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May 21 - June 27, 2023
“Eres una buena persona”, me dijo mi madre unos días antes de que me fuera sin dejarle más que una nota. “Tu hermano jamás se habría lamentado de haber muerto él y tú no. Aunque tú sí lo lamentes.” Si yo fuera una buena persona, habría muerto hace mucho.
En cierta ocasión le dije a Emahla que lucharía contra un millar de ejércitos con tal de estar a su lado; ella rio, me dio un beso en la mejilla y me dijo: —Jovis, tú no sabes luchar. —Por ti, sí que lucharía.
Había cometido el mismo error que mi padre con Bayan. Bayan era un constructo.
Así lo creía, hasta que vi la sangre. Hasta que vi los cuerpos destrozados. La esposa de Numeen. Su hermano y el marido de su hermano. Su madre. Su sobrino. Sus hijos. Me arrodillé junto al cuerpecillo de Thrana. Todavía sostenía la grulla de papel en la mano, y la sangre que manaba del tajo del cuello había salpicado las alas de rojo. Cogí aquel papel. Mi necesidad siempre me había parecido desesperada, siempre me había parecido más urgente que la de ellos. Sentí que me subía la bilis a la garganta y me dejaba un gusto amargo al fondo de la lengua. Me había mentido a mí misma. —No habrías
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Pero Ilith no es mi mejor creación. —Observó mi rostro como si estuviera buscando algo. Al ver que no lo encontraba, asintió brevemente con la cabeza y abrió las manos—. Si se reescriben las órdenes de un constructo, deben seguir estando todas en armonía, deben seguir funcionando juntas. Tener una esquirla desequilibrada es como retirar un conjunto de ladrillos de la base de una torre: la torre empieza a balancearse y a veces termina por caer. Del mismo modo caerá un constructo si sus órdenes no están en equilibrio. —Bayan.
Pero ni siquiera Bayan ha sido mi creación más perfecta. La enfermedad. Nadie me la había contagiado, porque no era real. Mis recuerdos. Los recuerdos que me faltaban. “¿Sabes lo que hace el emperador en sus habitaciones, Lin? Fabricar cosas. Fabrica... personas.”
Mi padre cultivaba anacardos, y me prometí que yo no seguiría el mismo camino que él. Así que me esforcé mucho y me hice guardia de palacio. No hay mucho donde podamos escoger los que no hemos tenido la suerte de nacer en el seno de otra familia. Sí, a veces los comerciantes y los artesanos que no tienen hijos adoptan a otros para que continúen su oficio, pero esa es una posibilidad muy remota. Ser guardia me pareció un trabajo más seguro.
¿Habéis hecho las paces? —le preguntó Tythus como si estuvieran entrenando en el patio. —No del todo. Yo era lo bastante buena para que me aceptase, pero no sé si soy lo bastante buena para no perderla. Me esfuerzo, pero el camino por el que ella quiere llevarme está lleno de barro y espinas. No estoy acostumbrada a eso.
Si tuvieras que escoger entre mi padre y yo, ¿con cuál te quedarías? —Contigo. —Lo dijo en tono serio, sin titubear. —¿Y los demás? —No puedo decirlo con total certeza, pero apostaría a que contigo también, Phalue. Empezaría por enderezar las cosas con Ranami, con el mundo. —Abre la puerta.
Tienes que entender que cuando descubrí lo que tenía que hacer, mi esposa... ya hacía mucho tiempo que se había ido. Había incinerado su cuerpo, había enviado su alma a los cielos. Así que tuve que arreglármelas con lo que pude encontrar. Buscaré una manera de arreglarlo —añadió, aunque yo no había dicho nada—. Mi máquina de la memoria te arreglará.
Algún día, el mundo me conocerá. Surgirá Nisong.” Dejé caer aquella nota secreta. Conocía aquel nombre, aunque en conjunción con otro. Nisong. Nisong Sukai. Mi madre.
No había hablado con su esposa de fabricarme: estaba intentando transformarme a mí en su esposa. Debió de utilizar conmigo aquella máquina de la memoria, con la esperanza de instilar en mí los recuerdos de mi madre. Por supuesto que nunca me había amado. Yo era la vasija de otra persona, un secreto, un experimento. Me hice un ovillo y rompí a llorar.
Había descargado el golpe con fuerza suficiente como para separarme la cabeza de los hombros, pero yo tenía la cabeza muy dura.
¿Qué eres tú? —Un contrabandista —respondí—. El Imperio ha fabricado carteles con mi cara.
Según los informes que hemos recibido, el barco atracó en Maila. Se me quedó la mente en blanco. La isla de Maila se encontraba en la frontera noreste del Imperio, me llevaría semanas llegar allí. Solo llevaba tres días en Nephilanu, y estaba seguro de estar muy cerca. —Eso es imposible.
De modo que os ayudo a derrocar al gobernador de una isla, y ahora queréis que vaya a Imperial y pase allí quién sabe cuánto tiempo para que vosotros podáis derrocar un imperio. ¿Y qué gano yo? ¿Satisfacción? —Ranami fue a decir algo, pero levanté la voz para imponerme a ella—. Vosotros no sois diferentes del Imperio ni del Ioph Carn. Todos utilizáis a la gente para conseguir lo que queréis.
