Los blancos que observaban a los esclavos africanos desembarcar en las orillas de los Estados Unidos apreciaban que parecían alegres y felices, y pensaban que dicha felicidad se debía a la alegría de haber llegado a tierras cristianas. Sin embargo, lo único que expresaban los esclavos era alivio. Pensaban que lo que les deparaba el destino en las colonias estadounidenses no podía ser tan atroz como la experiencia a bordo del barco negrero.