En Auschwitz no había Prozac: 12 consejos de una superviviente para curar tus heridas y vivir en libertad
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Cuando estás en una posición vulnerable y tu energía es limitada, es vital elegir cómo invertir el tiempo.
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La actitud no lo es todo. No podemos eliminar los malos momentos o curarnos solo con pensarlo. Pero el modo en que invertimos nuestro tiempo y energía mental sí afecta a nuestra salud. Si nos resistimos y clamamos contra lo que estamos experimentando, nos alejaremos del crecimiento y la curación. En vez de eso, podemos reconocer esa cosa terrible que está sucediendo y encontrar la mejor manera de convivir con ella.
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En cada crisis hay una transición.
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Cuando las vías neuronales se rompen o se reconfiguran, hay algo allí que permite a muchos supervivientes descubrir dones que nunca habían tenido o que no sabían que poseían. Qué bonito recordatorio de que las cosas que interrumpen nuestra vida, que nos paran en seco, también pueden allanar el camino a una identidad emergente, herramientas que nos muestran una nueva manera de ser, que nos aportan una nueva visión. Por esto digo que en cada crisis hay una transición. Las tragedias suceden y nos duelen en el alma. Y estas experiencias desoladoras también brindan la oportunidad de reagruparse y ...more
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Entonces no lo sabía, pero, cuando privamos a nuestros hijos del sufrimiento, los anulamos.
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Nunca puedes saber cómo se siente otra persona. No te está pasando a ti. Hay que mostrar empatía y apoyar a la gente, no ponerte en su piel como si fuera tu propia vida. Esa es solo otra manera de privar a los demás de su experiencia y de condenarlos a seguir atascados.
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lo contrario de la depresión es la expresión. Lo que sacas no te puede afligir; lo que te guardas para ti, sí.
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las emociones que no nos permitimos expresar o soltar se quedan reprimidas, y sea lo que sea aquello a lo que nos aferramos afecta a la química de nuestro cuerpo y se expresa en nuestras células y nuestra red neuronal. En Hungría hay un dicho que reza: «No aspires la ira». Aferrarse a los sentimientos y guardarlos bajo llave puede resultar perjudicial.
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A largo plazo, intentar proteger a otros o a nosotros mismos de nuestros sentimientos es inútil. Pero a muchos nos enseñan desde pequeños a renegar de las respuestas internas; en otras palabras, a renunciar a nuestra identidad genuina. Si un niño dice: «¡La escuela es una mierda!», el padre o la madre contestará: «“Mierda” es una palabra fuerte», o «No digas “mierda”», o «No es para tanto». Si un niño se cae y se pela la rodilla, un adulto dirá: «¡Estás bien!». Al intentar ayudar a los niños a recuperarse de una pena o dificultad, los adultos afectuosos pueden minimizar lo que está viviendo ...more
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Más que por lo que decimos, los niños aprenden observando lo que hacemos. Si los adultos crean un entorno doméstico en el que no se puede expresar la ira, o en el que la ira se expresa negativamente, los niños aprenden ...
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Muchos de nosotros tenemos la costumbre de reaccionar, en vez de responder a lo que pasa. A menudo hemos aprendido a escondernos de nuestras emociones: ...
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Es imposible curar lo que no sientes
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Hay muchas buenas razones por las que evitamos nuestros sentimientos: son incómodos, o no son los sentimientos que creemos que deberíamos tener, o tenemos miedo de cómo podrían herir a los demás, o nos asusta lo que podrían significar, lo que podrían revelar de las elecciones que hemos hecho, o de las que haremos en adelante.
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Pero mientras sigas evadiéndote de tus sentimientos, estarás negando la realidad. Y si intentas cerrar la puerta a algo y decir: «No me apetece pensar en eso», te prometo que vas a pensar en ello. Así que abre la puerta a ese sentimiento, siéntate con él y hazle compañía. Y luego decide cuánto tiempo te vas a aferrar a él, porque no eres una persona frágil. Está bien afrontar toda realidad. Deja de luchar y de esconderte. Recuerda que un sentimiento es solo un sentimiento, no es tu identidad.