¡Mefi! Creía que estaría todavía en la cueva principal tumbado junto al fuego, pero fue hacia mí dando brincos como si no hubiera estado al borde de la muerte. Empujó con la cabeza contra mi mano, culebreó entre mis piernas, me enroscó la cola a la cintura. Yo me arrodillé y lo abracé. —Creí que ibas a morirte. Él toleró mi abrazo unos instantes, pero después se zafó. —¿Bueno? —dijo. Lo rasqué una última vez detrás de las orejas.
Esto es todo —dijo levantando eco en las paredes—. Estos son todos los conocimientos que poseo. La Arena de sus recuerdos fue hasta una estantería y pasó la mano por las encuadernaciones de los libros. Desprendían un olor a cola y a papel viejo. —Quiero que me enseñes. —Estos conocimientos van pasando de generación en generación —repuso el hombre, todavía sin mirarla—. De padre a hijo, a hija, a hijo. —La familia —dijo la Arena de sus recuerdos—. ¿Acaso ahora no formo parte de tu familia? —Dio un paso inseguro hacia él, después otro más.
Mis conocimientos son tuyos. Y no me vendría mal que me ayudases. —¿Para cuando regresen los alanga para atormentar a tu reino? —No es una broma, Nisong. Sé que el pueblo se siente inquieto con el gobierno de los Sukai, pero llegará el día en que nos necesitará. Has visto rastros de su presencia a tu alrededor y en nuestras ciudades; ¿cómo puedes dudar de que hayan existido?
La capucha de la capa había caído a la arena, y la figura que había debajo parecía un hombre, aunque ninguno que Arena conociese. Tenía un brazo aprisionado, pero aún le quedaban libres otros tres. Todos empujaban la roca, que acabó por moverse ligeramente. —Coral —ordenó—, siéntate encima.
Había otro poder, además del implantado por las órdenes. Tal vez Shiyen me hubiera fabricado, pero no me conocía.
Bayan, el emperador tiene una máquina. Nos introduce recuerdos en la cabeza. Contigo ha debido de funcionar mejor que conmigo. Pero todavía no te ha traspasado sus propios recuerdos, te ha insertado los de otra persona. No quiere que seas emperador, quiere serlo él para siempre, dentro del cuerpo que ha fabricado para ese propósito. Bayan se apartó de mí y empezó a pasear nervioso por la habitación.
Un ser fabricado podía crecer y cambiar apartándose del propósito para el que lo crearon. Iba a demostrarle al emperador que yo me había apartado del mío.
Ella es una. Estas personas son muchas. De pronto me inundó algo terrible que venía sintiendo desde hacía tres días. —¡Me importan un bledo estas personas! Yo no les importo a ellas salvo por lo que puedo hacer. No me conocen. Emahla sí me conoce. Me ama, y yo nunca la he decepcionado tanto tiempo. Mefi no desvió la mirada ni se apartó. —Yo te conozco.
Había contado muchas mentiras a otras personas, y también a mí mismo. Esta era, tal vez, la más grande de todas. Emahla está viva. Te está esperando. Necesita que la rescates. Era lo único que hacía que me levantase por la mañana, lo único que me impedía darme por vencido y entregarme al mar Infinito o al Ioph Carn. Sentí que me flojeaban las piernas y se me doblaban las rodillas. —Mefi —susurré. Enseguida acudió, lo tuve a mi lado ya antes de que me brotasen las lágrimas. Me abracé a su pelaje con tanta fuerza que hasta debí de hacerle daño. Pero no se movió, permaneció firme como un enebro
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Cuando estaba en el agua —dijo Mefi—, no sabía adónde ir. Tenía que encontrar a alguien que me ayudase. Fui nadando hacia ti porque sabía que tú me ayudarías. Yo sé quién eres. —Me hociqueó el hombro—. Eres la persona que ayuda.
La veo como una vida muy solitaria, Mefi. —Nadie decía la verdad a nadie. Hasta el grupo de los pocos sin esquirlas estaba dividido. —No. —Mefi apoyó la barbilla en mi hombro—. No solitaria. Yo estoy aquí contigo.
Yo no podía salvarlas a todas. Pero sí que podría salvar a un número mayor del que se esperaría de mí. Me puse de pie. —Pues ya está decidido. Vayamos a derrocar un imperio.
Lamento que no hayamos podido ser amigos —me dijo apretándome la mano. —Aún hay tiempo. La sonrisa con que me respondió fue medio triste y medio irónica. —Dijo ella antes de entrar en batalla contra su mismísimo creador. Yo también le apreté la mano. —Siempre hay tiempo.
Yo era Lin. No era la hija de emperador, pero era más fuerte de lo que él pensaba. No iba a morir allí. No iba a convertirme en su esposa.
