en las costillas. Nada. A continuación aparté el resto de las mantas, me levanté la camisa y busqué hematomas. Ah, aún los tenía. Toqué uno a modo de experimento, solo por si acaso. Sí, me dolía. Pero no parecía tan inflamado como el día anterior.
¿Qué fue lo que viste? Dímelo. Por favor. Coral se mordió el labio. Levantó su escudilla, lista para recibir su ración. Arena la agarró de la muñeca. —¡Piensa! Coral respondió sin esfuerzo: —Las velas. Eran de color azul.
Por favor, no mientas. He tenido que pagar por esta información. He tenido que pagar a un montón de gente. He estado siguiendo tus pasos. Alon. El niño que Danila me pidió que salvase del Festival del Diezmo. Me inundó una sensación de pánico que iba creciendo como la marea; no me di cuenta de ello hasta que estuve empapado.
Mis espías me han informado de un rumor. Podría no ser nada más que un germen de sueños irrealizables, pero es posible que haya una persona que está robando ciudadanos de los Festivales del Diezmo antes de la finalización de estos. Esa persona se llama Jovis.
No somos hermanos de sangre —dijo Halong con una sonrisa afectuosa—, pero cuando uno anda por ahí comiendo lo que va gorroneando, si da con una persona en la que puede confiar, ha encontrado algo que vale más que el oro.
A Phalue le entraron ganas de llamarla, de decirle qué era lo que veía. Veía una mujer testaruda. Veía un corazón blando y bondadoso rodeado por una voluntad indomable. Veía la mujer a la que amaba, forjada por experiencias terribles, experiencias que jamás se tomaría la molestia de explicarle a ella. Pero en vez de eso se limitó a apretar los dientes.
Voy a traerles las cajas a todos. —¿Cómo puedes estar segura de...? —Porque soy igual que ellos. Yo tuve la suerte, si se puede considerar así, de entrar de aprendiz con un vendedor de libros que me enseñó a leer porque así sería más valiosa. Me trataba igual que a uno de sus libros, me toqueteaba con las manos sin que a mí me diera tiempo de apartarlas. Pero sin eso, habría aceptado la oferta de tu padre solo para salir de las calles.
En eso, oí pronunciar mi nombre. Me recorrió un estremecimiento, se me heló el corazón y después empezó a latir contra mis costillas igual que un caballo que intenta escapar. Era mi nombre. En una canción.
Se lleva a nuestros hijos, los deja en libertad. La fuerza de constructos ya nunca más serán. Es del cielo una estrella, de tus ojos el brillar. Su nombre es el de Jovis, así lo oirás llamar.
Di un fuerte golpe en el suelo con el pie, esperando mover apenas los tablones. Pero los cimientos se sacudieron. Los platos se agitaron en las baldas. Las vigas del techo crujieron y dejaron caer un poco de polvo. Aquello fue algo más que simplemente el resultado de mi pisotón. Aquello era otra cosa.
¿Eres tú? —le pregunté a Mefi. —Quizá —respondió él con su vocecilla chillona. Como si supiese lo que estaba pensando yo. Me llevé un susto de muerte. —¿Cómo que “quizá”? Después de pasarte varios días bombardeándome con “no bueno” y “muy bueno”, ¿ahora me sales con un “quizá”? —Estoy aprendiendo. No sé. Muchas cosas no sé —respondió Mefi frotándome la oreja con su hocico húmedo.
Tengo miedo. Mefi se limitó a volver a subir a mi hombro y una vez allí me acarició el pelo con las patas. —No pasa nada. Yo también.
¿Se puede saber qué eres? Era la misma pregunta que le había hecho yo a Mefi. Un hombre que buscaba a su esposa. Un contrabandista. Un secuestrador de niños. Todas esas cosas giraron dentro de mi cabeza. —No lo sé. Philine, con la cabeza inclinada hacia un lado, reflexionó unos instantes. Luego, de forma casi imperceptible, asintió para sus adentros.
¿Cuánto tiempo lleváis casados? —Quince años —respondió Numeen. —Demasiado —dijo su mujer a la vez que él. Los dos rompieron a reír, y él la besó en la cara.
Lo que lo hace bonito es la gente que vive en él. Se le enrojecieron las mejillas, aunque se la veía complacida. —¿Lo ves? —le dijo a Numeen—. La casa no está desordenada. Es bonita. —No tan bonita como tú —replicó él acariciándole la barbilla.
Me había llevado la cuchara a la boca y tenía la cabeza inclinada hacia mi plato, cuando de pronto mi vista se desvió hacia una ventana abierta. En ella estaba sentado un constructo espía que nos observaba con unos ojillos negros y brillantes. No era mi constructo. ¿Qué habría visto? ¿Qué habría oído? Me levanté rápidamente de la silla sin darme cuenta, la presencia de un constructo no se me iba nunca de la cabeza.
En la habitación se había hecho el silencio. —Lin es un nombre muy común —dijo la mujer de Numeen—, pero también es el nombre de la hija del emperador.
Cuando el soldado por fin golpeó con el cincel, Onyu me miró con una leve sonrisa en la boca. Creo que su intención era tranquilizarme. Pero vi cómo sus ojos se quedaban sin vida cuando el cincel penetró demasiado y le llegó al cerebro. Un momento antes estaba allí y al siguiente ya no estaba, igual que una llama que apaga el viento.