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Pero no intentes animarte cuando estés triste. No te va a ayudar. Solo te vas a sentir culpable y pensarás que tienes que sentirte mejor que como te sientes realmente. En vez de eso, intenta esto. Admite el sentimiento. Es dolor. Es miedo. Es tristeza. Simplemente reconócelo. Y luego renuncia a esa necesidad de conseguir la aprobación de los demás. No pueden vivir tu vida. No pueden sentir lo que tú sientes.
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La gente que nos quiere nos desea lo mejor. No quieren vernos sufrir. Y es muy tentador mostrarles la versión de nosotros mismos que se desviven por ver. Pero, cuando negamos o minimizamos lo que estamos sintiendo, nos sale el tiro por la culata.
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Estaba enfermo. Y las personas enfermas tienen una mente retorcida. Debes decidir cuánto tiempo permitirás que las decisiones de una persona enferma te impidan vivir la vida que quieres.
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A veces los sentimientos de los que huimos no son los que nos incomodan o nos duelen. A veces eludimos los buenos sentimientos. Nos cerramos a la pasión, el placer y la felicidad. Cuando abusan de nosotros, una parte de nuestra mente se identifica con el agresor y, en ocasiones, adoptamos esa actitud punitiva y agresiva con nosotros mismos, negándonos el permiso para sentirnos bien, privándonos de nuestro derecho de nacimiento: la alegría. Por eso digo a menudo que las víctimas de ayer se pueden convertir perfectamente en los agresores de hoy.
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Cuando practicas una cosa, te vuelves mejor haciéndola. Si cedes a la tensión, tendrás más tensión. Si cedes al miedo, tendrás más miedo. La negación te llevará a negar más y más partes de tu verdad. Caroline se había habituado a la paranoia. No conduzcas demasiado rápido. No remes muy rápido. No vayas ahí. No hagas eso.
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—No más noes —le dije—. Quiero darte muchos síes. Sí puedo elegir. Sí tengo una vida que vivir. Sí tengo un papel que desempeñar. Sí vivo en el presente. Sí presto atención a lo que estoy haciendo y coincide a la perfección con los objetivos que me he marcado: lo que me da placer, lo que me alegra. Quiero que practiques despertando y observando tus sentidos: mirando, tocan...
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Cuando estamos habituados a negar nuestros sentimientos, puede resultar difícil incluso identificar lo que estamos sintiendo, por no hablar de abordarlo, expresarlo y acabar superándolo.
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Los sentimientos son energía. La única salida es cruzarlos. Tenemos que convivir con ellos. Hay que ser muy valiente para vivir, sin tener que hacer nada sobre nada, simplemente ser.
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Pensé que lo que les había parecido útil había sido la oportunidad de hacerse compañía. Estar sentados unos con otros, con la enfermedad y con nuestra mortalidad sin sucumbir a la necesidad de arreglar o cambiar nada.
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Así es como nos liberamos de la cárcel de la evasión: aceptando los sentimientos. Les damos la bienvenida y luego los soltamos.
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Todo es temporal. Llegará un momento en que ya te sientas cómodo analizando tus sentimientos en momentos neutros. Entonces, prueba a conectar con ellos cuando te invada una gran emoción, sea positiva o negativa. Si puedes, aléjate de la situación o interacción que está provocando el sentimiento de alegría, dolor, ira, etc. Quédate en silencio un momento y respira; puede que te ayude cerrar los ojos o colocar las manos suavemente sobre el regazo o en el abdomen. Empieza dando un nombre a tu sentimiento. Luego, intenta ubicar el sentimiento en tu cuerpo. Muestra curiosidad. ¿Es caliente o frío? ...more
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Lo contrario de la depresión es la expresión. Piensa en una conversación que hayas tenido recientemente con un amigo, una pareja, un colega o un familiar en la que te hayas reprimido y no hayas dicho lo que sentías. No es demasiado tarde para asumir tus sentimientos y decir la verdad. Cuéntale a esa persona que has estado reflexionando sobre vuestra conversación y que te gustaría continuar. Acordad un momento conveniente para hablar y di algo como «Sabes qué, en aquel momento no supe cómo expresarlo, pero me doy cuenta de que sentía ____ cuando ____».