Bing Tai soltó un rugido. Y de pronto dejé de estar en el comedor. Estaba en la biblioteca, y a mi lado estaba Bing Tai, tendido. Mis manos se movían con voluntad propia. Era yo, pero no era yo. Estaba ordenando esquirlas en hileras, sobre un paño de seda extendido en el suelo. Me acerqué una a los ojos y examiné la orden. —Es bastante compleja. Reconocí la voz procedente de las estanterías. Una mano se apoyó en mi hombro, Shiyen.
En mi mente refulgió la esquirla que me había acercado a los ojos. Ossen Nisong en ossen Shiyen. “Obedecer a Nisong y después obedecer a Shiyen”. Nisong tenía prioridad, y yo me parecía a ella, conservaba algunos de sus recuerdos. —No.
Y, pese a lo mucho que deseaba ser yo misma, una parte de su identidad era mía. Bing Tai estaba gruñendo, pero alcé una mano. Reprimí todo el miedo y toda la incertidumbre. Le toqué el hocico, y se tranquilizó. —Te conozco, Bing Tai. Eres mío. Le sostuve la mirada a mi padre mientras mis constructos de guerra derribaban a Tirang y lo hacían pedazos. —Mata a Shiyen.
Voy a entregarme —le dije a Mefi—. Y ofreceré mis servicios. Mefi vino hasta mí y apretó la frente contra mi cadera. —Lo hacemos juntos. He hecho cosas que no les gustarían. —Ya lo creo. —Le revolví el pelaje de la cabeza. Por lo visto, su dominio del habla era cada vez mejor.
Le arrebataste la única vida que había deseado nunca. Tenía planes, cosas que quería hacer. Tú le quitaste todo eso. —Las palabras me salían a borbotones, palabras que no había podido liberar antes. Las solté como un torrente—. Hace siete años. En la isla de Anau. Dejaste diecinueve monedas encima de su cama. —Un buen precio —dijo el constructo—. El emperador no es injusto. —Retrocedió otro paso más.
Si te lo digo, júrame que me soltarás. —Lo juro —dije. —Van con el emperador, para sus experimentos. Esa mujer a la que estás buscando... Si han pasado siete años desde que se la llevaron, ya hace mucho que habrá muerto.
Era tan grande como la de un caballo y se apoyó en la piedra, junto al estanque. Un ojo de color cerúleo giró desde el interior del cráneo y me miró. Agitó su párpado traslúcido. Tenía varios parches de pelo tupido, aunque en su mayor parte parecía que se le había caído. Tenía la cara de un gato, pero con un hocico más largo, y unos bigotes que se agitaban cuando espiraba. De su cráneo, justo por encima de las orejas, salían dos cuernos en espiral.
Los he leído. Todos. Te habría hecho venir antes, pero me ha llevado algún tiempo. Ranami sintió renacer la esperanza en su pecho, notó que se abría de nuevo como una flor se abre al agua de la estación de lluvias. —No esperaba que lo hicieras. —Pero tú me lo pediste. Eso debería haber sido suficiente. Yo siempre he pensado que me pedías demasiado, pero estoy empezando a entender que nunca me has pedido lo suficiente.
¿Es la décima vez que me lo pides? ¿La undécima? —Te lo pediría un millar de veces si supiera que al final ibas a decirme que sí. —Ahora eres la gobernadora. No debería permitirte que te degradaras de ese modo. Phalue le apretó las manos y le preguntó en voz baja, sin aliento: —¿Eso es un sí? Ranami había pensado que el amor que las unía a ambas terminaría en un desastre. Y aún podía suceder, pero estaba dispuesta a asumir el riesgo. —Sí.
Me llamo Lin Sukai, y soy tu emperatriz. Todo empezó a darme vueltas. —Eso... Eso no es lo que yo esperaba. De pronto se me doblaron las rodillas y todo se volvió negro.
El título de capitán de la Guardia Imperial resultaba un tanto peculiar para un contrabandista que antes había sido navegante imperial. Lin se había excedido en esa segunda parte de los anuncios y había restado importancia a la primera.
Alguien empezó a tararear la canción que hablaba de mí, y al instante se le sumaron varios más. ¿Era posible morir de vergüenza?
Yo debería haber sido navegante y tener a Emahla esperándome en casa y uno o dos niños correteando alrededor de ella. Cerré los ojos un instante, esperando a que me rebasara la ola. Aquella no era mi vida. Mi vida era esta. —Arrodíllate —dijo Lin. Su voz reverberó por el patio y llenó el espacio. En las manos sostenía un medallón. Me arrodillé. Mefi se sentó a mi lado. —Jovis de Anau, antiguo navegante imperial, te ofrezco el puesto de capitán de la Guardia Imperial. Has de saber que dicho puesto entraña grandes responsabilidades. Debes jurarme lealtad a mí, al Imperio y a todas las islas
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Cuando Lin hizo un gesto afirmativo y me colgó el medallón en el cuello, comprendí qué era lo que me intrigaba. Sus ojos eran exactamente iguales que los de Emahla.
Ella era un constructo. Todos ellos eran constructos fabricados por el emperador. Los recuerdos no podía explicarlos, pero sí que entendía que no fueran capaces de pensar ni de ejercer la violencia. Habían sido hechos así, esas eran las órdenes impresas en las esquirlas que llevaban dentro del cuerpo.