. Y tú no. Te pedí que no te metieras. Mefi soltó un bufido que me dijo con toda claridad lo que opinaba de dicha orden. —¿No se supone que las mascotas deben hacer lo que les manden sus dueños?
Cada vez que me enfrentaba a la verdad, entraba en un doloroso conflicto de lealtades. ¿Es que no me preocupaba Emahla? ¿Es que no deseaba socorrerla? Pero Mefi no soportaba el olor de la rocasabia, y no podía explicarme por qué. En cierta ocasión intenté quemarla estando él cerca, y vomitó sin cesar hasta que ya no le quedó más que bilis. Había robado cosas que no debí robar, había negociado duramente, había hecho caso omiso de las súplicas de quienes me pedían socorro, pero esta línea no podía traspasarla, y me odié por ello. Pero a él no podía odiarlo.
La mujer se puso una mano en el corazón a modo de saludo, y yo le devolví el gesto. —Me llamo Ranami. He oído hablar de ti. —Todo bueno, espero. —Eso depende de a quién se pregunte.
El Imperio se creó para salvar a ese pueblo de los alanga. Los pocos sin esquirlas intentan salvar a ese pueblo del Imperio. ¿Quién salvará después al pueblo de los sin esquirlas?
Cuando un tiburón te ofrezca una perla, ten cuidado con sus dientes. A mi padre le gustaba decirme eso cuando navegábamos, aunque descubrí que aquella lección solía aplicarse más en tierra.
No es tan sencillo. No tiene que ver con lo que hayas hecho o dejado de hacer. Sí, estoy enfadada, pero intenta ver esto desde mi punto de vista. Yo te amo. Por ti movería montañas. Y, por lo que se ve, por ti traicionaría al Imperio.
Sabían hacer que soplara viento cuando ellos quisieran, vivían miles de años y nadie se atrevía a desafiarlos. Cada uno gobernaba una isla. Podía ser un sueño o una pesadilla, dependiendo de a quién se preguntase. Si uno no estaba de acuerdo con el modo en que hacían las cosas, no podía discrepar. Pero la situación no se volvió grave de verdad hasta que empezaron a guerrear entre sí. Su capacidad de destrucción era inmensa.
—No. —Hoja negó con la cabeza, después hizo un gesto de concentración—. ¡Espera! A bordo iba una persona que no era como nosotros. Llevaba una capa de color gris. No era algo que ayudase a encontrar la ubicación, pero Arena guardó aquella información para más adelante.
Un parpadeo y volvió a encontrarse en Maila, con la escudilla vacía en las manos y Coral tocándola en el codo. —¿Estás bien? Aquellos recuerdos que no eran suyos... ¿de quién eran? Supo de forma instintiva que no iba a encontrar la respuesta en Maila. —Estoy bien —contestó—, pero cuanto antes encontremos esa cala, mejor.
El libro que trataba de los constructos complejos que tenían más de una esquirla daba por hecho que habría tres, diez como máximo. Mauga contenía cien como mínimo. Muchas vidas para fabricar un solo constructo.
Agarré una de las esquirlas de arriba y la extraje. Tuve que entornar los ojos para ver lo que había escrito en ella. Esun Shiyen lao: “obedecer a Shiyen siempre”. La estrella identificativa estaba grabada junto al nombre de mi padre. La palabra “siempre” no era fácil de modificar.
Había esquirlas relativas al sistema de gobernadores de las islas y a la administración de las minas del Imperio. Había una, casi abajo del todo, que contenía la orden de no reabrir nunca la mina de la isla Imperial. La estudié durante unos instantes antes de devolverla a su sitio. No sabía que en la isla Imperial hubiera una mina de rocasabia. Cada vez había menos luz. Me atreví a abrir un poco más la cortina; necesitaba pensar una orden que me permitiera asumir el control de Mauga cuando llegara el momento. Obedecer a Shiyen siempre. El escollo estaba en la palabra “siempre”.
no formaban parte del cometido de Ufilia. Por pura curiosidad, hojeé las fechas de nacimiento buscando la mía. La encontré cerca del final, escrita en letra clara y cuidada: “Lin Sukai, 1522-1525” El estómago me dio un vuelco como si fuera una masa de serpientes. Año 1525. Examiné de nuevo la página, y luego la siguiente y la anterior. Era la única Lin Sukai registrada en el año en el que yo había nacido. Yo había nacido en el año 1522, pero aún estaba viva. Estábamos en el 1545, y yo seguía estando viva.
¿Y qué ocurrirá contigo una vez que haya terminado todo? —Construiré una granja en alguna parte y viviré en ella el resto de mis días. No deseo ser emperador, si es eso lo que te estás preguntando. Soy simplemente la comadrona que ayuda a que nazca algo nuevo.
Emahla, por ti. Mil mentiras me bebería con tal de ver de nuevo tu rostro.
Yo no pienso ser como mi padre. La próxima vez que venga aquí, traeré tu esquirla, y también las de toda tu familia. Sea cual sea el riesgo que ello suponga para mí. Ya encontraré otras maneras de proteger a los habitantes del Imperio. Lo juro por el cielo, por las estrellas y por el mismísimo mar Infinito. A su espalda crepitó el fuego, como sellando mi promesa con su calor. Numeen simplemente se llevó una mano al pecho y se inclinó. —Buen viento en las velas, emperatriz.