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Uno de nuestros primeros miedos concierne al abandono. Pronto aprendemos a ganarnos las tres aes: atención, afecto y aprobación. Descubrimos lo que hay que hacer y en quién debemos convertirnos para satisfacer nuestras necesidades. El problema no es que hagamos estas cosas, sino que sigamos haciéndolas. Mentalmente, creemos que tenemos que hacerlo para que nos amen.
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En la infancia recibimos todo tipo de mensajes —verbales y tácitos— que perfilan nuestras creencias respecto a nuestra importancia y valor. Y nos llevamos estos mensajes a la adultez.
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Cuando los padres están estresados, decepcionados o se sienten frustrados, los hijos pagan el pato y arrastran esa rémora en sus propias vidas.
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Aunque no hayamos vivido un suceso o un trauma perceptible que nos obligara a esforzarnos por ser amados o vistos, la mayoría podemos recordar momentos en que protegimos a otras personas o actuamos por ellas para ganarnos su aprobación. Quizás hayamos llegado a la conclusión de que nos quieren por nuestros logros, o por el papel que desempeñamos en la familia o porque cuidamos de los demás. Por desgracia, muchas familias que intentan motivar a sus hijos para que se valgan por sí mismos crean una cultura de éxito en la que aquello que el niño «es» se entrevera con aquello que «hace». A una niña ...more
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No confundáis lo que son con lo que hacen. Cuando mezclamos el logro con el valor, nuestro éxito puede convertirse en una losa para nuestros hijos.
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No es bueno vivir bajo la sombra del éxito, con la pesada necesidad de alcanzar cierta cota para ser dignos de amor. Pese a todo, los puntos fuertes y las habilidades de nuestros antepasados también son parte de nosotros. Es nuestro legado. Y nuestro premio también. La mejor forma de respetar a nuestros hijos no es crear una cultura de autopromoción o modestia, de expectativas cumplidas o incumplidas, sino una cultura que se congratula de los éxitos. La alegría del esfuerzo. La alegría de alimentar nuestros talentos. No porque tenemos que hacerlo, sino porque somos libres de hacerlo. Porque se ...more
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Muchas veces nos encasillamos por culpa de las expectativas y de la sensación de que tenemos que desempeñar un papel o una función específicos. Es habitual que en las familias los niños reciban una etiqueta: el responsable, el bromista, el terremoto. Cuando asignamos a los niños un atributo, lo cumplen. Y cuando uno de los hijos es el «mejor» —un triunfador, o un niño o una niña bueno—, también suele haber uno que es el «peor». Como dice una de mis pacientes: «De niño, mi hermano daba muchos quebraderos de cabeza. Mi manera de llamar la atención era ayudando y siendo buena». Pero una etiqueta ...more
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Muchas veces nos encasillamos por culpa de las expectativas y de la sensación de que tenemos que desempeñar un papel o una función específicos.
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Cuando creemos que nuestra propia supervivencia depende de desempeñar un papel determinado, puede resultarnos especialmente complicado equilibrar nuestra familia interior.
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—Eres mi favorita —dijo—, porque no das ningún problema. La madre de Iris y sus hermanas reforzaban este mensaje. Se granjeó las aes (atención, afecto y aprobación) de su familia siendo la persona responsable, aquella en quien los demás podían confiar.
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Ahora Iris y sus hermanas tienen más de cincuenta años, pero ella sigue lidiando con sentimientos complejos que derivan en gran parte de su papel benefactor en la familia.
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Era la agitación fruto de una vida entera intentando ganarse las aes. Iris se había encarcelado a través de su percepción del papel y la identidad que le tocaba representar: allanar el camino de los demás, aliviarles la carga, no provocar molestias ni tener grandes problemas y ser una persona capaz, fiable y responsable.
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—Querida, cuando piensas en qué más puedes hacer por tus hermanas, no es sano. No es sano para ti ni es sano para ellas. Las estás mutilando. Las obligas a depender de ti. Las privas de ser adultas responsables.
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La culpa está en el pasado; la preocupación está en el futuro.
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Una persona que escoge el amor se vuelve bondadosa, buena y cariñosa consigo misma. Deja de revivir el pasado. Deja de pedir perdón por no haber estado presente para salvar a todo el mundo. Dice: «Lo hice lo mejor que pude».
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Una de las primeras cosas que pregunto a mis pacientes es: ¿cuándo se terminó tu infancia?, ¿cuándo empezaste a proteger o a cuidar de alguien?, ¿cuándo dejaste de ser tú mismo y comenzaste a desempeñar un papel?
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Le dije a Iris: —Igual creciste muy deprisa. Te convertiste en una niña adulta y empezaste a cuidar de otras personas, a ser la responsable. Y a sentirte culpable porque, hicieras lo que hicieras, no era suficiente. Asintió con los ojos bañados en lágrimas. —Pues bien, ahora decide: ¿cuándo es suficiente?
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Es difícil ceder a nuestros viejos hábitos, consistentes en ganarnos las aes, y descubrir un nuevo sistema para generar amor y conexión, un sistema que dependa de la interdependencia y no de la dependencia; del amor, no de la necesidad.
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Cuando estoy intentando ayudar a un paciente a descubrir el momento en que empezó a generar este patrón de conducta, suelo preguntarle: «¿Hay algo que hagas en exceso?». A menudo usamos sustancias y hacemos cosas para curar nuestras heridas: comemos, tomamos azúcar, bebemos alcohol, compramos, apostamos, tenemos relaciones sexuales... Incluso podemos hacer cosas saludables en exceso. Podemos volvernos adictos al trabajo, al ejercicio o a dietas restrictivas. Pero cuando tenemos sed de afecto, atención y aprobación —las cosas que no tuvimos de jóvenes—, nada nos va a bastar para satisfacer la ...more
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A veces nos volvemos adictos a la necesidad. A veces nos volvemos adictos a q...
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Está aprendiendo que ese nudo en el estómago que se le forma cuando empieza a decir que sí a una petición es una señal para parar y preguntarse: «¿Esto es lo que quiero hacer? ¿Me arrepentiré si lo hago?». No pasa nada por ser egoísta: por amarse y cuidarse a uno mismo.
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Siempre podemos optar por adaptarnos, por ser flexibles. El problema es que muchos de nosotros nos apresuramos a cambiar o adaptar nuestros planes. Asumimos demasiada responsabilidad por los problemas de los demás y les enseñamos a confiar en nosotros en vez de en sí mismos, allanando nuestra senda hacia el resentimiento.
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A veces la vida nos obliga a dejarnos llevar; a veces lo correcto es priorizar las necesidades de otros, cambiar nuestros planes. Y obviamente, queremos hacer todo lo que está en nuestras manos para apoyar a nuestros seres queridos, ser sensibles a sus necesidades y deseos, trabajar en equipo y depender unos de otros. Pero la generosidad deja de ser generosidad si damos eternamente a nuestra costa, si el altruismo nos convierte en mártires o alimenta nuestro resentimiento. El amor implica amarnos a nosotros mismos, intentar ser generosos y compasivos con los demás y con nosotros.
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Muchas veces digo que el «amor» es una palabra prácticamente sinónima de tiempo. Tiempo. Aunque nuestros recursos internos son ilimitados, nuestro tiempo y energía son limitados. Se agotan. Si trabajas o estudias; si tienes hijos, una relación o amistades; si estás en un voluntariado, haces deporte o estás en un club de lectura, un grupo de ayuda o un lugar de culto; si cuidas de un padre mayor o de alguien con necesidades médicas o especiales, ¿cómo planificas tu tiempo para no abandonarte? ¿Cuándo descansas y cargas las pilas? ¿Cómo creas un equilibrio entre trabajar, amar y jugar?